Ocasión perdida

Ayer fui, como de costumbre, a hacer mi compra semanal al supermercado. Lo que no tenía previsto era encontrarme en la puerta a la rumana, disfrazada de mendiga, que siempre está allí, sentada en una esquina de la puerta, con la mirada llena del suelo y una mano extendida implorando caridad. Digo que no tenía previsto verla, porque estas cosas habituales no se gravan en la memoria, son como el mobiliario urbano que, inamovible, está ahí por si lo necesitas, siempre en el mismo lugar de la calle.

Empujando el carro de la compra me disponía a entrar en la tienda, cuando un sonido ininteligible me hace volver la vista al origen del mismo. Había sido emitido por la mujer que ya constituía para mí un accesorio conocido. Sin levantar la vista del suelo, extiende el brazo para acercarme más la mano, con la palma hacia arriba, una mano sucia, unas uñas indescriptiblemente largas y sucias. Apenas si se distinguían las rayas de la palma. Detuve mi caminar fijándome en las borrosas lineas por ver si podía adivinar algo de aquella mujer. La observación fue enojosa cuando, no percibiendo con claridad lo que pretendía, acerqué mis ojos a aquella mano. Imposible obtener una información medianamente concluyente. Tampoco podía dialogar con aquella mujer para confirmar o desmentir lo que apenas percibía en un ejercicio quiromántico de circunstancia. Fuese por la suciedad o porque la mano que observaba no tuviese lineas claramente definitorias, tuve el presentimiento de que ocultaba deliberadamente aspectos de su vida que podían no estar en consonancia con su realidad aparente.

La mujer no manifestó ningún desagrado al verme parado frente a ella, si esperaba algo más de mi que curiosidad. Y yo, frustrado en mi intento de obtener alguna idea sobre la que pudiese escribir en este blog, abandone la escena y penetré en el local.

Apenas si mantuve la concentración en lo que deseaba comprar o en lo que me ofrecían las estanterías. En mi cabeza, por más que lo intentaba, no podía pergeñar un esbozo mínimo de relato que, necesariamente, habría sido de ficción basado en las apariencias. Pero, ¿sería justo que lo hiciese? ¿Y si mis elucubraciones se excedían en considerar la vida de esa mujer el desecho que aparentaba? Era común que la mendicidad no siempre representaba la realidad que nos quería transmitir, y podía ser el caso.

Hoy, en mi ausencia de ideas que llevar a mi blog, escribo la crónica de una frustración. Porque frustrante es no poder conocer la realidad de una persona y ser consecuente con el sentimiento que te puede inspirar. Quizá me perdí la ocasión de encontrarme con un ser humano interesante que hubiese dado significado a la linea de la vida que está marcada en mi mano.

Nada

Me despierto inquieto. Son poco más de las 3 AM. Voy a la cocina. Tomo una bebida fría. Como unas galletas. Me enjuago la boca en el aseo. Orino. Me dirijo a mi escritorio. Me siento frente al ordenador de consola y lo conecto. Por unos segundo me quedo mirando los iconos del escritorio. Abro una imagen; es un rostro de mujer joven, la foto es de estudio, han resaltado sus ojos y boca. Es muy sugerente, y luego dicen que la mujer es dueña de su cuerpo. Es todo lo que puedo hacer y esperar de esa mujer, es ella la que me lo ha ofrecido. Le digo: «adiós, mi amor»,  y cierro la ventana, seguro de no haberla molestado. Abro Safari, mi navegador habitual. Abro un diario, otro y otro. Leo los titulares de portada, ninguno me invita a abrirlo y leer su contenido.Paso a otras cosa. El correo marca dos mensajes no leídos; son publicidad y los borro. Nadie me ha escrito, tampoco enviado un mensaje. 42 correos en la «Carpeta de no deseados», que envío a la papelera sin mirarlos.Borro el contenido de la papelera. ¿Qué me queda por hacer en el ordenador? ¡Ah, sí, mi blog! Lo abro. En el escritorio  todo es viejo, sólo se actualiza  el cuadro de estadística. El mapa del mundo aparece impoluto, sin manchas de visitantes, quién va a entrar en mi blog a estas horas… Podían hacerlo desde Suramérica, allí viven con seis horas de retraso, aún no han ido a la cama. Consulto «Ayer». «Bueno, esto es otra cosa», me digo. América casi al completo, países exóticos, algunos de Europa, China, mi fiel chinita de todos los días. «Tengo que escribir algo para mantener vivo este blog». Abro «Nueva entrada» , y en el título pongo «Nada».

