El internauta incauto

EL INTERNAUTA INCAUTO

Un intercauto (internauta incauto), se enamoró, eso decía, de una interlista (intenauta avispada). Ella era dulce, ingenua, un amor, decía él a todo aquel que le preguntaba por qué tenía últimamente esa cara de bobo. El intercauto sólo vivía pensando en ella. Como en su relación epistolar le había confesado que le gustaban las mujeres llenitas, la interlista le envió unas fotos de su figura oronda, redonda, con dos jamones que le llegaban hasta los hombros. A poco que ampliara la foto, podía apreciar que su cara era una bola de sebo con dos ojitos pizpiretos. El intercauto miraba y miraba las fotos con arrobo, casi con devoción religiosa. Con su imaginación se sumergía en aquellas mollas espectaculares y de tiempo en tiempo sacaba la cabeza para respirar, para suspirar, más bien. La adoraba y quería tenerla con él al precio que fuese. Le propuso matrimonio, pues ambos eran solteros y sin compromiso. Ella, cómo no, aceptó de mil amores. Decidieron encontrarse en el país de ella; él vivía en México y ella en Chile. El intercauto, nervioso como un flan, tomó el avión rumbo a Santiago. Ni que decir tiene que todo el viaje se lo paso con los ojos cerrados imaginando a su gordita, como él cariñosamente la llamaba, y lo que le haría por la noche tan pronto les dieran el certificado de matrimonio.

Cuando llegó a la terminal, buscó ávido a la mujer de sus desvelos. Tenía la certeza de que no podría confundirla, que no habría dos igual. Sus ojos inquietos se quedaron estáticos al posarse sobre una mujer… ¡Santo Eburnio! Aquello era imposible de concebir y no se creería si no se veía. Aquella cosa era tan enorme, que desbordaba el campo de visión del que la miraba. Parecía imposible que pudiese sostenerse vertical, pues tenía dos cachas, que a poco que estuviesen desequilibradas, aquella masa rodaría por el suelo; o dos enormes bolsas infladas a la altura del supuesto pecho, que harían caer de bruces a una estatua anclada en hormigón. Era…era… indescriptible bajando al detalle, porque aquel cuerpo no tenía detalle, todo era conjunto, volumen, masa. Nuestro intercauto se acercó a ella, y a diez pasos ya había perdido la perspectiva completa, pudiendo ver sólo una parte.

A cinco pasos, él intercauto, que era algo miope, comenzó a ver borroso algo que le pareció una montaña. Y siguió acercándose, tanto que no midió la distancia y tropezó con ella. Se disculpó por su torpeza, levanto los ojos como el alpinista que mira a la cumbre, y pudo, al fin, verle la cara. “Soy Ramón”, le dijo balbuceante. Ella, sonriente, dijo: “ Y yo Mariluz”. Él, sin despegarse de ella, volvió a hablar: “Estás mejor que en las fotos”. Y ella, sin dejar de sonreír, añadió: “Sí, me hice aquellas fotos recién salida de una enfermedad y estaba algo desmejorada”. “Mi amor” –dijo él y añadió- ¿tan grave fue?” “No, fue que perdí el apetito de pensar que nunca te tendría”, dijo ella con un mohín . Y él, con los ojos humedecidos por las lágrimas, le dijo: “Ya me tienes, mi amor, te haré tan feliz, que no dejarás de comer y estarás más y más hermosa para mi”

 

No sea morbosamente cruel, querido lector. Esta minihistoria no termina en chiste ni en sarcasmo, como pareciera que se vislumbra. De ninguna forma caerá en algo tan previsible para la mente humana creada por Dios. Si algo he conseguido en mi vida es reciclar aquella mente perversa que Dios me dio, de tal forma que, ahora, puedo imaginar que esa pareja se casó, se amaron y fueron felices. ¿Qué esto no estaba en los planes del Señor? Seguramente, pero por mí, ¡que se joda!.

La novicia

LA NOVICIA

 

A partir de aquel suceso, en aquel convento se consideró santa a la novicia, que enseguida dejó de serlo para, en lo sucesivo, llamarse Sor Pureza.

Ella se debate entre la edad en la que aún se sueña despierta y la edad en la que se comienzan a tener pesadillas; la edad en la que sólo se sueñan sueños y la edad en la que sólo se sueñan espejismos; en la edad en la que los sueños a veces gozosamente se cumplen y la edad en la que, casi siempre, se sufren los delirios.

Ella no quiere salir de la primera edad, pero ahí está, agazapada, esperando la pesadilla que comienza.

