American Beauty , o Belleza americana

Acabo de ver esta película y no me resisto a contar lo que he sentido. No voy a repetir nada de lo que se ha dicho de esta historia tan magistralmente contada. Los calificativos serían interminables y cualquiera los puede ir contando si entra en Filmaffinity o en cualquier otra reseña. La película fue hiperpremiada, y con razón. Nadie que la esté viendo puede adivinar qué sucederá en el siguiente fotograma o secuencia, pero todos sentirán un pellizco en sus conciencias. Luego, dirán que han visto una película extraordinaria, y cuando le pregunten por qué, no sabrán contestar con coherencia: «brutal!!», dirán, y habrán quedado satisfechos de su definición. Que esto suceda en Norteamérica es menos importante, aunque ya es importante que los norteamericanos tengan el valor de contar sus miserias sin tapujos. Habrá otras historias magníficas, pero esas no acreditan que sean contadas por norteamericanos, cualquiera las puede contar y se dirá de ellas que son bonitas.

Si todo o parte de lo que se cuenta en esta película responde a una realidad subyacente en el American Way of Life, en El Sueño Americano, entonces se ha de concluir que esa frase sólo es un slogan. Que la realidad puede ser que un contagio universal es posible en cualquier parte del mundo. Conozco algo ese país y puedo afirmar que los cineastas americanos aquí sólo han pretendido que se salga del sueño americano, y que nada de American Way of Life se concreta en lo que muestra esta película. Si la veis, sería justo que la ubicarais en vuestra nación, vuestra ciudad y hasta en vuestra propia casa. Por el hecho de ser brutal no quiero decir que es inconcebible, lo que quiero decir es que al verla uno mismo despierta de un sueño: «la vida es hermosa, como pétalos de rosa que acarician tu corazón». No confundir los pétalos de rosa roja que se ven en la película con las manchas de sangre.

Pasado, presente y futuro, cuento

Dejó la moto en un claro al lado de la carretera, se quitó el casco y se a dentro en el pinar. Se había propuesto repasar su vida y encontrar respuestas a las razones que podían haber condicionado su presente. Aquel hombre no acababa de ver por qué arrastraba las consecuencias de sus actos sucedidos mucho tiempo atrás. Ya no era el hombre que había sido, nada de lo que había hecho, ahora no lo repetiría, pero de forma recurrente, todo le parecía que le venía a pedir cuentas. Iba ensimismado en sus pensamientos, que no advirtió que una piedra de gran tamaño se interponía en su camino. Cuando se sobrepuso al desequilibrio que le causó el tropiezo, la miró, y como si fuera a comprenderle, le dijo: «has interrumpido mis pensamientos. Estaba viviendo mi pasado y tú me has devuelto al presente». La piedra, que había permanecido quieta después de un pequeño desplazamiento a consecuencia del golpe, pareció que tomaba un color negruzco, que no paso inadvertido por el hombre. «Sí —dijo el hombre—, me recuerdas mi pasado, es así de negro que lo veo». En esa observación y reflexión estaba, cuando la piedra comenzó a aclararse. El hombre estaba bajo la sugestión de lo que estaba viendo y no podía ahora comprender por qué la piedra cambiaba de color. Algo parecía querer decirle, pero no tenía intuición suficiente para interpretar aquel fenómeno. Absorto en intentar comprender si la piedra quería enviarle un mensaje, permaneció largo tiempo observándola. La piedra permanecía silenciosa y ya sin cambiar de color. Al fin le pareció que la piedra le hablaba. Probablemente sólo era el efecto de la hipnosis que le había causado tan extraño fenómeno. Quizá, nunca la piedra fue negra, y todo se debía a su ánimo casi enfermizo por rememorar constantemente el pasado, al que le atribuía sus pesares presentes. Escuchó atento y pudo oír lo que la piedra le decía: «¿Por qué crees que has tropezado conmigo? Estabas tan dentro de tu pasado, que no advertiste que yo era el presente que se fue aclarando para ti. Ahora es decisión tuya iniciar una nueva vida no condicionada por el pasado, si no lo haces, otras muchas piedras negras te encontrarás en el camino, y alguna de ellas no te dará la oportunidad que yo te estoy dando; tu vida futura será tan negra como tu pasado. Y ya no te digo más, porque personas como tú se han tropezado en muchas ocasiones conmigo y a todas les dije lo mismo. Lo que no puedo asegurar si al final fueron inteligentes o idiotas.