Escrito lo anterior, estoy de acuerdo con el título, Son las 5:10 AM, v vuelvo a la cama.

Son las 8 AM. Releo lo anterior, ¿vale la pena dejarlo? Y por qué no, «Nada» es algo.

Camino, luego existo

 

Ya que de escribir no me como una rosca, ni sé el tiempo que ha de perdurar, para no parasitar, todavía,  a mi hija, a ésta le pido que me dé alguna faena a mi alcance.

Su casa es grande, el jardín grade y grandes las cosas que se pueden hacer para mejorar una y otro, y en muchos aspectos he contribuido.

“Papa, ¿te atreves a enlosar el camino que conduce a tu casa? Llama mi casa  a donde yo vivo, un anexo a la casa principal donde vive ella. Yo miro el camino, tiene 15 mtl,  mas dos en curva. Echo mano de la calculadora y sale que necesito colocar 280 losas de 30×30 cms, compactar el suelo, traer la arena en un carrillo de un terreno colindante situado a 60 mts.  Conozco el oficio por  haber sido constructor, pero de ver como se hace, de dirigir, nunca de haberlo hecho. El reto parece imposible para mi, a mi edad, con 100 kgs de humana constitución, pero me lo ha insinuado mi hija y, sin pensarlo,  le digo que lo voy a intentar.  El precedente de haber conseguido construir un muro de piedra y unas jardineras, también en piedra, me hacen suponer que el camino será más fácil para mi forma física . Craso error.

Comienzo con la primera losa. Antes me he preparado: guantes, banda para las lumbares y rodilleras. Ya con la primera losa me doy cuenta de la magnitud de lo que he aceptado. Colocar una losa es, si ya tienes el mortero preparado, poner la cantidad exacta de mortero en el cuadro donde ira asentada. A continuación se coloca la losa, te arrodillas como un árabe que reza, y con una maza se golpea hasta que consideras que está en su posición exacta, llagueas los espacios con mortero,  te incorporas, limpias cada fila terminada y prestas un segundos  para observar el resultado. Un toque de maza aquí , otro allá, y después de  estirar el cuerpo, que da muestras de entumecimiento, vuelves a empezar.

Lleva tanto tiempo cada losa que sólo consigo colocar 12-16 cada día. El camino ya esta en su tramo final. Ahora se añade un paso más. Con losas cuadradas no puedes pretender la cuadratura del circulo. El camino termina en curva y rampa, has de cortar las losas para adaptarlas a la figura geométrica. Estoy en el comienzo de la curva, ímproba labor de puzzle.

Mi perrita Lola se pasea por el camino y parece, en la foto, observar la alineación. Está satisfecha, con  el camino enlosado no ha vuelto a pisar la tierra.

Todo esto que llevo escrito podría ser un pretexto literario,  pero son muchas las camisas sudadas, mucho dolor de espalda, el propósito de no rendirme, satisfacción y orgullo, que no vanidad, nada de eso ha sucedido escribiendo. Por eso, este testimonio de mi otro quehacer diario pretende significar que mi existencia actual sigue teniendo una justificación.

Detalle del avance t perspectiva que incluye la jardinera depiedra

A vueltas con los ochenta

Mi lector, El Ente Cibernético, hace un comentario a propósito de mi entrada «Ochenta años no son nada». Con las pocas luces de un despertar forzado por un cuerpo dolorido y las ganas de orinar, a la 4 AM me dispuse a responderle. Llevaba 45 minutos escribiendo, tenía en el escritorio dos páginas abiertas y ordené que desapareciera una. Y ocurrió que eliminé la que estaba utilizando para responderle al amigo cibernético. Estaba somnoliento, no era el mejor estado para responder, y lo dejé para esta mañana con el propósito de responder con coherencia.

