¿Por qué he vuelto?

Cuando di por terminada mi aventura literaria, lo hice por creer que ya había quemado todos los cartuchos que la vida había puesto a mi disposición para cazar dos cosas: alimentar mi vanidad en mi proyección pública y la creencia de que escribir era la única forma de ejercitar mi menguado cerebro ante un posible colapso neuronal que me dejara en estado vegetativo hasta el fin. Pero el destino no cazaba conmigo, y ponía fuera de mi alcance una pieza que se burlaba de mí: otro lugar en mi cuerpo que nunca imaginé: mi colón. Pareciera una simpleza comparado con el cerebro, y quizá lo sea, pues un cerebro estropeado tiene difícil arreglo, y el colon, cogido a tiempo, aún se puede reparar.

Tuve la buena-mala idea de hacerme una colonoscopia tardía hace dos años. Lo que yo pensaba un trámite oportuno a mi edad, dada mi salud de hierro, resultó ser la puerta que habría mi vida a una dimensión nueva: era humano de los pies a la cabeza, con todo lo que eso conlleva, un aldabonazo a mi falta de humildad al creerme algo así como un superhombre. Tenía 79 años y todo el mundo se mostraba incrédulo: «calculo que tienes 70 años», me decían damas y caballeros, y yo me gustaba creérmelo. En la colonoscopia que comento se descubrió que tenía un tumor en el colon. Como nunca dudé de la ciencia, me puse en manos de ella: «Doctor, quíteme ese extraño objeto que alberga mi cuerpo». Y el médico, que para eso está y ha estudiado, me operó. El tumor resultó maligno, y yo quedé tranquilo, pues no se descubrieron otros incipientes tumores en otras partes de mi cuerpo. Con la seguridad que me daba mi cuerpo, que entendía aquel percance como anecdótico, dejé pasar dos años, a pesar de ser advertido de la procedencia de revisiones colonoscópicas cada seis meses.

Y decidí volver a probar que aquello había sido algo que podía pasar al olvido, si no al desprecio. Una joven especialista en digestivo no dudó de la procedencia de una una revisión colonoscópica, y ella misma me la hizo. «José, he encontrado algo extraño que, desde el exterior, presiona el colon a nivel de la cirugía anterior» Un TAC, una RM y un PET, determinaron que tenía una recidiva o tumor de gran tamaño, operable, si o si, y con urgencia. El PET no descubrió metástasis, en otros lugares del cuerpo, pero el tumor podía bloquear el paso del colón o expandirse.

Me operé, mi colon ya reducido en 12 centímetros, en la operación anterior, no permitía otra resección y empalme por laparoscopia. La opción de un robot no me gustó, me podía extirpar el tumor, pero, probablemente, tendría que llevar una bolsa adherida a mi vientre. Pedí otra opinión. Un cirujano de prestigio me dio la esperanza de evitarlo si la operación se hacía con cirugía abierta, así podría trabajar la zona de forma cómoda y exhaustiva . Me puse en sus manos. Abrió mi vientre 20 centímetros, todo lo tenía a la vista.

De la operación tuve dos secuelas, no vinculadas al tumor maligno: una retención de orina y un dolor persistente perianal. Tuve que llevar una sonda y una bolsa externa dos semanas para evacuar la orina, del dolor espasmo perianal, apenas pude librarme ni con calmantes ni con pomadas. La sonda uretral fue un calvario, que no resultó definitivo. Me la quitaron esperando que pudiese orinar por mí mismo. Probé en casa durante dos días. Tuve que volver al hospital de urgencia. Me volvieron a sondar y extrajeron de mi cuerpo 5 litros de orina. El urólogo me dijo que no había otra solución que intervenir mi próstata, la causante de la obstrucción. No tendrían que abrir de nuevo mi vientre, se podía hacer transuretral y resecar la próstata con un método novedoso: láser. Yo ya no tenía voluntad alguna de decisión, o me sometía a lo que los médicos me proponían o mis días estaban contados. Obviamente dije sí a la primera opción.

