San Valentin

Pues eso, que hoy es el día de San Valentin, y al decir de los enamorados, su patrón. Pobres enamorados que necesitan de un empuje para manifestar que se aman. Menos mal que sólo es un día al año y no no hay mal que cien años dure, porque no quiero imaginar que dos enamorados se tuviesen que intercambiar flores, libros, una cena romántica cada día, y qué digo cada día, cada vez que se encontraran en el salón, en el pasillo, en la cocina de la casa. «Amor, toma esto en prueba de mi amor». «Y tú, mi cielo, toma esto en prueba del mío». Y luego se besaran, con mayor o menor pasión. Qué dependencia, señor! Y sin mencionar la noche, en la que ambos estarían obligados a cumplir.

Vale, San Valentín es un santo que hizo cosas para ser santo, y aunque han pasado muchos años para tenerlo como el patrón de los enamorados que necesitan, por lo menos una vez al año para renovar sus votos, ya las firmas comerciales se encargan de recordárselo. En ocasiones, a algún despistado como yo, le llega un correo con un «Hoy es San Valentín, José…»,  y yo dejo todo para ir a comprarle un huesecito a mi perrita Lola, a la que amo. No soy tan escéptico como parezco.

Iba a terminar ahí, que al releerlo por si faltara alguna coma, recordé a los que un día como hoy el amor es un recordar amargo.  Y para ellos este poemilla mío que no dice nada y lo dice todo, según para quien lo lea.

Golondrina,

¿Dónde has estado?

¿Qué otros nidos visitado?

¿Qué otros cantos escuchado?

Dejaste mi corazón enamorado,

¿Lo sabías?

(JDD. 2000)

Pues nada, San Valentín proveerá.

Mario

 

Hoy voy a escribir de Mario

Mario no es un personajes de ficción, aunque, por sus características, cualquiera que no sea yo podría muy bien considerarlo. Mario es tan especial, que muchas veces pienso que no es de este mundo. Sí, porque acostumbrados estamos al prototipo del hombre perfecto, modelo de virtud y también prototipo de hombre cúmulo de imperfecciones, de vicios. Prototipo no es aplicable a Mario, a una cualidad de Mario, que de serlo, sería cambiante según qué circunstancias. En cambio, estereotipo sí podría ser una buena definición, por cuanto se refiere a algo inmutable. ¿Pero inmutable en qué, a qué condición tendría que referirse, a que es perfecto, un modelo de virtud, un cúmulo insuperable de vicios? Llego aquí con la duda de que exista una palabra que defina sin ambages a Mario. ¿Y eso importa? Aunque existan muchas personas que le conocen y surja de sus bocas espontáneamente una definición, cada una de ellas escogerá la que más le acomode. Será, en definitiva, mejor que muchos y peor que algunos pocos. La esencia de Mario es indefinible por principio, Mario está muy por encima de poder ser catalogado. O quizá sí, pero no podré hacerlo yo, que soy su padre.

Mario, mañana cumples medio siglo de vida, y lo que sí quiero y puedo decirte es que te quiero como eres. No cambies, sólo podría ser para peor.

Que tengas un buen día, hijo.

Del asombro a la infinita tristeza

Las fotos aquí mostradas corresponden a otros momentos de la historia de una niña, sí, una niña que tenía sólo, digo bien, sólo 5 años cuando dio a luz a su hijo. Un buen tema para un escritor de ficciones, salvo que éste lo sería de un ser real. Ya están otros que lo están intentando,  por seguro  que mientras se frotan las manos pensando en el botín de lo que suponen sería un best seller.

Quiero creer que las fotos son reales y no un fotomontaje. El artículo periodístico de donde las he extraído parece verosímil, «Lina Medina, una madre a los 5 años, autor Martín Mucha», que se esfuerza en darnos pruebas de no ser una invención. Como le creo, y aunque sólo sea porque se añade a otras historias igualmente reales e igualmente inverosímiles, rescato aquí un poema que escribí hace 16 años. No recuerdo si fue inspirado por algo similar. Debió serlo, porque mi mente no es tan sucia como la del dios que lo permitió

Maldita sea tu mano todopoderosa,
Que no libera a tu hija predilecta…!
Incestuoso intento de gozarla…
Si yo poseyera toda la palabra del Universo,
Te sentenciaría a escucharme eternamente…
Hasta que te durmieras en la matriz de una loba…
Hasta que todos tus sueños fueran las pesadillas de los hombres…

Hasta que gritaras «¡Basta!, me rindo!».

