Soñaba con ser famosa

Isabel no estaba contenta consigo misma. La vida era de una monotonía que la convertía en una especie de robot sin sentimintos ni inquietudes; parecía programada para no hacer otra cosa que mantense quieta, a la espera de que algo o alguien la impulsara a moverse en alguna dirección predeterminada. Por sí misma no hallaba nada por la que agradecer estar viva. Era joven y bella, pero esas cualidades no le habían reportado ningún premio de consolación que la sacara de su abulia y tristeza. Como sus padres tenían recursos, le dieron a elegir entre estudiar una carrera universitaria que ella quisiera o prepararla para que se hiciese cargo del negocio familiar cuando ellos ya no pudiesen por la causa que fuese, podía, mientras, ir viendo cómo se manejaba. Pero tampoco le atrajo la oferta y decidió probar si la universidad le daba algo de lo que le faltaba para sentir que había valido la pena venir a este mundo. Había terminado los estudios que eran necesarios para optar a matricularse en la facultad de filosofía y letras, sin que tuviese claro qué podía ofrecerle para ilusionarla. A su poca iniciativa sus padres, animándola, le decían que conocería a jóvenes como ella que le mostrarían que la vida era una oportunidad, que ella misma encontraría en cualquier momento la plenitud que ahora le faltaba y se llenaría de sensaciones nuevas, de emociones inesperadas, de, en suma, deseos de vivir. Los inicios no fueron muy alentadores, y a punto estuvo de abandonar.
Era domingo. Isabel solía pasear sola por el centro de la ciudad. Se paró ante el escaparate de una librería que mostraba las últimas novedades. Pero se fijó en un libro que el librero había señalado con el premio literario que había obtenido. El título, “Soñaba con ser famosa”, a Isabel el título le pareció intrascendente. Ser famosa en sí no era un mérito, se podía alcanzar la fama de muchas formas, no siempre meritorias para la sociedad. Pero Isabel pensó que si aquel libro había merecido un premio, el premio también hacía famosa a la escritora autora, en este caso, a una mujer. ¿Dónde estaba el mérito, se preguntó Isabel, en el contenido o en el continente? Pensó que un premio literario se da, siempre, al contenido; el continente sólo era obligatorio a tener en cuenta cómo condición indispensable para que el contenido se pudiese apreciar sin el esfuerzo del lector, concluyó el razonamiento Isabel. Después de esta reflexión, ella misma pensó si podía disponer de ambos requisitos. Del continente concluyó que no debía tener problemas; había terminado los estudios secundarios, creía poder escribir sin faltas de ortografía; ¿era suficiente? No contaba con ninguna experiencia previa como contadora de historias inventadas, fue ahí donde Isabel puso en duda que fuese capaz de escribir una historia y que fuera apreciada, primero por la editorial que la aceptara convertir en libro y luego que alcanzara el interés de los lectores . Quizá hasta fuese premiada como la del escaparate.

Cuando hubo llegado a su casa, ya en su dormitorio, cogió su ordenador MacBook y se lo llevó a la mesa que le servía de escritorio. Lo abrió, buscó la aplicación Pagés, luego que aparecieron las opciones, sin dudarlo eligió Documento Nuevo . Se abrió una página en blanco, y un cursor parpadeante invitaba a poner algo allí. Isabel dudó qué palabra era la que le permitiera seguir. Durante un tiempo ninguna le pareció adecuada. Si ya tuviese una historia que contar, no tendría problema, pero a Isabel no se le ocurría ninguna que le pareciera interesante, por cuanto la vida, hasta ahora no, no le había ofrecido ninguna ni real ni imaginada.

Después de barajar muchas opciones, al final se decidió por una. La historia comenzaría con la palabra “Isabel”. No sería su historia, carente de interés, pero ya tenía un personaje para su historia que, necesariamente, tendría que ser inventada. Pero después de ver «Isabel» escrita, no fue inmediato que encontrara otra palabra que continuara. Allí lo dejó, con la esperanza de encontraar la segunda palabra, luego la tercera, y si se estancaba, haría lo mismo, cerraría el ordenador a la espera de encontrar la palabra adecuada que ligara con las anteriores. Isabel, al menos, ya tenía una motivación que la mantenía viva y espectante ante un acontecimiento en el que nunca había pensado. Por primera vez se vio protagonista en una vida que comenzaba a tener sentido.

Aunque ya en la facultad de filosofía y letras los profesores le mostraron el camino que seguirían las asignaturas del primer curso, Isabel, poco motivada por la carrera que había elegido, no esperó a que sus dudas de ahora se le fueran despejando a medida que se implicaba en las enseñanzas que habría de recibir. Creía que podría hacerlo sin las ayudas de nada ni de nadie. Como sólo era un primer esbozo de escritora, de momento sólo quería probar su capacidad con lo único que poseía: imaginación y voluntad. No pensó en una tercera, la técnica del relato. La narrativa podía ser la que ella quisiera adoptar y que el método elegido formara parte de lo que para ella debía ser, sobre todo, originalidad. Que luego si alguien leía su historia, opinase como mejor entendiera sobre literatura; quizá algún profesor o profesora de su facultad.

Y entregada de lleno a pensar en su historia, barajó una serie de palabras que deberían ser las compañeras que siguieran a la palabra “Isabel”. De entre ellas, le pareció que la más oportuna era «quería». Isabel pensó que la historia de una una persona que quiere ser famosa, no podía sino comenzar mostrando a dónde quería llegar. Era obvio que la siguiente o siguientes era manifestar ese fin que perseguía, así que Isabel escribió «Isabel quería ser famosa». Al dejar eso escrito, Isabel se quedó en blanco, no se le ocurría qué tipo de fama podría pretender. Podían ser muchas cosas: deportista, cantante, artista de teatro, y otras muchas más que se le fueron ocurriendo durante todo el día. De cada una de ellas le sacaba los pros y contras que, finalmente, le permitieran llegar a alcanzar la fama. Ella no era experta en ninguna, tendría que elegir una e informarse de lo que suponía alcanzar la excelencia sobre algo. No era imposible. Para eso Internet podía decirle cómo alguien había alcanzado la fama, y una vez conocidas las cualidades, el esfuerzo, la dedicación hasta alcanzar el objetivo, como premisas serían iguales para todos los casos.

