Cerré la puerta, atrás dejé mil cosas inútiles , y lloré.
Salí al campo y vi una rosa a la que le faltaba algún pétalo, y lloré.
Y un hormiguero se comía a un pájaro muerto, y lloré.
Luego me fijé en un viejo árbol que lloraba resina, y lloré
Al lado del árbol, su joven retoño lo abrazaba para mantenerse en pie, y lloré.
Y me acerqué al lecho del río, sin el agua en la que de pequeño solía bañarme, y lloré.
Busqué la otra orilla, y no había orilla; tierra, piedras erosionadas, tierra, y lloré.
Miré más allá, hacia el horizonte, y sólo divisé tierra yerma, y lloré.
Y, sin pararme, impulsado por la esperanza, alcancé el horizonte, luego otro horizonte, y otro, y en ninguno vi vida, y lloré.
Volví sobre mis pasos, alcancé un horizonte y otro horizonte y otro; el pájaro había desaparecido, las hormigas también, el árbol se había secado, su retoño, seco, seguía abrazado al árbol, la rosa ya no tenía pétalos, a mi casa sólo le quedaban los cimientos marcando la distribución de las dependencias. Y no lloré porque no me quedaban lágrimas.