Saber y conocer

Solemos presumir de saber; no lo hacemos de conocer. Parece que ambos verbos se refieren a una misma cosa, pero no. Cuando decimos saber de algo nos referimos a tener cierta habilidad para manejar algo que hemos practicado y aprendido. Cuando decimos conocer, nos estamos refiriendo a tener cierto conocimiento de algo, sin que ello suponga poder dominarlo, si la cosa lo requiere. Espero que quede claro, porque…

Voy a hablar de un tema que conozco pero no puedo decir que sé.

Llevo unos días , en esta ocasión con más interés que siempre tuve, sobre un tema que se presta a estas dos posibilidades: saber y conocer. Me refiero a la Física o Mecánica Cuántica. Que nadie deje de seguir leyendo, que si de algo puedo presumir es de que nunca me meto en jardines sin tener nociones de botánica. Estudié Física en el Bachiller y en dos cursos en la Universidad. De todo ello sólo me queda el recuerdo de que apenas si comprendí nada. Por entonces, hace sesenta años o más, no se hablaba de la física cuántica, quizá la filosofía.

Pues, nada, que sigo conociendo del tema sin saber de qué trata. Los científicos de hoy parecen saber mucho del asunto, pero los más humildes se atreven a asegurar que no conocen cómo funciona. Esta paradoja me sirve para que yo siga afirmando que conozco de qué se habla cuando se habla de la mecánica cuántica, pero me acojo a la humildad de los sabios que dicen no saber, por ahora, cómo funciona un asunto que no parece tener pies ni cabeza en los esquemas de la física clásica.

Y como esto, otras muchas cosas que conocemos de oídas o estudiadas, sin saber si son ciertas, aunque las defendemos como dogmas de fe, ese recurso que nos sirve para seguir siendo unos sabios ignorantes.

La música


La música, qué música, la música engloba muchos estilos, pero. muy pocos deberían tener el honor de llamarse música, como muy pocas pinturas gozan de ser consideradas obras maestras de la pintura, como muy pocas obras literarias tienen el privilegio de ser literatura universal.
Pero ahora es la música la que me inspira. Yanni es uno de mis interpretes favoritos. Todo él es música, y su música es realmente música. Escuchen Renegade, el video adjunto, y comprenderán que música es esto, que no tiene apellidos que la clasifiquen en un estilo concreto. Y si no sienten que el culo no está quieto en el asiento mientras escuchan(les supongo sentados), que se mueve al ritmo de cada interprete, que al final suspiran como si el Universo les hubiese abierto sus puertas para que puedan ver al otro lado, entonces es que la música no les comprende; digo bien no les comprende, porque ella no necesita ser comprendida, sólo sentida.

La niña sin nombre

De padre borracho, de madre prostituta, el milagro de la vida hizo que naciera una niña. Los médicos del hospital materno, conociendo los antecedentes del hogar paterno, pusieron especial hincapié en ver si aquel bebé había nacido con alguna mácula heredada de sus padres. No encontraron nada, la niña estaba sana y era muy bonita. Así se lo comunicaron a los padres a la vez que les aconsejaron la dejaran en adopción; no faltarían parejas que se la llevaran y la cuidaran debidamente. Los padres entendieron las razones que les daban y aceptaron con una condición: no debían guardar en el hospital ninguna referencia relacionada con sus padre biológicos. Tampoco que tuviesen información de su destino en adopción a disposición de quien reclamara la paternidad.

Un matrimonio joven, incapaz de tener descendencia, optaron por adoptar un niño o niña. Si se daba el caso, en el hospital habían dejado la dirección para ser llamados, así como las referencias que les exigieron. Y la ocasión se presentó. Nerviosos se fueron al hospital. Alguien, un medico o enfermera les atendió. «Hay una niña disponible, está sana y pueden adoptarla. Tendrán antes de llevársela que cumplir con las formalidades de rigor». La pareja quiso ver la niña y no tuvieron inconveniente en mostrársela. Ella lloró de emoción y él abrazó a su esposa: «Es preciosa», exclamó él. «Si, mi amor, nunca vi un bebé más bonito, y va ser nuestra». «Nuestra hija», añadió él. Confirmado que la querían, en el hospital le extendieron un documento de reserva con la huella digital de la niña

La pareja cumplió con prontitud con los tramites legales, algo que les llevó tiempo y la consiguiente inquietud al no poder tener a la niña con ellos. Llamaban al hospital cada día para saber de su «niña», si se encontraba bien y sin problemas. Quedaban tranquilos, las noticias eran buenas.

Y fueron llamados para que se llevaran la niña. Previamente habían entregado en el hospital la documentación que les habían pedido.

Y durante el tiempo que tardaron, prepararon una habitación con todo aquello que se les ocurrió: una cuna, ropita para cambiarla a diario, pajaritos colgados del techo, peluches varios y todos los útiles para la limpieza y la alimentación.

Por el camino al hospital, ella le pregunta a él qué nombre le deben poner. Algo tan importante y se habían olvidado. «Desiré», dice él sin dudarlo. «No, cariño, no es un nombre español. ¿Qué te parece…? Ella no termina su propia pregunta, no encuentra un nombre que le parezca apropiado, todos les parecen copiados. «Bueno, lo dejamos para cuando estemos los tres en casa y lo pensamos, será necesario para registrarla», sale él al paso de su dubitativa esposa.

Y pasaron los días, los meses y ningun nombre parecía tener el consenso de ambos. Mientras en esas estaban, cuado querian dirigirse a ella decían simplemente “la niña” o “niña”. Pero estaban obligados a pasarse por el registro y allí le pedirían el nombre, así que empezaron a inquietarse decidiendo que tenían que tomárselo en serio. «Robustiana», dijo el padre como si hubiese descubierto un tesoro. «Sí, ese nombre es horrible, tendremos que cambiárselo cuando encontremos otro apropiado, y ha de ser antes que ella se avergüence del nombre que le hemos puesto», sentenció la madre. Y así fue como en el registro figuró inscrita: Robustiana Pérez Ferreira.

Ya con la edad de ir al colegio, primero a la guardería, los padres tímidamente y algo avergonzados no tuvieron más remedio que decir cómo se llamaba la niña. La directora los miró con una leve sonrisa: «La llamaremos Robus», dijo a los atribulados padres. A los padres les pareció una idea feliz, Robus no sonaba tan mal, y desde entonces así se dirigieron a ella a partir de entonces.

Pero en el colegio infantil ya no pudieron ocultar el verdadero y completo nombre de la niña. Aunque todos la seguían llamando Robus, sabían que su nombre era Robustiana, y algunos se mofaban. Robus no entendía por qué su nombre causaba la risa de sus compañeros, y en ocasiones se enfadaba.

A sus padres les preguntó por qué los niños se reían de su nombre. Los padres no tenían una explicación fácil para una niña de cuatro años- «Son niños malos, cariño», le decía la madre abrazándola. Cuatro años y aún no habían encontrado el nombre que satisficiera a ambos. Cinco, seis, siete y la niña no se llamaba Teresa, María, Isabel, nombres habituales de sus compañeras. Tampoco ningún niño se llamaba Robustiano, y Robus comenzaba a preguntarse por qué sus padres le habían puesto ese nombre que hacía reír a la gente. A los padres les resultaba más y más difícil explicar a su hija por qué le habían puesto Robustiana. «Porque nos pareció que así no te confundirían con nadie», le dijo el padre, no muy seguro de que la niña lo entendiera y lo aceptara como explicación

Y sufriendo de llamarse Robustiana, cumplió la mayoría de edad. Los padres no encontraron un nombre que lo sustituyera. Robus ya se había acostumbrado y ya no eran tantas las chanzas a costa de su nombre. Sus padres, incapaces de darle solución, le ofrecieron que como era mayor de edad, podía solicitar el cambio de nombre y ponerse el que más le gustase, que ellos lo aceptarían.

Robustiana no se cambió el nombre, consideró que era como renunciar a sus señas de identidad, y para siempre formó parte del exiguo número de mujeres que se llamaban como ella: Según el Instituto Nacional de Estadística, 116 mujeres se llamaban Robustiana del total de la población, un o,oo5 de toda la población comprendida ente un día y 74 años. Y hasta se sintió orgullosa de pertenecer a tan exigua singularidad, luego que se enteró del origen de tan extraño nombre. Al parecer » Robustiana es un nombre de origen latín que deriva de la raíz latina «robustus», que significa vinculado a los árboles de roble, por lo que significa «de madera fuerte como el roble» o «de buena madera».

Seguro que Robustiana hizo honor a su nombre.

