Estos niños de ahora…

 

¿Eramos prehistoricos con nuestras pizarras y encerados? Eramos nosotros

Estos niños de ahora…

Relato verídico

Una joven inmigrante viene una vez a la semana a mi casa para ayudarme a mantenerla  ordenada y limpia. Donde yo no llego, llega ella, y cuando se va, es verdad que mi casa parece otra.

La joven, soltera, tiene un niño de cinco años que, en esta ocasión, no ha podido dejar en el colegio porque es sábado y tampoco con alguien que lo cuide. Me pidió si lo podía traer con ella y, naturalmente, le dije que podía.

Tanto la madre como el niño, ucranianos de origen, hablan perfecto castellano.

El niño se llama Denís. Su madre me anticipa que no me dará problemas, que con su tablet se quedará tranquilo en donde se siente durante las cuatro horas que su madre emplea en su tarea.

Denis se sienta, enciende la tablet y, de reojo, veo que aparecen juegos infantiles. Elige uno, lo abre y…

—Es que no tengo Internet —me dice.

—!Ah! ¿Por qué necesitas Internet, Denís?

—Es que este juego es Online, y necesito wifi.

Sorprendido, pregunto a su madre.

—Larysa, Denís


dice que necesita Internet para un juego en su tablet.

—Será un juego que no tiene descargado en la tablet. Si puede darle la wifi de la casa… El sabe cómo hacerlo.

—A ver, Denis, ¿cómo te doy la Wifi? ¿Tú sabes hacerlo?

—Sí, necesito la clave. Un momento, que me la tiene que pedir.

Trastea en su tablet y me dice:

—Ya, deme la clave

Estoy perplejo, tiene sólo 5 años. Le deletreo la clave, y pronto exclama

—Ya tengo Internet, ahora ya puedo jugar online.

Mi curiosidad me lleva a interrumpir su atención al juego. Quiero saber cuál es el límite de este niño que no creo sea un geniecito y más bien un niño de ahora.

—Denis,  sé que no tienes Internet en casa y que tu madre te lleva a donde se puede uno conectar gratis. ¿Por qué no aprovechas que estás aquí y lo descargas en la tablet y así no necesitas Internet para jugar con él cuando quieras?

Sin levantar la vista de la tablet, tecleando frenético las teclas operativas del juego, me dice:

—Es que mi tablet tiene poca memoria para descargar y ya la he usado para bajar otros juegos.

A cada palabra que se relaciona con el mundo de los ordenadores, abro los ojos sorprendido.

—Entiendo, Denis, tienes poca memoria. ¿sabes lo que es un pendrive? Si pudieses conectar un pendrive, en él podrías guardar los juegos que bajaras.

—Ya sé, pero mi tablet no tiene para conectar un pendrive, en el ordenador de mi madre sí.

—Ah, vale. Pués lo siento, no se me ocurre qué puedes hacer.

—Puedo guardarlo en la nube, pero luego necesito Intenet para verlo.

—¿En la nube? ¿Tú sabes qué es eso? —pregunto, mis ojos abiertos como platos.

—Claro, la nube es un sitio donde se guardan cosas para cuando quieras tenerlas en los ordenadores.

—Muy bien, Denis. ¿Y tú sabes otras cosas, como  escribir un correo?

—Sí sé, pero no tengo una  cuenta, mi madre sí, una de hotmail. Yo si tengo whatsApp para hablar con mis primos en Ucrania, también con algún amigo de mi colegio.

Pienso que puedo seguir preguntando indefinidamente y sorprendiéndome más y mas. Creo que tengo la prueba definitiva.

—Oye, Denis, tengo un problema. ¿Tú sabes cómo puedo limpiar mi ordenador de un virus que ha pillado y no me deja hacer algunas cosas?

—Tiene que descargar en el ordenador un programa que se llama antivirus y con él lo quita. Aunque mi madre me ha dicho que puede borrar todo lo que tenga el ordenador. Yo no lo necesito porque no tengo ningún virus.

Me entran ganas de ahogarlo o de comérmelo, yo supe de esas cosas hace veinte años, y tardé en dominarlas otros diez. Y este mocoso, con cinco años  recién cumplidos, parece saberlo todo.

Se queda absorto mirando la pantalla de su tablet. Intuyo que le estoy interrumpiendo en su juego online y dejo de preguntar. Seguro que si sigo, terminaré ahogando de verdad a este pequeño monstruo.

