Las edades

Naces, lloras, mamas, y duermes. Dos años más tarde comienzas a sentir la vida. Diez años después, vas al cole, juegas. Quince años y ya eres un personajillo que preocupa a mamá y a papá por su rebeldía para aceptar las normas. Veinte años y el amor son dos cosas, sexo y amor. Veinticinco años y eliges pareja para toda la vida. Veintiséis años y tienes descendencia que llora, mama y duerme. Dos años más tarde tienes veintiocho años, luego treinta, cincuenta, ochenta, y ya no tienes escapatoria, porque tu cuerpo envejecido ya no soporta el espíritu y dejas que te domine la indiferencia. Ya no cuentas los años vividos, cuentas los que no has vivido, pero la indiferencia ni siquiera te permite celebrarlos. Y con suerte, un año más, dos, cinco, diez, y ves la vida como un tren que pasa delante de ti y no se detiene para que subas, te quedas mirando cómo penetra en un túnel y desaparece. Todo ha terminado.

Todo ha terminado, sí, porque si hubiese otra segunda vida, tú ya no tendrías cabida en ella, o ¿la edad se detendría donde tú eligieras? No, salvo que fueses un estúpido al que no le importara repetir las edades que conducen a ver pasar la vida por un túnel, sin detenerse para que te subas. ¿En qué otra opción estás pensando? Bueno, quizá ser un estúpido es una buena opción.

Y por qué no?

Todos ahora o más tarde estáis o estaréis confinados en vuestras casas y muchos no sabréis qué hacer para matar el tiempo. Yo os invito a despertar vuestro espíritu creativo , quizá literario, como Antonio. Enviadme aquello que escribáis o hayáis escrito y nunca tuvisteis la oportunidad de verlo publicado. Os ofrezco mi página para ponerlo a disposición de muchas personas de todo el mundo que entran aquí porque me siguen o por accidente, buscando perlas inéditas , las que vosotros podéis aportar. Enviar a mi correo para editarlo e insertarlo en la carpeta de invitados. Os espero en casa, pero creativos.

Jose

El trovador en tiempos de aflicción

La aflicción mata, pero, en ocasiones, saca de nosotros esencias insospechables. Que vivimos en tiempo de aflicción, es algo que nadie niega. Confinados en casa, todos hacemos algo que no es habitual. Mi buen amigo Antonio, sin práctica en poner en verso historias, ha tenido la feliz ocurrencia de convertirse en trovador. Quizá nunca pasó de escribir cartas de amor en su juventud, ahora, a sus setenta y pico años, y bajo la presión de un virus, escribe lo que inserto aquí abajo y que me lo envía. Me sorprende, no por su factura discutible, sino porque es una mini historia poética perfectamente homologable con las trovas medievales. Sólo le falta el sonido de fondo de una vihuela y poco más, pues contiene todos los elementos que distinguen un poema de una trova. Me complace, con su permiso, insertarlo en mi página.

King And Jester Early 15Th Century From The Book Short History Of The English People By JR Green Published London 1893

A este Rey mío ya no sé como tildar, pues malo en el fondo no es , es más , yo diría con orgullo que a él quiero trovar .

Señor de mil batallas, pon tu acero a templar
Ya te espera … allá en tu cama una… dama de verdad.
Y si con vuestro acero no pudieses la doblegar,
dejadme a mi la tarea … que cumpliré con lealtad.
Oh mi Rey, ¡por Dios ! No te canses, no te aflijas
que ando yo escaso de semejantes pesquisas y …
en esta tarea yo quiero poderte ayudar.
Que sí, que sí ,que vais bien 
Un … poco más de ritmo , tal vez .
Si las fuerzas os fallan y veis que no se … abanicar
coged presto el abanico y yo me pondré a trovar .
Que cansado ya os veo. Qué manera de sudar!
Por Dios, mi Rey, dejadme a mí … que os vayáis a resfriar .
¿Qué ocurre, oh mi señor? ¿Que ya no podéis más?
¿Que el acero ya se dobla y no hay forma esta batalla ganar ?  
Pues presto yo aquí estoy, 
que como fiel Escudero, 
dejaros he en excelente lugar
y…. está faena , ¡Vive Dios!, la vais Vos  a ganar .
Ya grita el enemigo, mi señor!
ya gimen tus huestes, por Dios !
Buena señal Majestad
el triunfo y la gloria , aquí está,
el enemigo rendido y exhausto está

y yo a tus pies por siempre … Majestad.

Antonio Suarez, 29?03/2020


Toc, Toc, soy La Muerte

–¿Qué quieres? Yo no te he llamado.

