La lechuza de Minerva

Desde la ventana, Aitana, podía ver el corral, el horizonte, el firmamento. Nada de esto atraía su atención. Aitana sólo se asomaba para ver si la lechuza estaba posada en una rama del viejo algarrobo. Si no estaba, Aitana torcía el gesto, no le parecía que eso fuera un azar indiferente, y tampoco un presagio, simplemente es que estaba acostumbrada y creía que la lechuza formaba parte de un entorno que le pertencía en exclusiva. Después de esta primera consideración, Aitana daba la espalda a la ventana y volvía a sus faenas habituales. Pero cuando estaba la lechuza, la cosa era algo diferente. Aitana la contemplaba durante un buen rato. Nunca la había visto de noche. De día parecía dormitar, permanecía inmovil, recogidas sus patas entre el plumaje,  aferrada firmemente a la rama con sus poderosas garras.

Nunca sabré por qué Aitana sentía fascinación por aquella lechuza.  No habia tenido ocasión de leer que fuera considerada el símblo de la filosofía. Y, por supuesto, ignoraba  que un tal Hegel le había puesto un sobrenombre, La Lechuza de Minerva, y en torno a ella toda una simbología romántica, casi metafísica. De haber sabido esto y otras historias de las lechuzas, Aitana habría convertido su fascinación en un éstasis reverencial. Quizá Hegel también tuvo una lechuza en su jardin, y observó que emprendía el vuelo al caer la noche. Para un hombre dado a pensamientos profundos, la alegoría estaba servida: Minerva, diosa de la sabiduría, tenía su símbolo, esa lechuza que se adentra en la noche, en la oscuridad, en el misterio, en lo ignoto que resplandece con el conocimiento.

Por su ignorancia, Aitana no sabía nada de esto. Sí sentía que aquella lechuza, poco o mucho, formaba parte de su vida, sin darle mayor transcendencia.

Un día, Aitana, que se encontraba en su habitual contemplación de la estática lechuza, sufrió un sobresalto. Un chico estaba apostado detrás de la valla que circundaba su propiedad. Portaba una escopeta de aire comprimido y apuntaba a su lechuza. Al sobresalto le siguió la paralización casi completa. La voz se ahogó, sólo pudo mesarse los cabellos mientras todo su cuerpo se encogía en un espasmo inverso. Sonó el pam! seco y la lechuza cayó a plomo. El chico ni siquiera intentó llevar su trofeo.

Aitana recogió el cuerpo inerte de su lechuza y lo apretó contra su pecho acelerado. Regresó a casa presa de angustia y dificultad para respirar. En el quicio de la puerta se desplomó. Minerva, diosa de la sabiduría, había muerto, Aitana, quizá,  ya no podría pedirle mayor sentido a la vida.

 

 

 

De la tristeza

Qué es la tristeza? En mi anterior post hablaba  del estado de ánimo bajo. No es lo mismo. Según leo, tampoco es un estado depresivo. La tristeza no es una patología que precise de atención médica. Se puede pasar de la tristeza a la euforia, si se revierte la causa que la produce. Voy a intentar dar un ejemplo de  tristeza que yo mismo he experimentado. Cualquiera puede contar el suyo; la tristeza es una sensación familiar que a todos afecta en algún momento.

Salí de casa para dar un paseo. Cerca hay un parque por el que no circulan vehículos. Eran horas permitidas, la verja de entrada permanecía abierta  e invitaba a entrar por los umbríos pasajes que te adentraban más y más en la fronda. Era pleno otoño, y los caminos casi se esconden debajo de las hojas muertas, multicolores. Las observo y con el pie trato de apartarlas para no pisarlas. A veces uno no puede evitar ponerse estúpidamente transcendente.

En el camino hay bancos que te permiten descansar o sentarte y meditar. Uno de esos bancos me invita a usarlo. No estoy cansado, así que será para poder meditar. A él me acerco, procurando poner el máximo empeño en no pisar las hojas que se esparcen en el camino. No fueron tiradas a mis pies por bellas doncellas,  para glorificar al héroe que no soy. Son el exponente del ciclo de la vida que los árboles tienen designado. Y sentado, miro al arbol casi desnudo, erguido, aparentemente en estado de letargo. Sin estar muy seguro, pienso que ha dejado de cumplir con la función principal, la de proporcionar el oxígeno que nos permite vivir, y no aventuro su estado de ánimo. Quizá está exhausto y pasa por un merecido descanso. Pero hay árboles que siempre permanecen frondosos, y al verde de sus hojas, de las pinochas de los pinos, sin dejarlos denudos, suceden unas a otras dando la sensación de perennidad, de inmortalidad si este vocablo no fuese la expresión de una utopía.