Ya lo preguntaba, ¿por qué te llamas «El Ente Cibernético”, eres un robot avanzado? A mi me es igual si lo eres, desde que vi a «Sofía», esa maquina perfecta creada en Hong Kong para hacer compañía a tímidos y solitarios e incapaces de una relación sexual con algo con hueso y carne, ya me da igual si usas sangre o aceite lubricante.

Ya leí algo sobre la obra de la Beauvoir, «La vejez». Le concedo el derecho a opinar con sus setenta y pico años. Lo dije en otra entrada anterior: sólo los viejos pueden opinar sobre la vejez. Y tiene razón al decir que esa opinión es variable, que cada individuo tiene la suya. También te doy a ti la razón cuando sostienes que la vejez se manifiesta ora en el cuerpo, ora en el alma, o en ambos a la vez. ¿Que edad tienes? Lo pregunto para validar o no tu opinión, porque si tienes por debajo de los setenta, seguramente lo has leído en alguna parte.

Dices que me repito al tratar el tema de la edad. Mira, ochenta años es una putada. Hasta le han puesto nombre: ochentón, octogenario. Es como decir, ¡eh, tío, estás en la frontera del al otro lado nada! Si no me quejo es porque soy un insensato que me he sugestionado con la edad que me «echan» los demás: «no tienes muchos más de setenta», dicen. Aún así, esa edad biológica tampoco es para tirar cohetes. Podía contar muchas cosas que me pasan, pero me da vergüenza y rompería el sortilegio que condiciona la opinión de las damas.

Lo que utilizas de Agustín Lara es una pasada, hasta a mí me ha puesto cachondo, lo utilizaré según el caso, pero eso de que «cada noche un amor», es una entelequia de visionarios

Merecías, amigo robot, o lo que seas, una página especial. Si me ha quedado algo por decir, quizá lo mencione en las próximas entregas sobre el acontecimiento cercano de mi cumple. Ochenta años no son nada… ¡Y un huevo!

 

Ochenta años no son nada

Google es un prodigio, tiene todas las respuestas, muchas reales, bastantes ilusorias aunque imaginativas.

A 18 días de cumplir 80 años, se me ocurrió utilizar una variable de la canción «20 años no son nada»,  y le pedí a Google que me buscara «ochenta años no son nada». Esperaba alguna patochada de algún visionario que a todo le busca una razón trascendente como que «no te preocupes, estás en la flor de la vida». Pero no, a esa pregunta Google me muestra en primer término a una pendeja que va a cumplir 80 años y decide aprovechar el tiempo que le queda para cumplir con un sueño: Con una caravana tipo motorhome se propone viajar por Suramérica sin fecha límite.

Aquí podéis verla dando explicaciones.

Bueno, o la señora está pirada o ¿qué cojones hago yo que no la sigo a rueda? Mi proyecto es más sencillo, he tenido en cuenta las limitaciones y, desde luego, para nada se me ocurre decir que 80 años no son nada. Yo pensaba ir a Suramérica, a unos países sí y a otro no, un tour programado, con hoteles anclados en la tierra y, eso sí, solo, salvo que me encontrara una moza, una chamaca o una piba con edad de merecer que quisiera acompañarme, gastos pagados, que no lo haría de otra forma.

Ahora me encuentro con esto de esta motera,  y lo mío me parece una aventura de viejo, carne de crucero de lujo. Y no sé si esta tía me está  llamando gilipollas, pero su testimonio  me está sumiendo en la duda: ¿Por qué no la imito?

 

La vejez

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*Pulsa en la referencia anterior para escuchar el video.

Pareciera masoquismo que yo, a 20 días de cumplir 80 años, incorporara este video a este blog, en el que priman los contenidos imaginativos sobre diversas cuestiones. Y si digo que es masoquista  es por el simple hecho de sentir que falta una de esos rostros: el mío.

Hablar de la vejez, el único que puede hacerlo es un viejo.