–Ya, quiero sólo hablar contigo.

–Tú y yo no tenemos nada de qué hablar.

–Tienes razón, pero yo si tengo que decirte algo. Ábreme.

–Puedes decirme lo que quieras desde ese lado de la puerta.

–Pero pensarías que no soy La Muerte, sino un bromista.

–¿En qué te diferencias?

–Mi aspecto te puede confundir, pero en cuanto me veas y escuches, verás que soy La Muerte.

–¿Lo que me tengas que decir será importante para mí?

–Depende de cómo lo tomes. No me extrañaría que no me creyeras.

–¿Si te abro, me prometes que no me harás daño?

–Yo nunca hago daño, todo lo más quito el dolor que tengas.

–Entiendo, muerto el perro, se acabo la rabia.

–Es una conclusión muy torpe, pero entiendo qué quieres decir.

–Vale, te voy a abrir, pero te irás cuando yo decida.

–De acuerdo.

Y Antonio abrió la puerta, solo un poco para ojear qué había al otro lado. Tantas veces había visto la muerte representada en dibujos, pinturas, figuras, que no encontró ningún parecido con lo que vislumbró al otro lado de la puerta. Parecía una persona normal, si en algo se distinguía era en que iba vestida con un albornoz blanco, vestimenta poco común para hacer una visita domiciliaria; un médico, eso era lo que parecía. Antonio se sintió confuso. Aquel uniforme era impropio de la muerte, bien al contrario, vestida como un médico, la muerte podía ser la salvación, o así podía creerse. Con algo más de confianza, Antonio abrió la puerta de par en par. La que se había presentado poco antes como La Muerte, dio unos pasos adelante y penetró en la casa. Antonio, confundido, se quedó sujetando la puerta mientras miraba al visitante, ahora por la espalda. Cerró la puerta al mismo tiempo que el recién llegado se volvía. Antonio, ahora, se sentía dueño de la situación; nada de preocupación, menos de miedo. Esperó que fuera aquel sujeto el que comenzara a hablar, era él el que venía a decirle algo.

–Gracias por confiar en mí.

–Ni confío ni desconfío, no te veo peligroso, o peligrosa, si es que eres La Muerte.

–En realidad estoy acostumbrada a que cuando me presento no se confía ni se desconfía, no doy tiempo. Suelo ser instantáneo, no me gusta ensañarme en mi trabajo.

–Bueno, ya tengo bastante con el preámbulo, cuéntame ya lo que tengas que decirme. Pero dime primero por qué vas vestida de blanco, como un médico.

–Me gusta que crean hasta el último instante que pueden tener esperanza; repito que no soy sádica. Qué mejor uniforme que ir vestida como un médico. Tú mismo has tenido ocasión repetida de abrigar esperanza al ver a los médicos acercarse a tu lecho. ¿O has temido que venían a matarte?

–No, nunca pensé en tal cosa, siempre pensé que eran tus enemigos, que ellos me aseguraban la vida contra tu turbia misión.

–Ahí te equivocas. Cuando yo me decido a actuar, los médicos sólo aciertan si se lo permito. Ellos aplican todo lo que saben de la vida, pero de la muerte no saben nada.

–Bueno, será así como dices, pero sigo sin saber a qué has venido a mi casa.

–Vale, sin rodeos, vengo a decirte que dependiendo de mi apretada agenda estos días, te veré el próximo día 26, que vas a ser operado de nuevo, operación compleja, tú mismo ya has firmado el consentimiento por todo lo que pueda sucederte al margen de curarte, incluso morir en el quirófano a consecuencia de la intervención. Con tu consentimiento eximes a los médicos de un fatal desenlace u otras consecuencias. Apenas si has pensado en esta posibilidad. Sepas, pues, que si mueres habré sido yo la que lo ha decidido, no los médicos. Es que estoy harta de que yo sea siempre el efecto y no la causa, siendo en verdad al revés.

–O sea, que tú estarás allí para decidir si vivo o muero, ¿es eso?

–No, no necesito estar allí, vestida de blanco como un médico más. Te podré ver sin necesidad de hacerme notar; los médicos se pondrían nerviosos. Tú no, porque estarías anestesiado. Si sales de la anestesia y eres consciente, debes pensar que no te tenía en mi agenda. Y nunca más le agradecerás a los médicos haber salido con vida. ¿Lo has comprendido?

–Vale, Muerte orgullosa. Ahora, si has acabado, vete de mi casa.

La muerte se fue, sólo había dado un paso más allá del quicio de la puerta, que Antonio se sorprendió: La Muerte ya no iba vestida de blanco, un velo negro la cubría de la cabeza a los pies, Antonio cerró la puerta. La muerte seguía siendo la muerte, sólo los médicos vestían de blanco.