Pero desde mi banco lo que observo es una forma de muerte, de muerte anunciada. Son humildes hojas que han dejado de existir y esperan que la tierra las incorpore para alimentar las venideras. De momento no soy consciente de esta función transcendente, sólo las miro como las hojas muertas. Prefiero pensar que están muertas a que están secas. Secas sería una tragedia, muertas es un destino inevitable. Y su destino me produce una profunda tristeza que me afecta, porque de ser una tragedia, sería un suceso imprevisible, quizá sólo lamentable.

Y como no podía levantarme del banco y que desapareciera mi tristeza, algo vino en mi ayuda. Una solitaria hormiga, trabajadora indisciplinada de un hormiguero, parecía haber perdido la senda de sus hermanas. No parecía  sentir angustia al sentirse sola y desorientada. Debía tener muy clara su misión, y, lejos de corretear aligerada de peso, trataba  de superar los insalvables obstáculos que se interponían en su camino para transportar la hoja que llevaba en su boca. No llegaría nunca al hormiguero, cada espacio que recorría en cualquier dirección, era una rampa que la devolvía al punto de partida. Ella persistía sin mostrar desaliento o buscar otra alternativa. Pensé que iba a morir en el intento. Me levanté y miré el área que alcanzaban mis ojos. Unos metros más allá, vi la senda de las hormigas que se dirigían al hormiguero cargando con otras hojas, otras volvían de vacío a cargar de nuevo, sin desviarse de la senda.

Con cuidado de no asustarla, cogí la hoja de mi heroína. Se sintió extraña al perder todo contacto  con algo sólido, pataleaba frenética, aunque sin soltar su presa.  Y en un vuelo nunca experimentado, hice que aterrizara al lado de sus hermanas. Debía saber qué dirección tenía que seguir, pues no tomó la de las hormigas que volvían de vacio. No sé si se preguntó qué había sucedido, pero yo pensé por ella. Estaba contenta, su hoja llegaría al destino que la vida  le había fijado.

Y  yo me fui de allí contento, la tristeza había desaparecido.

P.S. Y qué pensé luego de las hojas? Nada, sólo pensé en las hormigas.

Día de Reyes Magos

Todos los anocheceres, cuando el sol apaga su luz, y como si la oscuridad fuese la aliada perfecta, algunos seres aparcan la timidez o el sonrojo que le produce ser vistos, descubiertas sus debilidades, en ciertos casos sus miserias, y se se sienten todo lo seguros de ser lo que son. Ya no se ocultan, sus deseos sólo los mueve el instinto de supervivencia, nunca son festivos, placenteros, alegres de sentirse vivos. Se aprovechan de ese estado perfecto que les da el anonimato para hacer aquello a que el instinto les impulsa. Existen otros seres que en la noche sorprenden a los que no se aperciben de su presencia y terminan en sus estómagos. No hablo de estos, hablo de los seres humanos, concretamente de uno que se me apareció en mi insomnio esta mañana, día de Reyes.

Y su visión fue nítida, tanto, que excedió a la imagen, a la memoria, al flash-back forzado en ausencia de presente y futuro.

Se trataba de un niño. Tampoco él había podido dormir. Sus padres dormían en una cama contigua en la misma habitación, alquilada con derecho a cocina. Pepito, creía en Los Reyes Magos, y las experiencias frustrantes de años anteriores, no habían, aún, conseguido convertir su ilusión en la realidad brutal a la que se veía sometido.