Mi gata escribe

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Me disponía a escribir algo que mantuviera viva mi página. Miraba la ventana abierta de WordPress y no se me ocurría lo que siempre es el comienzo de lo que, a continuación, no tengo idea de qué va a tratar. El título ya es algo que despierta mis neuronas, aunque, al principio, se manifiestan renuentes a ordenarse para decir algo conexo que empálame con el título.

Y en esas estaba, que mi gata salta al escritorio, se pasea por el teclado y la página responde escribiendo un título; el que dejo en la casilla correspondiente. Luego, como si me dijera: «continúa tú, yo ya te he dado la entrada», se acuesta a esperar. Pero ahora su lugar de descanso ocupa medio teclado, y con las letras disponibles no soy capaz de articular palabras que expresen pensamientos, así que, sintiéndolo mucho, aparto a mi gata para que pueda disponer del teclado completo.

Y miro el título que me ha dejado. Sin duda quiere decir algo en el lenguaje de los gatos. Pero Google no tiene traductor del idioma de los gatos, así que ese título sólo me puede decir una cosa: «escribe lo que sea, puedes describir este incidente que resulte ser hasta curioso para algún lector-ra de tu página. Quizá hasta haya alguien que ha aprendido el lenguaje de los gatos y te aporte su traducción. Luego podrás escribir lo que se corresponda con ese título. Lástima que mi gata no comprenderá mi lenguaje, y bien que me gustaría, en esta ocasión, escribir para ella.

Cuestiones básicas

Una cuestión previa. Cuando el pensamiento se vuelve espeso, al proyectarse lo que produce es una sombra. En ocasiones, las sombras nos dicen algo, no necesariamente si son sombras chinescas. Estas cuestiones que aquí recupero son muy antiguas, tan antiguas que no me atrevo a revisarlas por si me da por renegar de ellas. Los lectores podréis leerlas, enteras o parcialmente y juzgarlas. En una visión muy superficial me han parecido tan espesas, que dudo alguien vea en ellas algo que se asemeje a la filosofía, materia no menos espesa del pensamiento. Pero aunque sólo sea porque yo lo escribí y no me arrepiento, lo traigo aquí, exhumándolo de entre los cincuenta mil folios que forman el mausoleo de mi creación literaria. Y no lo edito, forma parte de mi pasado inamovible.

CUESTIONES BÁSICAS

Introducción

Escéptico ante la posibilidad de obtener respuestas universales a cuestiones básicas que mi mente se plantea, después de haber navegado todas las singladuras conocidas, soy, en cuestiones de pensamiento, como un desertor de un gran barco de pesca, repleto de grandes y acreditados pescadores que sólo van en pos de los grandes peces. Los he visto, perplejos ante sus redes vacías, y me he lanzado al agua con una pequeña barca, hecha por mí mismo, y también una pequeña caña de pescar. Seguro que pescaré pequeños peces, pero servirán para alimentarme mientras viva. Mi preocupación no va ligada al instinto de supervivencia eterna, que doy por descartada, sin que esto me haya supuesto un gran trauma. Mi preocupación es cambiar el sentimiento constante de vértigo que siento mientras me columpio entre el ser y el no ser. Porque el ser, lo tengo comprobado, es un amarre endeble atado al presente, y el no ser, una cuerda floja que se hunde en el vacío. Si consigo acercarme al ser y anudarlo a mí fuertemente, estoy seguro de no sentir el vértigo. Terminaré cayendo al vacío, pero eso, qué puede importarme…
(JDD 2002)

Revisar la vida

Creo que para una persona, un motivo de máxima satisfacción sería tener la capacidad de revisar su pasado y corregirlo. Una persona tiene muchas formas de pasado: la forma en que vivió o padeció la vida, su comportamiento en sociedad, su gana o desgana en el vivir cada momento, su actitud ante los retos, su forma de adaptarse a las contingencias… Revisar y corregir el pasado no es cambiar de vida. Lo hecho hecho está y es inamovible. Pareciera, pues, que nada de tu pasado puede ser corregido, ni siquiera las consecuencias; podrá ser reparado el efecto causado con tu actitud, pero lo que hiciste permanecerá ahí, en tu memoria. ¿Puede la persona, en ciertos casos, cambiar su obra por la vía de la revisión? Supongamos un escritor que ha escrito una o varias obras. Publicadas o guardadas por la razón que sea, un día, este escritor decide revisar su obra, eventualmente corregirla, o incluso cambiarla sustancialmente. ¿Sería este acto una forma de revisar su pasado y la posibilidad que se le abre de cambiarlo? Pienso que sí. La vivencia endogámica del escritor con su obra es de la misma naturaleza que cualquier otra vivencia. El escritor, durante la gestación y posterior desarrollo de su obra, «vive» intensamente el mundo en el que está inmerso su pensamiento, hasta tal punto que su humor, estado de felicidad, desasosiego, sufrimiento, están casi en exclusividad ligados a su creación. Sucede, en ocasiones, que el escritor no tiene otro tipo de vida que la que inventa y plasma en palabras. Pues bien. Esta persona es de las pocas que tiene el privilegio de revisar su pasado y vivirlo de nuevo, con nuevos matices, nuevas experiencias y hasta nuevas decisiones; el resultado será que su antigua obra se desvanecerá en el mero papel de boceto de vida presente.

Yo me propongo, hasta donde se me alcance, hacer esto: revisar, corregir y hasta cambiar mi pasado literario para dejarlo en una simple idea que tuve. Y como ningún otro aspecto de mi vida pasada, presente o futura, me es o será posible revisar, dedicaré todo mi tiempo a intentar ser feliz con mi obra, que será cuando ya no la quiera revisar más y deje de atormentarme.

(JDD 2002)

El vértigo

Pero al mismo tiempo (o paralelamente) que reviso mi pasado literario, el presente se confunde con nuevas creaciones que, sin duda, serán revisables en el futuro. Esta dinámica revisionista mía, me hace pensar en si seré yo una persona sin convicciones, sin ideas fijas. Alguna vez, en uno de esos espasmos de mi mente, había dicho que las personas de ideas fijas me producen vértigo. Y así es. Cuando mi mente elabora una idea que me parece incuestionable, incluso por mí mismo, la desazón del vértigo se apodera de mí. Pienso si esa idea me hará esclavo de ella por no poderla cuestionar, lo que significaría que debo tenerla en cuenta en lo sucesivo para acomodar una parcela de mi libertad de pensamiento. Pongo un ejemplo. Supongamos que concluyo que estamos hechos de infinitas apócrifas historias. A partir del momento que el sentido de esa frase la incorporo como una convicción, el vértigo surge de inmediato: lo que digan de mí, siempre será mentira. La conclusión está perfectamente acomodada a la premisa. Siendo así, toda mi proyección pública dinamizará la falsa historia que se tendrá de mi mismo; o lo que es igual: yo nunca seré algo verdadero. Y ese es el vértigo. Porque si nadie ha de decir de mí algo verdadero, significa que yo no he proyectado nada auténtico. A partir de ahí, sólo me queda el consuelo de que puedo revisar esa idea, que, a buen seguro, me hará sentir otro vértigo. Lo trágico de todo esto es que no puedo dejar de pensar, y eso no puedo revisarlo.

(JDD 2002)

El ser auténtico

¿Qué es la autenticidad? ¿Qué es la autenticidad referida al ser? Existen dos maneras de ser: el introspectivo, o sensación que tenemos de nosotros mismos, y el reflejado después de haberlo proyectado; en cualquier caso la sensación de ser sólo la percibe el ser mismo. ¿Qué sucede cuando ambas sensaciones no se corresponden e incluso llegan a ser antagónicas? El ser que percibe tal contradicción se siente confuso; ya no sabe bien si es el que cree sentirse que es o el que perciben los demás, y de ese dilema no se sale fácilmente. Cada vez que una persona afirma dubitativamente su identidad, lo hace bajo el temor de no ser aceptado. ¿Quién es capaz de señalarse como auténtico ante los demás? Siempre existirá ese temor. Y si uno mismo es incapaz de sentirse seguro de sí mismo, ¿dónde está su autenticidad? ¿Pero esta pregunta no me lleva a la afirmación anterior de estar hecho de infinitas apócrifas historias? Ciertamente, así es.

Ahora me hago la pregunta: puesto que soy libre de poder revisar cualquier idea, ¿cuál es el camino para revisar ésta que tanta desesperanza lleva implícita? Sin duda debe haber una formulación, no sé si contraria, pero sí diferente. Y aunque ahora no la tenga, no debo cejar en el empeño de encontrarla; me va en ello el ser o no ser.