La muerte como argumento

Situo esta reflexión en el contexto de una serie que estoy viendo, The Walking Dead. Estoy en la temporada 8, que a 10 capítulos por temporada, hacen unos 80.

¿Qué me mantiene espectante en esta serie? Sólo la muerte como argumento. Pero ¿por qué la muerte, algo vulgar por cotidiano, es aquí tan atractiva? No lo es porque en esta serie la muerte es la consecuencia de querer vivir, o mejor de sobrevivir. Las guerras reales son eso, o tú o yo, la alternativa es el armisticio, pero después de haber muerto inutilmente muchos soldados y civiles. En esta serie todo parece avocado a la destrucción, sin esperanza de una paz forzada por el hartazgo de muertes de uno y otro lado. Mientras se sobrevive a costa de matar, los guionistas han introducido varios estereotipos muy definidos. Al lado de los lideres que intentan llevar a los suyos a la victoria, clásico en cualquier guerra, están los cobardes que se unen a la causa de los que creen que están mejor dotados para ganar. También, como no, los despiadados que prefien el enemigo muerto antes que rendido. Y como en cualquier matanza injustificada de enemigos capturados, si por injustificada se quiere decir que tiene alternativas que no sea matarlos, también en esta serie sugen los pacifistas que intentan evitarlo, a riesgo de perder la vida. La serie, también, corre el riesgo de ser diferente a lo que pretende, dando papeles secundarios a las mujeres, en los que terminan pareciéndose en sanguinarios, sólo pareciéndose , a los hombres. Por supuesto, no podía faltar el bebé como símbolo, al que se protege como un bien no del presente, sino del fururo. Y estan los caminantes muertos, como parte de una tramoya siniestra. El destino del ser humano, en este contexto, es morir, vivir o caminar muerto. Sólo morir o caminar muerto es seguro, vivir es tan incierto,  que mientras se sigue la serie, se pregunta uno si los guionistas se van a sacar un conejo de la chistera, y por arte de magia, le dan un final feliz a la serie. Lo veo difícil, creo que ellos mismos no lo tiene claro, o no tienen claro que el ser humano dé  una solución verosímil a una historia que tiene a la muerte como argumento.

Y vuelvo a la pregunta por qué me atrae esta serie. Sinceramente no lo sé. Sin mucha convicción, pienso que debe ser porque en ella la muerte no me conmueve, hace que convivas con ella, empatizas con ella. Y es que sin tantas muertes como se producen en cada capítulo, la serie carecería de argumento. Se agradece a los guionistas que no hayan vestido a la muerte con un sayal negro, cara pintada de blanco  o calavera y una guadaña entre los huesos de su esqueletica mano,  ya que lo que así se asemeja a una epopeya, puede que hubiese degenerado en sátira burlesca que provocara carcajadas.

Cuando termine de ver la serie, glosaré el final. Para entonces, dudo que  diga que ha valido la pena tanta muerte.

Icaro y tú

 

Hoy, M.A. se va a realizar tu sueño de tirarte en paracaídas.  Me lo cuentas, y confieso que me cuesta comprenderte. ¿Has pensado bien en lo que puede ser, más allá de la emoción, del miedo, del vértigo que esos tres minutos suspendido del vacío te van a hacer sentir? Es poco tiempo para que diseñes un plan que aproveche todo lo que significan tres minutos alejado del suelo. Pero si antes de tirarte ya lo hubieses soñado, los sueños son atemporales y pueden permitirte imaginar esos tres minutos llenos de contenidos. Y cuando toques de nuevo el suelo, se te harán presentes sin límite de tiempo. Serán contenidos recurrentes mientras el lugar en  la memoria no se ocupe con otros que hagan insignificantes los primeros. No sucederá, a tu edad todo se vuelve previsible y anodino. Sucede a todos, no te revuelvas molesto mientras lees.

Como estarás pensando sólo en la maniobra y ya no te queda tiempo para ser trascendente, yo lo voy a hacer por ti. Espero que antes, durante o después, mis palabras se conviertan en la película que hará que esos tres minutos tú consideres que han valido la pena.

