España y yo

Qué lejos quedan los días del brazo en alto, pantalón corto, botas de cuero, camisa azul tatuada con el haz de flechas abrazadas por el yugo, y arremangada para la lucha. El Cara al Sol como canto de afirmación y el carné que me acreditaba como Jefe de Centuria del Frente de Juventudes, de La Falange, y como avanzado de la defensa de la patria, una, grande y libre. Era lo que había, lo que te permitía jugar al futbolín, al billar, a pasar un mes en un campamento premilitar con piscina y algo de hambre, a utilizar el campo de deportes y participar en torneos de atletismo. Podías renegar de todo eso, pero no existía contrapropaganda, y la oficial lo impregnaba todo. Eras, además, inocente.
La España de entonces era lo que había quedado de una sangrienta guerra civil, y no recuerdo si era una, grande y libre, como se cantaba, o era el resultado de un puzzle unido por remiendos mal cosidos. Era lo que había.

He vivido muchos años desde entonces, y la vida o mi propia inteligencia ha ido conformando mi pensamiento actual. Soy escéptico con cualquier verdad que tratan de imponerme, descreído con mis propias creencias, incrédulo con lo que parece evidente, indiferente a que el mundo gire en sentido contrario o se pare en la sombra, dudoso de querer o ser querido , ateo no sé por qué, receloso de mi propia verdad.

Ahora, en la España que sobrevive a sus padres y lucha por sobrevivir a sus hijos, una región, o si se quiere una parte de España quiere ser amputada del resto. Tenía creído que eso era cosa de los vascos, y si me dicen hace unos años, cuando visitaba habitualmente a mi hijo, estudiante en Barcelona, con vivienda propia, situada a la vera de Gaudi, que Cataluña iba a ser hoy la que pidiera romper la piel de toro y navegar sola, habría puesto en guardia mi escepticismo para negar tal posibilidad, pero sólo porque Cataluña me parecía la región con más sentido común de España, no porque resurgiera en mí una Falange redentora. Y hoy se está en eso, no sé si es verdad o mentira, y hasta me parece, por lo menos curioso, que este asunto me sea indiferente.

Quizá, por esta falta mía de compromiso, debería emigrar a otro lugar y olvidarme de haber sido español. Lo estoy pensando.

Luces de la ciudad

Chaplin, el maestro del mimo y del silencio, llena todo con sólo esos dos instrumentos y el año 1931, fecha en la que fue concebida esta obra maestra. Universal, en cuanto no es sonora, porque no era necesario. Considero un error que se hayan introducido algunos subtítulos, no hacían falta.

Y me ha hecho llorar. No el argumento, que podría encuadrarse en una historia sensiblera, y hasta previsible. Cada fotograma es un pellizco en el corazón. En ocasiones, la hilaridad que provocan algunas escenas, te da un tiempo para recuperarte, si no fuera así, el corazón desfallecería. Los dos personajes centrales, el mendigo y la violetera ciega son tan cercanos, que tienes la sensación de estar viviendo a su lado, aunque como comparsa en su extraordinario mundo. Lloras porque sus aciagas vidas te dan la dimensión del vacío que crea la soledad, y tú sientes ese vacío como propio.

Con el ánimo compungido se llega al final, y yo hubiese querido otra cosa muy diferente. Pero no es mi creación literaria y tampoco tengo intención de recrearla; mis palabras harían demasiado ruido y no sabría cómo lograr el silencio que hace de esta película una obra excepcional.

desaparecer y reaparecer

Estaba preparando mi muerte como el que espera coger un tren en un andén de estación. Lo veo venir lejano, en una recta que comienza en el horizonte. Aún tenía tiempo para hacer alguna reflexión. Una, que ya había sido recurrente, era que no me preocupaba la muerte sino desaparecer.
Pero desaparecer, haciendo una contrareflexión, no es grave si desaparecer no es para siempre. Y como el tren aún venía lejano, volví a reflexionar apoyándome en esa última. Suponiendo, me digo, que se reaparece, y se reaparece definitivamente para no tener nunca más que volver, ¿qué sentido tiene este periodo transitorio, en el que el tiempo es como una mueca en la infinitud de la eternidad? El tren seguía renqueante y podía seguir reflexionando. Lo obvio y siguiente era la otra posibilidad, que se reaparezca para volver a desaparecer. Si esto fuese así, ¿para qué volvíamos a reaparecer? ¿Para corregir los errores, para una nueva oportunidad? Podría ser, de hecho yo corregiría muchos errores que he cometido y también para esperar alguna oportunidad que no había tenido.
El tren ya estaba cerca y aún me quedaba una reflexión. Finalmente, me digo, ¿y si desaparecer es para siempre…?
El tren llega a mi altura, da dos pitidos, y pasa de largo, sin pararse. Bueno, me digo, este no era mi tren.