Y de nuevo fui operado. Cuando me retiraron la sonda, el problema de la retención había desaparecido. pensé en volver a creer en Dios, pero mi ano me seguía martirizando, así que lo dejé para otra ocasión.

Y aquí sigo, es decir, igual. Confiando en lo que los médicos me dicen: «que es cuestión de tiempo que todo se normalice».

¿Y por qué cuento todo esto? Nadie piense que lleva en ello un protagonismo implícito. Quizá alguno que lo lea siga siendo tan sobrado como fui yo al pensar que esas cosas no me atañían. Ya veis que la realidad se impone en ocasiones que nosotros hacemos de nuestras vidas pura fantasía. Eso sí, valorad la capacidad de paciencia ante el sufrimiento que tenéis, porque os pondrá a prueba.

Y, por supuesto, no se tome este escrito como algo literario. Sólo he querido llamar la atención sobre algo que, seguramente, obviáis; por ahí se os puede escapar la vida sin daros cuenta.

Y la vi terminada en vida

No es una novela, no es un poema, pero como si lo fuese. Porque, como una novela, como un poema, también una casa o casita empieza con una palabra, le sigue otra y va construyéndose una idea, Al final, la casa es un poema, es una novela porque en ella he puesto lo mejor de mí, esfuerzo, voluntad, ilusión. Y esta mi obra tiene voluntad de permanencia, me sobrevirá, y yo, al fin, estoy satisfecho de haber creado algo que vale la pena.

No va más

Es bueno adelantarse a la vida y tomar decisiones que, de otra forma, siempre serían penosas, si no traumáticas. Y en esas estoy. No es una decisión que haya tomado por estar frustrado con el balance de este oficio de escribir. En realidad no hecho nada por intentar una profusión universal de mis escritos. Las Redes han sido ignoradas, los grupos afines hace tiempo que no los utilizo, los certámenes literarios no han contado desde los albores en los que el entusiasmo me engañaba. Unas veinte personas han venido siendo receptores exclusivos de mis escritos, el balance publico es verdaderamente pobre, pero he estado conforme con él.

Habré amenazado en varias ocasiones con dejar esto y he vuelto a reincidir. Ahora parto de una convicción: sería la vida la que me apartara si no lo hago yo. Y voy a hacerlo. Este será el primer mensaje que coloco aquí sin forzar a nadie a que me lea, y aprovecho para decir al que, de motu propio, entre en la página curioso por ver qué hay de nuevo, que no va más. Un saludo afectuoso.

José

El lenguaje que nos hemos dado

Cuando nacemos apenas si, para expresarnos, hacemos otra cosa que llorar, esbozar una sonrisa, mirar fijo algo que nos atrae o sorprende. Mama nos habla y no respondemos.

Entre 6 y 11 meses ya entendemos «no-no», balbuceamos «ba-ba-ba», decimos «ma-ma» y, sobre todo, utilizamos un lenguaje gesticular para expresarnos.

Entre 12 y 20 meses el vocabulario sólo es de 6 u 8 palabras

Con dos años ya nuestro vocabulario puede alcanzar las 50 palabras e hilvanar frases de 2 o 3 palabras; las niñas alguna más. Casi siempre para pedir algo o negarlo.

Y en esa progresión, lenta pero imparable, el lenguaje va tomando forma como vehículo de expresión.

Pero no es siempre utilizado con un método universal. Los jóvenes, -algunos- tienen un lenguaje propio, que resulta ininteligible para los mayores. Expresiones como «¿Qué pasa, tronco? ¿No me digas que te rajas y te abres tan temprano?» Con respuesta del mismo tenor. Vemos que todas las palabras son perfectamente localizables en el diccionario, y es el contexto el que las maneja como un juego de azar. Rebeldía o incultura, no sabría a qué quedarme, quizá ambas.