Impaciente, sólo vestido con una camiseta de felpa y calzoncillos , largos hasta la rodilla, saltó de la cama. Era una noche, además de oscura, fría, de esas que el frío quiebra los huesos. Pronto perdió el calor de la cama y las tres mantas con la que su madre le protegía. Tiritando, con los pies cubiertos por calcetines de lana, se dirigió al pasillo, zona común del piso compartido. Y en el pasillo, a tientas, buscó la puerta. Una vez que la sitió en sus dedos, se agachó, y con las dos manos, separándolas y juntándolas, recorrió el suelo. Cuando estuvo seguro de que allí no había nada, ningún paquete, ningún objeto que él pudiera identificar con un juguete, recorrió el camino inverso y se sumergió en la cama. ya era imposible que la cruda realidad le permitiera dormir y esperar a que los sueños repararan lo que él había esperado de los Reyes Magos. Repasó mentalmente si había sido un niño bueno, aplicado en los estudios, cualquier detalle que le explicara por qué él, al día siguiente, no podría presumir de sus reyes con los chicos de la calle. No lo encontró, y comenzó a sentir vergüenza. Vergüenza que fue creciendo a medida que las luces del amanece entraban por las rendijas de la ventana. Qué explicación podría dar a los otros niños, ufanos con sus juguetes, que no querrían compartirlos con él, por ese instinto de pertenencia, exclusiva de lo niños?

Pero Pepito era un niño al que, la ausencia de realidades placenteras, se le había despertado una imaginación casi prodigiosa. Dejó a un lado los sentimientos y comenzó a exprimir las diversas alternativas que le ofrecía su mente. Al final, creyó encontrar la mejor.

En un clavo en la pared de la habitación, su padre, policía, colgaba de la correa la pistola de reglamento. La luz ya difuminaba la estancia y Pepito, desde la cama se quedó, observándola. El padre aquel día de Reyes libraba. Pepito lo sabia porque le había prometido llevarlo a un pequeño huerto alquilado, que cultivaba para complementar el exiguo sueldo que percibía, al menos así no pasaban hambre. Seguro que su padre y su madre dormirían hasta bien entrada la mañana.

Era el momento. Pepito se levantó y se dirigió cauteloso hasta la pistola. la sacó de su funda, sin descolgarla, y volvió con ella a la cama. Era impresionante, cómo pesaba!, y estaba fría como un témpano. La acarició,  y sin haberlo visto antes, sintió que la parte superior de desplazaba hasta atrás. Pepito procedió a llevarla hasta que se detuvo. Era la corredera que permitía montarla, Una bala se alojaba en la recámara y la dejaba lista para disparar. Pepito siguió jugando con ella, apuntaba a la pared sin apretar el gatillo, con la boca imitaba el sonido de un disparo. Apuntaba a todo lo que se movía reflejado en la pared, sombras chinescas que proyectaban gentes o animales en movimiento que pasaban por la calle y se colaban por las rendijas de la ventana. Aquel era el juguete, ahora en sus manos, que Los Reyes le habían dejado. A los otros niños les diría que a él le habían traído un pistola, pero que su padre no se la dejaba sacar a la calle. Los niños no insistieran en querer verla, tampoco se burlarían.

Y, Pepito, no consciente del peligro, como cualquier niño, en uno de esos movimientos de apuntar e imitar un disparo, puso la boca del cañón sobre el parietal derecho de su cabeza, y esta vez, sí, el dedo índice de su mano derecha apretó el gatillo.

Hoy lo puedo contar. Los Reyes Magos no podían ser tan crueles.

 

Minicuento de Navidad

–Cómo está, señora? –preguntó el viandante a una mujer ya entrada en años, o gastada prematuramente por la vida, que, sentada en un banco público, parecía ausente, de mirada perdida en los pensamientos, sin parecer interesada en el bullicio de la calle, llena de apresurados compradores para la cercana Navidad.

–Por qué me pregunta, caballero? –respondio la mujer, sin dirigirle la mirada, aparentemente congelada.

–La veo muy sola, nada parece interesarle de lo que le rodea. Si necesita que alguien la escuche, yo puedo hacerlo.

–No podría entenderme ni darme una solución.

–Podía probar. Quizá ya no confía en nadie, incluída usted misma. Hable, y le daré la razón si la tiene.

–Siéntese en esa esquina del banco, si lo desea, quizá me decida a hablar con usted.

El hombre, de edad aproximada a la mujer, se sentó sin dudarlo. Y sin girar su cabeza al lado donde se encontraba , entrelazó sus manos entre sus piernas y adoptó parecida actitud . Por un momento ambos permanecieron callados. La situación al hombre comenzó a parecerle embarazosa, no tenía nada nuevo que decirle ni preguntarle. Era una de esas situaciones en la que ninguno parece interesarse por el otro, a pesar de compartir el mismo banco.

