La literatura al servicio del amor

 

 

Henry Fuseli (1781)

 

«Un sueño ahorcado

Hace poco soñé, un sueño inesperado. Soñé que pertenecía a un hombre desesperanzado. Me decía que amar sin amor era solo en momentos que soñamos. En mis adentros deseé, darle vida, de la que vivo con sabores, olores y colores amando. Y le dije que en solo en sus sueños, tendría mi alma abierta a su deseo. Desperté y recordé el sueño, el hombre… a mi diario.

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Es sólo un pez

Los seres humanos sostenemos que somos superiores a otros seres conocidos, a los que genéricamente llamamos animales. Este supremacismo, en ocasiones, lo ridiculizan hechos como el que muestra este video. El protagonista es un pez. No posee otras herramientas que sus aletas. No poese otro impulso que dar satisfacción a su hembra, que acepta esa prueba de amor para alumbrar sus huevos en el centro de la estructura. Y es difícilmente superable en belleza por otro ser, incluído el ser humano. Esa estructura creada por este pez puede traducirse en una fórmula matemática. Nadie le enseño matemáticas, como a otros animales que también sorprendenden con sus creaciones, las celdillas de las abejas, por ejemplo.

La reflexión de este escribidor tiene necesariamente que dejar paso a la imaginación, por no tener recursos que su cerebro expliquen este prodigio.

Observo el proceso y el resultado final una y otra vez. Netflix tiene la secuencia completa, y en ella muestra la utilidad final de esa obra, ¿de arte?, que, como digo antes, es el nido de amor en el que la hembra ha comprendido que allí es donde tene que poner sus huevos, previamente fecundados por el artista. ¿Tiene algún significado práctico que sea, precisamente, esa estructura? Mi imaginación no está a la altura, en esta ocasión, para suplir la carencia científica. Pero como soy libre de decir lo que pienso, aunque resulte estúpido, me arriesgo a suponer que ese pez hizo eso para su amada, sólo para que pensara que nadie podía superarlo.

Rosa Inacabada

Recupero este escrito de 2009. Desapareció cuando cerré mi antigua WEB. Ahora lo encuentro en la nube, ese cementerio en el que se guarda todo, muerto o vivo. La historia que cuenta es una cabronada para lectores sensibles. Por aquella época no era el llorón que soy ahora, así que, probablemente, me regocijé escribiéndola. 

Prólogo

Un sentimiento recurrente me hace pasarlo mal. Hace tiempo creé un personaje entrañable. Le puse nombre Rosa, y “era una joven hermosa. La miseria que la rodeaba suponía sólo una paradoja de la vida más cabrona que a algunos seres les toca en suerte.“ Así escribí a guisa de presentación.

Y la puse en el espacio-tiempo como el ser que se esperaba fuese, a la vez que retrataba su alma sin ningún tipo de concesiones. Pero eso no era ningún mérito; debía sacarla de aquel destino, ejerciendo de dios benévolo con ella. O fue ella la que me lo exigió.

Y me hace sentir mal, porque por mucho tiempo dejé a Rosa varada. Dejé su vida en suspenso, no sé si porque me faltó el aliento vital con el que le daba la vida. Ella parece, de tarde en tarde, reclamarme que cumpla con la idea que le metí en la cabeza: hacer de ella un princesa de cuento de hadas. La dejé en el camino, cuando se disponía a ejercer, si no de princesa, si de mujer singular. No sé si me queda vida y nuevas ganas para impedir que haya nacido para nada.

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Estos niños de ahora…

 

¿Eramos prehistoricos con nuestras pizarras y encerados? Eramos nosotros

Estos niños de ahora…

Relato verídico

Una joven inmigrante viene una vez a la semana a mi casa para ayudarme a mantenerla  ordenada y limpia. Donde yo no llego, llega ella, y cuando se va, es verdad que mi casa parece otra.

La joven, soltera, tiene un niño de cinco años que, en esta ocasión, no ha podido dejar en el colegio porque es sábado y tampoco con alguien que lo cuide. Me pidió si lo podía traer con ella y, naturalmente, le dije que podía.

Tanto la madre como el niño, ucranianos de origen, hablan perfecto castellano.

El niño se llama Denís. Su madre me anticipa que no me dará problemas, que con su tablet se quedará tranquilo en donde se siente durante las cuatro horas que su madre emplea en su tarea.