(JDD 2002)

Conocerse

Como epistemología a la contra, me propongo, ahora, llegar a las causas partiendo de los efectos. Todos vivimos dos vidas: una virtual y otra real En la virtual, la que el reflejo en los demás me persuade de ser lo que piensan de mí, y ese sería el efecto, la causa es, sin duda, la proyección sin grandes matices diferenciadores a que da lugar mi actuación pública. Pero esta actuación no siempre responde a mi ser íntimo: histrionismo, vanidad, oportunismo, etc. vician esa proyección; es como si un filtro cromático dejara pasar sólo los colores que me interesa que pasen. Pero no es sólo eso: el receptor que luego refleja su opinión en base a esos colores, también aplica un filtro propio, que sería el de su propia óptica para sintetizar esos colores. Resumiendo, esta vida virtual llega, paradójicamente, a desvirtuar la percepción de mi ser. La segunda vida sería la real. Por vida real se entendería aquella que la forman todo el espectro de colores, pero sin filtro. Esta vida me debería dar indicadores inequívocos de mi ser, pero no es así. Virtudes y defectos conforman a la persona, y esos serían todos su colores. La persona es conocedora de sus defectos, pero nunca sabrá a ciencia cierta cuáles son sus virtudes. Las virtudes de uno, sólo son estimables por los demás, que inevitablemente aplicarán filtros al juzgarlas. Por tanto, tampoco la vida real te permite conocer cómo eres en realidad. Y en este laberinto, en le que los efectos no son originados por sus causas correspondientes, se desdibuja el ser. Debería concluir que yo no soy yo, puesto que no puedo percibirme, pero algo me dice que todo esto carece de importancia o está mal planteado, aunque no lo parezca. Tendré que seguir haciendo trabajar a mi mente.

(JDD 2002

En dirección al yo

Ahora, puesto que de forma introspectiva o refleja no puedo conocerme, me planteo encontrar los mecanismos que me permitan acercarme a mi yo, lo más fiel posible. Los mecanismos no pueden ser instrumentos ad hoc creados por mí mismo ni tampoco que me sean ofrecidos por los demás; deberían ser exclusivamente patrones de la Naturaleza, que sirven tanto para personas, animales o cosas. Es obvio que yo soy una cosa, y una cosa animada, por tanto un animal. Hasta aquí, tengo perfectamente definidos unos rasgos objetivos de mi ser: soy un animal (etimol. animal: ser vivo con capacidad de movimiento y dotado de sensibilidad); es decir, soy una cosa animada con sensibilidad. ¿Y qué más? ¿Cómo puedo llega a definir que soy persona? Primero tendría que encontrar la forma objetiva de definir lo que es una persona. ¿Una persona es un animal que piensa? No podría responder categóricamente que sí; quizá otros animales que no se llaman personas también lo hacen. ¿Una persona es un animal que se comunica mediante un sistema muy sofisticado? Tampoco esta cualidad parece sostenible para ser algo diferente a un animal cualquiera, y no hace falta que me extienda en comprobaciones científicas sobre otros animales y sus medios de comunicación. ¿Una persona es es un animal capaz de tener grandes sentimientos? Podría ser, pero también es verdad que es capaz de tener los más bajos, por lo que el balance casi lo supera cualquier animal no persona. Así podría extenderme casi indefinidamente sin encontrar un verdadero elemento diferenciador. ¿Qué hace, pues, diferente a la persona del simple animal que no se plantea ser persona? ¿El ser trascendente? Podríamos afirmar que los simplemente animales no lo son. ¿Soy yo un ser trascendente? Por trascendencia se entiende la facultad de ir más allá de la pura condición animal; o dicho de otra manera, de la experiencia inmediata. Ir más allá de la experiencia inmediata es como pensar en darle forma o existencia a cosas que no perciben los sentidos y que sólo se originan en el pensamiento. Pero si habíamos considerado que pensar no es un don exclusivo de la persona, la trascendencia, que tiene su base en el pensamiento, tampoco es definitoria de mi ser como persona. (JDD 2002)

El encuentro con mi yo

Y a todo esto, ¿qué dijeron, dicen los llamados filósofos? ¿Lo que yo estoy discurriendo es una especie de filosofía por libre? ¿Y por qué no consulto a los filósofos acreditados? ¿Ellos han llegado a definir con claridad, universalmente aceptado, el concepto persona? No, no lo han hecho. Y no voy a molestarme en desmentirlos. Y si ellos no lo han hecho, ¿puedo yo pretender hacerlo? Yo no he hablado de pretensión. Si ellos no me han dado la respuesta, lo más seguro es que yo tampoco la encuentre y que sea aceptada por todos los demás.

Entonces, ¿qué estoy haciendo? ¿Para que me sirve todo esto? Supongamos que mi mente se acomoda a una formulación empírica que aleja de mí esta preocupación. No tiene que ser aceptada por nadie más. Si eso sucede, ¿me habré encontrado como persona? Pienso que sí. Un hombre emprende un camino desconocido en pos de una meta, cuando la alcanza, juzgará que tomó el buen camino, y lo más `probable es que se siente a descansar satisfecho. ¿No es eso, en definitiva, lo que busco, descansar? Claro que es eso. ¿Y los demás? Los demás tendrán que buscar por sí mismos, porque si no lo hacen, nunca se hallarán a sí mismos como personas, por más que lo proclamen.

(JDD 2002)

De la existencia y la trascendencia

¿Qué cosas más son básicas en la inquietud general y en la mía en particular? Más arriba he abordado la definición de la persona per se. ¿Es mi inquietud, dejando de lado la de los demás, la persona espacial; es decir, la persona ocupando un lugar en el espacio, en el Universo? Hace cien años, yo no existía; dentro de cien años no existiré. ¿Cuál es la razón para que en un tiempo infinito, yo haya venido a existir por una micro parte de ese tiempo? ¿Qué aporto yo a la razón de la existencia? Las personas que creen en la trascendencia parece que han encontrado una respuesta, y con ella ya no se plantean esta pregunta como inquietud personal. Y si yo no creo en la trascendencia, ¿qué respuesta debo encontrar para mí mismo que aleje de mí esta inquietud? ¿Y por qué tengo esta inquietud? En realidad no tengo esa inquietud como algo que me desvele. Entonces, ¿para qué me planteo esta cuestión como básica? ¿Las personas como tales deben plantearse esta cuestión? Si unas personas se lo plantean y otras no, ¿quiere decir que las personas no somos iguales? ¿Las personas que se lo plantean son verdaderas personas y las que no se lo plantean serían meros animales? Vuelvo a la consideración anterior en la que definí la trascendencia como un producto del pensamiento. Según esto, creer o no creer en la trascendencia no define a la persona, por lo que no debería haber una razón natural para definir la persona espacial. ¿Por qué y para qué estoy aquí, en este momento, en este lugar del Universo? ¡Ah, mi mente, qué cosas se le ocurren! (JDD 2002)

Del pensamiento

Vengo hablando mucho del pensamiento. El pensamiento no es la causa; para eso están los sentidos. Los sentidos sitúan las cosas materiales en el espacio y el tiempo, luego trasmiten estos datos a la mente y la mente los configura perceptibles en forma de pensamientos. Por tanto, el pensamiento es el efecto, no la causa.

¿Qué sucede cuando el pensamiento no se sustenta en cosas materiales? Aquí no parece haber causa, por lo que estos pensamientos, que existen, no proceden de la realidad de las cosas. ¿Por qué se originan? Una hipótesis sería que la mente es autónoma de los sentidos, que elabora sus propios pensamientos. Pero ¿qué validez tienen los pensamientos que no son la consecuencia de los impulsos que recibe la mente a través de los sentidos? La ciencia no empírica desdeña estos pensamientos; la ciencia sólo admite las experiencias que detectan los sentidos. ¿Y la filosofía? Aquí surge una contradicción. Sólo en este caso, el pensamiento es causa y la filosofía el efecto. Pero estoy hablando del pensamiento que trasciende las cosas reales, las que detectan los sentidos. En la hipótesis de mente autónoma, estos pensamientos no son verdad ni mentira, por lo que se debería concluir que la filosofía es algo así como un juego de palabras; o dicho de otro modo: la mente elaborando pensamiento, que le gustaría verificar, y que estaría encuadrado plenamente en un concepto amplio que podríamos llamar imaginación especulativa. Del mismo modo, cualquier creencia religiosa, esotérica, etc.

Sobre esto debe haber una enorme bibliografía. Yo no la desdeño, pero me es suficiente con lo que mi mente autónoma elabora; al fin y al cabo, todos estamos especulando.