Sobre la vejez no se puede tener fantasías; es una realidad. Hay personas que ocultan esa realidad actuando sobre su cuerpo, especialmente su rostro, con toda clase de métodos de rejuvenecimiento. Los resultados no evitan los años que tienen, las carencias de todo tipo que impiden retrotraerse a los años jóvenes, a los que gráficamente llamamos los 40, los 50, los 60, incluso los 70 que comienzan. Si la salud acompaña, se puede vivir una vida de apariencia, ajustando tus inquietudes, tus proyectos, tus anhelos, ti vida sexual, etc. ,  a la edad en la que te van cantando el » el feliz  cumpleaños» , con 40, 60, 70… velas. No nos damos cuenta, pero cada vez nos cuesta más apagarlas todas. Estas velas encendidas representan otros tantos hitos en tu vida, cuando las apagas, apagas el pasado, serán los amigos, la familia los que te lo recordarán a la vez que que te invitan a apagarlos.

Repaso canciones que hablan de la vejez, en general con la nostalgia como argumento, como Los Hermanos  Martinez  con  «Recordar es vivir», Los Panchos con «Como han pasado lo años» con su posverdad,  en la que pareciera que la edad les ha traído una cuota de felicidad extra por el amor in  crescendo con tu pareja. En ambos casos, y se podría referir a todos, al viejo sólo le queda el disimular que su realidad  le lleva a llorar de nostalgia o a mentir sobre el estado de su corazón, y no precisamente al estado cardiaco de esa víscera.

Al hijo de puta que ha hecho esas secuencias en la vida de personas que alcanzaron la fama, que en alguna ocasión amamos o admiramos, le pediría que a un masoquista como yo no se le puede tentar con una composición en la que falta mi cara, porque, en pura abstracción, lo que ha conseguido es que de mi realidad haga simplemente literatura.

 

 

 

 

Erotismo impostado

Dice la RAE sobre impostado: Artificial, falto de naturalidad, fingido. Alegría impostada.

En  muchas ocasiones, que no aparecen aquí, recibo comunicados de mis lectores y lectoras. Lo cierto es que ellos son siempre comedidos y ellas casi siempre con algún exceso verbal. Me referiré al caso que una de estas lectoras  ha puesto en mis manos para que me vea tentado a comentarlo.

Hago un extracto del correo recibido, en la seguridad de que vuestra imaginación suplirá las lagunas. ¿Por qué hago esto y no lo transcribo literal? Pues porque si alguna intencionalidad llevaba implícito, esa sólo me pertenece a mí. Seré, pues, reservado con el fondo y analítico con la forma.

Si un hombre y una mujer o dos del mismo sexo intercambian mensajes eróticos, será por dos únicos motivos: a) que quieran hacer del tema un ejercicio literario, b) que quieran poner a prueba la predisposición del contrario. Una pareja consolidada no escribe esas cosas, las ejecuta.

El correo recibido es de alguien próximo, que me conoce. Ayer me sorprendió con un texto que incendia hasta a un viejo como yo, a un mes de cumplir 80 años. Seguramente correos anteriores, de contenido ligero, tirando a ambiguo, propiciaron que mi corresponsal pensara en un regalo de cumpleaños apropiado para mí. Con algún alucinógeno como catalizador, el texto es de tan alto contenido erótico, y en el que suponía los dos éramos protagonistas, que resulta inverosímil si no lo encuadramos en la esfera pornográfica.