Escapa, niña, a sus intentos.
Vuélvete arena entre sus dedos.
Llena el mar hasta que surja una isla.
Deja que de ella tomen posesión las mariposas.

Préndete de sus patas y… ¡vuela!
No es un grito lo que escuchas;
Es mi alma que repta hasta mi boca
Y araña mis entrañas;
Es el dolor de no sentirte.
(JDD 2001)

Lina      

actualmente, con 84 años recordando

Todo cambia, nada permanece

Me despierto, son la cuatro de la madrugada. Abro el ordenador.  Leo en los medios digitales  que el cometa  McNaught, de 90 kms. de diámetro, ha chocado con un cuerpo errante y había desplazado su trayectoria de la calculada con margen de error cero    por los astrónomos. Dejo el ordenador y conecto la televisión.  Un solo tema. No han verificado aún la nueva trayectoria, tomará tiempo, pero avanzan que podría dirigirse a la Tierra. Se consultan otras fuentes que están implicadas en el seguimiento y todas silencian  lo que se intuye como el fin de este mundo. Presidentes, primeros ministros de los países con tecnologías avanzadas, se dirigen con urgencia  por televisión a sus ciudadanos. Intentan tranquilizarlos. Hoy estos países disponen de cohetes con carga nuclear capaces de destruir cualquier objeto intruso que amenace la Tierra, y así se hará si el cometa llega a suponer el peligro que se le atribuye. Otros, en cambio, no parecen tener interés en minimizar la catástrofe y auguran, cuanto menos, una destrucción masiva del 90%. Más, incluso, que el precedente de los dinosaurios.   Pasa el tiempo y con él la actividad frenética de la información. Por un momento pienso que debo estar soñando con esa película que ya he visto. Pero no, no estoy soñando, porque miro el reloj  y compruebo que marca los segundos. Porque me acerco a un jarrón con flores, y percibo su perfume. Una mosca revolotea cerca de mí y oigo el aleteo de sus alas. Todas las cosas están en su sitio, los muebles, los cuadros, mis libros… En los sueños no existe la precisión porque todo parece cambiante .

Ahora mis pensamientos están tratando de comprender la situación, el final de la vida, al menos la de este mundo, y que con suerte se salvará una pequeña porción no identificable con un ser humano. Si sucede lo que parece inevitable,  yo, mi familia, mis amigos no estaremos vivos después del impacto. No me detengo en pensamientos que podrían  aliviar mi inquietud del momento, como tomar prestados los que otros estarán considerando: la vida después de la muerte, el cielo prometido, la reencarnación y cualquier otro que relativice la muerte y con ella el fin . En cambio si me afirmo en la convicción de ser producto del azar, un azar que ahora no respeta lo que yo desearía, algo más de vida para mí y para los seres que amo, y también, por qué no, para el resto de la humanidad, que se estará preguntando para qué le dieron un poco de existencia, un destino absurdo, que sólo se justificaría si no fuésemos otra cosa que una consecuencia más del universo caótico en el que todo cambia y nada permanece.

Ya han pasado las horas, los días, siglos y aún el cometa no ha chocado con la tierra. Y yo, un ser atemporal, pronosticando que será en cualquier momento.

Amaia

Magia, apoteósica, sublile, alucinante, increible, dulzura, puereza, sentimiento puro, desgarro en el corazón, dolor, alegría, calor, hipnotiza, única, diosa, fantasía, maravilla….