Sabes que el sueño ancestral del hombre fue volar. ¿Por qué el rey de la creación no poseía la facultad de los pájaros? Cuando la realidad se imponía, el hombre inventaba fábulas que le permitían abandonar el corsé de la previsibilidad a la que estaba condenado. Y así, Dédalo, amante de su hijo Ícaro, quiso que éste fuese contra su destino. Creó unas alas para él, y con ellas voló. Pese a la advertencia de su padre de no acercarse al Sol, pues se derretiría la cera que pegaba las plumas a su cuerpo, Icaro,  ensoberbecido , desoyó a su padre y quiso acercarse al Sol. Icaro perdió sus alas y cayó al mar. Tú caso, en ligera semejanza con el ansia de volar de Icaro, tiene limitado el riesgo. Vas a volar, sí, pero desde el primer instante sólo volarás hacia abajo. Será como si la madre tierra te pidiera que vuelvas a su seno, que no pretendas salirte de tu papel, y que volar como los pájaros no lo previó la naturaleza para hacerlo con los hombres.

Durante esos tres minutos podrás ver muchas cosas que nunca pensaste podías ver. Verás alejados los objetos que te son familiares pie a tierra. Las ciudades indefinidas a vista de pájaro, las casas pequeñas e inimaginables como albergues de seres humanos, los viandantes insignificantes puntos en movimiento, las flores, los bosques, las tierras de labor como manchas de color  sin vida. Todo se difumina en la distancia, y cuando digo todo, también me refiero a todo lo que al hombre le da certeza, placer o desasosiego. Y es que perdemos la real perspectiva cuando estamos en la proximidad de las cosas.

Por debajo de ti, en el primer minuto, puede que veas planear un águila,  y más abajo una paloma a la que intenta atrapar con sus garras. Lo habías observado desde el suelo y no pensaste en cómo evitar el fatal destino de la paloma. Desde tu posición, esta vez superior al águila, habrás deseado competir con ella para hacer que desista de su cruel empeño, y no pensarás que la  rapiña del hombre no necesita volar para matar las aves que se come.  Tres minutos se acortan, y dejarás atrás esa escena previsible. Ya, a pocos metros del suelo, todo volverá a aparecer como lo recordabas, y la fábula de Icaro no habrá sido algo que quisiste emular para ti, tú sólo querías experimentar el vértigo de tirarte en paracaídas.

Pero si lees esto antes de tirarte, te aseguro que conseguirás algo fundamental que te acompañará el resto de tu vida cuando recuerdes tu aventura, y que yo sólo te quiero recordar ahora: que todo lo que existe, en la distancia es muy pequeño.  Tú también, visto desde abajo mientras caes. Y lo digo por si no  habías pensado que el realismo termina imponiéndose.

Empaquetando el cerebro

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Ayer, fue ayer, o fue anteayer, no, quizá fue el ayer o el anteayer, pero de hace una semana, no estoy seguro, y no es que esté comenzando a empaquetar sucesos pasados, para arrumbarlos en alguna sima insondable del cerebro. O sí, o no. Pero podía ser.

Un amigo, con cuatro años más, ya tiene todo empaquetado. Su cerebro ya no ofrece nada; no habla, significa que no tiene nada que decir, no sonríe ni llora, porque su cerebro no tiene nada que sentir, no come, no bebe, para qué, ¿para qué quiere un cuerpo que ni siente ni padece?  ¿Me está empezando a suceder algo así? Así empezó mi amigo, no hace más de dos años. Nada hacía prever que en dos años todo estuviese empaquetado en su cerebro. Lo comentábamos, era cosa de la edad, pero sólo aquellos leves síntomas, no hacíamos fatales futuribles a corto plazo, nos concedíamos un tiempo, incapaces de precisar. No dependía de nosotros, ni siquiera  de retardadores naturales o químicos de la pérdida de memoria.

El mejor neurólogo no había conseguido que mi amigo detuviera o  retrasara visiblemente el deterioro de su cerebro.

No estoy seguro, ni quiero comprobarlo, pero ya he debido antes  escribir algo sobre mi amigo. Quizá sobre síntomas como los que yo ahora padezco. Sería descorazonador encontrar un escrito así, que me pusiese ante el espejo de mi ahora ese soy yo, y apartando la mirada, se hiciese presente el yo de mi amigo en su situación actual. Los destinos son propios, no necesariamente equiparables. A eso me aferro. A veces me enfado conmigo mismo porque no recuerdo tal o cual cosa, generalmente poco importante. Es un estado de impotencia que termino asumiendo como asumo los errores intrascendentes.