En su preámbulo ella supone que estoy solo en casa, se acerca a la puerta y toca el timbre intercomunicador. Pregunto quién es y me responde: «soy yo». Sin cita previa, mi corazón se acelera. «¿Cómo, tú?» «Abre, te traigo un regalo de cumpleaños», responde. Abro la puerta  incrédulo y allí está ella. Mi primera sorpresa es al ver de la guisa que viene vestida: un vestido cruzado en el pecho, sujeto al cuerpo por un cinturón atado con un lazo a la cintura. Le llega algo por encima de las rodillas, lo que permite ver la medias de rejilla que lleva, y unos zapato de tacón de aguja de 10 cms. Los labios pintados de rojo intenso, resaltan su carnosidad, el largo pelo negro,  lacio, caído mitad por delante y la otra mitad a su espalda enmarcan su cara luminosa. Sonríe. Es la viva estampa de un servicio sexual uniformado a domicilio. «¿Qué haces aquí, y vestida de esa forma?», le digo saliendo de mi estupor. «Calla», me dice agarrando mi cabeza por detrás y acercando su boca a la mía. Nos fundimos en un beso apasionado, las lenguas protagonistas, yo no la rechazo. A punto de desmayarme, ella toma la delantera entrando en la casa y tirando de mí cogida de mi mano. «¿Dónde tienes el dormitorio», me pregunta, mientras mira a un lado y al otro tratando de encontrarlo. «Por ahí», balbuceo. Entramos, se vuelve hacia mí, se desata el cinturón y el vestido se abre como la bata de una enfermera. Me quedo extasiado mirando aquel cuerpo, ya sólo tapado por unos pantis negros, las medias a medio muslo y un sujetador mínimo del que pugnan por escaparse sus pechos. Me toma una de mis manos y la aplasta sobre  uno de ellos, mientras baja la otra hasta mi entrepierna palpando mis genitales. «Vaya, estás ya en forma, viejo». Le perdono lo de viejo por haber conseguido el milagro.

Las siguientes secuencias son las habituales en un texto de alto erotismo y que todo el mundo conoce o ha practicado, no necesito ser explícito, ni «50 sombras de Grey» es tan osado.

Hasta aquí el suceso en síntesis. Lo que sucedió después de agotados todos los métodos de obtener placer, no lo cuenta. El ordenador se queda parpadeando tan incrédulo como yo. Releo el mensaje y noto que ya estoy en calma, que ya no me produce el mismo efecto que la primera vez, sucede con la pornografía. Lo cierro y me voy a la cama. Con la luz apagada, aparecen en mi mente las imágenes sugeridas en el correo de aquella mujer. Mi cuerpo reacciona y me pide que desahogue de aquella tensión dañina. Saboreando cada escena, doy cumplimiento a lo exigido. Las imágenes no quieren irse, pero mi mente ya es racional y, por tanto, analítica. Lo sucedido no me lo creo. No soy tan fatuo como para creerme que aquello es el preludio de una pospuesta oferta real. Casi le doblo la edad y, en todo caso, no creo que yo pudiese responder adecuadamente.

Hoy, a primera hora, en un mensaje ella me dice: «Estoy avergonzada, borra ese mensaje de tu ordenador, fue la consecuencia de unos porros que me fumé, pura fantasía»

¿Avergonzada? ¿Porros, fumar porros pone en marcha el subconsciente en ese sentido? ¿Y avergonzada por qué, del consciente o del inconsciente? No se avergüenza uno de pensar y luego se arrepiente. Y si fue del consciente, ¿qué había de real en aquel texto?

Le respondí que no me resignaba a que aquello hubiese sido el efecto de fumar unos porros, que lo iba borrar del ordenador, pero que difícilmente podría borrarlo la memoria.

Muy a mi pesar, me quedo que aquello fue un juego impostado. Probablemente el efecto alucinógeno de los porros causo aquella desinhibida actitud de mi corresponsal, y pasado el efecto se sintió culpable. Una lástima, su refinado conocimiento del medio la convierte en un inevitable objeto de deseo. Y en esas estoy.

 

El otro idioma de la vida

Y sin embargo existe un idioma, el de los sonidos, que llamamos onomatopeyas. Cientos de palabras que describen lo que oímos: los ruidos de la calle, aquellos actos sonoros que provocamos, el lenguaje de los animales… Todos los idiomas tienen su apartado de onomatopeyas con diferentes grafías. que al ser pronunciadas las identificamos con el sonido que imitamos.

Aquí construyo un texto que no sería normal por el exceso de onomatopeyas, pero se puede ver que es perfectamente posible escribir un texto inteligible con esas palabras que usamos pero ignoramos.