(JDD 2002)

Las relaciones humanas

Una cuestión básica, sin duda, son las relaciones humanas. ¿Son éstas necesarias, deseables, prescindibles? Lo fácil, lo que mi mente, probablemente bajo la inducción del ambiente en el que vivo, contestaría sin dudar es que son necesarias, y no entraría en disquisiciones. Una cosa es necesaria cuando de no existir haría imposible la existencia de otra. Una cosa deseable, en cambio, sólo modificaría en algún sentido la existencia de otra. Una cosa prescindible, sería aquella que no es esencial ni para la existencia de otra cosa ni para modificarla. ¿Cuál sería esa cosa que depende de las relaciones humanas, para que exista o pueda ser positivamente modificada? ¿Sería, por ejemplo, el desarrollo integral de la persona? Voces de todos los puntos cardinales contestarán que sí, como lo haría mi mente. Pero me pregunto: ¿de verdad que la persona sólo se desarrolla íntegramente si mantiene unas relaciones con sus congéneres? Enseguida me asalta la duda. Sí, pero ¿en basé a qué postulados deben estar reguladas esas relaciones humanas? No preciso mucho tiempo para responderme: a las leyes establecidas por la sociedad, a la moral y buenas costumbres. ¿No serían suficientes los sentimientos como motor de esas relaciones?, al menos estos son exclusivos de la persona y no de la sociedad, como aquellos. No, no es posible basar las relaciones humanas sólo en los sentimientos; se desintegraría la sociedad donde las relaciones humanas son posibles. Y ya hallé la cosa: es la sociedad; la sociedad, y no la persona, demanda que las relaciones humanas son necesarias. ¿Y cuál es el papel de la persona? ¿Seria el de elemento necesario para que, a través de su interrelación con otras personas, pudiera hacer posible la existencia de la sociedad? No digo que este sería un mal papel, quizá no cabe otro, pero si esto es así, la persona no encuentra en las relaciones humanas el sentido de su yo individual, y mucho menos la forma de desarrollarse integralmente, salvo, eso sí, alcanzar un máximo reconocimiento: ser una súper estrella en la representación que se le asigne.
(JDD 2002)

¿Qué es la vida?

Creo que antes de plantearme cualquier cuestión básica, las anteriores y las que vengan, debería hacerme la pregunta elemental, fundamental de nuestra existencia y tratar de obtener un mínimo de comprensión. Esa pregunta es «¿Qué es la vida?» Parto de un hecho que quiero no me condicione: he leído mucho sobre el particular: respuestas contradictorias, absurdas, y otras que, sin concluir nada, parecen ir en el buen camino. Lo doy por olvidado y voy a tratar de dar mi respuesta a esa pregunta, naturalmente de forma empírica, ya que tiempo tendré, si tengo suerte de vivirlo, de conocer la respuesta exacta.

Cuando se hace esa pregunta ante el gran público, se tiende a contestar: «la vida para mí es…», y a partir de ahí se da un rosario de vivencias por respuesta. Los soñadores se atreven, incluso, a proyectar sus deseos en su tiempo de vida. No va por ahí mi pregunta. Eso sería hablar del efecto obviando la causa. Tampoco me refiero a la causa desligada del efecto, como harían los científicos. Y, por supuesto, menos al concepto filosófico, que supone decir muchas cosas, densas de esoterismo, para no decir nada. Intentar penetrar en el secreto de la existencia sería, al menos por ahora, como entrar en un laberinto en el que se cierra la entrada y no tiene salida. Dejando, así, enmarcado lo que no pretendo, ¿qué es lo que intento encontrar como respuesta a esa pregunta? Observo la vida y lo primero que mi mente elabora en forma de pensamiento es que la vida es esencialmente movimiento; las cosas se mueven. Luego observo las diferentes formas de movimiento, y mi mente define que hay cosas que se mueven de forma autónoma en cualquier dirección del espacio y otras para las que su movimiento está limitado. Así tengo que animales y plantas se mueven. Todas esas cosas se reproducen o han sido producto de la reproducción. Pero la reproducción sigue siendo movimiento: dos gametos vivos ( y este conocimiento no lo puedo obviar) se unen para formar otra cosa que tendrá su movimiento propio. Luego, mi mente, a través de los sentidos, contempla que las cosas que se mueven de forma autónoma, se orientan dentro del espacio en el que se mueven, lo que me hace inferir que piensan. Llegado aquí, cunde en mí el desánimo. ¿Qué es pensar?, me pregunto. Lo que en este momento estoy haciendo es pensar, pero en esencia es movimiento; pretendo llegar a algún lugar, aunque esté sentado. Diría que para llegar a ese lugar casi inaccesible, debo moverme por caminos tortuosos, como lo han hecho los grandes pensadores, o por seguir con el invento, los grandes corredores de fondo en la carrera del pensamiento. ¿Qué sintieron ellos cuando elaboraron sus proposiciones? Seguramente «haber llegado» a la meta que se plantearon; se movieron en pos de esa meta y puede que creyeran haberla alcanzado. Pero no me gustan los caminos tortuosos, así que yendo derecho al grano, me respondo a esa pregunta: La vida es movimiento, desde los electrones y demás partículas subatómicas del átomo, hasta las más complejas estructuras, como la mía y la del Universo. ¿Por qué nos movemos? ¿Porque si no nos moviéramos no existiríamos? Exacto, eso sería, y entonces no nos plantearíamos la pregunta. Parecerá de nuevo una simpleza, pero, a falta de otras concreciones, me sirve para esperar.

(JDD 2002)

La muerte

El que haya perdido el tiempo leyendo hasta aquí mi catálogo de cuestiones básicas, estará esperando que caiga en la trampa al abordar la muerte. Dos apreciaciones previas: no sé si la muerte me lleva a una cuestión básica y no sé si es básico que yo me plantee una pregunta. Veamos. La muerte, y espero concretarlo, tiene dos aspectos: uno sería el fenómeno que tiene lugar cuando se acaba la vida, y otro el trascendente, que viene a entender que la muerte es el proceso necesario para entrar en otra dimensión de la vida. Obviamente, en esta segunda acepción, las secuencias lógicas de mi pensamiento deben dar un salto de saltimbanqui, abandonar el suelo, suspenderme en el vacío y volver a caer en el suelo; un salto mortal sin consecuencia, sería la figura gráfica feliz. Descartado que yo (mi pensamiento) esté para hacer piruetas en el aire, voy a pensar en el otro aspecto de la muerte, sin que nadie pueda pensar que soy un imbécil.

Parece inevitable que si he definido la vida como el estado de movimiento de todos mis componentes y de mi todo como unidad, la muerte debiera ser tratada con la misma simpleza incontrovertible. Naturalmente que conozco los aspectos fisiológicos, químicos, teorías del caos inevitable y hasta filosóficos. Demasiada paja para encontrar el grano que me alimente. Podría despachar la pregunta diciendo que si la vida es movimiento, la muerte es quietud, pero no puedo hacerlo porque no es así. Aquí no puedo prescindir del conocimiento previo por el cual sé que los átomos de mi cuerpo muerto siguen siendo estructuras en movimiento, así que esarespuesta no me satisface. ¿Podría aceptar que la muerte es la destrucción del espíritu de grupo asociado de los átomos para moverse por libres hasta integrarse en nuevas asociaciones? Creo sinceramente que no. Cuando un postulado es un aspecto más de la misma cosa, el pensamiento no es más que quererle buscar tres pies al gato. Y por lo que conozco, no parece que otras estructuras humanas hayan ido más lejos hasta hacer que la pregunta sea una cuestión infantil. Por tanto, debo darme por satisfecho si convengo en no considerar la muerte como cuestión básica, como no considero básico elucubrar para qué.

(JDD 2002)

La percepción de vivir

¿Y ahora qué? Mi mirada, imprecisa, se concentra en ver algo en mi interior. Pero no consigo ver nada que tenga forma; ni percepción empírica ni consciente racional. Salgo de mi ensimismamiento cuando, de forma mecánico involuntaria, miro mi reloj de pulsera. Las dos agujas que marcan la hora y los minutos parecen estar quietas. Tengo la impresión de estar muerto. El segundero avanza a golpes monótonos; sólo él me devuelve a la realidad presente, pero parece avanzar sin tenerme en cuenta, ni siquiera me invita a que avance con él, acompasando su paso. A pesar de que esa visión me devuelve la certitud de estar vivo, miro su avance con apatía, como si en lugar de marcar mi tiempo, fuese un objeto ajeno a mí que se mueve. Luego, y ya sin mirarlo, mi mente racional encuentra una relación extrañamente directa entre ese segundero y mi vida. Mi conciencia infiere que en la medida que el segundero avanza, mi vida va quedando atrás. Y sin que yo pueda hacer nada para detener esa aguja y así ser dueño de mi vida, cual sería mi deseo. De momento no parece preocuparme y no hago ningún movimiento absurdo, como romper el reloj para sentir por un instante la ilusión de vida eterna. Mi conciencia se acomoda a lo inevitable bajo el subterfugio de pensar en la vida remanente que me queda, aún pendiente de que pasen infinitos segundos. Y me vuelvo a sumergir en mi interior. Y comienzo a sentir con perspectiva trágica: me muero no porque los segundos avancen, sino porque yo mismo habría querido detener mi vida, o porque no se cómo debo ponerla en movimiento al compás del tiempo.

