Me llamaste, niña, en mi condición de escritor. Debiste creer que sólo yo podría enfrentarme al demonio y conocer sus intenciones. A veces las palabras son estiletes capaces de parar los súcubos con apariencia de madres protectoras, el mayor de los peligros para una niña como tú. Dicen que te quieren, pero no te protegen. Huye de las manifestaciones de cariño que no van acompañadas de la protección.
Acepto protegerte, mi querida niña. Ya le he dicho al demonio que envío Lucifer para que te llevara con él y hacerte su concubina, que si por ventura quedara de él algo del ángel que fue, pídole a nuestro Señor que llore lágrimas de arena, que el mar las llevará a otra orilla donde algún niño como tú construya un castillo con ellas. Luego, inevitablemente, subirá la marea y destruirá el castillo, y de vos sólo quedará una lágrima, esta de amor, pero se diluirá en el mar hasta que se convierta en fértil lluvia. Mientras tanto, niña, sigue mi consejo, no sueñes con demonios, ni ángeles, ni dioses, todo es falso, todo es mentira, querida. Y si estuviese equivocado, que sepa que yo te protejo. Lo haré construyendo un muro de palabras que destruyan todos los mitos, los que te contaron y los que tú misma creaste en tus sueños.