 

¡Tic-tac!, escucho el incansable reloj. Me levanto, he oido ¡toctoc! en la puerta. Abro, alguien me recibe con un ¡muac!  a distancia, inesperado, luego su ¡jijiji! me confunde. En la calle oigo el  ¡boom! de una explosión y y ¡ratatata! de una metralleta. Un atentado, pienso. Un ¡bang! seco de pistola,  y el silencio, el terrorista debe haber muerto. El que acaba de llegar cambia el ¡jijiji! por un ¡jojojo!, la que hay liada ahí fuera, dice, suena ¡ninonino!, es una ambulancia que llega.  ¡Jejeje!, a ese hijo de puta lo han fulminado , dice el recién llegado. ¡Ups!, llegaré tarde al trabajo pienso, un fuerte ¡crac! me devuelve a la situación, el visitante saca una pistola que hace ¡clic!, apuntándome, parece descargada. ¡Cofcof!,  toso asustado. ¡Chisssst!, me dice el visitante, y un ¡paf! en mi cara, ¡aay!, pronuncio, ¡baah!,  no es para tanto, dice el individuo, el despertador programado se pone en marcha, son voces de animales, ¡auuuu!, es de un lobo lejano, ¡beeee! una oveja llama a su cría, ¡kikiriki! reclama un gallo la posesión del corral,  ¡guau! ladra un perro solitario, ¡muuuu! se lamenta una lastimera vaca, como fondo, muchos ¡pío! ¡pío! de pájaros. El visitante, alza la voz, ¡puaf! ¡puaj!, ¿qué coño es eso, tienes aquí una granja?  Bueno, me voy, ¡abur!, estás jiñao y se ríe con burla, ¡jojojo!… ¡Uff!, exclamo aliviado, cierro la puerta, ¡uuy!, es  verdad, me he cagado.

Sueño, luego existo dos veces. Cuento

Que disponemos de dos vidas es evidente. De los sueños está ya dicho todo, y no voy a incidir en su descripción neurofisiológica, tampoco en la interpretación de los sueños en general y de alguno en particular, como éste que he tenido.

Esta pasada noche tuve un sueño, y antes de que lo olvide, lo voy a perpetuar en este blog para que lo interpreten mis lectores y las generaciones venideras. Porque es un sueño muy particular, diría que irrepetible en subconscientes ajenos al mío. Me gustaría tener una explicación, y a ello invito a quien se atreva.

Acostumbraba un hombre de la tercera edad a ir a la peluquería cada semana. Que le afeitaran, le quitaran los pelillos de las orejas y de la nariz y que le arreglaran el pelo, ya poco, de su cuero cabelludo. Cada dos semanas, que le arreglaran las uñas y que le aplicaran un masaje facial para, en lo posible, corregir las  arrugas.

Era un buen cliente, dejaba propina, pero era muy exigente. De dos peluqueros, un hombre y una mujer, pues la pelu era unisex, mi hombre siempre era tratado por el peluquero para cuestiones relacionadas con el pelo, y por la peluquera para arreglarle las uñas y darle el masaje facial.

El día de autos, el hombre entra en la peluquería y pregunta si están al día de un método novedoso para atender a los clientes de las peluquerías, que…

El peluquero le interrumpe diciendo: «sí, caballero, estamos al día en las técnicas más avanzadas, pero en aquí aún tenemos  que experimentar lo último en la técnica de alta peluquería»

«Pueden experimentar conmigo -dice el cliente-, soy un fan de la técnica que nos facilita la vida para mejor».

«De acuerdo. Le explicaré someramente en qué consiste, y si quiere que la utilicemos con usted, tendrá que firmarnos este protocolo de exención de responsabilidad por nuestra parte».

«Bien, ¿dónde hay que firmar? Se puede ahorrar explicármelo, adelante».

«Muy bien, pero debo decirle para qué hacemos cada paso, seguros de que nos preguntará».

«Pues empiece, que estoy en ascuas».

«Venga conmigo al servicio (excusado, toilette, baño, water), que por razones obvias  entenderá».

El cliente sigue al peluquero y los dos se pierden dentro del habitáculo para cuestiones íntimas.

«Bájese los pantalones»

«¿Para qué?»- pregunta el cliente.