(JDD 2002)

El yo real y su imagen

¿La persona necesita proyectarse en el medio? ¿No es, más bien, una exigencia del medio a que se proyecte? Sea una u otro el mandato imperativo, lo que sí es cierto es que la persona nunca se proyecta tal y como es. Se tiende por todos los medios a crear una imagen. Y así, una persona proyecta su cultura hablando o escribiendo de forma efectista o depurada, el realce de su belleza o menos fealdad acicalándose, su buen porte vistiendo un traje que le favorezca, su poder de persuasión con signos externos de poder, su sentimiento en momentos oportunos con sus lagrimas o con muestras de satisfacción, su compromiso con la sociedad con expresiones de solidaridad. Se podría seguir casi sin límite. Detrás de todas esas máscaras, ni el propio ser tiene conciencia clara de percibirse tal y como es en realidad.

Pienso, por otra parte, que para un hombre es más importante ser verosímil que real, y a ello se afana; lo fácil es encontrarnos con hombres reales; lo difícil es que, además, nos resulten verosímiles. De los que vemos o de los que imaginamos, las apariencias muchas veces nos engañan, y cuanto más humanos, más nos engañan, y aquello de lo que creamos estar seguros en relación con cualquier hombre, no será

sino descubrimiento de nuestro yo ignorado, que nos desagradará siempre; y ocurrirá, entonces, que no tendremos compasión, porque lo que haremos será sacrificar el chivo expiatorio que veremos en él; más tarde, en cualquier otra circunstancia, volveremos a vernos igual y de nuevo buscaremos a alguien a quien sacrificar…

Y siendo así las cosas, ¿qué podría yo ganar o perder si me proyectara real y verdaderamente como soy? Quien me lea debe sentir un escalofrío ante tal eventualidad para sí mismo.

Pero ¿por qué, por qué el ser humano se ve compelido a crearse una imagen que le desfigura? Salvo que el propósito final lo requiera, nunca lo hace para aparentar menos de lo que es. Pareciera que no siendo de su agrado lo que cree conocer de sí mismo, quisiera ocultarlo siguiendo modelos que resulten del agrado de los demás. Lo curioso es que a partir de esa realidad, ese ser termina gustándose a sí mismo, con lo que el verdadero ser pasa por su peor trance: no se reconoce en sí mismo. ¿Por qué todo esto? Por una vez no daré una respuesta que me complazca; en este preciso momento no quiero aparentar nada.
(JDD 2002)

El comportamiento humano

Desde mi observatorio personal, a ras de tierra, me planteo ahora como cuestión básica considerar un fenómeno que quizá por evidente y querer ocultar la evidencia, pasa desapercibido. ¿Por qué el hombre tiende a envilecerse, a destruir el orden hermoso de la vida, en lugar de revalorizarse con acciones que le permitan gozar de ella sin alterarla hacia el desorden, cuando mejor sería contribuir con amor a hacerla más hermosa? Y cuando hablo de envilecimiento quiero decir todo aspecto público y privado de envilecimiento. Las propuestas, exclusivamente voluntaristas con alguna ejemplaridad, bombardean las conciencias con apelaciones angustiadas al Amor, para obtener, a) detener las agresiones entre individuos o grupos. b) para transformar relaciones de enemistad en amistad. c) Porque el amor genera amor y el odio, odio. d) Porque con amor las relaciones internacionales se suavizarían. Se pide el amor como freno individual al envilecimiento y así generar vida positiva, en lugar de destrucción de esa misma vida; también como proyección de lo mejor de nosotros en nuestros hijos; forma de contener tendencias criminales, morbosas y de odio; la mejor forma de creatividad bella, estética armoniosa; el mejor camino para darle a la humanidad caminos para su desarrollo sin menoscabar la naturaleza; libertad para todos los hombres.

Bonito, ¿verdad? Con mi admiración por quién encuentra su destino en proponer el amor para conseguir todas esas cosas positivas, y mayor admiración para el que lo practica. Sí, ese debería ser el motor, carril y estación de destino de nuestros comportamientos individuales y colectivos. Desgraciadamente no es así. No voy a dar un nuevo catálogo, esta vez de hechos que contradicen mayoritariamente aquellos buenos propósitos y acciones aisladas y que permiten diagnosticar a una sociedad enferma partiendo de sus individuos enfermos, entendiendo aquí enfermedad por desorden. Aquí, como en ningún otro aspecto, lo contrario es la norma: que en la humanidad en su conjunto y, por tanto, en la mayoría de sus miembros el envilecimiento es patente y, lo que es más preocupante, progresivo. Pareciera que el hombre desprecia la armonía que proporciona el amor y elige el envilecimiento como manual de conducta para todo tipo de destrucción. Esto no se entiende, si partimos de que el hombre, junto al libre albedrío, también dispone de una máquina poderosa que le permite saber lo que es bueno y lo que es malo. Y la pregunta: ¿por qué el hombre tiende preferentemente a usar el mal en lugar del bien? Como en todo lo que vengo tratando, conozco lo que los grandes pensadores han dicho al respecto. Pero no pueden satisfacer mi curiosidad por la sencilla razón de que no hay razón que se oponga a la razón, como ellos dicen. Y sin embargo, aquí se da el caso. Por alguna razón, esto, que contraviene toda razón, explicaría el fenómeno. Pienso en la ley de entropía, que parece aceptarse como una ley universal, y que viene a decir que todo orden tiende al desorden y no a más orden. ¿No será que el hombre es un agente activo que coadyuva a la destrucción del orden? Porque, si hiciese lo contrario, ¿no sería ir en contra de las leyes del universo? Porque, ¿quién duda que el hombre parece estar ahí para acelerar el caos de un mundo complejo de orden y que el azar apenas modificaría? Somos perversos pasando primero por envilecernos; es como un destino al que no podemos sustraernos.

(JDD 2002)

Última cuestión básica

Busco en mi mente una nueva cuestión básica. Recorro las grandes ideas de una lista, sin duda convencional, que me proporciona «The Great Ideas», una colección de libros editados por Enciclopaedia Britannica. Todas parecen básicas, unas cien. Todas tratadas exhaustivamente bajo el prisma del Mundo Occidental y consideradas como lo más importante de una educación liberal, yavaladas por grandes pensadores, desde Homero hasta Freud. Es un laberinto. Cuando te has metido en él, tienes difícil la salida. Lo digo al inicio de este tema. Ellos, con mentes privilegiadas para cada época que vivieron, me los imagino perplejos ante tan exigua pesca. Quizá se sintieron satisfechos de que, al menos, habían llegado hasta el fondo de sus pensamientos respectivos, y que eso fue lo que encontraron, y porque no había más. La dinámica de sus pensamientos sutiles les llevó a utilizar complicados artes de pesca, pero al sacar las redes a luz, debieron ver que allí no había nada, o peces exóticos incomestibles. Hoy, no obstante, se les admira, y yo también. Pero como he venido diciendo, no me valen para sacarme del abismo. Lo que yo he venido haciendo hasta aquí, me proporciona ramas donde asirme. Pero he de reconocer que sería absurdo por mi parte, que porque estoy asido a esas ramas, estoy fuera del abismo, en tierra firme, felizmente alimentándome de los pececillos que he conseguido. Salir de ese abismo sería no pensar en él, y para no pensar en él, se me ocurre que la última y definitiva cuestión básica es ¿existen verdaderas cuestiones básicas? Si a esta pregunta me respondo que no, el abismo dejará de ser un lugar predestinado, para ser solamente una invención de mi pensamiento. Intentaré conseguirlo.
(JDD 2002)

CUESTIONES ESTÚPIDAS

Visto que dejar al pensamiento se solace en sus juegos de inteligencia es tarea inútil, sobre todo para que el mismo pensamiento considere ganada alguna partida, todo parece reducirse a decir o no tonterías después, naturalmente, de pensarlas.

