Creo recordar que hace tiempo pensé para vosotros, los que me leéis, cosas que veía desde mi ventana y algún significado, más o menos transcendente, que me inspiraban. Hoy, y será porque he madurado, todo lo que se puede adornar de la palabra transcendencia, me resulta algo estúpido. Hay palabras que no dejan sustraerte a la curiosidad sobre lo que otros opinan, y al decir otros, me refiero a cerebros especiales que dieron sentido a esas palabras especiales. La transcendencia es una de esas palabras que han ocupado el barco con el que han navegado filósofos, pensadores libres, parlanchines por las páginas escritas. Y están ahí, para el que la curiosidad le lleve a abrirlas y trate de incorporarlas a su sapiencia. Difícil tarea, pues cuando de una palabra especial, como es «La Transcendencia», cada cual la describe con la sospechosa intención de desacreditar al otro. Para ti, que no estás en ese juego como observador, el resultado del esfuerzo por sacar algo en limpio, es baldío; no te atrevas a definir aquello que más te ha convencido, porque no siendo Sartre, De Beauvoir, Descartes, Spinoza, Bayon, Husserl, Heidegger, Hegel y alguno más, tus opiniones responderán a tu conciencia sobre el tema que tratas de simplificar para que otros lo entiendan. Será un «Ego» que no está en tu conciencia, porque ese ego no te pertenece, está en las cosas que perciben tus sentidos, está fuera de ti, tú sólo eres su vocero con más o menos público que te escuche, con más o menos transcendencia que puedas atribuirle.
Si después de lo escrito, alguien piensa que he dicho algo transcendente, le aconsejo que se lo haga mirar. Posiblemente nunca estuve aquí.