Esos y otros muchos adjetivos de parecida expresión de admiración no son sinónimos de un diccionario de sinónimos, son las expresiones que Amaia ha provocado en los que han seguido su aparición en Operación Triunfo, un reality de laTelevisón Española. ¿Y quién es Amaia? Amaia es una concursante hasta ahora desconocida que hace tres meses se presentó a un casting esperando ser elegida. Tenía 18 años, ahora 19, y fue elegida con otros 16 chicos y chicas para pasarse 3 meses en una academia ad hoc, donde serían formados por un elenco de profesores de diversas disciplinas relacionadas con la interpretación musical. Amaia desde el principio destacó por esos calificativos, absolutame merecidos en cada una de sus actuaciones. ¿Y cómo era posible tal portento, y hasta milagro humano, que alcanzara la excelencia de un personaje literario de ficción? Porque no concivo que exista una persona real que pueda acaparar tantas bondades, imposible sin ninguna mácula que la acercara a un ser humano, que tiene que ser necesariamente imperfecto para no ser considerado un mito. No me gustan, no creo en los mitos, y para que Amaía fuese sólo un ser humano,  alguien tenía  que intentar romper esa cadena de elogios interminables. Y lo encontré. Ese alguien dijo de ella: «Es pura bazofia».  Después del shock, me repuse al recordar una frase célebre de Voltaire: «Los prejuicios son la razón de los imbéciles¨. Pero en ese momento no tuve claro el significado de Prejuicio, y me fui a la RAE. La Real Academía de la Lengua define «Prejuicio» asi: «Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal». Podía ser, y yo tenía que añadir algo más: y que pretende brillar por encima de los demás con luz que no tiene.

Pero gracias a ese imbécil había conseguido que Amaia fuese para mí un ser humano y no un mito, y como tal, hacer posible que, a partir de ahora, crea que no todo está perdido, que ocasionalmente un ser humano puede reivindicar el derecho a vivir, y con él todos los demás, aunque entre ellos haya algún imbécil.

 

 

Billy Elliot, semblanza

Acabo de ver la película Billy Elliot, año 2000, premiada con tres Oscars, varios Globos de Oro, un sin fin de Baftas, y yo me la había perdido.

Reír, llorar, mantener un interés expectante desde el primer fotograma. Eso es Billy Elliot. Una historia sencilla para unos personajes normales. Sin embargo, mientras la miras intentas que la historia se acomode a lo que esperas, o más bien a lo que que deseas que suceda. Y no hay sorpresas. Un niño que tempranamente descubre lo que quiere ser. Rodeado de incomprensión, los prejuicios, la precariedad familiar, el intento del padre de imponer la razón de sus testículos, no es suficiente para torcer el destino de Billy. Y no voy a seguir para no pecar de spoiler.

Pero no creo anticipar ningún clímax de esta película excepcional, si me ciño al relato de las sensaciones que me ha producido.

Cuando una película es como una ventana por la que te asomas y ves una realidad, sea ésta amable o cruda, es como si te sacara de tu mundo anodino, sin entrar en otro igualmente anodino,  para vivir algo lleno de vida, es una sensación,

Cuando una película te permite posicionar tu criterio sobre ciertas actitudes humanas y el mensaje que recibes es «no tengas dudas, tú piensas así», es una sensación.

Cuando una película te recuerda que si tú hubieses persistido en realizar un sueño, probablemente lo habrías consegido, es una sensación.

Cuando una película te hace llorar como llora uno de sus personajes, no sólo con ocasión de sentir frustración, sino cuando lo hace por un sentimiento de orgullo, es una sensación.

Cuando,  se termina la película y en un sólo fotograma el clímax que logra te inunda de satisfacción, es una sensación.

Es suficiente para guardar una película que quizá nunca más vuelva a visionar, pero es igual. No he vuelto a releer libros que me causaron sensaciones, porque de forma recurrente vienen a mi memoria recordando las  que me produjeron. Vale la pena que este ejemplo sirva de guía para los que fabulamos historias, porque es frecuente que esas historias sólo causen sensaciones a los que las escribimos.

P.S. Y despues… de ver la peli Billy Elliot con las sensaciones a flor de piel, veo el musical basado en la misma historia. Lástima de subtítulos, no la he encontrado versionada en castellano. Aún así, quiero verla. Supuse que el musical me daría otra dimensión de la que adolecía la película, escasa  en escenas musicales.

Y el musical vaya si dio cumplida cuenta de este aspecto. Qué decir de esta nueva experiencia… Dos horas y media en un mar de lágrimas, lágrimas de emoción, que no fluían por esa condición de ser ya muy mayor y que vivo de nostalgias. Explicar qué nos emociona del arte es una pretensión fatua, porque del arte podemos decir por qué es arte, pero nunca por qué emociona, y no siempre todo lo que es arte emociona y a todos los que lo contemplan. Invito a ver la película y luego el musical. El inglés puede ser una barrera en este último, pero bastarán las imágenes para emocionarnos. Bueno, al igual que en el arte en general, no siempre a todos.