Luego otro fenómeno. Dependiendo de donde eres y a donde llegas, te puedes encontrar que tu lenguaje no se entiende y el del local no te es comprensible. A los españoles nos sorprende la corrección con la que usan el lenguaje los hispanohablantes, a ellos también les sorprende que nuestro vocabulario sea tan extenso., aunque usado sin precisión.

Pero el abismo del lenguaje se abre cuando constatamos que de las cerca de 300.000 palabras que tiene el Español, apenas si utilizamos unas 300 a 500 para comunicarnos, dependiendo del grado de cultura. No es que sólo conozcamos esas 300, probablemente conozcamos el significado de 100.000, que nos permite comprender los textos escritos, que pueden llegar a 3.000. El Quijote se fraguó con unas 8.000, y a Cervantes lo consideramos el padre de nuestro idioma.

¿A qué viene esto, quizá generalmente conocido por todos los que me leen? Pues que no es por falta de palabras que me permitan confeccionar un texto, al final brillante, mis limitaciones son de otra índole: la capacidad de intuir, deducir, imaginar, y cualquier fuente -los sentidos- que conformen mi pensamiento es perfectamente mensurable, si no doy más de sí, será, no por falta de palabras conocidas, quizá porque mis neuronas no trabajan adecuadamente. Y esto es de difícil o imposible solución. La práctica, el aprendizaje conseguirán que use esas 3.000 palabras de forma correcta, pero para ser brillante hay que haber nacido con un don especial. Los músicos, los pintores, los cantantes, los artesanos, etc., y los escritores que se destacan por ser brillantes, son seres especiales. Y una frase propia para finalizar: No persigas la gloria, confórmate con desearla.


¿Lo había probado todo?

Luis salió del médico insatisfecho con las explicaciones que le dio. Había ido a consultar un problema concreto y el doctor se limitó a diagnosticarle que, por su edad, estaba iniciando en su cuerpo un cambio hormonal que por, ponerle nombre, lo llamó menopausia masculina o andropausia. Disfunción erectíl, inapetencia sexual, baja estima a consecuencia de ambas. Podían ser tratadas. Pero Luis no aceptó las conclusiones del médico, odiaba los medicamentos, podía utilizar otros recursos, de hecho ya, en otras ocasiones, y ante algún síntoma inesperado, había probado algo nuevo que le volvió a sentirse en forma.

Vivía solo, con sesenta y cinco años el sexo comenzaba a ser algo difícil de procurarse. Sus prácticas onanistas eran, por lo general, motivos de frustración. El porno, que tiempo atrás seguía como una guía imprescindible para procurarse excitación y la satisfacción del orgasmo ya no le funcionaba. Había probado todo lo que los videos podían ofrecerle: El tickling, Humming, squirt, fisting, carezza, carrete filipino, matutolagnia, footjob, sexting, Florentino… Veía esas practicas realizadas por otros como si con él no fuera la cosa, nada se movía en su cuerpo. Los videos porno clásico ya ni los abría, un deja vu sin nada nuevo: felaciones, anal, cunilingus, interminables coitos, algunas varianrtes en un catálogo igualmente interminable, todo eso ya era historia pasada.

Por supuesto que Luis había, esporádicamente, contratado los servicios de putas a domicilio, algún chapero y usado artilugios adquiridos en un sex shop para prácticas de sado masoquismo y otros hágalo usted mismo. Voyer cercano a parejas lesbianas que actuaron para él. Todo eso duró mientras lograron el propósito, luego resultó inservible. Luis podía haber tomado la decisión de buscar otro tipo de satisfacciones, pero él mismo estaba convencido de que su obsesión por el sexo era algo con lo que había nacido y nada lo podía cambiar.