De toda esta inquietud vital, algo encuentro positivo. Que no digan mis lectores, ¨José, tu pesimismo es casi patológico, nunca escribes optimista, positivo, así nos tendremos que ir marchado de tus propuestas, con las que no podemos empatizar». Lo comprendo. Así pues, para no ser un estereotipo del gafe incurable, que nada bueno aporta a los demás, termino con ese algo positivo: ¿Y qué me importa a mí olvidar todo aquello que no dejó huella en mi vida?

Ah, se me olvidaba. Y cuando mi cerebro, como el de mi amigo, esté completamente empaquetado, ya no sentiré ningún desasosiego. Amen

Cumpleaños

Homenaje al amigo  en el día de su cumpleaños, versión adaptada a un caso general


Estimado amigo

La vida son luces y sombras, lo que importa es el balance, balance que tú consideras positivo, ¿es así? Lo decía Abraham Lincoln , ”Al final, no son los años lo que cuentan en tu vida, es la vida en tus años”. Hay una prueba infalible que determina la edad que tienes, lo dijo Oscar Wilde, «El hombre viejo cree todo, el de mediana edad sospecha de todo, y el joven cree saberlo todo” Tú mismo puedes hacer el autoexamen para determinar la edad real que tienes.

Y para celebrar lo que consideras la suerte de haber nacido, has querido que nos unamos los aquí presentes para acompañarte, para cantarte el cumpleaños feliz o el por ser un chico excelente cuando la tarta haga su aparición.

A nadie aquí se le ocurriría, como coba máxima, decirte:  brilla más tu rostro que las velas de la riquísima tarta que vamos a comer. Hay gente para todo y no se contiene, aunque produzca vómitos a los demás.

Que tampoco a tu esposa  se le ocurra despertarte  susurrándote al oído algo así como: el día que tú naciste, nacieron todas las flores, por eso en tu cumpleaños, cariño, cantan los ruiseñores. Seria motivo de divorcio, ¿verdad?

¡Feliz  70 Cumpleaños!, Pero, joder!, y los demás días, ¿qué? Hay algo que sí te complacería te dijeran, aunque sonara a falso, como a mí me han dicho en ocasiones: estás genial, parece que tienes 60 años. Es así, vivimos de eslóganes forzados.

Y otra cosa. Los Norteamericanos, diferentes a nosotros en muchos aspectos por esa vena anglosajona de hacer todo al revés, en esto de homenaje al que cumple años, son más consecuentes. Y en el homenaje , no auto homenaje, al cumpleañero, son los amigos los que pagan el ágape, y a éste le sale gratis la fiesta. Aquí no. Aquí, salvo que tengáis dispuesto otra cosa, vas a ser tú el que se rasque el bolsillo. O sea, que invitados, sí, pero en pago te hacemos el favor de no sentirte solo, al menos un día al año.

Y es que sentirse solo es una putada para cualquiera. Un cumpleaños es una de las pocas ocasiones en las que el individuo tiene la oportunidad de sentirse bien acompañado, la consecuencia es que hay que pagarla con gusto y gana. Son gajes de una sociedad estructurada de forma aleatoria.

Pues, nada, yo para hacerme el diferente, no te voy a regalar nada material, que de eso poco tengo y lo cuento todos los días, y como aquellos trovadores de la antiguedad, pobres de solemnidad que recitaban poemas a los señores mientras comían, a cambio de unos mendrugos de pan, he escrito este poema para ti. Espero que lo aceptes, y no por la cena, que soy invitado privilegiado, sino como una muestra de mi sincera amistad.

No desfallezcas, amigo, por los malos recuerdos.
Si el desánimo te acongoja
No vas a morir de desaliento, tampoco euforia.

No ha de humillarse el hombre en el fracaso
Que un hombre como tú, y tu historia
Nunca ha de morir en el ocaso.
Morirá tu cuerpo, pero no tu memoria,
Que alguien la mantendrá viva por ti.
Y contra todos los falsos destinos,
Esperando un cielo o un infierno
Sigue montado en tus sueños haciendo caminos
Que te quedan muchos por recorrer,
Que sólo así serás eterno.

Estar bien o estar mal

Hola, ¿cómo estáis? No necesito que me respondáis, en realidad no me interesa saberlo. Normal, vosotros tampoco estáis interesados en saber cómo estoy yo. Es así, para qué engañarnos. Porque, vamos a ver, es que ni siquiera sé cómo estoy  yo, si me preguntárais,  estar bien o mal es algo relativo.