Génesis de mi novela

Hace ya un siglo, y me parece que fue ayer, que escribí vuestra historia, Raquel, María. Al niño no me dio tiempo, murió antes de darle un nombre. Fue mucha la pasión que despertasteis en mí, a veces me hicisteis llorar. Acababa de iniciarme en una inquietud largo tiempo postergada: escribir. No me conformaba con utilizar la escritura como medio de comunicación. Los foros más o menos literarios,  los primeros intentos de unir palabras para construir pequeños relatos, correos personales con colegas igualmente inquietos sólo aplazaban cumplir con un deseo.

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¿Filosofía?

Una amable amiga, coleguilla en esto de emborronar virtuales hojas de papel,  lectora asidua de mis cosas, me llena de rubor cuando me declara su filósofo preferido. De rubor, sí, porque en ese sustantivo yo creo entender todo lo que significa.

En principio, mi amiga me atribuye una dedicación de mi pensamiento: filosofar. Pero filosofar es una actividad del pensamiento  que intenta comprender el porqué de las cosas, razonando sobre sus efectos y causas. Estaría justificado que fuese el filósofo preferido de mi amiga si en mis reflexiones yo aportara algo valioso para ella, que ningún otro filósofo le hubiese aportado.

¿Cómo mi vanidad podría aceptar tal cosa sin causarme la desazón propia de los dioses que se miran entre sí de reojo? Y ¿cómo podría yo presentarme ante ella,  desnudo y que viera mis miserias, o con qué ropajes que las ocultasen? Si toda la filosofía no tiene respuestas para explicarme lo que soy y poder mejor disimularlo, ¿cómo podría ayudar a mi amiga  a conocerse y no hacerse más preguntas sobre sí misma? Y al igual que no dejamos de preguntarnos qué somos y por qué, también sobre todo lo que nos rodea, incluso lo que pudiese existir más allá de nuestra percepción sensorial, la filosofía  está prisionera de sus contradicciones, cuando la ciencia, esa apisonadora de la epistemología, le responde inmisericorde: «Tú, ramera del pensamiento, estabas equivocada».  Y la filosofía se ve obligada a dar un nuevo giro que la mantenga como algo valioso para entretener al   inquieto ser humano.

Y si  doy por asumido que la filosofía no me ha servido para nada, salvo para entretener mis inquietudes, me ruboriza que mi amiga me tome, preferentemente,  como si fuese un oráculo infalible. Debe ser algo así como el amor, que todo el mundo reconoce que es ciego, pero que a él se entrega sin cuestionarlo-

Aún así, amiga, si mis cosas te entretienen, me doy por bien pagado, y, por favor, no me ruborices más con tu generosidad.

De animales a dioses, según y como

Estoy leyendo un libro, o dos, que alterno según mi estado de humor. Pero ahora me voy a referir al suceso editorial de alcance mundial «De animales a dioses», autor Yuval Noah Harari. Coincide esta lectura con la de un artículo periodístico que relata el descubrimiento de una mandíbula en una cueva de Israel. Según los paleotólogos, este hallazgo se puede datar en 200.000 años. Esto significaria una diferencia de 100.000 años en la migración del homo sapiens de sus reductos africanos a otros lugares del planeta Tierra. No es poco. No estoy en condiciones de aseverar nada en torno a estos temas, y ahi lo dejo como muestra de la relatividad que perdura en las afirmaciones sobre la evolución.

Esta es la pieza descubierta

Los que se dedica a hurgar en el pasado no pueden precisar si se trata de un hombre o una mujer. Sí se atreven a decir que es un  individuo joven, supongo que por la buena dentadura, sin desgaste, sin mellas, y  no digo ya sin empastes ni otras muestras de tratamiento odontológico, improbable por aquella época. Pero no voy a seguir especulando sobre este tema desde el punto de vista científico, aunque me resulte muy atrayente. No dejo de mirar ese resto de mandíbula, y de ella me fascinan varías ilusiones ópticas que traslado aqui.