Al fin, y utilizando el comodín obvio de presentrase,  el hombre le dijo:

–Me llamo Jesus, y soy, según dicen, el hijo de Dios Padre. En teoría yo debería tener la posibilidad de dar solución a cualquier problema que tengas, también consuelo. Desgraciadamente, y aunque ningún creyente lo entienda, tengo mis limitaciones. Si fuesen ilimitadas, nadie tendría que padecer, porque yo tendía remedio para todo lo que aflige a la humanidad. Estoy aquí de casualidad. El Padre me pidio que viniera y viera si podía hacer algo por alguien que lo necesitase. No es que tú hayas sido elegida entre todos los que padecen, en realidad ha sido una casualidad el encontrarme contigo.

La mujer, lejos de reaccionar ante aquella sorprendente presentación, siguió en su actitud de mutismo e indiferencia. El que había terminado de hablar, tambíén adoptó la misma postura, esperando que fuese la mujer la que hablase. Pasados unos minutos, que ninguno decía nada, alguien se acercó llevando un carrito de bebé con un supuesto bebé dentro. Era una joven, no muy agraciada, casi recién superada la pubertad. Su semblante parecía desencajado. Cuando se paró delante de la mujer sentada, musitó una casi inaudible frase.

–Madre, ya está, creo que mi bebé tendrá con esa familia más suerte que con nostros. No han querido el carrito, ellos le comprarán otro mejor.

El hombre sentado al lado pudo escuchar y entender la tragedia de aquella joven madre y la de la abuela. Se levantó y siguió su camino sin decir nada. No tenía ninguna solución para ellas.

 

 

The Deuce

Tengo que escribir, no tengo excusa, escribir era una necesidad, si no vital, si complementaria con otras manifestaciones que comportan mi vida. Ahora, hoy, no me apetece, es como algo superfluo de todo lo superfluo de lo que trato de huir. Pero en esto soy cobarde, y aquí estoy, aporrenado teclas queriendo decir algo insustancial, sin la pretensión de que sea transcendente.

Estoy viendo una serie americana, The Deuce. Trata de un tema escabroso: La prostitución, el porno, los proxenetas, la droga, la corrupción policial en Times Square, años 70 a 80. Es, en momentos, explícito sin llegar a pornográfico. Necesidad justificada de unos guionistas, que habrán pretendido hacer de la serie un documento lo más cercano a una realidad informativa de lo que allí sucedió. También una denuncia de la pasividad de una sociedad que ni lo veía ni lo sentía cercano. Para los que allí vivían, cualesquiera que fuese su modo de vida, aquel era su mundo, no había otro. La miseria y la indignidad de sus vidas no tenía alternativas. Para los que venían del confort, de la aparente dignidad, en sus coches con lunas tintadas, aquel lugar les proporcionaba el desahogo a sus bajos instintos y quién sabe si a sus frustraciones personales o de pareja. Luego que alcanzaban el objetivo, regresaban a sus habituales vidas de personas. Digo de personas, porque en el lugar que dejaban atrás, ni ellos ni los demás lo eran., por más que algunos personajes nos muevan a la compasión.

Como no hay mal que por bien no venga, El SIDA vino curar aquel mal , y el resultaado fue que los beneficios para todos bajaron hasta el punto de desaparecer el escalofriante escaparate callejero, para dar lugar a los asépticos burdeles, sanitariamente controlados. Si las prostitutas ganaron con ello y su oficio pasó de la esclavitud a la actividad laboral regulada, no lo sé. Quiero imaginar que desaparecieron los chulos con sus rolex, pulseras y collares de oro, con sus coches de marcas míticas, con sus vestimentas que chorreaban prepotencia. Por lo demás, no seré yo el que juzgue lo que libremente quiera hacer cualquier hombre o mujer con sus vidas. Si algo denuncio como humanamente indigno, es aquello que carece de estética. Es la diferencia entre una sociedad estructurada en la convivencia respetuosa con las formas y otra que no le importa mostrar la mugre más abyecta como el único lugar donde poder sentirse a gusto.