Probemos si estoy en lo cierto. «Hola, José, ¿cómo estás»?. Perdón, ¿quién me pregunta? ¿He escuchado mal? ¿Por qué te interesa saber cómo estoy? No respondes, no sabes por qué me preguntas. Ah!, es una fórmula cortés. No estoy, pues, obligado a contestarte. O sí, puedo responderte con un «bien» lácónico, y me ahorro ser más explícito. No tengo interés en decirte que en realidad estoy asquerosamente bien, hasta te podría molestar, a quedarte sin salida para seguir conversando sobre lo que significa estar bien. Tú no me preguntarías por qué estoy bien. En cambio, te daría una buena ocasión si te dijera que estoy mal, ya que tú me preguntarías, sin dudarlo, «¿qué te pasa?». Y como acabo de venir del médico, te traslado su diagnóstico, literal: «tienes un feo grano en el culo, que seguro te hace ver las estrellas, muy doloroso, sí, pero puedes alegrarte, porque no es grave». Y tú añadirías, «entonces no estás mal, digamos que tienes un grano en el culo que no es grave» Yo me encogeria de hombros, impotente para contradecirte. Tú, el medico y yo tenemos una percepcion diferente del significado de estar bien o estar mal, te diria. Y pasaríamos a otra cosa, salvo que quisieras darme el remedio de tu abuela para granos en el culo.

Imagina, ahora que te digo que estoy bien, y sin que me preguntes, porque no me preguntarias,  me pongo a desarrollar en qué me baso para afirmar tal cosa,  diciendo que vengo del medico, que le llevé dos prescripciones, una ecografia de abdomen y una analitica de marcadores tumorales, y que de ambas pruebas se deduce que estoy como una  fresca rosa, ni rastros de cancer. Y tu repetirias parecido que el medico, «puedes alegrarte, porque a tu edad es raro no tener alguna cosilla, ni siquiera un grano en el culo». Para mis adentros mascullaria. Cabrón, podias haber dicho «me alegro», pero, no, sólo yo debo alegrarme de estar bien por una especie de suerte, que lo normal es que a mi edad estuviera para echarme a los leones.

Y aqui lo dejo, solo queria reflexionar sobre la soledad con la que nuestro bienestar o padecimiento es un motivo de indiferencia para los demas, todo lo más una ocasion para expresar un cumplido cortés, y si no, haz la prueba. Bueno, tendría que hacer una salvedad, la de la persona que te quiere.

Nuestro futuro

El texto entrecomillado que adjunto es la transcripción literal de la declaración de uno de los personajes de la serie Halt and Catch Fire. Un informático que salió del torbellino brutal de las redes emergentes, suicidándose. Su mente clarividente no pudo soportar la responsabilidad de ser parte cualificada de  la asombrosa ténica naciente y las consecuencias para el ser humano, inerme para encauzarla, y prefirió no ser testigo de su poder destuctivo. Inútil advertencia, pues la ciencia cuando descubre un camino nuevo, lo transita hasta agotar su horizonte. No obstante, me pareció clarificador para todos los que celebramos los avances de la ciencia,  pensando que estaremos mejor y seremos mejor en el futuro. Si la advertencia de este joven no cae en saco roto, quizá podamos realizar un nuevo trabajo de Hércules y poner puertas al campo.

«Yo, (omito el nombre para no hacer spoiler). liberé el código fuente de M. U. Actué solo, nadie me ayudó y nadie me dijo que lo hiciese, lo hice porque la seguridad es un mito. Contrariamente a lo que hayáis oído, amigos, no estáis a salvo. La seguridad es un cuento chino, es algo que enseñamos a los niños para que puedan dormir por las noches, pero sabemos que no es real. Tened cuidado, desconcertados humanos. Cuidado con los falsos profetas que os venderán un futuro lleno de promesas. Falsos mundos con líderes profetas, malos profesores y empresas turbias. Cuidado con los policías y ladrones, de esos que roban vuestros sueños. Pero, sobre todo, tened cuidado con los demás, porque todo está a punto de cambiar. El mundo se abrirá de par en par. Hay algo en el horizonte, una conectividad enorme. Las barreras entre nosotros desaparecerán, y no estamos preparados para ello. Nos haremos daño de formas nuevas. Venderemos y seremos vendidos. Expondremos nuestro yo mas sensible únicamente para que nos ridiculicen y humillen. Seremos vulnerables y pagaremos las consecuencias. No podremos seguir fnigiendo que podemos protegernos a nosotros mismos. Es un peligro enorme, un riesgo gigantesco. Pero valdría la pena si, ojala, pudiésemos aprender a cuidar unos de otros. De ese modo, esa asombrosa y destructiva conductividad no nos aislaría, no haria que al final nos sintiésemos totalmente solos».

