Os vi encerradas en el capullo y os dejé dormir.
Esperaba que vuestor despertar fuese glorioso
en un parto que hablaba de vida, de vida eterna.
Y me fui de allí seguro de que no os iríais
poque ibais a nacer para mí, sin que existiera la muerte.
Y me acosté , yo tambien encerrado en mi capullo,
pero no estaba seguro de ser como vosotras.
No estaba seguro de que la vida se abriera para mi
y tampoco que existiera la muerte.
Y con esa duda me dormí profundamente.
Y en ese estado soñé que yo también era una rosa
que al paso de un tiempo muy corto
sus pétalos languidecián buscando apoyo en el tallo,
pero el tallo, indiferente, dejó que fuerais cayendo al suelo.
No fue tan cruel, porque el viento se los llevó lejos a un ignoto lugar
y quise creer que la tierra no era mi destino final. Pero sólo era un sueño.
Y tampoco las rosas tuvieron suerte,
porque después de tanto esplendor,
nadie supo qué fue de sus vidas después de su muerte.