El hombre abandonó el lugar en dirección a la moto. Se subió sin ponerse el casco, y emprendió el regreso a casa. En una curva de la carretera se abrió demasiado al sentido contrario y fue a chocar con un coche que venía en dirección opuesta. El golpe fue mortal. Pasado, presente y futuro dejaron de tener sentido. Y no hubo nadie dispuesto a contarlo.

Anna

Así se titula la peli. No podía llamarse de otra forma porque Anna lo ocupa todo. Después de verla, hago lo de siempre: Filmaffinity me dice si lo que he visto ha valido la pena. Los críticos saben mucho del producto y, en este caso, no tienen duda: Anna es un bodrio de película. El caso es que a mi me ha entretenido, algo que siempre pido a las pelis que veo. Es recurrente en las películas mostrar heroínas, mujeres con extraños poderes, mujeres que hacen las delicias de feminazis, mujeres que los hombres las querrían bien atadas para acercarse a ellas. Anna es todo eso y más. Ella solita puede con todo lo que le pongan por delante o se le interponga.

Viendo la peli me imaginaba qué atractivo podía Anna despertar en un hombre corriente. Y me puse en la piel de un hombre corriente. Intimidar se queda corto. Más bien trataría de observarla sin poner cara de gilipollas. Eso sí, no le daría ocasión para que la cogiera conmigo , en ningún sentido. Seguramente me dejaría plantado rumiando la duda de si Anna era de este mundo. Luego, me diría que no, que es imposible que exista una mujer como Anna, y acto seguido cerraría la pantalla donde la acababa de ver y me iría a Filmaffinity para ver qué decían los entendidos. Es una práctica excelente para eliminar los complejos que te entran para definir por tu cuenta lo que has visto.

Hoy, sábado

Tarde de sábado, de no sé qué mes, de no sé qué año, de no sé qué siglo. Sólo sé que en esta tarde de sábado soy protagonista de la vida. También sé que una tarde de sábado dejaré de ser alguien que lo cuente. Pero no me preocupa, ese alguien que si exista, también dispondrá de un sábado y dirá algo parecido. Los tiempos que pasan no vuelven.

No sé si agradecer o ponerme de mala leche cuando escucho que cualquier último sábado sólo será la antesala de otra vida, más feliz. Supongo porque el espíritu no sufre sin un cuerpo que necesita del equilibrio asistencial para no quejarse. ¿De qué me quejo yo, en cuerpo y espíritu? No me duele nada. Sí, tengo cáncer, pero parece dormido, no me falta nada de lo esencial, tengo una familia, corta, a la que adoro y me consta que siente lo mismo por mí. Entonces, ¿por qué me proclamo pesimista? Precisamente por eso, porque éste sería un sábado irrepetible, sin retorno, siempre a la espera del último sábado.

Bueno, queridos amigos lectores o no lectores, os dejo que disfrutéis de vuestro sábado sin preocuparos da nada más. Nadie sufre de ansiedad pensando si le tocará o no la lotería. Algunos juegan, y sólo abrigan la esperanza. No es mi intención joderles el día.

Lágrimas amargas

¿Qué te hice yo para que de tus ojos saliera ese arroyo silencioso de lágrimas, que desembocaban en la comisura de tus labios? Penetraban en tu boca como agua salda de mar. Te ofrecí mi pañuelo y lo rechazaste. Te pregunté qué consuelo podía darte, y me respondiste con un caudal mayor de lagrimas que cayeron al suelo. No había una rosa que las aprovechara y la tierra no las necesitaba. Pensé recogerlas en mi boca con un beso, pero entendí que no ibas a creerme. Angustiado de impotencia, te extendí mi mano y la rechazaste. Allí mismo te desvaneciste y caiste al suelo. No me atrevía a tocarte. Esperé a que te recuperaras. Después de un tiempo, que se me hizo eterno, abriste los ojos, volviste tu rostro hacia a mí, y balbuceaste casi imperceptible: «¿Aún estás ahí, cabrón?