Ella, ahora que no tiene sueños, reclama, espera para sí los sueños primeros de un hombre. No todo estará irremisiblemente perdido en el mundo de los sueños, si algún hombre la llama para compartir sus propios sueños. Pero ese hombre no llega, no la llama, no le ofrece lo que ella anhela entre sueños y pesadillas, porque todos los hombres que se le acercan ya han cruzado la primera edad, y, como ella, reclaman para sí compartir los sueños de una mujer.

Están, ambos, en un infernal círculo que se cierra y se abre para exhumar anhelos convertidos en fantasmas, fantasmas que se apoderan de sus cuerpos para convertirlos en excrementos, después de una digestión en la que pocas veces escapan las almas.

Pero lo que, indefectiblemente, forma ese círculo en sus vidas, tiene una ventana que sólo se abre en el sosiego.

Una mujer, un hombre sosegados, pueden percibir, sentir a través de esa ventana, que al otro lado hay una oferta amable para ellos: compartir una vida diferente en la que no se sueña ni despierto ni dormido; compartir una realidad que, a veces, depara sorpresas, y, cuando lo hace, serán para ellos felices descubrimientos. Y los vivirán juntos, como hechos que enriquecerán sus vidas hasta que el final llegue para ambos.

No hay otra salida, ni otra ventana, ni volver a empezar. Porque aquella, aquel que pretendieran otra cosa, ni siquiera disfrutarán del sosiego. Y es importante el sosiego para unos cuerpos y almas que empiezan a estar cansados.

Ya se han casado

¡Viva los novios!, gritaban los invitados al paso de la pareja recién casada por el pasillo formado. Ella sonría complacida del protagonismo que aquella pasarela le concedía y miraba a una lado y al otro, agradeciendo con la cabeza arriba y abajo. El novio miraba al frente, no sonreía, en su mente sólo había cálculo: cómo hacerse el amo de la empresa de su suegro, aunque lo veía difícil. La novia, hija única de un empresario de éxito, heredaría una fortuna de su padre; divorciado de su madre, había sabido romper con el vínculo del matrimonio sin detrimento de us bienes, unos heredados, otros ganados a pulso con su buen hacer en los negocios. Hombre pragmático no vio con buenos ojos el noviazgo de su hija con aquel joven. Pero la hija, como cualquier joven mal criada, era caprichosa, y se encaprichó, a primera vista, de aquel joven musculado, entrenador en un centro de fitness que, ocupado de ejercitar sus músculos a tiempo completo, su hermosa cabeza estaba hueca. A la joven se le hacía la boca agua y alguna parte más de su cuerpo cuando aquel joven, de mirada torva, la miraba de soslayo o la agarraba por la cintura para indicarle la posición correcta en el levantamiento de pesas. Al fenómeno le daba igual una u otra de aquellas jóvenes que se entregaban sin pudor a las manos de aquel pulpo; a éste sólo le importaba tenerlas incondicionales y calcular el futuro que podía brindarle alguna de ellas. Observaba el coche con el que llegaban al gimnasio y empezar a sacar conclusiones; un coche utilitario y la chica era apartada de su interés depredador. Pero la joven de esta historia aparcaba un coche de alta gama, y aquello ya era harina de otro costal. Por el coche, y nada más que por el coche, mister músculos le prestaba a su dueña atención especial en los agarres por la cintura. La joven, encantada de tanta atención, ya sólo esperaba que su entrenador le hiciese una proposición indecente. Pero los depredadores no tienen prisa, saben que su presa se está cociendo en su jugo, y que cuando más tarde en abrir el puchero, mejor y en su punto estará el guiso.

De nada le valió al padre decirle a su hija que aquel joven, del que estaba perdidamente enamorada, era un vulgar braguetero que la había elegido por el olor del dinero que tenía su padre. Ella, rebelde y hasta ofendida, le contestaba: papa, ¿no darías la mitad de tu fortuna por verme feliz? El padre asentía de mala gana con la cabeza, y luego de un silencio prolongado, cogía a su hija por las manos y le decía, casi susurrando: Querida hija, a parte del dicho el amor es ciego, tu padre no ha hecho su fortuna con inversiones ciegas en negocios aparentemente brillantes. Siempre procuré mirar más allá de la apariencia y de las corazonadas. En tu negocio del corazón has cerrado lo ojos a todo lo que no sea presente, un presente que te llena de ilusión y placer, pero ambas cosas no están garantizadas y debes estar preparada para `perderlas.

A la hija la admonición del padre le pareció un manual del buen gestor económico, y como la niña quería, se quiso casar y se casó.