Pasaron un día y otro sin que Isabel abriera el ordenador para seguir con alguna historia más o menos definida. Al tercer día, sin nada preconcebido, abrió el ordenador y se quedó mirando el escuálido contenido de aquella página guardada. A punto estuvo de cerrar la tapa, cuando tuvo una idea. No tenía que ver con ninguna historia que pudiese atribuir a “Isabel”, más bién era escribir una frase que tuviese sentido, un sentido que luego pudiese ser aplicado al verdadero propósito con el que había iniciado el escrito. La frase fue la siguiente; «Isabel quería ser famosa. Sin ninguna razón explicable, el mundo entró en una situación de extrema gravedad”. Isabel gravó la frase en su mente como si fuese un epitafio sobre la lápida de una tumba. Aquella frase no le daba pie a encontrar el contexto para que su protagonista iniciara ningún camino para alcanzar la fama. Si la humanidad pasaba por una crisis grave que afectaba a todo el mundo, difícil era que alguien fuese tenido en cuenta, hiciese lo que hiciese. Volvió a cerrar el ordenador, su “Isabel” protagonista se resistía a dejar de parecerse a ella. La impotencia la sumía más y más en un estado de ansiedad ante un previsible fracaso, un fracaso íntimo, por cuanto sólo ahora lo que pretendía era ilbanar una historia. Si no tenía una historia para su protagonista, era su mismo caso; tampoco ella tenía una propia historia que contar.
Isabel dejó de asistir a las clases de la universidad, ya no le atraía nada de lo que allí podía ilusionarla, motivarla, también allí se palpaba la crisis, una crisis que no afectaba al mundo, sólo al país donde nació y vivía. Los profesores no tenían respuestas para explicar la situación y se limitaban a dejar que el tiempo pasara y sonara el timbre que anunciaba el fin de la clase. Los alumnos escaseaban, y los que seguían asistiendo parecían muñecos sentados en las sillas; apenas si prestaban interés por darle vida a aquella aula. Fue por eso que Isabel huyó de aquel cementerio. Ahora Isabel se sentía plenamente integrada en aquel mundo, ya su propio mundo no era diferente; la fama, la alegría por vivir se habían convertido en estúpidas palabras carentes de sentido que a ella no le decían nada, como asi parecía que le sucedía a los demás.

Su casa era un apartamento alquilado en un edificio de siete plantas. Sus padres no vivían en aquella ciudad, fue la universidad por la que Isabel se trasladó allí. El apartamento de Isabel estaba en la séptima planta, tenía un balcón que daba a una calle poco concurrida de paseantes. Apoyada en la barandilla, miraba inexpresiva el suelo. En su mente se encendió una luz. Ya había una forma de ser famosa, pensó, y lo pensó para ella misma, ya olvidada su «isabel» inventada; al día siguiente las televisiones, los periódicos, las radios, el boca a boca entre las personas hablarían de ella, seria una famosa efímera, pero famosa al fin.
Y así sucedió. Aquella abrumada gente por sus propios problemas, que supo de su extraña decisión de morir, le concedió unos minutos en sus pensamientos y comentarios. Isabel si no había sido famosa en vida, lo había conseguido tras de su muerte. Esa podía haber sido la historia contada por Isabel de su “Isabel” protagonista, pero ésta quizá no hubiera alcanzado la fama que consiguió para sí misma. Fuese como fuese, Isabel no la disfrutó.

El autor de este cuento, o lo que cuenta, cree que la fama no se busca, que más bien llega sin esperarla, a veces demasiado tarde, y que tampoco es gran cosa, salvo para alimentar la vanidad del que la alcanza mientras vive.

Desde hace tiempo no respondo a los comentarios que amablemente se hacen a mis escritos. Un amigo me anima a que la Isabel de mi cuento debería contar con más «vida», pero yo soy muy poco amigo de hacer concesiones extra a mis personajes, y esta «Isabel» era de poco recorrido, el que había desde una séptima planta al suelo. Que dios la tenga en su gloria. O Dios.

2 respuestas a «Soñaba con ser famosa»

  1. Cuento que muestra el hastío de vivir de la protagonista, mujer joven, careciente de motivaciones y víctima de una sociedad en crisis que tampoco puede ofrecerle estímulos para que encuentre el sentido de su vida. Con estos antecedentes perjudiciales, sin embargo, la protagonista vislumbra una esperanza: ser famosa a través de la escritura de un libro. Sin conocimientos para tal fin y menos imaginación termina fracasando y hace fracasar a Isabel el personaje de su novela. En la obra solo llega a escribir la primera frase anticipatoria de lo que vendría: quería ser famosa. El verbo ya descarta su propósito, no lo lograría con el libro ni con su protagonista; pero sí, ella podría dignificar su vida con un poquito de fama a través del suicidio. ¿Protagonista romántica? Me recuerda al poema de Juan de Dios Peza, víctima del spleen.
    El escritor de este cuento, a diferencia de la improvisada Isabel, conoce de las reglas de un buen relato. Agil su lectura y con una prosa excelente.
    Tema siempre actual la necesidad de reconocimiento a través de la fama. Si la misma llega por el esfuerzo de la acciones es muy meritoria.
    Tema que da para el debate.

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