Barcelona

Barcelona

Yo, que escribo de y sobre cualquier cosa sin ninguna obligación, quizá tampoco con ninguna oportunidad, no debería obviar el trágico suceso acaecido en Barcelona esta semana. Pero sobre él ya han corrido ríos de tinta, tinta roja, tinta negra, tinta amarilla. Si he de escribir , algo esencial debo tener en cuenta, que lo que escriba no use tinta de ningún color. No puedo aprovechar la ocasión para lucirme, ni para ahondar en la tragedia impulsado por la inercia de algo tan brutal como incomprensible salvo si lo refiero al hombre. ¿Y qué puedo decir que tenga en cuenta esos condicionantes de autolimitación para un escritor libre? Sólo estaría justificado si mi escrito sirviera para crear una perspectiva, un anhelo para la humanidad, pero o yo soy muy pesimista, y nada bueno se puede esperar, o hago un ejercicio de optimismo y proclamo mi fe en que un ángel exterminador acabe con ella, sólo así el universo rectificaría su error.

Volver a escribir

Escribo de nuevo porque así es posible que no se pierda en olvido. Y escribo de algo que pensaba esta mañana, al despertar, en esos instantes en los que no estás seguro de incorporarte a la vida consciente. Ahora, ya en mis plenas facultades cognoscitivas, puedo discernir que en aquel momento de penumbra, las ideas que afloraban de mi cerebro tenían una razón de ser. Pareciera que algo que había hecho en mi vida no había alcanzado los objetivos últimos y que amanecía para que retomara aquella voluntad que suspendí hace algún tiempo: la de escribir. Siempre tuve pudor para definirme como escritor, que yo sustituía por la de “escribo”. Lo que puedo considerar nuevo es que esta mañana, como digo, me desperté con esa idea postergada de ser un escritor. ¿Para qué? Escribir es una tarea, ser escritor un oficio. ¿Cuándo escribir se transmuta en ser escritor? ¿Haber escrito cincuenta mil folios me permitía obtener un certificado de escritor? Esa era la cuestión que esta mañana me planteaba, y el para qué, debería ser la respuesta inmediata que obtuviera yo mismo o me propondría no volverme  a plantear.

 

Y es por eso que estoy aquí, tecleando palabras que fijan mi pensamiento. Perece pueril que tal asunto ocupe mis inquietudes del momento, teniendo motivos más sustanciales en qué pensar o desarrollar. Al final de este breve escrito no puedo haber caído en la tentación de que parezca un estudio complejo  o académico sobre estos dos conceptos, debe ser una especie de testamento ológrafo que cierre esa inquietud existencial del hombre por dejar las cosas claras en relación a su autodefinición como ser, no ya humano, sino como entelequia, definición ésta que cuadra más con la existencia irreal de nuestro paso por la vida.

 

¿Que he escrito, y mucho? Parece ser cierto. ¿Que fue en su momento una necesidad vital? Puede que no tanto, más bien fue la forma de justificar mi tiempo ocioso. ¿Qué alcancé la maestría suficiente para que lo que escribía fuese del agrado e interés de aquel al que llegaban mis escritos? Podría responderme que sí, aunque debo ponderar que mis escritos no llegaron a ser universalmente conocidos, por más que desde muchos países alguien cayo en mi página, no sé si por accidente o por voluntad propia. En definitiva, todo esto me hace concluir que cuando algo que haces trasciende a tu propia vitalidad y más o menos intensamente compartes con otros seres, dejas de ser una entelequia y comienzas a definirte como ser humano. No es para gritar: ¡eureka, por fin sé lo que soy! Pero sí para poder salir del armario y, aunque tímidamente, poder decir: soy escritor. Ahora deberé definir si en activo o jubilado.

Concisión

Se propone que el escritor sea conciso, que exprese la ideas con economía de palabras. Los cuentos deben ser concisos, siempre. Las novelas se pueden permitir mayores desahogos en aras al naturalismo y al realismo.
En la concisión del lenguaje hasta Guinness de los récords tiene el conciso más espectacular, como todos sus récords. Es una palabra de origen yagán (una población antiquísima de Tierra de Fuego): «mamihlapinatapai». De acuerdo a la definición que de ella dio René Haurón, este vocablo significa nada más ni nada menos que “mirar a otra persona a los ojos, con el deseo y la esperanza de que nos devuelva una mirada invitándonos a realizar juntos una acción que los dos estamos esperando pero que ninguno se atreve a iniciar”. Bonito, ¿verdad? Claro que lo que, supuestamente, seguía a esa expresión no tenía por qué ser tan esquemático.