El joven de la mirada torva no tenía motivos para sonreír a los invitados a la boda que aplaudían y los vitoreaban. Pocas horas antes, y ante notario, había aceptado a regañadientes firmar la separación de bienes. Los cálculos, así, quedaban rotos para el joven. El padre de la chica se cerró en banda a cualquier concesión económica sugerida por su hija, sabía que era la única forma de fumigar aquel insecto chupador. Y eso que el joven yerno no empezó pidiendo mucho: que su suegro les comprara el gimnasio y su hija comenzara a ser dueña de un negocio propio. Una estrategia que podía ser el primer paso para abrirse camino en aquella caja fuerte. Pero ni por esas, el padre sabía que en cualquier negocio el riesgo estaba bien, pero siempre calculado.

Y como nada de lo que intentó prosperó, el insecto comenzó a ir de flor en flor buscando néctares más propicios.

La joven comenzó a darse cuenta, le pidió a su padre consejo, y éste, lacónico, le respondió: divorcio.

El amigo perdido

Si le preguntas por algún amigo perdido, te responderá: «sí, tuve un amigo hace mucho tiempo, pero también hace mucho tiempo que no sé de él». Se trata de un amigo perdido. No significa que haya dejado de ser amigo, sólo que no sabe de él desde hace mucho tiempo.

Si le preguntas: «¿Qué harías si encontraras de repente a un amigo perdido hace mucho tiempo?» Seguramente te respondería:»Quizá no le reconociera; la imagen guardada en mi memoria de él, no se correspondería con la que tiene ahora». Podrías, entonces, volverle a preguntar: «¿Pero le reconocerías como amigo por el sólo hecho de responder al nombre, alguna circunstancia que se rememore de los tiempos en los que os veíais?» Posiblemente te responda:»Tendría que aceptar la realidad, no podría negar que fuimos amigos»

No, me está diciendo que la amistad fue una realidad anclada en el tiempo pasado, y no menciona causa por la que esa amistad se haya perdido por el paso del tiempo y sin relación de proximidad. Le preguntaría, en consecuencia: «¿Estarías dispuesto a reactivar esa amistad dándole un trato similar al que le diste en otro tiempo?» Es seguro que su respuesta sería: «Me costaría. Sin reconocerlo físicamente por los cambios que el tiempo le ha infringido y con todo ese tiempo perdido en la relación de amistad continuada, no sabría cómo tratarlo. Puede que ya no no me interese ni siquiera el que me cuente de su vida durante ese tiempo que lo tuve perdido. La amistad debe ir de la mano de una vida, más o menos en común. Una amistad perdida es una amistad muerta. Le trataría con la deferencia que corresponde a ser parte de mi vida, como lo fueron otros seres que puedo recordar. Nos convocaríamos para comer juntos y recordar tiempos contemporáneos de los dos. Pero todo sería más bien protocolario, para nada afectivo, ni siquiera nostálgico.»

En resumen, que encontrarte con un amigo largo tiempo perdido, puede ser hasta algo no deseado, con el que no sabes qué hacer ni cómo comportarte. Conclusión a todas luces incoherente. La verdadera amistad es un sentimiento, no un acuerdo de relación. Los sentimientos sólo prescriben con la desafección de una de las partes, ni siquiera con la muerte. El tiempo sólo ha mantenido latente ese sentimiento, que en cualquier momento propicio vuelve a vivificarse. Si no es así, ese amigo perdido nunca fue un verdadero amigo.

Todo esto que escribo es a resultas de alguien que me escribió un correo. Me había reconocido por haber entrado casualmente en mi página, y tomando mi dirección me dijo esto: «Hola, Pepe, soy Antonio, fuimos amigos allá en nuestra juventud, podríamos reunirnos y rememorar viejos tiempos, si estás dispuesto, me lo dices y quedamos.»

El correo de Antonio era lo más opuesto a un sentimiento. Hablaba de una amistad circunstancial. Le respondí: «Hola, Antonio, sí, recuerdo algo, pero no creo que ahora, después de tanto tiempo, tú y yo podamos recuperar la amistad perdida.» No volví a saber de él, tampoco lo lamenté.

Lillie escribe

Como un invierno

Salimos del chalet en medio de un silencio, plácido, gozoso.  Nuestras  manos  unidas, húmedas, reclamaban   más contacto.  Ella habló poco en el trayecto, yo simplemente  la miraba.  Era suficiente. Cumplíamos un año en esa  relación clandestina e intensa. Pareciera que el tiempo había perdido su función. A  su lado no existía. 