Tendré que dejar de ver la serie si quiero ser consecuente. No espero ese final feliz de los cuentos de hadas. Los productores sabrán qué les movió a crear esta serie, yo me temo que fue más por interés económico, que por buscar un rechazo social a los guetos que aún existen.

 

Vivir feliz y afortunado

Desde que tienes uso de razón, piensas en la vida que tienes por delante. Cuando alcanzas los cincuenta, comienzas a especular sobre la vida que te queda. Si llegas a los setenta, tu pensamiento cambia sustancialmente, y ya sólo te preocupa el día a día de tu estado de salud, que como cualquier cosa fungible, y el cuerpo humano lo es, lo vas manteniendo de achaques sobrevenidos, unos reales, otros de etiología sobrevalorada o hipocondriaca. Vas con frecuencia a consultas médicas y, cuando es necesario, con el tratameinto que te proponga el doctor de turno, sientes haber hecho lo que debías. Un estudio en varios centros de prestigio, concluyó que de los pertenecientes a la llamada tercera edad, obtuvo el resultado de 362 sujetos (83,8%, extrapolandolo a la población de hecho), que fue considerado significativo. El 83,1% de ellos utilizaba uno o más medicamentos a diario. No hago cálculos de lo que ese porcentaje supone, pero las empresas de los medicamentos deberían llevarle un ramo de flores a cada persona que alcanza esa tercera edad, al parecer la definitiva, pués nunca escuché de que existiera una cuarta.

De lo que aceptamos como habitual y normal, traigo aquí la historia de un hombre  singular que ha nacido de mi imaginación, quizá porque existe en mi subconsciente como un nexo entre la eternidad y el instinto de supervivencia impreso en nuestro genes.

Por llamarlo de alguna forma, lo llamaré Félix, que por venir del latín,  significa «Aquel que se considera feliz o afortunado».

Félix tiene ochenta años, recien cumplidos. La pregunta subsiguiente sería: ¿puede Félix, en buena razón, considerarse un ser feliz y afortunado? Puede, esa es la respuesta que elabora mi subconsciente. Y me propone más: tú eres otro Félix, debes considerarte un ser feliz y afortunado.

Pero Félix también es consciencia, y sacudiendo levemente su cabeza a un lado y otro, analiza su situación real. Soy feliz y afortunado porque podía estar peor, utilizando el aforismo optimista del vaso medio lleno. Félix, pues, no es pesimista, para él la vida no es un tema impreso en un calendario, ni siquiera en un futurible para uso propio. Su realidad está enmarcada en un comportamiento diario. Tiene achaqués, sí, y se toma alguna pastilla, pero esa circunstancia no le deprime, al contrario, para él entra en la rutina diaria y le da seguridad, no preocupación, por lo que otros considerarían dependencia.

Con esa buena, excelente predisposición, Félix se levanta temprano cada día. A esa edad, o elaboras un programa o te sientas en un sillón a dormitar o recordar efemérides. El programa de Félix es levantarse, hacer unos estiramientos para recolocar sus vértebras desplazadas, ir al baño e intentar evacuar los restos de la ingesta del día anterior. Generalmente no lo consigue, pero sabe que sucederá si se toma un laxante natural. Orina, el chorro lo tiene ya olvidado, ahora es a golpes de esfinter, pequeños chorritos que terminan por vaciar su vejiga. Se levanta del water, la larga postura allí sentado le causa algún dolor articular que se le pasa pronto. Se acerca al lavabo, un día sí y otro no se ducha, que no es cosa de exagerar, cuando los franceses lo hacen una vez a la semana, o más. Se lava cara y axilas. Enjuaga su boca con un elexir y toma la dentadura postiza que la noche anterior había dejado en un vaso con agua. Meticuloso, le pasa un cepillo, la lava y se la coloca con una pasta fijadora. Hoy no toca afeitarse, tiene un eczema en la cara y no es conveniente tocarla hasta que se cure. Se pone unas gotas de colirio en los ojos, peina sus escasos cabellos que amanecieron reveldes, y sale de nuevo a su dormitorio. He de decir que vive sólo, su esposa felleció hace un año, tiene dos hijos que según él no los necesita para valerse. Se viste con patalón y chaqueta a juego, camisa blanca y corbata. Se mira en el espejo y se da por satisfecho.