» Sabía que lo preguntaría. Tengo que meterle este sensor por el culo. El sensor irá conectado vía wifi con un ordenador que programará el tipo de corte que nos indique. Se cubrirá su cabeza con un casco como los que se emplean para el secado del pelo, y en cuestión de un par de minutos se habrá realizado el corte con absoluta precisión».

«Parece muy grande ese sensor, ¿Me dolerá?»

«No se preocupe, va lubricado». Bueno, ahora que lo sabe, ponga el culo en pompa, como si fuese a recoger algo del suelo sin flexional las rodillas».

«¿De dónde viene este invento?»

«De la china, como casi todo lo novedoso»

El cliente hace lo que le indica el peluquero, y éste le introduce el sensor, de diez centímetros de largo por tres de diámetro, por el ano hasta quedar completamente sumergido en el recto. El cliente se queja al principio, pero luego parece que hasta le gusta, porque por todo comentario, dice: «estos chinos están en todo».

«Ahora salgamos a la sala para ponerle el casco y encender el ordenador, que programaremos según su deseo y comenzará a enviar órdenes al casco.

«Lo que no entiendo es cómo el sensor envía las órdenes al ordenador desde esa parte de mi anatomía».

«Muy sencillo, en el culo, perdón, en el recto, tenemos los terminales sensoriales más complejos. Usted piensa qué corte de pelo desea. El cerebro envía órdenes, y éste las transmite al ordenador. Una aplicación en el ordenador las programa y las envía al casco, que las ejecuta». Bueno, túmbese en la camilla de masaje, que por razones obvias sería molesto que se sentara.»

Y el sueño se interrumpe. Tengo un espasmo doloroso en mi ano. Lo primero que pienso es que esa segunda vida de los sueños te convierte en un ser inane   del que se puede esperar cualquier aberración, en este caso por culpa de los chinos que nos han comido el coco, cerebro para los que desconozcan la palabra.

De lo que releo de Freud y la interpretación de los sueños no sacó una conclusión que pueda adaptarla a este mi caso. Dice Freud que «los sueños son una realización alucinatoria de deseos y por consecuencia, una vía privilegiada de acceso al inconsciente, mediante el empleo del método interpretativo fundado en la asociación libre de los símbolos más importantes del sueño».  (Wikipedia). En todo caso mi deseo sólo pasaría por ser un fan de la técnica, aunque me quede la duda por qué mi inconsciente eligió mi culo.

Sí, algo tendrá que ver con mi reciente operación de colon, detalle que os facilito para vuestra interpretación.

El escritor y su dolor de espalda

Son las 4 A.M del viernes, 23 de 2018. Un sueño interrumpido por haber agotado todas las posturas en la cama. Si los huesos duelen, creo que son los huesos los que me piden que me levante, quizá suponga un alivio. Me levanto y me dirijo a la cocina. Preparo una bebida caliente con cacao y un par de pastas de la navidad anticipada. Mientras  tomo la humeante bebida, mis ojos, aún sin abrir del todo, buscan alguna imagen inédita donde posarse. Se sumergen en el sueño que acabo de tener.

Unas mujeres aparecen con rostros intercambiables. De forma imprecisa parecen  reunidas en semicírculo, en conciliábulo secreto. En el centro geométrico está un viejo escritor al que van a juzgar.

Una de ellas toma la voz para decir: «este estúpido nos ha utilizado, nos ha convertido en personajes de ficción sin medir las consecuencias, consecuencias para nosotras, que en una mezcla de realidad virtual y otra claramente inventada, ha supuesto que éramos sus personajes literarios. A mí, personalmente, me duele porque lo tenía por mi amigo del alma y me ha roto el corazón, ya que llegué a quererle mucho.