Denis se sienta, enciende la tablet y, de reojo, veo que aparecen juegos infantiles. Elige uno, lo abre y…

—Es que no tengo Internet —me dice.

—!Ah! ¿Por qué necesitas Internet, Denís?

—Es que este juego es Online, y necesito wifi.

Sorprendido, pregunto a su madre.

—Larysa, Denís


dice que necesita Internet para un juego en su tablet.

—Será un juego que no tiene descargado en la tablet. Si puede darle la wifi de la casa… El sabe cómo hacerlo.

—A ver, Denis, ¿cómo te doy la Wifi? ¿Tú sabes hacerlo?

—Sí, necesito la clave. Un momento, que me la tiene que pedir.

Trastea en su tablet y me dice:

—Ya, deme la clave

Estoy perplejo, tiene sólo 5 años. Le deletreo la clave, y pronto exclama

—Ya tengo Internet, ahora ya puedo jugar online.

Mi curiosidad me lleva a interrumpir su atención al juego. Quiero saber cuál es el límite de este niño que no creo sea un geniecito y más bien un niño de ahora.

—Denis,  sé que no tienes Internet en casa y que tu madre te lleva a donde se puede uno conectar gratis. ¿Por qué no aprovechas que estás aquí y lo descargas en la tablet y así no necesitas Internet para jugar con él cuando quieras?

Sin levantar la vista de la tablet, tecleando frenético las teclas operativas del juego, me dice:

—Es que mi tablet tiene poca memoria para descargar y ya la he usado para bajar otros juegos.

A cada palabra que se relaciona con el mundo de los ordenadores, abro los ojos sorprendido.

—Entiendo, Denis, tienes poca memoria. ¿sabes lo que es un pendrive? Si pudieses conectar un pendrive, en él podrías guardar los juegos que bajaras.

—Ya sé, pero mi tablet no tiene para conectar un pendrive, en el ordenador de mi madre sí.

—Ah, vale. Pués lo siento, no se me ocurre qué puedes hacer.

—Puedo guardarlo en la nube, pero luego necesito Intenet para verlo.

—¿En la nube? ¿Tú sabes qué es eso? —pregunto, mis ojos abiertos como platos.

—Claro, la nube es un sitio donde se guardan cosas para cuando quieras tenerlas en los ordenadores.

—Muy bien, Denis. ¿Y tú sabes otras cosas, como  escribir un correo?

—Sí sé, pero no tengo una  cuenta, mi madre sí, una de hotmail. Yo si tengo whatsApp para hablar con mis primos en Ucrania, también con algún amigo de mi colegio.

Pienso que puedo seguir preguntando indefinidamente y sorprendiéndome más y mas. Creo que tengo la prueba definitiva.

—Oye, Denis, tengo un problema. ¿Tú sabes cómo puedo limpiar mi ordenador de un virus que ha pillado y no me deja hacer algunas cosas?

—Tiene que descargar en el ordenador un programa que se llama antivirus y con él lo quita. Aunque mi madre me ha dicho que puede borrar todo lo que tenga el ordenador. Yo no lo necesito porque no tengo ningún virus.

Me entran ganas de ahogarlo o de comérmelo, yo supe de esas cosas hace veinte años, y tardé en dominarlas otros diez. Y este mocoso, con cinco años  recién cumplidos, parece saberlo todo.

Se queda absorto mirando la pantalla de su tablet. Intuyo que le estoy interrumpiendo en su juego online y dejo de preguntar. Seguro que si sigo, terminaré ahogando de verdad a este pequeño monstruo.

Testamento vital de Antonio

El cuarteto habitual de jubilados que se reunía en el club para jugar a cartas, tomar café y hablar de todo y de nada, sacó a colación eso tan siniestro como el testamento vital, o declaración vital de voluntad anticipada. Uno de los presentes lo había hecho, explicó en qué consistía y cómo hacerlo.

A Antonio le pareció no sólo interesante, sino una buena decisión. Y la puso en práctica.

Antonio cayó enfermo de gravedad y fue internado en el hospital hasta que falleció.

En  momentos aún de lucidez, le había confesado a su médico habitual que había hecho testamento vital y que le hacía depositario único y confidencial del mismo, confiando en él para que se cumpliera Íntegramente. El médico aceptó la confidencia.