Si pasó por su cabeza, de inmediato lo encerró con tres llaves y las tiró al contenedor de la basura. Pensando que le faltaba algo por probar, de refilón pasaron por su mente imágenes prohibidas; Luis era una persona con límites de comportamiento que nunca dejó que traspasaran su conducta.

Por algún tiempo todo lo anterior quedó superado cuando descubrió la zoofilia. Los videos mostraban algo nuevo que le excitaron. Una consideración personal le hizo desistir de su visionado: aquellas prácticas eran antinaturales, y hasta sintió repugnancia con algunas perfomances realmente inconcebibles.

¿Habría algo desconocido que le faltara por probar? ¿Y si se busca una joven, de veinte o treinta años menor que él? Las había visto en los videos de porno, pero supuso que no era lo mismo tener una en casa. Desechó la idea, aquello era como tener una puta en pensión completa. Se podía encaprichar con ella, pero ¿y ella, iba a tener los mismos sentimientos hacia él? Esa aventura le terminaría aniquilando su autoestima cuando comprobara que lo estaba utilizando hasta mejor oportunidad. Se asustó verse solo, sin esperanzas.

Afortunadamente para Luis, el sexo comenzó a ser recuerdo, algo de nostalgia y propósito de no intentar cambiar la naturaleza de las cosas, el cuerpo le ayudó. Del sexo puro y duro pasó a aficionarse de las películas con componente erótico. La sutileza con que el sexo es tratado, le hizo ver que en toda su vida sexual jamás había experimentado con las insinuaciones. Había perdido el tiempo con tanto sexo explícito, las insinuaciones eran fundamentales para despertar la líbido. A partir de ese descubrimiento, ya sólo buscó la mirada de una mujer que pareciera decirle algo. Cuando eso sucedía, muy de tarde en tarde, Luis no tenía un orgasmo, su corazón latía más fuerte, satisfacción por lo inesperado.

La mano que mece la cuna

Es una peli, pero antes es un adagio. Se suele añadir «es la mano que gobierna el mundo».

Alguien tuvo la ocurrencia de suponer que el mundo habría de ser gobernado por mujeres, más bien por las mujeres. Algo se mueve en ese sentido. La laxitud del patriarcado es más que evidente. El hombre se inhibe de algo tan fundamental como pastorear a sus hijos, y esa misión la han adoptado o asumido las madres. Es así que los hijos crecen y se forman casi en exclusiva con las únicas referencias que han tenido de las madres. La consecuencia es clara: serán las madres las que gobiernen el mundo a través de sus hijos.

El empoderamiento de la mujer ha crecido paralelo a la ciencia. No son siglos, son décadas durante las cuales la mujer le ha ido quitando terreno al hombre de forma alarmante. ¿Y por qué califico de alarmante el fenómeno? Se me podrá decir: «José, no te pases, la mujer tiene derecho a alcanzar la misma preeminencia que el hombre, ¿qué es lo que temes?» No temo nada porque no lo veré. Las revoluciones con permanencia asegurada son procesos lentos, y mi vida corre de prisa.

Si la peli a la que aludo fuese una premonición, entonces sí sería de temer que sucediera, porque sería de prever que las mujeres, alcanzado el poder, es muy probable que quisieran vengarse de los hombres. ¿Por qué? Bueno, no sería una venganza cruenta, tipo las sirenas de Ulises, serían para ellas la mano de obra más dura y los sementales necesarios para perpetuar la especie. Del sexo no me atrevo a suponer cómo se lo montarían ( las mujeres, claro), pero de lo que estoy seguro es que el hombre dejaría de ponerse encima.

Bien venidas seáis, mujeres al poder. La psicópata de la peli no os representa.

Ana y el sexto sentido

Ana era una mujer feliz, quizá porque era autosuficiente. No contemplaba compartir su vida con otra persona. Sabía lo que quería, lo que podía hacer por sí sola y dudaba que los demás la ayudaran a obtenerlo.

Veamos 24 horas de Ana y convengamos que podía tener razón.