Mentalmente repasa el programa. Toca desayunar. Pan integral con aceite de oliva extra virgen y miel. Para beber, café descafeinado con leche descremada. No usa el azucar, pues tiene tendencia a tener alta la glucosa en sangre. En ocasiones se pone una inyección de insulina y el tema queda resuelto. Félix sabe que el mejor tratamiento para estar saludable es no abusar de nada, y de algunas cosas ni catarlas.

El día comienza para Félix cuando termina de desayunar, lo mismo que para la mayoría de las personas.

Hoy, Félix tiene por la mañana dos asuntos ineludibles que debe atender: reponer de alimentos su frigorífico y alacena, y como aún conduce su viejo coche, irá primero a la consulta programada del médico de la Seguridad Social para que le informe del resultado de una análitica ordenada con anterioridad. Luego irá a  un super y comprará lo que lleva anotado en una lista.

–Siento decirte, Felix–le dice el doctor–, que tu analítica no es muy positiva, nada positiva. Se pueden considerar algunas cosas surgidas nuevas desde la última que te hiciste. La glucemia ha subido y ya se puede considerar como diabetes B, eso supone el uso diario y en varias ocasiones de insulina. Tienes algo de anemia, y habrá que ver la causa. Tambien tienes el colesterol y los trigliceridos altos,  te pediré un analísis específico para comprobar el estado de tus coronarias. La elevada creatinina indica que algo no funciona bien en tus riñones. También veremos eso. De las heces hay un indicador tumoral que en principio no es definitorio, por lo que debes volver a hacerte una colonsocopia para segurarnos de la evolución de los pólipos detectados en la anterior. Hay algunas cosas más, pero prefiero asegurarme con nuevas pruebas. Si te parece, vamos a programar un exámen general de tu salud. No te preocupes, casi todo tiene solución.

Félix salió de la consulta con varios volantes para hacerse pruebas médicas y una hoja de instrucciones.

El el hall del hospital, y en la primera papelera que encontró, deposító todos los papeles que le había dado el médico.

Tomó su coche y se fue al super. Por el camino iba pensando: «No hay cabrón que me impida ser feliz y afortunado».

Por la tarde, después de la siesta, se acercó, como de costumbre, al club de jubilados. Allí le esperaba la habitual partida de mus con sus colegas y amigos. Hablaron de cosas, ninguna de los problemas de salud de cada uno.

Cenó ligero, vio la tele un rato, y se fue a la cama. Al día siguiente tenía un viaje con el Imserso, que no quería perderse por nada del mundo.

Felix, mientras vivió, poco importa cuánto, se sintió féliz y afortunado. Una muerte súbita impidió que cambiara de opinión.

Corolario: Sé feliz y afortunado mientras vives, no permitas que ningún cabrón te amargue la vida.

 

 

Elogio de la mierda


Usar la palabra mierda como argumento en algo escrito, se rechaza como políticamente incorrecto, chabacano, de mal gusto, impropio de un texto que se pretende elegante. No así, la expresión mierda es comodín habitual en el lenguaje hablado, diría que insustituible si queremos ser hiperclaros en una definición: esta novela es una mierda, mierda, perdí el tren!, qué mierda estás haciendo?, vete a la mierda!, y cien más de uso habitual, hasta por personas que se suponen educadas.

Teniendo por sabido que hablar de mi mierda puede parecer inadmisible para algún lector, por escatológico y cualquier otro calificativo sancionador que se le ocurra, le pido sustituya mentalmente la palabra mierda por el sinónimo que mas le acomode; apunto caca con cierto rubor, ya que su uso se circunscribe más bien a la mierda que defecan los bebés.

Voy, en esta ocasión, a hacer un elogio de mi mierda.

Todos estamos habituados a convivir con nuestra mierda, unos a diario, otros cada dos, tres días o más si padecen de estreñimiento. Todos, o casi todos, cuando nos levantamos del water echamos una mirada furtiva al fondo del mismo para comprobar que nuestra mierda cumple con los requisitos normales de color, textura y cantidad, que nos deja tranquilos, o intranquilos si algún elemento extraño aparece que pueda significar una disfunción de nuestro organismo. Se podría decir que la convivencia con nuestra mierda forma parte de los hábitos obligados que, afortunadamente, hasta nos proporciona cierto placer. Qué a gusto!, decimos o pensamos.