De putas

El título podría ser igualmente de maricones, pero, en esta ocasión son las putas las que me inspiran . Y porque, de un tirón, he visto la primera entrega de una serie de Netflix titulada Sky Rojo. Sin pecar de spoiler, resumo que la serie, española y argentina, trata de las señoritas que prestan sus servicios en un local llamado «Las Novias». La madame controla el buen hacer de sus pupilas, y el dueño, un hijo de puta en toda regla, de contar los euros que recaudan las chicas. Las «empleadas» son reclutadas en los países sudamericanos con una oferta de trabajo engañosa. Una vez aquí, en España, el trabajo que se les asigna, sí o sí, es complacer a los clientes más exigentes en el menú del sexo. Las escenas son explícitas y todo hace presagiar que es una serie porno. Pero no. A algunas chicas se les tuerce el destino y deben enfrentarse a una situación extrema de supervivencia. Es entonces cuando la serie, en un tótum revolútum, nos muestra que ser putas es una dura profesión que ha de ser aceptada para conseguir metas humanas, otro tipo de supervivencia que dejaron pendiente cuando se despidieron de sus familias, que en situación precaria, vieron los cielos abiertos con las remesas esperadas. La serie no se anda con exquisiteces y pone a la avidez del espectador el menú que alimente sus más bajos instintos. Pero como digo, en aquella fábrica suceden más cosas que la convierten en un espectáculo tolerable para los moralistas más exigentes. Se llega al punto de sentir dolor al empatizar con aquellas pobres criaturas y odio profundo a los que han montado el tinglado pensando en los beneficios.

Creo que fueron ocho los capítulos que vi de un tirón, y ahí termina la primera temporada. Lo que suceda en la segunda será previsiblemente más de lo mismo; de las putas sólo se puede esperar sexo y tragedia. Y por encima de ese escenario, sobrevuela la miseria de los que hacen que sea posible; los dignos ciudadanos que, como dicen los proxenetas, allí les dan la caridad que mendigan. Un servicio social como cualquier otro, quizá por eso se permite.

Lágrimas en el Cielo

Posiblemente una de las más bellas canciones. Eric Clapton canta desde el corazón roto por la muerte de su hijo de 4 años, precipitado en el vació desde la 53 planta de un rascacielos. El niño, en lugar de subir al Cielo, bajó a los infiernos. Pero el padre alberga la esperanza contraria, aunque en el Cielo no haya sitio para él. La canción cada cual la interpreta según sus creencias y la escucha como protagonista de su propia tragedia. Ojala fuese cierto que hay un Cielo para los que la vida no les dio tregua. Quizá, cuanto más estemos en esta vida, más lejos habrá un Cielo para nosotros.

¿Y la vida es eso?

Te despiertas, comienza un nuevo día. A mi edad no sabes qué vas a hacer. Te aseas, te vistes, tomas algo, no desayunas porque estás haciendo el ayuno intermitente; un café solo, una manzanilla, un té. Tengo que hacer ejercicio, y como la casa tiene un espacio de jardín grande, me he creado un circuito que lo recorro unas diez veces. Subo y bajo escaleras y hago sentadillas agarrado a un muro, Creo que es suficiente para desentumecer el cuerpo. Con lo que ande el resto del día, conseguiré el objetivo de cerrar unos círculos de actividad que me marca un reloj Apple Watch que llevo en mi muñeca. Miro el huerto, si le falta agua, lo riego. Limpio el arenero de mi gata y le doy de comer. Luego cocino. El resto de las atenciones que precisa una casa las hacen por mí un señora que viene una vez a la semana. Por un rato no sé qué más hacer. No veo la televisión, si acaso alguna película o documental. sí repaso los anuncios principales de los periódico, todos con el monotema del virus y alguna incidencia política; nunca entro en los contenidos. Seguramente soy una persona mal informada, pero me da igual, las cosas sucederán, me prevenga o no. En una pasada por mi escritorio, miro el ordenador en reposo. Vacilo si me siento frente a él o lo dejo descansar. Por mi mente pasa el recuerdo de otros tiempos en los que casi no hacía otra cosa que tener pegado el culo frente a la pantalla y la furiosa actividad de teclear letras, palabras, y al final algo que quería significar algo. Enviarlo al aire como un mensaje metido en una botella que se lanza al mar. A partir de ahí, no esperaba ninguna sorpresa, pero si llegaba algún comentario, era sorprendente que tuviese que releer a qué escrito se refería. El día iba diluyéndose en la nada; una día más o un día menos. Si nací para esto, morir no será una gran pérdida.