Nota.

La palabra conductividad ( no confundir con conectividad) se refiere, en su acepción más general, a la capacidad de los materiales para transmitir la electricidad o el calor. El personaje, no sé si por culpa del doblaje, usa esa expresión en su declaración. Tengo mis dudas. No sé si refiere a la posibilidad, casi sin límite, de transmitir datos vía cable telefónico, ondas hertzianas u otras por descubrir. En cualquier caso, hoy 35 años después, ya lo estamos viendo. A nadie se le escapa este prodigio que permite la comunicación, para bien o para mal, de los humanos. Del uso que hacemos de esta técnica, bien parece que el autor de la anterior reflexión no iba desencaminado. Sólo los que viven a espaldas de ella están a salvo, y no son muchos, probablemente ninguno en el futuro. Mirad cómo  esos seres humanos de hoy, casi de forma unánime, llevan pegado al cuerpo  un artilugio mecánico que los acerca a un cyborg: cascos, teléfono móvil, tableta pc,  etc., y cómo en cualquier lugar en el que se encuentren se los ve desaforados comunicándose con familia, con amigos, con desconocidos, llevando sus perfiles a cualquier lugar del mundo, sin preocuparse de que esa información pueda ser utilizada para fines bastardos. Luego se quejan, sin aceptar que en el pecado llevan la penitencia.

No sé si estoy en disposición de ser un ejemplo. No soy miembro de ninguna de estas doce redes sociales ni de otras de rango inferior, Trabajo me ha costado vencer la tentación. Aún así, en muchas ocasiones me siento desnudo e inerme, sin otro recurso que ignorar que pueda ser utilizado.

Testamento vital de Antonio

El cuarteto habitual de jubilados que se reunía en el club para jugar a cartas, tomar café y hablar de todo y de nada, sacó a colación eso tan siniestro como el testamento vital, o declaración vital de voluntad anticipada. Uno de los presentes lo había hecho, explicó en qué consistía y cómo hacerlo.

A Antonio le pareció no sólo interesante, sino una buena decisión. Y la puso en práctica.

Antonio cayó enfermo de gravedad y fue internado en el hospital hasta que falleció.

En  momentos aún de lucidez, le había confesado a su médico habitual que había hecho testamento vital y que le hacía depositario único y confidencial del mismo, confiando en él para que se cumpliera Íntegramente. El médico aceptó la confidencia.

Ya de cuerpo presente, el médico y una enfermera se reunieron con la esposa para comunicarle la circunstancia. La esposa desconocía que su marido hubiese hecho aquello, que le sonó a chino, y preguntó.

—Doctor, ¿no le habrá dejado nada a alguien que no sea su esposa, ya que hijos no tenemos?

El médico, que no se extrañaba de la ignorancia de la la esposa, le explico que un testamento vital no era un testamento normal, que se refería a cómo deseaba morir y, si acaso, a la donación de sus órganos para transplantes  y otros menesteres que la ciencia pudiese aprovechar. La esposa se quedó más tranquila, aunque siguió preguntando.

—Doctor, y cuando ustedes se queden con lo que valga, ¿qué hacen con el resto?

El doctor, condescendiente, le dijo que también eso lo habría dispuesto el finado, y que le entregarían los restos para darle sepultura o se incinerarían y le entregarían las cenizas.

—Yo prefiero que le incineren, que hoy cuesta mucho dinero enterrar y, total, para nada.

—Señora, deberemos cumplir todos con su voluntad,—le dijo el doctor.

La viuda no cejaba, y apuntó.

—Doctor, si puede, quisiera que me entregara las coronas de oro de varios implantes que le hicieron a mi marido. Ah, y el anillo de nuestra boda, que también es de oro, y no pude extrarelo porque le había engordado el dedo.

El doctor ya se impacientaba. La enfermera que estaba a su lado, conteniendo la risa, se acerca más al médico y le susurra.

