He recibido un cuento para acogerse a mi manto calentito. Mi corresponsal es tímid@. Me dice que está de los nervios de sólo pensar que algo suyo, al fin, se va a exponer a los rigores de la audiencia. Si será tímid@, que ni siquiera se ha atrevido a ponerle título. Me pide estricto anonimato, vamos, ni siquiera que ponga la dirección IP. Cumplo órdenes. Si alguno, por caridad, le quiere decir algo constructivo, hágalo; podemos tener @n gran escrit@r en ciernes, a poco que se suelte.
«PERDÓN, NO TIENE TITULO ( ¿EL HOMBRECILLO?)
Miraba, Juan, a través de los cristales de la ventana de la habitación 213 a un transeúnte que venía en dirección al hospital. Era de noche, hacía frío afuera y llovía. Sólo las luces de las farolas iluminaban la calle creando figuras fantasmagóricas.. Desde donde Juan observaba, no se distinguía si el transeúnte era un niño o un hombre de corta estatura; Iba enfundado en abrigo negro y tapaba su cuello y medio rostro con una bufanda. Juan siguió su caminar hasta que salió de su campo de visión.
Detrás de Juan, su hermano Antonio yacía inconsciente. Los padres acababan de marcharse a su casa a descansar un poco. Llevaban días y noches al lado de su hijo, esperando un milagro que le devolviera la vida que tenía antes de aquel fatídico accidente. El doctor Castro ya lo habían desahuciado y le daban, a lo sumo, un par de días. Ni siquiera añadieron: “de vida”
Juan pasó a rememorar, por enésima vez, aquel fin de semana en el que ambos partieron para el inicio de unas mini vacaciones y en aquel accidente de carretera que las truncó convirtiéndolas, además, en tragedia. Juan tuvo más suerte, sólo sufrió golpes de menor importancia y fue dado de alta el mismo día del ingreso en el hospital.
Martilleaban en el cerebro de Juan los ecos de las palabras del doctor Castro y las de esperanza de su padre:
-Doctor, quizá un traslado, otro hospital mas equipado… Y, luego, la visión de su madre que, acongojada, permanecía en silencio hasta que el Doctor salió de la habitación, y se fundieron él y sus padres en un largo abrazo.
El sonido característico del celular sacó de la abstracción a Juan. No escuchó sonido alguno y quiso ver la procedencia de la llamada.
La habitación estaba en la penumbra y Juan se aproximó a la puerta entreabierta del cuarto para poder ver. Era un mensaje. Juan leyó que le urgían a que bajase a la cafetería del hospital para informarle sobre el estado de su hermano. Juan, aturdido, no sabía qué pensar; “pero si ya sabemos cuál es el estado de mi hermano”, musitó.
Volvió a leer, sí eso decía. “¿Qué broma macabra es esto?”, llegó a pensar, y también:. “No es cosa de ignorarlo”. Informó a la enfermera de planta que bajaba un momento a la cafetería y que le avisaran inmediatamente si se producía algún cambio en el estado de su hermano. Tomó el ascensor hasta la planta baja del hospital y caminó hacia la cafetería.
Al llegar, miro hacia un lado y otro en vano, la cafetería estaba desierta. Tomó asiento y esperó que alguien le abordara, “tal vez viene en camino”, pensó. Miró su reloj. Marcaba la 1:30 de la mañana. Pidió le sirvieran un café. Volvió a mirar el reloj; eran las 2:05 . Nadie que hacía poco le urgía había venido a su encuentro. Ya no pensó en nada, encogiéndose de hombros, se dispuso a regresar junto a su hermano. “Tal vez vuelva a llamar”, pensó.
Al acercarse a la habitación, la advirtió iluminada y se inquietó; podía ser la fatídica noticia. Empujó la puerta entreabierta y penetró en la habitación. Juan se sorprendió, su hermano Antonio no estaba solo y no era ni la enfermera ni ningún facultativo. Allí, junto al lecho de su hermano estaba un hombre arrodillado que no se sorprendió de su llegada. Mantenía las manos extendidas sobre su cuerpo, a la vez que pronunciaba palabras ininteligibles. Juan permanecíó expectante… El hombre no le dio tiempo a que preguntara, posó finalmente su mano derecha sobre la frente de Antonio, se levantó con agilidad y salió de la habitación. Juan estaba tan sorprendido que no reaccionó al instante. Dejó que se fuese aquel hombre y cuando ya había desaparecido hacia el pasillo, se volvió, salió fuera de la habitación y le llamó: ¡Oiga, quiero hablar con usted!” Aquel hombre, que a Juan le recordó el que había visto desde la venta caminar bajo la lluvia, desapareció tras la puerta del ascensor sin ni siquiera volverse.
