siento angustia

Siento angustia cuando, desde mi ventana, observo esas mujeres que hacen encaje de bolillos mientras se cuentan historias de otras tantas mujeres ausentes.
O aquella comunidad con tendederos comunes para secar la ropa. Las bragas haciéndose sitio en los abigarrados alambres, sin otro título de propiedad que el tamaño.
O aquella playa en horas punta, donde los pechos descubiertos de las mujeres sólo compiten con los castillos de arena que hacen los niños.
O la pasarela de la casa de lenocinio donde las mujeres ataviadas de lencería ofrecen su esperanza.
O las intuidas mujeres que se maquillan para tapar los senderos que hicieron al caminar.
O las que se acercan a la barra de un bar para pedir calor para sus entrañas.
O aquellas que, por la mañana, hacen la cama donde durmieron sus sueños.
O aquellas que se arrodillan ante el Crucificado espiando (digo espiando) sus pecados de pensamiento.
Siento angustia, sí, por todas esas mujeres que no fueron jamás deseadas.
Y por las que lo fueron y nunca sintieron el calor del deseo.
Y por las que, pasados los años, no renuevan la virginidad violentada.
Y por las que escriben fantasías en segunda persona.
Es mi angustia tan lacerante, que si hubiese quimioterapia para el alma me la aplicaría. Deberé aceptar que está en fase terminal, sin remedio posible.