-Mira, sabes  que  soy poco  tradicional, pero  quise comprarte algo por esta fecha…y tienes que aceptarlo,  me costó gran esfuerzo hallar una piedra con el mismo  color de tus ojos,un delicado marrón…  compré dos.  La otra la convertiré en un llavero para mi uso. No quiero que compres  nada para mi.  Eso es muy tradicional…

– Claro que la acepto, es preciosa , y el color es ¡ exacto ¡   Te amo, te amo..

-Anda ya, Liz.  El taxi te espera,y hoy vamos con retraso..

-Mamá, ya  de vuelta… se te hizo tarde.- Tu abuela. Sabes que cuando toca las barajas no quiere parar y…

-La abuela llamó.  No estuviste allá.  No es la primera vez, siempre esperé un comentario tuyo al volver…  la abuela, amigas,los  pretextos se han caído todos.  No quiero entrometerme. Sólo  quiero saber si estás bien. Si esto es cosa de salud o algo más…

-Estoy sana. ¿y algo más, qué estás imaginando?-

-Alguien más. Podría intentar comprender, si  tú me dices..

– ¿Y podrías entender que estoy enamorada a mis 60 años, entregada como nunca ?

-Yo adoro a papá, dentro de su mundo simple, sencillo; tú eres el eje principal. ¿se te acabó el amor  ?  Déjame  entenderte mejor, por favor

– Quizá él no está conciente, hace mucho que esta relación es de amigos, buenos amigos que comparten casa ,familia, intereses, pero …no es suficiente.   Es como un invierno crudo en el que hay chimenea, abrigo, estás a salvo, pero  mueres de frío por dentro, nadie se da cuenta.  Y quieres salir corriendo pero firmes lazos te sujetan al asiento.

– Mam, yo me divorcié con sólo un año… tú me respaldaste en todo. Callaste a mucha gente.

-No. Eso está descartado.  Nunca será nada a costa de ustedes, los que son parte de mi.

– Pero podrías pensarlo…-

-No, Jeny. Es decisión tomada. Es probable  que no me entiendas. Pero, por favor, no dejes de amarme. Te necesito –- Te amo mucho. Quizá no te entiendo, pero si te comprendo. No me gustaría que te hagan daño. Eres una mujer dulce, noble.  Dime, ¿es tu edad, es  buena persona ?

– Es casi 20 años menor. No tengo ninguna duda de lo que sentimos. Y respeta mucho mis decisiones, es libre, no tiene pareja. Por favor, sigamos nuestras vidas, hija. Este es el único secreto que me reservé. Ya eres parte de el.

El fin de semana fue tranquilo. Un corto viaje a la playa y un vínculo de amor fuerte entre madre e hija que se hizo patente.  Rubén, entre juego y juego con el móvil, siestas y charlas,se veía satisfecho de compartir con los suyos. 

El regreso a casa fue sencillo como siempre,  En las primeras horas de la noche, Liz sufrió un desmayo.  Su hija, aterrada,llamó a un hospital cercano. Lo demás fue rápido, casi predecible.Un infarto súbito y se apagó una vida.

El féretro permaneció abierto para que familia y amigos pudieran verla por última vez.  Un sencillo y elegante vestido azul fue el elegido. Por alguna razón, no del todo conciente, Jeny quiso mantener en el cuello de su madre  aquel collar con única piedra de cuarzo marrón, que Liz lució contenta aquel fin de semana.

Para la mayoría pasó inadvertida la llegada de una mujer vestida de negro, que se mantuvo  varios minutos frente a Liz, llorando en silencio y acariciando entre sollozos leves aquel collar.    

Lillie Langtry    

Registrado en Safe Creative

Hoy y mañana

Hoy no, hoy suena a final. Mejor mañana, que suena a principio. Si hoy te dijera que te quiero, no puedo asegurarte que te siga queriendo al final del día. Si te lo digo mañana, ya ves que hoy lo estoy pensando, debería ser suficiente. No, supongo que prefieres que te lo diga hoy; vivir el hoy sin importarte el mañana. No lo has pensado bien, si te lo digo hoy, no hay mañana, ni otro día. Y si no hubiera mañana, poco importa que te lo diga hoy. Claro que no puedo asegurarte que te quiera mañana, pero esa es la mejor situación, ya ves que no estoy negando que mañana te quiera, así que puedes esperar que suceda.

Podemos hacer una cosa: tú no esperas que yo te quiera, y yo no he escrito la anterior bobada. De esa forma hoy lo pasamos como de costumbre y mañana ya veremos.