De la esperanza al llanto

Estaban los chicos de Operación Triunfo esperando un comunicado de la directora de la Academia.

» Televisón Española comunica que queda suspendida la presente edición de Operación Triunfo» Los chicos se miran sin comprender, la directora añade que debido a la situación de alarma por el coronavirus, la Academia ya no puede desarrollarse normalmente y no tiene sentido su continuidad»

Los chicos llevan aislados de todo lo que pasa en el mundo. Ya la última gala fue suspendida y se dio una especie de pase de micros dentro de la propia Academia. Algo fuerte estaba sucediendo, pero no el alcance. Es ahora cuando toman conciencia de la gravedad. «Os vais a casa, manteneos aislados de todos lo que no formen parte de vuestra familia íntima», añade la directora.

Comienzan a darse cuenta, si se van y han de volver, ya nada será igual. Aunque la directora sabe de la importancia que tiene no saber qué se ha dicho de cada uno de ellos en las redes sociales, y así lo propone, pero va a ser imposible. Sucederá que si vuelven, unos lo harán reforzados por las opiniones favorables de los fans del programa; otros, en cambio, asumirán el papel de comparsas sin esperanza. Se notará en sus rostros y en su entrega semanal. Si hay un ganador o ganadora, ese o esa ya está elegido.

Los chicos poco a poco son conscientes de la situación, rompen en sollozos y abrazos buscando apoyo. Yo no lloro, los viejos sólo lloran por tonterías; se me rompe el corazón, lo único que me funciona. Si con él roto sobrevivo, podré continuar esta historia bañado en un mar de estúpidas lágrimas.

Del Coronavirus

La situación merece ser glosada, o me podéis dar por muerto. En mi situación doliente, esto del coronavirus me debería de servir de desahogo. Podía pensar: mal de muchos, consuelo de necios. No se declara, pero cuando lo estamos pasando mal, algo nos consuela saber que otros lo están pasando peor. No es mi caso, pero lo que sí pienso es que si la humanidad se ha de ver diezmada por el virus ese, que yo esté en esa estadística sería casi un privilegio. Contribuiría a que este mundo fuese más viable, ya que, de otra forma, el mundo estaría abocado a una destrucción total. Eso sí, pondría como condición que mi familia, mis amigos y alguien al que admiro, estuviesen en el otro lado; soy un héroe responsable.

¿Y qué decir de lo que está sucediendo, convertido en monotema actual en las inquietudes humanas? Pues no lo tengo claro. La información tiene sesgos diferentes: esto es el fin del mundo, esto es una gripe vulgar, esto lo han creado espurios intereses comerciales, esto es para solucionar el problema de la creciente tercera edad y la insostenible dependencia del estado, esto es para… Y yo, que presumo de ser coherente en mis juicios, si me preguntan, todo lo más que hago es encogerme de hombros. Depende de lo que escuche que me paro a considerar si tiene razón, pero a continuación escucho sensu contrario, y vuelvo a encogerme de hombros.

Que ya nada será igual, eso si podría afirmarlo. La humanidad saldrá fortalecida y será menos inconsciente. Otros retos le esperan a la vuelta de la esquina, como el no menos importante llamado cambio climático. Me tocará verlo o no, pero es igual, porque si me quedo para contarlo, seguramente manifestaré aquí que sigo encogiéndome de hombros.

Nia, o los dioses lo son por algo

A veces pienso en Dios, sólo pienso. Dioses, diosas… el ser humano los inventó porque los necesitaba para comprender algunas cosas que le parecían extraordinarias. Terminaba sin comprenderlas, eran cosa de los dioses o diosas.

Soy fan de un concurso, «Operación Triunfo» desde hace muchos años, desde que comenzó. Me apasiona que unos chicos desconocidos traten de abrirse camino en ese bosque animado que se llama música. Música con minúsculas, música de entretenimiento, quizá sea excesivo llamarla música. Pero no seré yo el que corrija esa definición.

En el concurso de este año, como en los anteriores, de Operación Triunfo», tardo en encontrar un favorito o favorita. Me doy tiempo, y a los concursantes les doy la oportunidad de sorprenderme.

En el de este año lo tengo claro, luego los manejos del concurso podrán decir otra cosa. Nia es una joven canaria, que podría serlo del Caribe. La impresión que tengo es que es una joven universal, algo que los dioses han regalado al hombre, y a la mujer que, en los comentarios, alguien declara se le humedecen las bragas cuando la ve. A mí ya sólo se me humedecen los ojos.

