rompia el espejo

Rompía el único espejo que tenía cada vez que se miraba desnuda. Era un impulso incontenible. No soportaba que el espejo la viera tal y como era y se lo dijera sin ningún detalle gentil, considerado, por su parte.. Ella, luego que se calmaba, decidía comprar otro espejo y probar con él tener mejor suerte.

Eran ya muchos los espejos rotos Con el nuevo, ahora dudaba desenvolverlo del papel que le habían puesto en la tienda. Al final decidía colgarlo sin retirar el envoltorio. Luego se desnudaba para observarse, y como no distinguía ninguna figura, tímidamente se acercaba al espejo y con sus uñas rasgaba una tira de papel, de arriba abajo.

Estando cerca del espejo, éste parecía ver sólo una franja de su cuerpo que a ella le parecía insuficiente, pues no lo reconocía como suyo, por lo que procedía a rasgar otra tira de papel. En esta ocasión, ya distinguía algún rasgo que le era familiar, pero no como para sentirse ofendida por el espejo.

Animada por la experiencia, procedía a rasgar otra tira de papel. Miraba la imagen que le devolvía la sección ampliada del espejo, y torcía el gesto; el espejo, groseramente, le mostraba alguno de sus defectos. Ella se movía a izquierda y a derecha y comprobaba que el defecto desaparecía, para, en un instante, volver a aparecer. Era como si el espejo le quisiera recordar que no viviera de la ilusión de creerse perfecta y que se aceptase como él le decía que era.

Ella no soportaba esas insinuaciones y comenzaba a enojarse con el espejo. El espejo, pacientemente, se limitaba a mostrarle la figura que ella quería ver, fuese la que le complacía o la que le disgustaba; era un espejo fiel a sus principios de no engañar a su dueña.

Cuando ella consideraba que aquellas imágenes parciales de su cuerpo podían no ser suyas, se ayudaba con las dos manos y terminaba de quitar el papel que aún cubría el espejo. Lo hacía con los ojos cerrados, temiendo que el espejo la desnudara por completo. Intermitentemente los abría y cerraba quedándose con la imagen fugaz de su cuerpo. Creía, mientras permanecía con los ojos cerrados, que en esa ocasión el espejo había sido justo con ella, nada ofensivo, veraz.

Pero el proceso se repetía y poco a poco iba perdiendo la fe en aquel espejo. En la misma medida, ella se iba enojando más y más, porque el espejo se había vuelto recalcitrante en mostrarle sus defectos. Hasta que no pudiendo resistir más, enfurecida insultaba al espejo, lo descolgaba y lo estrellaba contra el suelo.

Por un momento miraba los trozos esparcidos por doquier, los mismos que repetían su imagen. rota. Luego los barría, los tiraba a la basura, y como no quería creerse lo que el espejo le había dicho, salía de casa a comprarse otro.

Esta historia no cuenta si ella, finalmente, aceptó su imagen y hubo un último espejo que no rompió, pero bien pudo suceder que con el último espejo ella no decidiera desnudarse más frente a él. Era una de esas personas que viven de espaldas a su realidad y sólo quieren un espejo que .las mienta. Pero, ¿quién dijo que los espejos nunca mienten?.