Y qué pretendo decir en esta ocasión de mi mierda, que es mi deseo elevar a elogio, algo no habitual?

Mi última reflexión en este blog hablaba de una operación de colon a la que me iba a someter en breve. Operación que ahora, sin apelar a la imaginación, ya es real. De ella nada puedo añadir, pues lo allí imaginado casi se ha desarrollado al pie de la letra. Salvo la preocupación mayor que apuntaba, y era la colocación de una bolsa extra corpórea, que no fue necesaria.

El postoperatorio discurrió con entera normalidad, y que todos conocéis por referencias o experiencia propia, por lo que lo obvio en este escrito. Sólo apunto que debo rendir un agradecimiento especial al cirujano, anestesista, ayudantes de quirófano y las enfermeras, todos humana y profesionalmente insuperables.

Mientras mi dieta era líquida, no tenía por qué pensar en mi mierda. Cuando ya me dieron de comer algo sólido, tampoco en los primeros días fue motivo de preocupación el que mi mierda se negara a darme satisfacción de verla en el fondo del water; todo mi intestino partía de estar vacío, además de la normal atonía posterior a una intervención quirúrgica que le afectaba directamente.

Los médicos me tranquilizaban cuando, a partir del cuarto día, les manifesté mi preocupación. Lo consideraban normal. Me daban de comer dieta blanda o semi, y está no dejaba muchos residuos en el tracto intestinal.

Pero ya no me sentí seguro a partir del quinto, sexto, sétimo día. Comía con buen apetito y abundante comida normal. Ya no tenía excusa. Mi ahelada mierda seguía  sin abandonar mi cuerpo. Me dediqué a buscar remedios, farmacéuticos o caseros; de los farmacéuticos no me salí de los prescritos por mis médicos, de los caseros casi todos: Mis amigos en las letras me apuntaron los suyos,, hasta usar ramas de perejil para estimular mi ano, Google me aportó algunos más. Pero mi ano seguía sin mostrar otras señales que algunos esporádicos pedos, que yo trataba de entenderlos como buena señal, al menos el corte y pega practicado en mi colon parecía que tenía continuidad.

Hoy, por fin, volví a ver mi esperada mierda. Hasta quise hacerle una foto. Y era normal, sin ningún elemento estraño que me moviera a verla con suspicacia. A forma de elogio, estuve un buen rato contemplándola, sin decidirme a pulsar el dispositivo de la cisterna. Desde luego no llegué a pensar en guardarla en una caja, aunque merecía mejor destino que el sumidero.

Prueba, pues, superada. Ya sólo queda el resultado de la biopsia, que podría ser bueno o, por lo contrario, señalar que mi cuerpo estaba hecho una mierda. En fin.

P.S. Sin tratar de justificarme, puedo dar fe que la palabra mierda aparece en muchos textos literarios. García Márquez , por ejemplo, en Cien años de soledad utiliza ese denostado vocablo en 14 ocasiones, en divesos contextos, y, probablemente, no le quedó más remedio. Nadie se atrevería a sustituirla por un eufemismo o sinónimo, haría de esa gran obra un remedo cursi inaceptable.

Voy a añadir un poemilla que alguien escribio en el interior de una puerta del water. Viene a cuento, es anónimo, como todo lo que se escribe dentro de los waters pùblicos ,y que, en ocasiones. deberían formar parte de alguna antología literaria

No es un cuento

A veces, cansado de las noticias que me traen los seres humanos, previsibles casi todas, sintonizo una cadena de televisión que casi siempre habla de los otros. Los otros, digo, porque así le quito el carácter peyorativo que supondría llamarlos especies animales.
No voy a hablar de lo que somos capaces nosotros para procurarnos la supervivencia y de lo que son incapaces los otros para lo mismo. Son infinitos los testimonios a los que sólo les concedemos la categoría de normalidad. Qué es lo que la televisión me ha mostrado que alcanza la categoría de fantástico, sorprendente hasta parecerme increíble?