Pensar en tonterías no es menos laborioso que pensar en cosas básicas, por ejemplo. Millones de neuronas deben afanarse, interconectarse, qué sé yo, para pensar una estupidez. La estupidez de pensamiento no tiene otro efecto que el de encontrar algo que pensar, o algo que decir, que esto no lo tengo claro. La causa podría ser que el ser humano sólo tiene dos opciones y la inevitabilidad de optar por una en cada instante de su vida: o piensa y no dice nada, o piensa y lo dice. Cuando un ser humano cree que ha pensado algo importante, una de dos: o lo cuenta o se lo queda para él mismo. Cuando ese mismo ser cree que lo que ha pensado es una tontería, lo normal es que no lo cuente y se lo quede para él. Pero, ¿es posible que un ser humano piense algo y no sepa si es una tontería o algo serio? ¿Y qué puede hacer el tal individuo? Pues, o callarse o decirla, no cabe otra. En este caso, ese ser sin criterio lógico puede decirla pensando que es una buena idea, y sólo sabrá que es estúpida cuando alguien se lo diga, aunque si es persona de convicciones, puede llegar a pensar que el estúpido es la persona que ha considerado estúpido su pensamiento. Como se verá, esto, que es una aparente estupidez, me lleva a pensar que si alguien no lo considera así, será porque no lo es, consecuencia de que soy una persona con pocas convicciones. Y con mala idea, porque debí callármelo.

(JDD 2002)

Sin duda, el pensamiento riza el rizo de la estupidez cuando se dedica a elaborar la idea religiosa. No surge ese pensamiento de algo mínimamente real, que luego cada cual enfatiza más o menos hasta formar parte importante o menos de sus inquietudes, convicciones, prácticas y hasta formas exclusivas de proyectarse en la vida. La idea estúpida de pensar que existe un ámbito suprareal, donde el ser humano sólo es el sujeto pasivo de altos designios, confiere al hombre religioso la más baja cota de independencia y por tanto de libertad de pensamiento, entendiéndose esta libertad no en el sentido de ser libre de pensar lo que quiera, sino en el de pensar, si quiere, en cosas estúpidas, pero consciente de que son estúpidas y así obrar en consecuencia. La religión no por ello debe dejar de existir en tanto que en sí misma es sólo una opción y no una droga como alguien dijo. Para algunos es la base de su forma de vida y por tanto de su existencia. Sólo en este punto la religión deja de ser una idea estúpida para convertirse en una herramienta de supervivencia, aceptable como cualquier otra. Nadie discutiría que un payaso hace y dice estupideces, pero gracias a ellas el ser que encarna el payaso vive de esa actividad. Sin embargo, el payaso sabe que dice y hace payasadas. El público se ríe más o menos. Los payasos religiosos que buscan su público, son personas inteligentes en tanto digan o hagan estupideces en su provecho, al margen de considerar o no serio lo que piensan en materia religiosa. Los que simplemente asisten a la función y no la consideran una payasada, sino algo serio, estos sólo son los tontos útiles.

(JDD 2002)

Estaba reacio a tratar un tema, porque no sabía si encuadrarlo en una cuestión básica o una cuestión estúpida. Me refiero al amor. Si lo trataba como cuestión básica, podía simplificarlo, como hice con otras cuestiones básicas, con tal de acomodar ese sentimiento a mi percepción o falta clara de percepción del mismo. El tratamiento, al contrario del utilizado para las grandes preguntas, es menos opinable, por cuanto se trata de un sentimiento y no de un pensamiento. A veces se confunde pensamiento con sentimiento, cuando creo saber que cada uno se produce en lugares diferentes de nuestro cerebro, y que después se interrelacionen como dos buenos vecinos para mandar mensajitos al resto del cuerpo. Tratarlo como cuestión estúpida, está, por tanto, fuera de lugar, aunque mi pensamiento se sienta proclive a hacerlo. Pero lo que si puedo hacer, desde mi pensamiento, es considerar estúpido el pensamiento del enamorado o el del que alguna vez sintió amor y lo perdió. No menos estúpido es imaginarlo o cantarlo en poemas o medios audiovisuales. Y es estúpido, porque ese sentimiento, como cualquier otro, cuando se escenifica con palabras u otros medios se pervierte, se mistifica, se falsea hasta extremos vomitivos. Veamos un ejemplo. Un poema de amor, una carta, una novela rosa, una canción, una composición fotográfica o pictórica, etc., son figuraciones de un amor que se tuvo, se tiene o se imagina. También una conversación romántica o simplemente cursi entre enamorados. ¿Alguien puede asegurar que cuando así se manifiesta responde con exactitud al sentimiento que llamamos amor? Si así fuera, querría decir que el amor produce imágenes, cuando en realidad el amor sólo produce sensaciones. Para que esto se comprenda, pongamos, por ejemplo, otro sentimiento contrario: el odio. Se verá la diferencia entre sensación e imagen. Si alguien escribe, canta, pinta, etc. sobre el odio, porque lo sintió, lo siente sobre algo o alguien, o se lo imagina, esa, en cualquier caso, imagen del odio puede parecer hasta bella, con admiración para el que la compuso, con tanta o más admiración que puede producir una bella manifestación de amor. Yo, por eso, desconfío de todas las manifestaciones de amor que llevan un tiempo para «pensarse», y hasta me producen nausea cuando se exceden en que parezca algo así como me dice una comunicante casi anónima, a la que, por otra parte y por lo bien escrito, admiro como escritora.

Espero no molestarle por mi confesión. Tuve un gran amor. Un amor majestuoso y magnífico. Llenó mi vida mientras existió y me hizo recorrer espacios infinitos, deliciosos y puros… Y como todo lo hermoso, grande y maravilloso en esta vida… un día terminó, muy a pesar mío. Y aún con mis esfuerzos plenos de desear regresarlo… toda la lucha ha sido en vano… ¿entonces qué hacer?… si las letras me hicieron conocerle… -por supuesto no deseo encontrar alguien que lo sustituya… ¡eso es imposible!…- pero, si puedo recorrer los cristalinos arroyuelos… con la esperanza de encontrar… algún día… un mensaje suyo… en las estrellas, en los cielos, en el mar… en la hierba… o qué se yo… estar tan cerca… y estar tan lejos… «difícil de explicar… difícil de entender»

Su pensamiento sólo dejó de ser estúpido cuando declara que lo suyo es » dificil de explicar… difícil de entender».

A esta comunicante le pido disculpas y le digo que yo, en muchas ocasiones, he dicho o escrito estupideces mayores, y que esta fórmula de cortesía (pedir disculpas) no deja de ser, también, estúpida. (JDD 2002)

La estupidez humana no es en sí censurable. Es una manifestación absolutamente coherente con el ser, humano en este caso. Si las personas no fuéramos, en ocasiones, estúpidos (siempre me estoy refiriendo al pensar), lo más probable es que nuestro pensamiento fuera muy restringido. Pienso (y no sé si de forma estúpida) en que gracias a la estupidez humana no nos inmolamos y aceptamos la vida hasta con una sonrisa, boba, pero una sonrisa al fin. Si no pensáramos estúpidamente, no querríamos vivir en situaciones donde la vida es poco grata. Tampoco seríamos sensibles ante el dolor ajeno, sensibilidad que obviamente parte del pensamiento. No aceptaríamos las reglas que la sociedad nos impone. No tendríamos creencias. No se habrían escrito tratados de filosofía. Tampoco se escribiría poesía o se pintaría un paisaje. O se habría compuesto una música con el título «La primavera». O se habría tallado un trozo de mármol para terminar siendo una escultura con el nombre «La Piedad»… Un hombre absolutamente no estúpido en su pensamiento, sería algo así como una computadora. Mientras el hombre puede tener pensamientos estúpidos, nunca la computadora podrá superarle.

(JDD 2002)

Le pregunto a la amiga de la penúltima cuestión estúpida, si me sabría decir qué son, a su juicio, los pensamientos circulares. Estoy seguro que nunca se había hecho esa pregunta ni leído en ninguna parte. Era un reto para ella, y también estoy seguro de que le prestó especial atención, tratando de elaborar una respuesta que fuese convincente. No se paró a considerar que la pregunta podría ser estúpida. Se la había hecho yo, y esa posibilidad no pasó por su mente. De esto estoy seguro, porque la respuesta que encontró, ella la encuentra coherente con el pensamiento en torno a su amor frustrado. Sus pensamientos respecto «a él», son circulares, dice. Yo le respondo, sin aclararle que mi pregunta era estúpida, de forma que creí coherente con su situación: «Los tuyos, referidos a «el», no son pensamientos circulares; son pensamientos elípticos,que se alejan cada día que pasa del centro origen. Un día, hasta saldrán de esa órbita». Luego, pensando en ese intercambio de pensamientos, llegué a la conclusión siguiente: «Yo, que partí de hacer una pregunta estúpida, por el concurso de una respuesta coherente (aunque no exacta) ajena a mí, di una contrarrespuesta que, cuanto menos, es coherente (y quizá exacta) con la respuesta de mi amiga». Por si tenía dudas de la utilidad de los pensamientos estúpidos, este ejemplo las ha disipado.