Ya de cuerpo presente, el médico y una enfermera se reunieron con la esposa para comunicarle la circunstancia. La esposa desconocía que su marido hubiese hecho aquello, que le sonó a chino, y preguntó.

—Doctor, ¿no le habrá dejado nada a alguien que no sea su esposa, ya que hijos no tenemos?

El médico, que no se extrañaba de la ignorancia de la la esposa, le explico que un testamento vital no era un testamento normal, que se refería a cómo deseaba morir y, si acaso, a la donación de sus órganos para transplantes  y otros menesteres que la ciencia pudiese aprovechar. La esposa se quedó más tranquila, aunque siguió preguntando.

—Doctor, y cuando ustedes se queden con lo que valga, ¿qué hacen con el resto?

El doctor, condescendiente, le dijo que también eso lo habría dispuesto el finado, y que le entregarían los restos para darle sepultura o se incinerarían y le entregarían las cenizas.

—Yo prefiero que le incineren, que hoy cuesta mucho dinero enterrar y, total, para nada.

—Señora, deberemos cumplir todos con su voluntad,—le dijo el doctor.

La viuda no cejaba, y apuntó.

—Doctor, si puede, quisiera que me entregara las coronas de oro de varios implantes que le hicieron a mi marido. Ah, y el anillo de nuestra boda, que también es de oro, y no pude extrarelo porque le había engordado el dedo.

El doctor ya se impacientaba. La enfermera que estaba a su lado, conteniendo la risa, se acerca más al médico y le susurra.

—Alfredo, pregúntale qué quiere que hagamos con los genitales.

El doctor le dio un codazo que la enfermera entendió como que cerrara la boca, y se dirigió a la señora.

—Lo tendremos en cuenta, señora, pero sólo si es factible. Aunque  le repito que deberemos cumplir estrictamente con la voluntad de su marido.

Doctor y enfermera se fueron. Antonio había muerto de parada cardiaca, le retiraron el vial y el tubo de oxigeno, únicos instrumentos de supervivencia utilizados, y el cuerpo  fue llevado a la sala de transplantes de órganos, donde le examinarían según el protocolo establecido para el caso. El doctor, responsable de que se cumpliera la voluntad de Antonio, pasaría por allí para dar cuenta a sus colegas sobre lo dispuesto.

No era un testamento formal al uso. Quizá Antonio no había interpretado bien su finalidad y se dejó llevar del instinto. El Doctor depositario abrió el sobre y leyó a sus dos colegas

«Quiero que de mi cuerpo utilicen sólo el corazón. Si puede ser para que se lo trasplanten a una mujer joven que tenga el suyo en mal estado. Habré muerto sin haber confesado a nadie que mi corazón era el de una mujer en un cuerpo de hombre, y habré muerto con esa frustración y pena. Así lo firmo, para que se haga cumplir, en pleno uso de mis facultades mentales».

El doctor cerró la hoja de papel y los doctores de trasplantes se miraron. No podían creer lo que habían oído.

Desgraciadamente, y muy pesarosos, no pudieron cumplir con la voluntad de Antonio, su corazón, según el historial médico, había tenido dos infartos que le le hacían inservible.

El anillo de boda se lo extrajeron fácilmente, pasada la primera hora después del fallecimiento, el dedo se había desinflamado. Se lo entregaron a la esposa, que preguntó

—¿Y las coronas de oro?

—Señora, no hemos conseguido que su difunto marido abriera la boca. Su cuerpo se incinerará según usted manifestó preferir, ya que en su testamento vital nada se decía al respecto.

Aquel testamento vital corrió como la pólvora de boca en boca por el hospital, sin decir, claro, quién lo había suscrito. Era igual, el contenido de aquel testamento suponía un grandioso monumento a la soledad con la que algunos seres humanos viven su vida. Más de uno y una empañaron sus ojos de lágrimas cuando se enteraron de lo dispuesto por alguien anónimo, que hubiesen querido conocer, quizá para mirarse en su espejo.

La Cabra.