El optimismo

Hoy quiero que el optimismo invada esta página. Sólo soy optimista a tiempo parcial, porque lo mío, lo que trasluce de mi naturaleza es el pesimismo como pátina permanente de mi espíritu. ¿He dicho espíritu? No, quise decir de lo que mi cerebro elucubra como desecho de una digestión de pensamientos que alimentan mi espíritu. ¿He vuelto a decir mi espíritu? No, quise decir lo que sale, ¿de dónde? No lo sé, quizá me encuentro más a gusto conmigo mismo. El optimista tiene un problema: o le salen las cosas bien o le salen mal. El pesimista es pesimista per se, no tiene alternativa.

Decía que hoy quería ser optimista, a sabiendas que las cosas no me salgan bien y vuelva al pesimismo enfermizo. Porque hay dos tipos de pesimismo: el que se mantiene con la convicción de que es lo que hay y no otra, entendido en términos filosóficos, y el que te acojona porque puede afectar a todo tu ser en un proceso imparable de destrucción.

¿Y cómo hacer para que quien me lea, empezando por mí mismo, diga o me diga: José, que bien, que optimista estás hoy. Pero… para eso, tengo que inventarme palabras que sean sinónimos de optimismo, como esperanza, positividad, enfrentar con buen ánimo las adversidades, confianza en uno mismo ante cualquier proyecto que quieras emprender, permanente entusiasmo en el disfrute de la vida. Dese luego no caer en un optimismo ilusorio que te saca de la realidad.

Lo siento, amigos, demasiados condicionantes para sentirme optimista, aunque sólo sea en este momento. Siendo pesimista, creo que todo resulta más fácil, no necesitas esforzarte. El pesimismo nunca es ilusorio, nunca es bobalicón y mucho menos estúpido. Con el pesimismo se puede ir a cualquier parte, incluso a tu final. No, no puedo ser optimista ni un sólo momento. El optimismo es un invento para tarados mentales, no existe el optimismo inteligente, porque puede suceder que te llamen inteligente, pero nunca optimista. Llamarte optimista es insultarte.Tampoco existe el pesimismo inteligente, porque sólo los pesimistas te comprenden, no por listo, sino por realista.

Y aqui lo quedo.

Mi gatita tiene celo

O eso me parece a mí. Con un año de vida, ya es la segunda ocasión que su comportamiento no es el usual. En estado normal, no es una gata cariñosa, más bien arisca, te muerde y te clava las uñas. Tengo las manos señaladas por sus «caricias». Pero hoy y desde hace tres o cuatro días, su comportamiento es diferente. Ahora es cariñosa, está encima de mí casi siempre. Si la acaricio, no me responde agresiva, se estira, se aplasta contra lo que tenga debajo, el suelo, mis piernas, el teclado del ordenador. Levanta los cuartos traseros y retira la cola. Síntomas propios de querer aparearse, según leo. Tendría que esterilizarla, pero para ello debería responderme si quiere. Desde luego que no lo haré por decisión propia. Pero sufro por ella porque su inquietud me la transmite. Probaré algunos remedios caseros que sólo sirven para tranquilizarla. También ha perdido el apetito, yo la mantengo dándole golosinas propias para los gatos. En la ocasión anterior se marchó de casa y no volvió hasta la mañana siguiente. Con mi poca experiencia, la observé y uno aprecié ningún signo de haber conocido varón. Tampoco maúlla, como dicen que es el caso, para llamar a los machos callejeros, sí emite un sonido algo lastimero, como pidiendo atención. Atención que yo le prodigo cuanto está en mis manos, aunque observo que lejos de satisfacerla, se presta con más intensidad a ser cubierta por un macho de su especie, o eso supongo. Y es que esterilizarla sería aceptar que ya no es mi gatita, dejaría de sentirse complacida cuando le paso la mano por el lomo y volvería a morderme o arañarme. Y yo prefiero estas «caricias» a que mi gatita se convierta en un peluche.

Pensando en las mujeres, ¡Ay, dios, si padecieran de un comportamiento similar! Me refiero a todas.