(JDD 2002)

Dónde estaba Dios? (Recuperado)

Las fotos aquí mostradas corresponden a otros momentos de la historia de una niña, sí, una niña que tenía sólo, digo bien, sólo 5 años cuando dio a luz a su hijo. Un buen tema para un escritor de ficciones, salvo que éste lo sería de un ser real. Ya están otros que lo están intentando,  por seguro  que mientras se frotan las manos pensando en el botín de lo que suponen sería un best seller.

Quiero creer que las fotos son reales y no un fotomontaje. El artículo periodístico de donde las he extraído parece verosímil, «Lina Medina, una madre a los 5 años, autor Martín Mucha», que se esfuerza en darnos pruebas de no ser una invención. Como le creo, y aunque sólo sea porque se añade a otras historias igualmente reales e igualmente inverosímiles, rescato aquí un poema que escribí hace 16 años. No recuerdo si fue inspirado por algo similar. Debió serlo, porque mi mente no es tan sucia como la del dios que lo permitió

Maldita sea tu mano todopoderosa,
Que no libera a tu hija predilecta…!
Incestuoso intento de gozarla…
Si yo poseyera toda la palabra del Universo,
Te sentenciaría a escucharme eternamente…
Hasta que te durmieras en la matriz de una loba…
Hasta que todos tus sueños fueran las pesadillas de los hombres…

Hasta que gritaras «¡Basta!, me rindo!».

Escapa, niña, a sus intentos.
Vuélvete arena entre sus dedos.
Llena el mar hasta que surja una isla.
Deja que de ella tomen posesión las mariposas.

Préndete de sus patas y… ¡vuela!
No es un grito lo que escuchas;
Es mi alma que repta hasta mi boca
Y araña mis entrañas;
Es el dolor de no sentirte.
(JDD 2001)

    Lina       

actualmente, con 84 años recordando

¿Me escuchas?

Nací forzando la salida a la luz cuando el tiempo dijo no esperes más. Y no supe qué hacer con mis piernas, pero si con mis manos buscando la fuente. Así, por algún tiempo, sano y febril que me iba o me quedaba. Luego, aprendí a caminar hacia las cosas en mi afán de poseerlas. También a correr para huir de ellas, mientras reía divertido.

Y un día, mucho después, supe de ti. Pareció un recíproco gran hallazgo. Y lo goce como el juguete que me faltó. Y yo te di lo mejor y lo peor de mí, que no era mucho; fueron mis caricias junto a mis torpezas, una dedicación que yo pensé exclusiva. Pero resultó insuficiente para alcanzar el clímax. E hiciste bien en romper el mecanismo que me permitía moverte a mi antojo. Tú, ahora, eres un juguete roto, y yo un niño desolado por tu ausencia. Es así como hemos alcanzado nuestro destino, no era posible otro. ¿Te importaría si lloro aunque tú ya no puedas? Pero no, no voy a llorar, llorar es admitir que todo se ha acabado. Dicen algunos que habrá otro lugar donde empezar de nuevo, pero, si así fuese, no sabría por dónde empezar. ¿Me oyes? Si, me oyes, pero no me escuchas. También allí seguiría estando solo. Si te viera, no te reconocería; si me vieras, seguiría siendo el mismo.

Luzi, o el realismo mágico (recuperado)

A veces me planteo con qué lenguaje he de contar una historia. Las buenas formas son siempre obligadas, pero ¿cómo describir el realismo? Y aún más, ¿ cómo describir el realismo mágico? Leo por ahí que una característica del realismo mágico es «la alteración de la realidad con acciones fantásticas, que son narradas en un modo realista, dando por sentado la aceptación de estos hechos como reales y verdaderos, tanto para los protagonistas como para el lector».
Fuente: https://www.caracteristicas.co/realismo-magico/#ixzz6cRkWwALf

Pues bien, esta historia de Luzi es contada así, de un modo realista, sin edulcorarla, para que sea a aceptada o negada por los lectores como una cruda realidad. Los que la nieguen están en su derecho, pero en su concepción estarían negando la realidad y la historia ya no formaría parte de ningún realismo, si acaso de un realismo melifluo, para ser contada a los niños antes de dormirse. No quiero ni pensar en el resultado de contar esta historia con ese propósito.

La historia de Luzi

Luzi es una mujer desorientada, o porque nunca encontró un norte al que dirigirse en pos de más luz. La noche es su aliada.

Luzi regresa a su casa muy tarde, son las dos de la madrugada. Acaba de dejar la calle, donde ejerce de puta de bajo nivel. Su lugar de trabajo es un polígono industrial a las afueras de la ciudad. Tiene que competir con un exceso de profesionales del sexo, incluyendo travestis y chaperos. No ha sido una buena noche, sólo un hombre rudo y sucio ha reclamado sus servicios. El forcejeo dura poco, Luzi acepta los 20 euros que aquel tipo está dispuesto a pagarle. Por ese precio, Luzi deberá hacer lo que él quiera, y lo toma o lo deja. Luzi no puede regresar a casa de vacío, a la mañana siguiente deberá comprar unos potitos para alimentar a su bebé, sólo le queda un poco de leche para cuando regrese, leche no precisamente de sus pechos, secos por la desnutrición endémica que padece.

En ocasiones, la noche se da mejor, mejor el trabajo y mejor el salario. Pero esta noche no ha sido así y tiene que aceptar lo que hay. Luzi vive al día, no puede permitirse una noche en blanco, o en negro según se mire.

Por 20 euros ha tenido que doblegarse a la voluntad de aquel tipo. La ruta es sucia, maloliente. Luzi entra en la furgoneta de aquel cliente, que enseguida se desabrocha la bragueta y le muestra a Luzi por donde ha de empezar. Chupar aquella polla sucia, de calostro fétido produce a Luzi arcadas. Se resiste a meterla en su boca, pero el tipo la coge del pelo y la fuerza. Luzi hubiese querido que todo terminara allí, pero el tipo parece de largo recorrido. La sienta a horcajadas frente a él y la penetra mientras la babosea y manosea . Tampoco el tipo llega a término y pasa a la fase siguiente. Aquel individuo no sabe de delicadezas y fuerza su polla a entrar por el ano de Luzi. Luzi se queja, le hace daño y el tío le tapa la boca. Todo termina ahí, el tío se corre y ya no da para más. Fin del viaje. Le abre la puerta a Luzi y la despide pidiéndole que vuelva mañana. Luzi se va y emprende el largo camino hasta su casa. En su mano aprieta el billete de 20 euros. Por su mejilla corren lágrimas. Prefiere llorar ahora, a que su bebé la vea. Parece una buena madre.

Pero Luzi no acepta su mala vida, su mala suerte. Ahora es así, no ha encontrado alternativa. No deja, sin embargo, de pensar que ella no ha venido a este mundo para ser una puta, pasto de buitres de medio pelo, asquerosos por dentro y por fuera. A veces piensa que su cuerpo no se presta a tener derecho de elección y no puede soñar con príncipes que se rindan a sus encantos. Si tuviera algún dinero ahorrado, podría ir a la peluquería, comprarse un vestido y zapatos bonitos, hacer una dieta rica en proteínas e hidratos de carbono que la metieran en carnes y buscar algún trabajo digno. Ella no siempre fue la mujer escuálida, desaliñada, mal vestida. Cuando hizo la primera comunión era una niña preciosa, de entonces guarda celosa algún recordatorio con la fotito en la que aparece vestida de blanco. También otra con unas amigas de la escuela, donde destaca su altura y su buen parecer. ¿Qué pudo pasar para que Luzi no mantuviera el proyecto de mujer, en línea con aquel primer boceto? Quedó huérfana a muy temprana edad, cuando todavía no había aprendido a volar sola. Una tía la acogió más por interés que por cariño. Se ganaba alojamiento y comida sirviendo a su tía, una mujer déspota que le exigía total sumisión a sus órdenes. Cuando no cumplía, a decir de aquella mujer, la dejaba sin comer.

Luzi, como tantas mujeres desorientadas, un día se escapó de casa de su tía. Un transportista de fruta la llevó a la ciudad a cambio de dejarse tocar y follar por el camino.

