Raquel y el cielo deseado (revisado)

Un ángel se hizo hombre por la gracia de Dios. De ángel sólo le quedaron las plumas en sus alas ocultas y un gusto por el amor  etéreo, angelical sería más propio decir. Los ángeles son espíritus puros, así que para hacerse perceptible a los sentidos humanos, se configuró como un apuesto joven, algo afeminado, pues no sabía bien de los gustos de la mujer con la que habría de encontrarse en la tierra.. Y fue la de una mujer de figura anémica, probablemente sifilítica, seguramente tuberculosa, desde luego con poca carne. El ángel, nada experto en amores carnales, la colmó de flores silvestres, de versos con rima asonante que no había preparado previamente, de suspiros porque le parecían propios del efecto primario que causa la presencia cercana de una mujer . Y claro, la mujer estaba encantada. Como le quedaba tan poca carne no tenía deseos libidinosos y, por tanto, no echaba en falta retozar, cuerpo a cuerpo, con aquel hombre, que para ella le parecía, nunca mejor dicho, llovido del cielo. Se llevaba las flores que le ofrecía a su pecho para arropar a su corazón cansado y frío; escuchaba sus versos como el que oye complacido caer la lluvia en primavera y se deja mojar para sentir su caricia; y los suspiros, ¡ay, los suspiros!, los hacía suyos como transfusiones de sangre vivificadora que le permitían inspirar un aire demasiado denso para ella. Hablaban, siempre hablaban. No comían ni bebían. Él le hablaba de paraísos, de cielos, del Padre Celestial, de ángeles, de praderas infinitas donde la tierra era una nube blanca como el algodón cardado, cubierta de margaritas. Ella, arrobada, dejaba volar su imaginación y comenzaba a danzar un vals, casi levitando del suelo, mientras le decía: amor, amor que me haces transportar a los cielos, antes ignotos, pero ahora perceptibles, ¿cuándo será el momento en que me lleves allí? Ya nada me retiene en la tierra, donde sólo te piden que te confundas con los cuerpos de los hombres para sentir esos cielos de que me hablas. Nunca supe de ellos. Los hombres me rechazaron siempre por mis pocas gracias.  Dadme esta oportunidad, ángel de amor, que ninguna mujer debe morir en sí misma para sólo ser pasto de los gusanos. Y el ángel hecho hombre,  volvió a su condición de ángel, la tomó en sus brazos, desplegó las alas ocultas y con ella voló hacia el infinito cielo.

La mujer se llamaba Raquel, y la encontraron muerta en un banco del parque. Los hombres, precavidos ante aquel despojo, provistos de máscaras, la retiraron de allí para conducirla al crematorio. Puede que su alma, digo puede, tuviese otro destino, pero de estas cosas nunca se sabe.

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