—Alfredo, pregúntale qué quiere que hagamos con los genitales.

El doctor le dio un codazo que la enfermera entendió como que cerrara la boca, y se dirigió a la señora.

—Lo tendremos en cuenta, señora, pero sólo si es factible. Aunque  le repito que deberemos cumplir estrictamente con la voluntad de su marido.

Doctor y enfermera se fueron. Antonio había muerto de parada cardiaca, le retiraron el vial y el tubo de oxigeno, únicos instrumentos de supervivencia utilizados, y el cuerpo  fue llevado a la sala de transplantes de órganos, donde le examinarían según el protocolo establecido para el caso. El doctor, responsable de que se cumpliera la voluntad de Antonio, pasaría por allí para dar cuenta a sus colegas sobre lo dispuesto.

No era un testamento formal al uso. Quizá Antonio no había interpretado bien su finalidad y se dejó llevar del instinto. El Doctor depositario abrió el sobre y leyó a sus dos colegas

«Quiero que de mi cuerpo utilicen sólo el corazón. Si puede ser para que se lo trasplanten a una mujer joven que tenga el suyo en mal estado. Habré muerto sin haber confesado a nadie que mi corazón era el de una mujer en un cuerpo de hombre, y habré muerto con esa frustración y pena. Así lo firmo, para que se haga cumplir, en pleno uso de mis facultades mentales».

El doctor cerró la hoja de papel y los doctores de trasplantes se miraron. No podían creer lo que habían oído.

Desgraciadamente, y muy pesarosos, no pudieron cumplir con la voluntad de Antonio, su corazón, según el historial médico, había tenido dos infartos que le le hacían inservible.

El anillo de boda se lo extrajeron fácilmente, pasada la primera hora después del fallecimiento, el dedo se había desinflamado. Se lo entregaron a la esposa, que preguntó

—¿Y las coronas de oro?

—Señora, no hemos conseguido que su difunto marido abriera la boca. Su cuerpo se incinerará según usted manifestó preferir, ya que en su testamento vital nada se decía al respecto.

Aquel testamento vital corrió como la pólvora de boca en boca por el hospital, sin decir, claro, quién lo había suscrito. Era igual, el contenido de aquel testamento suponía un grandioso monumento a la soledad con la que algunos seres humanos viven su vida. Más de uno y una empañaron sus ojos de lágrimas cuando se enteraron de lo dispuesto por alguien anónimo, que hubiesen querido conocer, quizá para mirarse en su espejo.

Debo confesar que…

No se me había ocurrido. Hoy me levanté con un pensamiento que no habia tenido antes. Quizá fue movido por haber observado el día anterior la estadística de visitas a mi blog. Ella me daba cuenta de una aceptación no «trending topic», pero suficiente para justificar lo que escribo. A fin de cuentas, ya no pretendo el Nobel, ni siquiera un best seller, si estos pensamientos pasaron por mi cabeza en algún momento del pasado, que probablemente no.

Recuerdo mi vieja página, hoy desaparecida. Se movía al compas de la efervescente actividad de mi participación en los foros, más o menos literarios, de la época. No era díficil que mi «page counter» alcanzara las 50.000 vistas, si cada foro podía tener de cincuenta miembros participantes. No le daba importancia, pues los curiosos entran en las páginas de todo tipo a ver qué hay, para cerrarlas después de leer el primer titular. Ahora, en este nuevo blog, el número de vistas es más modesto, aunque presumo que son de más calidad. Dos reclamos deben ser los que impulsan  a abrir mi blog. Uno es el que yo fuerzo con el envío del enlace a un nuevo escrito a unas 30 personas, amigos y familia, que sé no se van a enfadar por invadir sus correos con publicidad no deseada. Los envío CCO, con copia oculta. Esto quiere decir que nadie conoce las direcciones de correo de los demás. Hasta aquí correcto. Donde hoy pensé que no estaba siendo políticamente correcto, era que enviaba esos enlaces sin un saludo de cabecera y final; era como si le tirara migas de pan a las palomas.

Queridos amig@s y familia. Primero gracias por vuestra generosidad, segundo disculpas que os ofrezco sinceras.  A partir de ahora voy a seguir lo mismo, pues no creo procedente saludar a mis 30 incondicionales con esa modalidad de copia oculta. Y cuando recibáis uno de  mis escritos, cada uno pensad que os saludo de forma individual y con mi mayor afecto.