El viejo tronco sin viento

Y cuando miro, haciendo introspección al despertar, no veo, de momento, nada. Ni el pasado, el presente o el futuro me traen imágenes claras. Mi cuerpo, pesado, desarticulado e inseguro, busca una vertical mínima. Pide una pausa. Sentado sobre el borde de la cama, los brazos lacios, la cabeza buscando apoyo en unos hombros que ahora no sirven para sostenerla con dignidad. En ese momento, los pensamientos se diluyen, se amalgaman, se solidifican y, finalmente, se evaporan. Me falta el impulso que me incorpore a la vertical que configure lo que debo ser: un hombre hecho y derecho. Ahora sólo soy una silla en la que está sentado el aire, aire sosegado que, sin embargo, ama el viento. Pero para ser viento, hago un esfuerzo y abro la ventana, miro al otro lado y observo el árbol que tengo enfrente; un viejo algarrobo del que cuelgan numerosas vainas. Ya no salen de las ramas, adornadas de las hojas. ¿Será que la sabia sólo procura el adorno de la vejez? Es el tronco el que no se resigna a ser sólo el reposo del aire; las vainas salen de su cuerpo leñoso y no están quietas. Me parece verlas dando al árbol ese viento que ya no le dan las ramas. Pero todo parece verdad e ilusión. Yo soy un tronco viejo, como el algarrobo, quizá menos viejo. Sin embargo, las vainas que produce mi cuerpo ya no las mueve el aire. Mi cuerpo dejó de producir viento. Cierro la ventana, vuelvo a la cama, y en el borde me siento; ya sólo soy una silla en la que se sienta el aire

Queda bonito, ¿no?

Vamos juntos, ni un paso atrás ni uno adelante,

que nos vean juntos en cualquier instante.

Llegaremos, así, al final de nuestras vidas,

sin que ninguno demos por perdidas

cosas que anhelamos cuando pudimos

compartir aquellas que quisimos.

Que no digan que fracasamos en el intento,

aquellos que del aire hacen viento.



Vivir en la distopía

Todo el mundo sabe, o debe saber, el significado de distopía. Si no ha consultado el profuso despliegue que Google hace de este término, al preguntarle que entiende por tal, la lógica le puede acercar sin meter demasiado la pata. Pensará: «es lo contrario a utopía». Y no le saques de ahí, habrá cumplido con el pensamiento lógico.

Distopia esta de moda. Antes, cualquier soñador de pesadillas, era un distópico enfermizo. Lo fetén era ser un individuo equilibrado, al que todo lo que no estuviera acotado por la lógica, la lógica del buen sentido común, era caer en el fatalismo, y hasta ahí podíamos llegar si no había motivos.

Hoy una persona utópica, sensata, apenas tiene cabida en la sociedad actual. «No seas memo», te dirán. «Esto se va al carajo, y quizá sea lo mejor que nos puede suceder. Para, a partir de ahí, crear un mundo utópico, como dios manda».

Lo cierto es que vivimos en un mundo que nadie que lo pretenda lo puede entender. Hay armas de destrucción masiva, hay pandemia de destrucción masiva, hay hambrunas de destrucción masiva, hay políticos que manejan todo eso prometiendo la utopía de un mundo capaz de autogenerarse, no capaz de regenerarse.

El final previsible es: «estamos jodidos». Pero estando, como estamos, en un mundo distópico, en cuanto nos dejen, saldremos a la calle y celebraremos, al menos, estar vivos. Yo, en estos momentos, me aferro a la utopía muertos o vivos , qué más da. ¿Alguien me puede dar una buena noticia? ¿Una buena noticia real, ni utópica ni distópica?

Fatalista o memo, tú no cuentas ya en esta historia.

El valor de la virginidad

–Madre, ya no soy virgen– le confesó a su madre sin más preámbulos.

–¿Cómo ha sido eso, hija?– preguntó la madre sin inmutarse,

–Quieres saber los detalles? Parece que no te importa.

–¿Y por qué me habría de importar? Eso sucede. ¿Te han violado?

–No, mamá, no me han violado, fue consentido. Pero pensé que te enfadarías.

– Pues ya ves que no. Todas las mujeres pierden la virginidad, de una forma u otra, es algo natural.

–¿Es algo natural perderla de cualquier forma?

–Bueno, de cualquier forma no. Entiendo que te habrás acostado con algún chico que te gusta. El amor juega un papel importante. ¿Quieres contarme cómo ha sido?

–Es que no ha sido como piensas. No hubo amor ni chico que me gustara.

–¿Entonces?

–Mamá, mejor lo dejamos así, si te digo cómo ha sido, seguro que me llamarías zorra, puta o algo parecido. Por cierto, ya me he comprado el ordenador que necesitaba.