Eran tiempos de postguerra civil española, universal para escritores universales que encontraron su universalidad escribiendo sobre una guerra fraticida, romántica, incomprensible hasta que se desencadenó, pocos años más tarde, la gran guerra en el viejo continente con la participación, cómo no, de los norteamericanos, siempre prestos a entrar en todos los fregados. Pero sus plumas no apuntaron a hechos cotidianos, aquellos que el hambre daba covertura y razón de ser en una  España devastada y bloqueada por tierra mar y aire, sin más recursos que los propios de un un solar cercado por las potencias antifascistas.

Yo viví uno de los episodios que hoy me atrevo  a  considerar ingénuo, en la circunstancia actual de un consumo gratis de porno duro que ya parece insuperable en su degradación.

Tendría esos pocos años que marcan una edad entre la niñez ingénua y la conflictiva de una pubertad sin salidas. Mi padre era guardia civil, y con mi madre vivíamos en la casa cuartel, habilitado para alojar a los civiles y a sus familias. La curiosidad propia de mi edad, que se alimentaba de todo aquello que le parecía extraño, me impulsaba a tener los ojos y oídos abiertos para captar los que sucedía en el cuartel.

Y como en una película en blanco y negro, hoy pasan las imágenes y hasta los sonidos de escenas que viví, permaneciendo cerca de la habitación en la que el sargento, máximo grado en aquel cuartel, investigaba aquellos actos   presuntamente delictivos que le traían los guardias.

No es que tenga una mente sucia, capaz de elucubrar hechos que sólo la imaginación lleve al teclado donde escribo. Lo que relato no es producto de mi imaginación, sucedieron, y sólo lamento que no disponga de todos los detalles, aunque la historia, descrita a grandes pinceladas, da como resultado un cuadro que merece ser contemplado. Por eso lo presento.

Era frecuente que a los pueblos se acercaran saltimbanquis que se ganaban la mísera vida dando espectáculos que a la buena y analfabeta gente atraían como ahora lo haría un musical, un espectáculo de luz y sonido, un concierto. No había otra cosa, ni siquiera un cine donde contemplar escenas que se salieran de la cutre rutina de sus vidas.

¿Y por qué traigo yo a colación esta historia que voy a contar? Pues porque adicto de Google, me topo con la foto que adjunto en este relato. Se trata de un foto que me ha hecho regresar 75 años, y a como si lo estuviera viendo, que se dice.

Un tirititero o saltimbanqui, siempre gitano aunque fuese payo muerto de hambre, fue llevado al cuartel por una pareja de la guardia civil. Según pude oir y entender, iba a ser acusado de ofrecer su cabra a un vecino, el más rico del pueblo, para que su hijo, algo tontorrón o retraido mental, se follara a la cabra y puediese, así, alcanzar la categoría de hombre hecho y derecho. El delito, al parecer, estaba tipificado como corrupción de menores, y era por eso que el tirititero había sido conducido a declarar. El dueño de la cabra, o su proxeneta, al parecer ya tenía antecedentes de prácticas mercantiles parecidas, pero ahora interesaba a la autoridad saber quién había sido el cliente que le había utilizado para desvirgar a su hijo, a la zazón menor  de dad, pues tenía 20 años, a punto de cumplir la mayoría fijada entonces en los 21. Quizá el padre debió pensar que era la ocasión, ya que el tirititero no volvería por allí en mucho tiempo y no soportaba la idea de tener un hijo que sólo llevándole de putas a la capital, podría hacer de él un hombre. También porque el tirititero y la cabra nunca hablarían de ello, así la ocasión la pintaban calva, y la aprovechó. ¿Que cómo trascendió para llegar a la guardia civil? Pues porque un vecino del  padre celestino pudo verlos en el corral desde una ventana que daba al mismo, y que temeroso del poder de su vecino, sólo le dijo a los guardias que el tirititero comerciaba carnalmente con la cabra, y que eran menores en ese caso. Los guadias, como primera providencia, llamaron al tirititero, luego al vecino, luego al padre, luego pidieron traer la cabra para que la examinara el veterinario.

Y ya no recuerdo más, sólo que a partir de entonces, y dados en los pueblos a poner motes, al joven tontorrón, lo llamaron follacabras, y seguro que murió  de viejo sin quitarse la cabra de encima.

 

Del asombro a la infinita tristeza

Las fotos aquí mostradas corresponden a otros momentos de la historia de una niña, sí, una niña que tenía sólo, digo bien, sólo 5 años cuando dio a luz a su hijo. Un buen tema para un escritor de ficciones, salvo que éste lo sería de un ser real. Ya están otros que lo están intentando,  por seguro  que mientras se frotan las manos pensando en el botín de lo que suponen sería un best seller.