Mientras la que habla para beber un sorbo de tequila, otra toma la palabra depositando en la mesa un porrón lleno de vino que acaba de elevar sobre su cabeza para beber. Carraspea, enseña un libro, dice que lo ha escrito ella y que el reo que tienen delante, con desfachatez,  lo ha cuestionado como infumable. Sigue diciendo: «nosotras sí podemos decir que somos escritoras, no utilizamos amigos para ponerles  máscaras que los conviertan en personajes degradados de ficción a nuestro gusto, o mal gusto. Este individuo merece que  desterremos de nuestra lectura habitual lo que venía escribiendo». Descansa de su parlamento y vuelve a escanciar el porrón, del que ya sólo quedan unas gotas. Balbucea unas palabras ininteligibles, quizá palabrotas.

Otra,  sin rostro irreconocible, aprovecha para sustituirle: «Me siento estúpida -dice- Nosotras somos las estúpidas al dispensarle nuestra atención. Somos para él sólo materia literaria, de la peor  especie. Y para disimular, dice que nos va  a sacar de una maleta que pretende llevar en un último viaje. Este cretino cree nos íbamos a conformar con ser papeles para echar en su papelera. Propongo que le ignoremos o que le condenemos a ser desenmascarado como impostor en todas las redes sociales, sus escritos han dejado de interesarme ni como ideas para  mis creaciones. Calla y toma una taza de infusión desconocida.

La que aún no ha hablado, levanta la voz con tal fuerza, que las demás  la miran atemorizadas. Se acompaña con un golpe en la mesa y dice: No hay derecho, no tiene derecho a sumir en el desconsuelo a una de nosotras, y no me refiero a mí, que soy fuerte como un roble. Nosotras podemos aguantar sin quemarnos con sus invectivas pseudoliterarias. No perdamos más tiempo con  este escritorcillo del tres al cuarto y sigamos con los verdaderos escritores consagrados como referentes cualificados para todo escritor novel, como somos nosotras, pero con un futuro prometedor, y no como este individuo claramente acabado». Un silencio acompaña a este último parlamento, la que acaba de hablar le pega un chupetón a una especie de pipa, con contenido sin identificar.

Interviene el reo, pide la palabra en su defensa. Todas se miran buscando la aprobación unánime. «Habla», dice una de ellas. Las demás callan en forma de asentimiento . El escritor, sin levantar la vista, dice: «yo os quiero a todas por igual porque todas me habéis acompañado cuando me sentía solo. Siempre he sido condescendiente con vuestras singularidades, a veces difíciles de llevar. Pido perdón por haberos utilizado. Un escritor está siempre a la búsqueda de ideas, pero éstas no siempre aparecen. Su condición le impulsa a echar mano de cualquier cosa. A veces hasta haría literatura de su padre, convirtiéndolo en un borracho maltratador, si no tuviese nada mejor. A vosotras no os he tratado tan mal en mi desfiguración de vuestras realidades.  Sí, eso de sacaros de mi maleta en mi supuesto último viaje, además de macabro, suena a desprecio. Pero no era tal. Con ello quería significar que mi último viaje no tiene por qué ser el vuestro, y de llevaros conmigo, en el último momento sentiría la angustia de haberos arrastrado al abismo. Vuestro camino está lleno de promesas, yo ya no tengo esperanza. Os pido que no me dejéis como un estúpido, casi prefiero que digáis que soy un cabrón».

Si iba a continuar, el sueño se interrumpe con un fundido en negro. me duele la espalda, he de orinar y me levanto. Hubiese querido un desenlace, me habría servido para escribir algo, pero sin desenlace no hay historia. O sí, puedo inventarlo mientras me ducho; no sería la primera vez.

Son las 5:14 A.M, parece que la espalda ya no me duele tanto, voy a ver si consigo dormir un par de horas. Quisiera soñar con un prado verde lleno de vacas blancas pastando, ajenas al mundo y sus incoherencias.

Las 8: 30 A.M. He conseguido dormir dos horitas. Repaso lo que escribí de temprana madrugada. Todo, más o menos, sucedió así en mi sueño. Sólo olvidé que en aquel lugar había un público heterogéneo que aparecía y desaparecía sólo para mostrar su agrado o desagrado con lo que escuchaba, poniendo el pulgar hacia arriba o hacia abajo al estilo romano en los circos. El escritor no tenía en cuenta sus gestos, estaba  acostumbrado a  ser sólo estadística en su contador de lectores.