Y voló tan alto…

Estaba viendo una serie en el salón de mi casa. De repente algo ruidoso sonó y me hizo levantar la vista. Frente a mi hay una amplia cristalera que da acceso a la terraza. Detrás de mí, un pasillo y la puerta de entrada a la casa, que mantengo abierta; no da a la calle, sino al jardín.

Me perita y mi gatita salieron de sus letargos y corrieron hacia la cristalera anticipándome lo que había sucedido. Ambas estaban en posición de ataque. En el suelo, quieta, quizá aturdida por el impacto, una especie de golondrina de colores, que nunca había visto, permanecía inmóvil, tomando aliento con su largo pico abierto. Era cuestión de milisegundos que la gatita o la perrita la atacaran, quizá les retenía el que no se moviera; los animales de presa sólo atacan lo que se mueve, y éste debía ser la razón. No seguro de evitar la tragedia, las llamé con voz de mando: «Nia, Lola, fuera!». Se apartaron de mala gana. Me agaché y tomé el pájaro en mis manos. Soplé a su boca para ayudarles a respirar. Pasados unos minutos, me pareció que ya no aceptaba ser prisionera de mis manos, pues se movía como queriendo zafarse de mí. Salí a la terraza, seguido de mi perra y de mi gata, para las que aún suponían una presa que yo terminaría por ofrecérsela. No estaba seguro si volaría o caería al suelo, quizá lesionada del golpe que se había dado contra la cristalera. Podía recogerla, si no conseguía volar, al otro lado de la terraza, enmarcada por un muro de escasa altura pero que mantendría a mis mascotas incapaces de atraparla. Y decidí abrir la mano. Un segundo quieta en mi palma y emprendió el vuelo. Un vuelo explosivo, vertical. Yo la seguí hasta que mi vista sólo pudo percibir un punto en el cielo. Luego nada. ¿Por qué tanta prisa en escapar de mi y, sobre todo, por qué aquel vuelo casi vertical, como un rayo en dirección inversa? Mi mente quería encontrar una explicación. Mantuve la vista en la dirección que la había visto subir. Dado por terminado todo recurso a la lógica, me di la vuelta para volver a casa. No había dado dos pasos, cuando oí un golpe seco, detrás de mí. Me volví para identificar qué podía haber sido. Al otro lado del muro, yacía el pájaro, ahora inerte. ¿Cómo podía ser? Poco antes lo había visto volar vigoroso hasta perderse de mi vista. ¿Es que su ansia de libertad le había hecho volar tan alto, que a esa altura le faltó oxígeno y esa fue la causa de su muerte?

Y ante un suceso tan inusual, mi mente se volvió transcendente: así sucederá con mi alma, en su momento se liberará de mi cuerpo y volará tan alto, que allí donde llegue no habrá un lugar para ella, y caerá sin aliento a la tierra de la que partió.

2 respuestas a «Y voló tan alto…»

  1. Precioso relato Jose , pero como desgraciadamente con palabras ya no le pueda devolver la vida a ese animal , se me ocurre que no limpies tanto los cristales , la extrema izquierda te puede acusar de delitos contra el medio ambiente .

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