Contadme, amigos, cómo discurren vuestras vidas. Contadme, si aún seguís vivos, qué destino dais a mis letras, si os complacen o ya os son indiferentes. Yo ya no escribo para vosotros, sino por vosotros. Por no quedarme solo, a diario pienso que estáis ahí, que algo de mí os ha de llegar para sentirme acompañado. Lamento, de veras, que esto se haya puesto tan fácil, que con un simple golpe de tecla, mis cosas lleguen instantáneas a todos y a cada uno de vosotros, sin el más mínimo destino personal. Hoy, pensando en que sea diferente, voy a dirigirme a alguno que forma parte de ese grupo impersonal que incluyo en el «cco» del correo.
Hola, Cívico, que así te llamé siempre, desde nuestra amistad de patio de instituto, de la calle Santa Clara de Zamora, desde Los Tres Arboles de la rivera del Duero. Una amistad que no se perdió en el tiempo y hoy, recuperada, no hay día en el que no compartamos alguna cosa de las que están permitidas.
Catalina, Caty. Qué lejos quedan los tiempos en los que jugábamos con el chat de Yahoo o el icq. Tú eras simplemente Caty, Catalina, y yo el Oso, el Seductor. Tantas veces lo repetías que llegue a creérmelo. Yo bromeaba con el personaje que me atribuías, y tú, muy sensible, pedías inmediatas disculpas por si me habías ofendido. El largo chat siempre terminaba dejando algo para mañana, besitos de tu parte, besos de la mía y un «Cuídate»protector para cerrar el diálogo.
Paca, Paquita, Chisca, Jimena, amiga del alma, que es como decir que formas parte de mi vida, aunque lo del alma sea un eufemismo, para un no creyente como yo. Pudimos emparentar, Rebeca y Mario, nuestros hijos lo intentaron; mejor que no fuera posible a que se hubiese roto después de logrado. No tuvimos muchas ocasiones para sentirnos aburridos de conocernos, de sentirnos ramas de un mismo tronco, pero Juana, mi esposa te quería como a una hermana. Me sorprendiste con tu novela «Arrugas en el alma», novela tardía de la que no tenía precedentes sobre tu inquietud literaria. A partir de ahí, escribirte entrañaba un riesgo, pero ya habrás notado que soy un cafre que no cuida ni los estilos ni las formas.
Tere Casas, o simplemente Tere. No guardo testimonios de nuestra relación epistolar. Por casualidad encontré uno referido a un escrito mío, » El viejo y el espíritu», que con «hola chavalin –me dices –que te encantó, no el escrito, sino el viejo cascarrabias con una mochila llena de puntos y comas, ah, sin olvidar el machete que recortaba frases de esta perdida (en bosque de letras) aprendiz de escritora. felicitome por haberte reencontrado. Y, hala, besillo». Sí, Tere, siempre estuviste entre mis destinos, quizá porque me gustaban tus críticas.
Claudia. Algo así como una nieta. No llevas mi sangre, llevas mi afecto. Y casi lo prefiero, porque seguro estoy de mi afecto, pero no de mi sangre.
Paqui. Francisco Hernandez. Como Cívico, perteneces al grupo de amigos de los días gloriosos de la juventud. Nada podrá hacer olvidar aquella amistad en la que no había negocios de por medio, sólo la necesidad de compartir inquietudes, confidencias, permanentes muestras de amistad. Hoy nos vemos menos, pero nos sentimos igual.
Pepe. Hay muchos Pepes, Pepe Puerto sólo uno, y es mi amigo. La amistad llegó cuando ya ambos buscábamos situarnos a la cabeza de las familias respectivas. La amistad se convirtió en relación familiar al ser distinguidos, mi esposa y yo, padrinos de su hija. Mantener la amistad con Pepe no ha sido fácil. El piñón fijo de Pepe, apenas permite la marcha atrás; o le sigues, o lo pierdes. Pero es un tipo por el que uno se jugaría cualquier cosa que estimes está en peligro.
Pino. MI ahijada. A veces me paso de complaciente, otras de crítico, en cualquier caso sólo son muestras de cariño. Claro, los excesos de cariño son contraproducentes, pero los superamos al considerarlos juegos de niños.
Annika, guapa, te conocí hace poco, en tu visita a nuestra casa con tus padres, amigos de mi hijo Mario. Te envío mis cosas en la esperanza de que la curiosidad por ver qué cuentan te ayude en tu estudio del español. Pregúntame qué significa algo que digo sólo para entendidos en anfibologías, eso sí, siempre con buena intención.
Antonio. El juglar de Mijas. En tí tengo dos motivos que me llenan de satisfacción: A y B. El significado que sea el que más te complazca.
Grisel. Argentina, cercana, me abrumas con tu afecto, por el que yo te devuelvo la miseria del mío. Nunca me fallaste cuando enviaba mis cosas al saco roto de la indiferencia.
Rebeca. Parecería que habíamos nacido juntos si se comparan nuestras historias respectivas. Algo siameses de las letras sí que somos. Nos distinguimos en algo importante: somos inevitables.
Miguel. Y Angel por más señas. Nada que decir, sólo espero que aciertes en que nos queda una segunda vida.
Paco. Y Marian, dos amigos a los que quiero como hermanos; no importa que sean catalanes.
Elsa. Esa mexicana ilustre que no se cansa de quererme. ¡Lastima que mi forma de corresponder sea la de prevenir que no me pase! Los castellanos, cuando nacemos, lo primero que nos aconsejan es: cuando mamá te de la teta, no olvides que son dos.
Y podría seguir, pero ¿quienes son esos lectores invisibles que desde LA CHINA a las ISLAS VIRGENES entran en mi página para leer «Por qué me hice maricón» o «Mi madre fue una puta»?Resulta sorprendente que dos títulos de por sí llamativos atraigan tanta curiosidad. Después de todo, no responden a lo que parece.