Antes de morir seré una enana blanca, remanente de lo que fui, escombros sin gravedad, sin la atracción que ejercía sobre mis queridos satélites. Desde ese estado veré a mis amigos girar, quizá por la inercia, en torno a mí, pero eso sería por un tiempo limitado porque, ya sin energía, se confundirán con mis restos y dejarán de tener nombre en la concepción del Universo; no serán satélites, ni cometas errantes, ni siquiera meteoritos fugaces que cruzan la noche, sólo escombros por toda la eternidad. Y que le pregunten al Creador qué hicieron ellos para merecer un final así, qué sentido tiene que todos acabemos así, por qué fuimos creados casi perfectos, ¿es que no hay espacio infinito en el Universo, es que no hay un tiempo infinito en el Universo como para no tener una vida eterna, al menos mientras dure el Universo? ¿Es que algo o alguien nos quiere destruidos al margen del Creador? ¿Qué poder tienen, qué intención les guía para ello?
Y los optimistas, que no razonan, sólo elucubran para darse una respuesta no probada a esa inquietud, dirán que seremos parte de otra realidad, quizá hasta más perfecta, y así por los siglos de los siglos, vulgo eternidad.
Pero yo no quiero eso. Mi realidad, la que conozco, es la que quiero inmutable. No quiero pertenecer a otro sistema ni tener nuevos amigos, ni ser otra vez destruido para, en un bucle sin fin, irme acomodando en el espacio. Y si es que el Creador en lugar de crearme como su obra perfecta, pero perecedera, fue que me defecó, le pido que tire ya de la cadena. Me iré sin pena ni gloria, sólo un subproducto de su mala digestión. Al menos tendré un fin que puedo comprender.