Josë

La Cabra.

Eran tiempos de postguerra civil española, universal para escritores universales que encontraron su universalidad escribiendo sobre una guerra fraticida, romántica, incomprensible hasta que se desencadenó, pocos años más tarde, la gran guerra en el viejo continente con la participación, cómo no, de los norteamericanos, siempre prestos a entrar en todos los fregados. Pero sus plumas no apuntaron a hechos cotidianos, aquellos que el hambre daba covertura y razón de ser en una  España devastada y bloqueada por tierra mar y aire, sin más recursos que los propios de un un solar cercado por las potencias antifascistas.

Yo viví uno de los episodios que hoy me atrevo  a  considerar ingénuo, en la circunstancia actual de un consumo gratis de porno duro que ya parece insuperable en su degradación.

Tendría esos pocos años que marcan una edad entre la niñez ingénua y la conflictiva de una pubertad sin salidas. Mi padre era guardia civil, y con mi madre vivíamos en la casa cuartel, habilitado para alojar a los civiles y a sus familias. La curiosidad propia de mi edad, que se alimentaba de todo aquello que le parecía extraño, me impulsaba a tener los ojos y oídos abiertos para captar los que sucedía en el cuartel.

Y como en una película en blanco y negro, hoy pasan las imágenes y hasta los sonidos de escenas que viví, permaneciendo cerca de la habitación en la que el sargento, máximo grado en aquel cuartel, investigaba aquellos actos   presuntamente delictivos que le traían los guardias.

No es que tenga una mente sucia, capaz de elucubrar hechos que sólo la imaginación lleve al teclado donde escribo. Lo que relato no es producto de mi imaginación, sucedieron, y sólo lamento que no disponga de todos los detalles, aunque la historia, descrita a grandes pinceladas, da como resultado un cuadro que merece ser contemplado. Por eso lo presento.

Era frecuente que a los pueblos se acercaran saltimbanquis que se ganaban la mísera vida dando espectáculos que a la buena y analfabeta gente atraían como ahora lo haría un musical, un espectáculo de luz y sonido, un concierto. No había otra cosa, ni siquiera un cine donde contemplar escenas que se salieran de la cutre rutina de sus vidas.

¿Y por qué traigo yo a colación esta historia que voy a contar? Pues porque adicto de Google, me topo con la foto que adjunto en este relato. Se trata de un foto que me ha hecho regresar 75 años, y a como si lo estuviera viendo, que se dice.

Un tirititero o saltimbanqui, siempre gitano aunque fuese payo muerto de hambre, fue llevado al cuartel por una pareja de la guardia civil. Según pude oir y entender, iba a ser acusado de ofrecer su cabra a un vecino, el más rico del pueblo, para que su hijo, algo tontorrón o retraido mental, se follara a la cabra y puediese, así, alcanzar la categoría de hombre hecho y derecho. El delito, al parecer, estaba tipificado como corrupción de menores, y era por eso que el tirititero había sido conducido a declarar. El dueño de la cabra, o su proxeneta, al parecer ya tenía antecedentes de prácticas mercantiles parecidas, pero ahora interesaba a la autoridad saber quién había sido el cliente que le había utilizado para desvirgar a su hijo, a la zazón menor  de dad, pues tenía 20 años, a punto de cumplir la mayoría fijada entonces en los 21. Quizá el padre debió pensar que era la ocasión, ya que el tirititero no volvería por allí en mucho tiempo y no soportaba la idea de tener un hijo que sólo llevándole de putas a la capital, podría hacer de él un hombre. También porque el tirititero y la cabra nunca hablarían de ello, así la ocasión la pintaban calva, y la aprovechó. ¿Que cómo trascendió para llegar a la guardia civil? Pues porque un vecino del  padre celestino pudo verlos en el corral desde una ventana que daba al mismo, y que temeroso del poder de su vecino, sólo le dijo a los guardias que el tirititero comerciaba carnalmente con la cabra, y que eran menores en ese caso. Los guadias, como primera providencia, llamaron al tirititero, luego al vecino, luego al padre, luego pidieron traer la cabra para que la examinara el veterinario.

Y ya no recuerdo más, sólo que a partir de entonces, y dados en los pueblos a poner motes, al joven tontorrón, lo llamaron follacabras, y seguro que murió  de viejo sin quitarse la cabra de encima.