Preocupado, y más porque por allí tampoco había nadie, ni siquiera la enfermera de planta, volvió rápidamente de vuelta hacia la habitación, se acercó a su hermano y advirtió que éste dormía placidamente, habiendo cesado en su respiración fatigada de poco antes. Suspiró aliviado a la vez que sorprendido.
Se sentó para dejar su cuerpo inerme y pensar. Miró su reloj de forma involuntaria, como solía hacer a menudo y vio que marcaba la 1:30 AM. Se lo acercó al oído y pudo escuchar el tic – tac monótono… El reloj no estaba parado, además, en la cafetería ya comprobó una hora distinta, recordaba que eran entonces las 2:05 “¿Cómo es posible…?”, musitó. Desconcertado, salió al pasillo, allí había un reloj en la pared. “La 1: 35” . Se frotó incrédulo los ojos y regresó anonadado a la habitación.
Juan se derrumbó en el sofá intentando buscar explicación. No podía pensar y decidió salir en pos de aquel hombre misterioso, que a buen seguro le explicaría lo que estaba sucediendo, pero no pudo dar un paso; un sopor profundo le invadió, se desplómó en el sofá y se quedó profundamente dormido.
El ruido y la luz en la estancia le despertaron. Una inusitada concentración de médicos y enfermeras comentaban alrededor de la cama de su hermano. Se puso de pie como en resorte, pensando en lo peor.
-¿Sucede algo a mi hermano?- preguntó alzando la voz sobre la de los demás.
Todos callaron volviéndose hacia él. El doctor Castro se acercó..
-Juan, venga conmigo, por favor —
-El corazón le golpeaba con fuerza, temía la fatal respuesta
El Doctor, con expresión vacilante, le dijo:
-A tu hermano lo han llevado a observación. Pero no te alarmes. Hasta ayer podría afirmarse que Antonio estaba en estado vegetativo, sin esperanza alguna de recuperación. Hoy, todo es diferente y me siento incapaz de explicarle lo sucedido. El cráneo de Antonio está totalmente normal, algo increíble, después de sufrir tan severas fracturas. Realizada una primera revisión, tampoco parecen existir las lesiones internas que hasta ayer habíamos detectado, y que más de uno hemos asentado en el expediente clínico. Desde luego esto lo comprobaremos con estudios radiológicos… Como fuera, solo hay una palabra que describe el suceso: excepcional…
-¿Quiere decirme, doctor, que mi hermano se ha recuperado?
-Así es, en apariencia, pero no parece que no se confirme el pronostico…
Juan ya no escuchó más. Vino a su memoria el extraño incidente ocurrido la noche anterior: el mensaje telefónico,, el reloj, el misterioso visitante…
Salió de la habitación, tenía que comunicar las buenas noticias a sus padres.
Algo transpuesto, camino sin orientarse por el pasillo. Pensaba que estaba viviendo un sueño. De pronto, escuchó voces que provenían de una habitación.
-Un médico, que busquen a un médico por favor, esto es un milagro-
-¡No está muerta ¡
-Marta, ¡ volviste…¡- pudo claramente entender Juan
Algo instintivo le hizo voltear hacia el lado opuesto del pasillo que transitaba. En ese instante pudo ver perfectamente al hombrecillo de la noche anterior. Esta vez no ocultó su rostro, se volvió hacia Juan y le sonrió. Juan le hizo ademán de que se parara, pero siguió andando hasta desaparecer detrás de la puerta del ascensor.
Ese mismo día se comentó en la ciudad, que el Cristo de la iglesia de Santa María, alguien debió descolgarlo de la cruz y llevárselo, aunque debió arrepentirse y lo devolvió a su lugar.
Las gentes de fe, relacionaron los dos sucesos y creyeron desde entonces en un milagro; los demás, se siguen preguntando.