Inquietudes. Ana no tenía inquietudes insuperables. La trascendencia de su vida se limitaba a sentirse viva.

Amistad. Ana era amiga de sí misma, nunca se traicionaba. Hablaba sola y se respondía siempre en conversación informal consigo misma. En casa, de `paseo, de compras, al cine,,, Ana siempre tenía a Ana por compañera. A veces discutía consigo misma, se reía de sus ocurrencias o se preguntaba por cualquier cosa que precisara de respuesta. Y siempre era coherente, pues en cualquier circunstancia quedaba autocomplacida.

Comida y vestido. Ana no comía como los demás ni vestía como los demás. Ana sólo comía una vez al día, esta practica la mantenía saludable, y comía hasta saciarse todo aquello que le apetecía. Usaba del vestido como una segunda piel, de forma que sintiera la caricia al roce con el mismo. No se compraba ropa, su armario era muy simple y básico, ella misma lo confeccionaba. No usaba ropa intima, lo consideraba superfluo.

Sexo. Ana estaba plenamente satisfecha, a sus 25 años las exigencias las tenía controladas. Sospechaba que procurarse satisfacción sexual con otra persona podría tener limitaciones y efectos adversos. Ana disponía de un vibrador de última generación, se lo enviaron desde Japón. Al acostarse se lo colocaba entre las piernas, una especie de ventosa se adaptaba a su clítoris, El artilugio estaba programado para ponerse a funcionar cuando Ana le transmitía un ¨ponte en marcha, algo así como hace la Siri cuando te pregunta qué puedo hacer por ti. Después del placentero orgasmo, Ana se dormía sin pesadillas.

Se gana la vida escribiendo artículos para revistas, es la única concesión al mundo del que usa sin ser usada. Su producción literaria es equilibrada a sus necesidades de ingresos para vivir. Editoriales de prestigio le han propuesto que escriba algo más serio, una novela, un ensayo, hasta guiones cinematográficos. Siempre Ana ha declinado la sugerencia.

Ana ha cumplido 70 años. Su vida ha sido una rutina sin alteraciones notables; no había hecho nada para que éstas se produjeran. El vibrador hace unos años que se estropeo y Ana ha decidido no reemplazarlo por una oferta que le ha enviado la empresa que se lo vendió. Ya no se hace vestidos de tacto suave, ha aumentado de peso, pues come más de lo necesario. No sale de casa, sigue escribiendo para vivir, aunque sus escritos ya no están bien pagados como cuando era joven, lo compensa escribiendo doble y sobre cosas que ya no la motivan, siguiendo las exigencias de sus clientes.

Ana piensa que ya ha llegado a término, que en cualquier momento dejará este mundo, pero está satisfecha. Asegura que ella ha sido dueña de él, no la obligó a seguir sus normas, cuando lo deje, no sentirá nostalgia por el pasado, todo sucedió en su momento y se acabó igualmente.

Y yo, que he creado a esta criatura, me pregunto si ha sido una traición de mi subconsciente. Quizá me hubiese gustado emularla, pero no tengo seguro que la empresa de efectos eróticos tuviese algún aparato adaptable para mí.

Pudo suceder, pero…

Había estado fuera de casa 15 días. Al irme, revisé que todas las ventanas estaban cerradas. Un barrido general a todas las pertenencias a la vista: una pintura valiosa, la caja fuerte. alguna antigüedad quizá con algún valor, dos ordenadores y poco más que precisara de mayor atención. Salí cerrando la puerta principal con dos vueltas a la llave. Miré para atrás con la duda de si valía la pena aquella ausencia voluntaria de mi mundo privado. Pero ya no podía desandar lo andado sin que hacerlo fuese un acto irresponsable; aquella ausencia respondía, sí, a mi voluntad, pero era obligada.