En la ciudad, Luzi pudo sobrevivir sirviendo como limpiadora, por horas, en algunas casas, mientras en su vientre y cuerpo aparecían los síntomas de la maternidad. Estaba embarazada. Sin duda el padre tenía que ser el transportista de fruta, pero ¿podía pretender Luzi encontrarlo y pedirle que compartiera la responsabilidad? Luzi pensó que lo haría. Visitó la entrada a la ciudad varias veces, quizá volviese a pasar por allí. No fue así.

Luzi parió en la maternidad de la Seguridad Social, en su condición de indigente. Una semana alojada allí y a la calle cumpliendo con el protocolo.

Había alquilado una habitación con derecho a cocina, que le suponía el gasto de la mitad de lo que ganaba limpiando. Pero a perro flaco todo son pulgas, y Luzi ya no pedía limpiar y cuidar a su bebe durante el día, la alternativa era dejar a su bebe en la cuna dormido y salir por la noche a buscar unos euros como fuese. Una compañera de piso se prestó a echarle una ojeada al bebé mientras se ausentaba. Ese como fuese fue probar con la prostitución callejera, el horario era el más flexible y le permitía, a la vez, ser una madre responsable.

Ya resignada, aunque no vencida, Luzi un día salió muy temprano de casa, llevaba a su bebe en un carrito que alguien había dejado abandonado al lado de los contenedores de basura. Había tenido una idea. Recordó que el hombre de la fruta le había comentado que llevaba la fruta al mercado de mayoristas. Y allí se dirigió, no tenía nada mejor que hacer. El mercado estaba en pleno trasiego de camiones que entraban y salían. Luzi se situó a la entrada del recinto observando cada vehículo. La frecuencia de estos era menor a medida que pasaba el tiempo. “Quizá hoy no tenia que venir”, se decía Luzi a modo de consuelo y sin perder la esperanza.

Luzi siguió viniendo en sucesivos días, y cada día que pasaba su esperanza, que no era infinita, iba disminuyendo.
Uno de esos días, ya regresando a casa, un camión disminuyó la velocidad al llegar a su altura. Luzi miró a la cabina del conductor y se cruzó, también, con la mirada de éste. Se habían reconocido. Luzi con la mano pidió que parara y éste se paró un poco más adelante, en una zona abierta que no dificultaba el tráfico. Luzi aceleró el paso hasta llegar a su altura. Su corazón pugnaba por salir por su boca.
—Hola, Luzi, ¿qué haces tú por aquí? —Le dice sin salir de la cabina.
—Quería verte
—¿Para qué? No creo que aquel polvo fuese lo mejor que te ha pasado en la vida y quieras repetirlo.
—En cierto modo sí. No por el polvo, sino por las consecuencias, —le dice Luzi adelantando el carrito.
—Oye, ¿qué consecuencias? Yo soy un hombre casado, ¿no querrás liarme endosándome ese niño que llevas contigo?
—No pretendo tal cosa. El niño es tuyo, o tú eres el padre, y ahora que lo sabes, tú sabrás qué quieres hacer con él. Seguramente alguna vez pensaste que correrte dentro de mí podía tener estas consecuencias. ¿No quieres verle la cara? Quizá le encuentres algo parecido. Luego haz lo que quieras, no te preocupes, no te demandaré por el reconocimiento de la paternidad.
—Pues bien parece que es eso lo que pretendes. Luzi, hacer eso arruinará mi vida familiar, ya tengo dos hijos y una hija, ¿cómo podría explicarlo?
—No lo sé, y tampoco sé bien lo que quiero que hagas. Creo que sólo quería que mi bebé conociera a su padre y el padre a su hijo. Parece justo.
Aquel hombre se bajó del camión y se dirigió al carrito. Miró al bebe. Se fijo en un lunar en la mejilla, el mismo que tenía él en idéntico lugar. Nadie lo hubiese considerado definitivo, pero para aquel hombre fue como un pellizco en su corazón.
—Está bien, creo que no me engañas, pero esto me supera, nunca pensé que me pudiera suceder. ¿Qué quieres que haga?
—Ya te he dicho a qué he venido, eres tú el que debes decidir. Si quieres, nunca más nos volverás a ver.
—Luzi, ahora estoy confundido y no sé qué decir. Deja que lo piense. Te prometo que haré algo. Dime donde vives.

Ese algo tardó en llegar. Luzi ya no pensaba en ello. Un día, una joven pregunta por ella.
—¿Tú eres Luzi?
—Sí, ¿qué deseas?
—Vengo a conocer a mi hermano.

Animales

Los animales se presentan para salir en la foto

En la selva aparcó un extraño objeto que cayo del cielo. Los animales que allí vivían, presos de temor, corrieron en todas las direcciones. Pero aquella cosa no se movió ni parecía hostil, por lo que los animales, curiosos, se fueron acercando y rodearon al objeto. Ninguno pareció interesado en ver si aquello era comestible; ya habían visto otros objetos voladores que los humanos utilizaban para visitarlos, y éste parecía hecho de la misma materia, así que sólo esperaron alguna señal de quien lo habitaba. Si aparecía y se mostraba sospechoso, cualquiera podía dar la señal de alarma, y todos se dispersarían lo más lejos posible. Pasaba el tiempo y nada parecía moverse. Los animales comenzaron a impacientarse, y algunos, mas osados, se fueron acercando a la máquina voladora. Como tenía ventanas, inspeccionaron el interior. Algo debieron ver que manifestaron su excitación a todos los demás. Pero no huyeron. Emitieron sonidos y gestos para llamar la atención de alguien que les pareció un ser humano, aunque extraño; nunca vieron nada parecido en los que ya les habían visitado. Algunos, cansados de esperar algo nuevo, se fueron marchando de allí, pero otros se quedaron. Ya había pasado un buen tiempo, que en la máquina se movía algo: era una puerta deslizante. Los animales recularon unos pasos por precaución. Del interior salió un ser que hizo gestos a los animales, que estos interpretaron que aquel ser quería que se tranquilizaran y se reunieran en grupo. Y así lo fueron haciendo lentamente. El extraño ser continuaba dando órdenes para que se juntaran más. El grupo ya no dejaba ningún hueco entre ellos, por lo que se confundían en una masa compacta. Entonces sucedió algo que los animales ya habían observado en otras ocasiones lejanas en el tiempo. El extraño visitante venido del cielo, enfocó al grupo con un teléfono móvil. Tampoco este gesto, por conocido, inquietó a los animales. Ya habían evolucionado hasta el punto de que la vanidad les convertía en animales presumidos, por lo que presintiendo que iban a salir en la foto, mostraron su mejor faz, aunque algunos no pudieron ocultar que eran tremendamente feos para los standards normales de belleza. Cuando la sesión de fotos fue considerada por el visitante suficiente, les indicó que se dispersaran, que por él había terminado. Regresó a la nave voladora, cerró la puerta y emprendió el vuelo, probablemente a su lugar de origen.

Y ya en casa, mostró las fotos de los seres que poblaban la Tierra. El hombre no estaba entre ellos, y la razón es porque hacía tiempo que había desaparecido, extinguido, mejor dicho.

El muro

Hace mucho tiempo, tres cuatro años atrás, con la edad del calendario que rondaba los 78 años, y 65 aparentes, con una salud de hierro y tomándolo como un ejercicio físico para mantenerme en forma, construí un muro donde está el de la foto. No utilicé cemento, sólo piedras y tierra, imitando a los antiguos; se denomina este sistema muro de piedra seca. El muro resistió, tenía la inclinación adecuada y su fuerza se dirigía hacia la pared sobre la que se apoyaba. Lo vigilaba de tiempo en tiempo, especialmente si llovía.

Como si fuese el preludio de mi tránsito a la vejez enfermiza, llovió tanto un día que el cielo pareció querer borrar toda pretensión de alcanzarlo. La tierra detrás de las piedras se dilató con el agua, venció la gravedad de la inclinación y el muro se derrumbó, creando una confusa sensación de caos.

JEl muro se ha reconstruído. No por mí, que mi cuerpo ya no responde a ningún tipo de deseo. Otros lo hicieron por mí, ahora ya no podía ser de piedra seca, los antiguos ya se habían reído de mí mientras observaban mi empeño por imitarlos. En algo había fallado. Este se ha construido con la técnica actual. Cementada cada piedra, el muro debe resistir cualquier prueba de resistencia.

Y yo que lo miro, pienso en todos los muros que se me derrumbaron durante mi vida, aunque muchos de ellos, yo mismo, los pude levantar de nuevo; los que no pude forman también parte de mi historia. Hoy puedo contarla, no repetirla.