El próximo domingo es el concurso, gala 8, pero ya Nia adelanta en lo que la Academia llama pase de micros, prueba final antes de la gala. Nia, ella sola se ha comido El Caribe, Latino-America entera. Los dioses o las diosas a veces hacen excepciones y nos muestran que no todo lo que hacen es vulgar, anodino, cuando no deforme estéticamente. Nia aparece de pronto como si los dioses o diosas quisieran mostrarnos a los humanos que no todo es producto de la improvisación, de la desgana, que en ocasiones son dioses o diosas por algo importante que excede a lo común. Nia es esa excepción.

El próximo domingo Nia volverá a sorprenderme, y no porque acorte más su falda. Tampoco sabría decir por qué, quizá yo, como los dioses, sea vulgar, sin ninguna excepción.

No quiero morir, quiero vivir!

Esas dos expresiones no son mías, yo lo tengo claro. Juan no era consciente de la diferencia en dos expresiones de significado parecido. Una u otra dependían de su estado de ánimo. Si gritaba: «no quiero morir», era cuando morir no le daba ninguna esperanza de vivir otra vida. Cuando gritaba: «quiero vivir», era con ocasión de no encontrar aliciente en la vida que vivía. Y todo porque Juan no sabía qué era lo que , en verdad, quería. Cierto que la vida no había sido generosa con él, tampoco la esperanza le daba un motivo para expresarse de alguna otra forma intermedia, como: «vamos, Juan, vive la vida que te ha tocado en suerte, que la muerte no es cosa tuya».

Juan ya había alcanzado la edad en la que el reloj se pone en marcha como para activar una bomba. Pensaba, o sufría, que vivir o morir no tenían ya sentido, porque vivir la vida que vivía no tenía sentido, porque morir no estaba en su mano, y esa incertidumbre sobre su final le atormentaba. No estaba en su mano porque, si lo estuviese, se preguntaba para qué procurarse la muerte, si no le dolía vivir. Y era porque no sufría su cuerpo, su cuerpo estaba sano, sólo aparentemente, estaba desgastado. Tampoco tenía minusvalía mental, razonaba y, en ocasiones, hasta con brillantez. ¿Por qué, entonces, ese estado existencial que, como en un bucle, iba y venía sin encontrar una salida que le permitiera vivir la vida que le había tocado en suerte?

Pero un día el desgaste de su cuerpo comenzó a dar señales de cansancio. Juan, que hasta entonces no se había preocupado, como no lo venía haciendo con su viejo coche, decidió hacerse un chequeo para conocer por qué razón su cuerpo ya no respondía adecuadamente.

Analítica, TAC, Resonancia Magnetica, PET, Radiología fueron las pruebas que le fueron prescribiendo sucesivamente, sin quebranto para su economía, pues una póliza con una aseguradora cubría todas esas costosas pruebas. Cada prueba le daba información, era como un libro abierto que señalaba en cada página aquellos problemas detectados que permanecieron ocultos hasta entonces. Juan tenía cáncer. Uno de esos cánceres silenciosos que se instalan en el cuerpo hasta que se apoderan de la vida.

El doctor levantó la vista de los informes y le dijo: «Juan, te tienes que operar». «¿Y si no me opero?», preguntó. «Que morirás», le respondió el médico.

Juan ya tenía la respuesta que siempre se había buscado sin hallarla. Quería vivir, no quería morir. Los dos conceptos ahora parecían nítidos.

Fue operado y murió en el quirófano. El cirujano sabía lo que iba a suceder, pero su misión era sólo operar. A Juan ya no le valió decidir sobre su suerte.

Catherine

Además de una excelente profesional, uróloga, uno de los médicos que cuidan de mi salud, tiene una cualidad que no se estudia, que no se ensaya, que no se fuerza. Asistes a su consulta o te visita , y lo que te ha de decir pasa a un segundo plano. Lo primero que percibes es su sonrisa no impostada, permanente en su boca, y el efecto en el paciente es absolutamente terapéutico, porque confías más en sus efectos que en todos los diagnósticos y en las prescripciones que pueden ser aplicables. Quizá ella no es consciente porque es de suyo natural, yo, como paciente suyo, aseguro que sin su sonrisa, estaría preocupado por el devenir de mi salud. Gracias, Catherine, no dejes de recetarme tu sonrisa.
jose

Agradecido

A todas y todas que os habéis solidarizado conmigo. Permitidme que no os responda de forma individual, aún sigo en el hospital, y por nada del mundo querría que mi testimonio se convirtiera en un rosario de miserias. No obstante, me sentiré obligado a comunicar que todo ha sido superado, si así sucede.