Ya lejos, la imagen de mi casa se fue diluyendo en pequeños flashes de cosas habituales en mi vida, que sólo en mi casa tenían lugar de forma recurrente, sin que ninguna fuera nueva o especial. No sentí que todo aquello que dejaba atrás valiera la pena, pero es que todo en mi vida apenas valía la pena.

Terminado el viaje, volví. Ya cerca de la casa me asaltó un presentimiento: que unos ocupas hubiesen tomado posesión de lo que, comúnmente, es el sancta sanctorum de cualquier persona de orden. Todo parecía normal, la puerta no presentaba señales de haber sido violada. Pero al introducir la llave en la cerradura, esa simple presión hizo que la puerta cediera. Recordé que la había cerrado con dos vueltas de llave. Sin duda la puerta había sido abierta. La empujé y , con temor mezclado con preocupación, penetré lentamente en el interior. El desorden era patente, alguien había entrado, ahora tenía que hacer una lista mental de los daños. Inútil, ya que, a excepción de cosas tiradas en el suelo, se habían llevado todo. Me dirigí al lugar donde estaba la caja fuerte, estaba abierta y vaciada; la habían forzado. Evalué lo que se habían llevado, y aproxime una cifra: entre dinero y joyas, alrededor de diez mil euros, sumado a todo lo demás. El seguro no lo cubriría al no haberlo declarado. Desolado, me senté en un sofá que debieron dejarlo por ser muy pesado. Si aquello era una señal que me invitaba a replantearme la vida, en aquel momento no vislumbré cómo habría de ser; a mi edad, sin ilusiones, sin comprender por qué a mí me había sucedido aquel desastre, sentí congoja. Para comenzar una nueva vida, era necesario que lo que quedaba de mi casa desapareciera. Inconsciente, de un armario del cuarto de baño cogí una botella de alcohol. Vertí el líquido sobre todo aquello que podía arder y le fui acercando la llama de un encendedor. Por un momento contemplé cómo las llamas progresaban. El humo comenzaba a ser irrespirable. Me senté en el sofá, cerré los ojos y esperé a que el humo hiciera el resto.

Me desperté, había sido un sueño, todo volvía a estar en su sitio, hasta mi vida seguía siendo la misma.

Soliloquio a las 5 h. de la mañana

Apenas si tengo ideas que me lleven a complacerte. Y créeme si te digo que me duele. A veces me digo qué queda de mí que valga la pena. Porque te amo, eso es seguro, porque no quisiera perderte, hago lo que puedo. No sé que esperas de mí, si apenas hago nada por mí mismo. Sé que algún día me dejarás, y lo comprenderé; te habrás dado cuenta, finalmente, que perdiste el tiempo confiando en mí. Por todo esto te pido disculpas. Y quisiera pedirte que, cuando te vayas, no me susurres al oído que hay otra Vida. Eso si puedo prometerte: me iré sin traicionarte.

Yanni y Chloe

Si tuviese que elegir la belleza, el sentimiento, la paz de espíritu, el dejar esta vida por otra mejor, no tendría duda: vosotros dos y esta canción.

Que la belleza es el lecho donde reposas el sentimiento y cohabitas con tu paz de espíritu, es la mejor forma de vivir otra vida, probablemente una vida soñada, pero será una salida a todas las tribulaciones que la vida real te proporciona como castigo.

Cuando vosotros, Yanni y Chloe, interpretáis esta canción, me estáis regalando algo intangible que me cuesta creer sea para mí. Y le doy al play, una, muchas veces sin hartarme. Y siempre es nueva, siempre descubro algo que llena algún hueco vacío de mi ser. Hoy os escuchado no menos de seis veces, con los ojos entornados para no veros, sólo vislumbraros en una penumbra fantástica, imaginando que no sois de este mundo. Y sé que mañana estaréis ahí, de nuevo para mí, aunque ya no exista ese mañana. ¿Será en otro mundo? No me importa que no exista, ya lo vivo.