Quiero creer que las fotos son reales y no un fotomontaje. El artículo periodístico de donde las he extraído parece verosímil, «Lina Medina, una madre a los 5 años, autor Martín Mucha», que se esfuerza en darnos pruebas de no ser una invención. Como le creo, y aunque sólo sea porque se añade a otras historias igualmente reales e igualmente inverosímiles, rescato aquí un poema que escribí hace 16 años. No recuerdo si fue inspirado por algo similar. Debió serlo, porque mi mente no es tan sucia como la del dios que lo permitió

Maldita sea tu mano todopoderosa,
Que no libera a tu hija predilecta…!
Incestuoso intento de gozarla…
Si yo poseyera toda la palabra del Universo,
Te sentenciaría a escucharme eternamente…
Hasta que te durmieras en la matriz de una loba…
Hasta que todos tus sueños fueran las pesadillas de los hombres…

Hasta que gritaras «¡Basta!, me rindo!».

Escapa, niña, a sus intentos.
Vuélvete arena entre sus dedos.
Llena el mar hasta que surja una isla.
Deja que de ella tomen posesión las mariposas.

Préndete de sus patas y… ¡vuela!
No es un grito lo que escuchas;
Es mi alma que repta hasta mi boca
Y araña mis entrañas;
Es el dolor de no sentirte.
(JDD 2001)

Lina      

actualmente, con 84 años recordando

Todo cambia, nada permanece

Me despierto, son la cuatro de la madrugada. Abro el ordenador.  Leo en los medios digitales  que el cometa  McNaught, de 90 kms. de diámetro, ha chocado con un cuerpo errante y había desplazado su trayectoria de la calculada con margen de error cero    por los astrónomos. Dejo el ordenador y conecto la televisión.  Un solo tema. No han verificado aún la nueva trayectoria, tomará tiempo, pero avanzan que podría dirigirse a la Tierra. Se consultan otras fuentes que están implicadas en el seguimiento y todas silencian  lo que se intuye como el fin de este mundo. Presidentes, primeros ministros de los países con tecnologías avanzadas, se dirigen con urgencia  por televisión a sus ciudadanos. Intentan tranquilizarlos. Hoy estos países disponen de cohetes con carga nuclear capaces de destruir cualquier objeto intruso que amenace la Tierra, y así se hará si el cometa llega a suponer el peligro que se le atribuye. Otros, en cambio, no parecen tener interés en minimizar la catástrofe y auguran, cuanto menos, una destrucción masiva del 90%. Más, incluso, que el precedente de los dinosaurios.   Pasa el tiempo y con él la actividad frenética de la información. Por un momento pienso que debo estar soñando con esa película que ya he visto. Pero no, no estoy soñando, porque miro el reloj  y compruebo que marca los segundos. Porque me acerco a un jarrón con flores, y percibo su perfume. Una mosca revolotea cerca de mí y oigo el aleteo de sus alas. Todas las cosas están en su sitio, los muebles, los cuadros, mis libros… En los sueños no existe la precisión porque todo parece cambiante .

Ahora mis pensamientos están tratando de comprender la situación, el final de la vida, al menos la de este mundo, y que con suerte se salvará una pequeña porción no identificable con un ser humano. Si sucede lo que parece inevitable,  yo, mi familia, mis amigos no estaremos vivos después del impacto. No me detengo en pensamientos que podrían  aliviar mi inquietud del momento, como tomar prestados los que otros estarán considerando: la vida después de la muerte, el cielo prometido, la reencarnación y cualquier otro que relativice la muerte y con ella el fin . En cambio si me afirmo en la convicción de ser producto del azar, un azar que ahora no respeta lo que yo desearía, algo más de vida para mí y para los seres que amo, y también, por qué no, para el resto de la humanidad, que se estará preguntando para qué le dieron un poco de existencia, un destino absurdo, que sólo se justificaría si no fuésemos otra cosa que una consecuencia más del universo caótico en el que todo cambia y nada permanece.

Ya han pasado las horas, los días, siglos y aún el cometa no ha chocado con la tierra. Y yo, un ser atemporal, pronosticando que será en cualquier momento.