Una charca africana muestra una población de renacuajos sin apenas espacio para moverse. La cámara, en time lapse, muestra cómo gradualmente la charca se va desecando por falte de aporte de agua, mientras, a salvo, la rana macho, que debe ser el padre de toda aquella numerosa descendencia, observa. Los renacuajos están abocados a morir pronto si nada sucede. A la rana macho le queda poco tiempo para procesar cálculos matemáticos, mecánica de fluidos, el principio de Pascal y los vasos comunicantes, si quiere salvar a su prole. Ha debido encontrar la solución, la única posible, porque enseguida se pone a excavar. De un animal como una rana se podía pensar que no lo hacía siguiendo una pauta inteligente. Podía excavar un hoyo, arañar la tierra en una muestra de desesperación. No, la rana sabe lo que tiene que hacer y lo hace, como lo habríamos hecho los humanos, aunque quizá no todos.

Como el video es todo lo que esa rana se merece como homenaje, yo dejo de añadir más torpes palabras.

https://www.youtube.com/watch?v=EJ1OSM6J0Nk

jeda y jasida

 

 

 

 

 

 

 

Ay! mi jasida, estos tiempos modernos no los previó Mahoma. Tampoco nos impuso vestir el Burka, que es cosa de extremistas islámicos. Ya ves que yo no lo llevo, aunque a veces me siento desnuda con este shayla, que deja al descubierto una parte de mi cuerpo. Siento vergüenza verte así, desnuda, jasida mía. Que Alá te perdone y Mahoma te guíe por el buen camino.

Pero jeda, tú sabes que nuestro profeta sólo imponía llevar el velo a sus mujeres, y era para no sentirse perturbado continuamente por ellas.

Sí, jasida, así era, pero tu vas desnuda, una provocación para los hombres que te vean. La mujer mahometana sólo pertenece al hombre que la adopta como esposa, no hace falta que se exprese, es una consecuencia. El Paraíso que se describe en el Corán está concebido para el goce del hombre, sin mención alguna al placer de la mujer.

Pero, jeda, aún no estamos en el paraíso, quiero que mi cuerpo se beneficie del sol, del aire que viene del mar, que lo bañe la espuma de las olas. No veo por qué mi cuerpo ha de esconderse, si es, además, bello.

Claro, según tú, yo escondo el mío porque es viejo, arrugado y ha perdido la voluptuosidad que exhiben tus formas. Yo también fui joven y nunca mi cuerpo provocó deseos de lujuria en los hombres. La mujer encarna y simboliza el desorden con su poder sexual y seductor, armas destructoras del orden establecido, y en consecuencia un peligro potencial para el hombre y la sociedad.

Pues mi jeda querida, creo que, te voy a hacer caso, y desde ahora voy a intentar destruir el orden establecido, llevar al abismo al hombre que me observe y acabar con esa sociedad que ha hecho de nosotras , las mujeres, meros objetos sexuales a su disposición. Cuando sea vieja como tú, seguramente me pondré un burka.

Jeda: abuela

Jasida: nieta

Luzi II

Pero Luzi no acepta su mala vida, su mala suerte. Ahora es así, no ha encontrado alternativa. No deja, sin embargo, de pensar que ella no ha venido a este mundo para ser una puta, pasto de buitres de medio pelo, asquerosos por dentro y por fuera. A veces piensa que su cuerpo no se presta a tener derecho de elección y no puede soñar con príncipes que se rindan a sus encantos. Si tuviera algún dinero ahorrado, podría ir a la peluquería, comprarse un vestido y zapatos bonitos, hacer una dieta rica en proteínas e hidratos de carbono que la metieran en carnes y buscar algún trabajo digno. Ella no siempre fue la mujer escuálida, desaliñada, mal vestida. Cuando hizo la primera comunión era una niña preciosa, de entonces guarda celosa algún recordatorio con la fotito en la que aparece vestida de blanco. También otra con unas amigas de la escuela, donde destaca su altura y su buen parecer. ¿Qué pudo pasar para que Luzi no mantuviera el proyecto de mujer, en línea con aquel primer boceto? Quedó huérfana a muy temprana edad, cuando todavía no había aprendido a volar sola. Una tía la acogió más por interés que por cariño. Se ganaba alojamiento y comida sirviendo a su tía, una mujer déspota que le exigía total sumisión a sus órdenes. Cuando no cumplía, a decir de aquella mujer, la dejaba sin comer.

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