Una de ellas es que, en pura abstracción, no veo esa mínima parte, sino el todo al que pertenece. Y veo un hombre o mujer que vivía hace doscientos siglos y la comparo con los dos siglos de la era moderna de la humanidad. Que hace 200.000 años no existían pasarelas de moda y se tapaban con pieles si hacía frio o iban desnudos si hacía buen tiempo. Tampoco tenían sofisticados medios de comunicación y las palomas no eran mensajeras sino alimento. No podía haber chefs que prepararan comidas dignas de estrellas Michelin, pues aún desconocían el uso del fuego y las recetas en la elaboración de los alimentos, que, invariablemente, consistían en fruta, nueces, insectos, carne cruda, raices… que se llevaban a la boca como lo hacen los animales inferiores. No se casaban, y el amor entonces sólo quería decir sexo; esa boca a la que pertence ese resto encontrado, no sabia de besos ni de lenguaje romántico que, como otros animales, sólo emitía sonidos guturales básicos  parecidos a gruñidos. Esa boca dudo que tuviera una función compleja gesticular, desde la sonrisa a la mueca de disgusto o expresión de asombro. Y sin más precisar supuestos improbables, lo que sí se puede afirmar es que la evolución necesitó millones de años para llegar a conformar una mandíbula que algunos, hoy, tendrían razones para envidiar. Algo estaremos haciendo mal para que hoy, doscientos mil años después, pocas dentaduras están libres de endodoncias, implantes, empastes, coronas, postizos. Cuando pasen otros doscientos mil años y se encuentren restos humanos, los estudiosos de nuestra evolución coincidirán en que hace doscientos mil años, los seres humanos no tenían dentadura natural, que se la ponían como se ponían zapatos. Y es que la evolución había experimentado un retroceso del cual sólo los humanos eran culpables.

No sé si me he quedado corto en glosar ese hueso que no dejo de observar y que me produce imágenes que me distraen de otras cotidianas. Ojala fuese mío dentro de doscientos mil años.

La lechuza de Minerva

Desde la ventana, Aitana, podía ver el corral, el horizonte, el firmamento. Nada de esto atraía su atención. Aitana sólo se asomaba para ver si la lechuza estaba posada en una rama del viejo algarrobo. Si no estaba, Aitana torcía el gesto, no le parecía que eso fuera un azar indiferente, y tampoco un presagio, simplemente es que estaba acostumbrada y creía que la lechuza formaba parte de un entorno que le pertencía en exclusiva. Después de esta primera consideración, Aitana daba la espalda a la ventana y volvía a sus faenas habituales. Pero cuando estaba la lechuza, la cosa era algo diferente. Aitana la contemplaba durante un buen rato. Nunca la había visto de noche. De día parecía dormitar, permanecía inmovil, recogidas sus patas entre el plumaje,  aferrada firmemente a la rama con sus poderosas garras.

Nunca sabré por qué Aitana sentía fascinación por aquella lechuza.  No habia tenido ocasión de leer que fuera considerada el símblo de la filosofía. Y, por supuesto, ignoraba  que un tal Hegel le había puesto un sobrenombre, La Lechuza de Minerva, y en torno a ella toda una simbología romántica, casi metafísica. De haber sabido esto y otras historias de las lechuzas, Aitana habría convertido su fascinación en un éstasis reverencial. Quizá Hegel también tuvo una lechuza en su jardin, y observó que emprendía el vuelo al caer la noche. Para un hombre dado a pensamientos profundos, la alegoría estaba servida: Minerva, diosa de la sabiduría, tenía su símbolo, esa lechuza que se adentra en la noche, en la oscuridad, en el misterio, en lo ignoto que resplandece con el conocimiento.

Por su ignorancia, Aitana no sabía nada de esto. Sí sentía que aquella lechuza, poco o mucho, formaba parte de su vida, sin darle mayor transcendencia.

Un día, Aitana, que se encontraba en su habitual contemplación de la estática lechuza, sufrió un sobresalto. Un chico estaba apostado detrás de la valla que circundaba su propiedad. Portaba una escopeta de aire comprimido y apuntaba a su lechuza. Al sobresalto le siguió la paralización casi completa. La voz se ahogó, sólo pudo mesarse los cabellos mientras todo su cuerpo se encogía en un espasmo inverso. Sonó el pam! seco y la lechuza cayó a plomo. El chico ni siquiera intentó llevar su trofeo.

Aitana recogió el cuerpo inerte de su lechuza y lo apretó contra su pecho acelerado. Regresó a casa presa de angustia y dificultad para respirar. En el quicio de la puerta se desplomó. Minerva, diosa de la sabiduría, había muerto, Aitana, quizá,  ya no podría pedirle mayor sentido a la vida.