He tomado la referencia de algún lugar en Internet. Es espectacular, sin duda ¿Podría intentar hacer yo algo así? De ninguna manera mi intento trataría de competir con esa cultura milenaria, pero un reto es un reto y allá voy.
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Se puede ver el significado en un de mis últimos escritos, no es difícil, dejo el reto al lector. Ah!, y prometo, en lo sucesivo, no ser tan conciso.

Mi perro

Mi perro se llama Simba, aunque lo comparto con la familia y mi nieto se cree su dueño, mi perro ya ha elegido al lado de quién quiere dormir, a quien acude para esperar una caricia, a quién le trae cualquier cosa para pedirle que juegue con él. Yo no soy su dueño, soy su amigo, parte de él mismo, mi perro no comprendería su existencia si yo le faltara.

Hoy creo que le he hecho sufrir. Era día de limpieza general en mi casa y, lógicamente, Simba no podía estar por medio soltando pelos y llenando de babas el suelo mientras duerme. Yo le miraba al otro lado de la puerta de cristal que da a la terraza. El me miraba sentado, siguiendo con la cabeza todos mis pasos por la casa. A veces le oía quejarse, y yo no podía interpretar otra cosa que era su forma de pedirme que le dejase entrar, estar cerca de mí, rozarse y lamerme cualquier parte desnuda de mi cuerpo. pero debíamos ser consecuentes, Simba es un pastor alemán de raza grande, es como un pony, y debe estar lejos de querer ser un un perro faldero. Debería saber que aquel aislamiento no era para siempre, pero la mente de un perro no es analítica y obedece solo a impulsos volitivos, como define Lain Entralgo la amistad. Mi perro no quiere ser simpático conmigo, amable, quiere formar parte de mí porque ya siente que yo formo parte de él, esa es la amistad. Toda la mañana aislado detrás de un cristal y viéndome inaccesible al otro lado, debía suponer para él una realidad que no dejaba espacios para la fe en suponer que existía y que volvería a compartir espacio conmigo. Por qué me rechazas, por qué te aíslas?, se preguntaría.

Ya terminó la limpieza y Simba a vuelto conmigo, quiero decir a mi lado, y a mi lado yace dormido, llenando de babas y pelos el suelo. De vez en cuando miro el reloj para ver lo que falta para darle su comida. No es necesario, porque a las siete en punto se despertará y se acercará a mí, me lamerá y yo le diré, vamos, Simba, debes tener hambre. Por el camino, pensaré que es triste tener que dejarlo.

De mí, capítulo 2

Pues  ya pasó. Fue una violación inodora, insabora e insípida. No me ha dejado ningún vestigio de dependencia. Pero,¿para qué ha servido? La doctora ha sido imprecisa, anfibológica. Tengo pero no tengo cáncer. Los informes médicos están escritos en un lenguaje sólo para entendidos. Ni en Google encuentro similitudes y explicaciones correspondientes, será porque soy un caso único. La doctora se acerca a mí cuando aún sigo bajo los efectos de la sedación. Me susurra, para no despertarme del sobresalto, que debo hacerme pruebas complementarias. A medio de estar consciente, interpreto que la colonoscopia no ha sido determinante, más bien determinante de que tengo algo que, por su naturaleza, habrá que someterse a una inspección exhaustiva. Biopsia y un TAC, luego ya hablaremos, termina la doctora diciendo.

Estas situaciones de verdad que acojonan  al más valiente, al más seguro de ser un caso fuera de lo común de los mortales. Y así estoy yo, valiente entre los valientes, seguro de que esas cosas no van conmigo, con el tembleque propio de la terrorífica duda, a la espera de un resultado, esta vez sí,  sin ambages, para bien o para mal.

De mí

De qué puedo escribir hoy? Es una obligación que me he impuesto, sugerida por mi neurólogo. El ejercicio de la mente es, si cabe, más aconsejable que el del cuerpo, y más cuando la edad ya comienza a dar señales de disfunción multiorgánica. El cerebro no es recuperable, sólo permite que lo mantengas en forma, no óptimo, pero utilizable aceptablemente. Hasta que diga basta, como el del amigo que glosé hace un par de días.

Hurgo en las ideas que flotan y no encuentro ninguna que merezca ponerme a la tarea. Paso, entonces, a mi peripecia personal, y ahí si encuentro un motivo. Me da pereza hablar de mí mismo, pero, en esta ocasión confío en que valga la pena.

Mañana, a las 10AM, me van a practicar una colonoscopia, y,  ya puestos, una gastroscopia.  Vamos, en el argot de las prostitutas, un completo. Pero eso mañana, porque hoy tengo que prepararme, como Don Quijote velando armas para la batalla tremenda que los siglos no presenciaron. No es para menos. Agua, caldos, zumos colados y unos polvos que, por lo caros, deben de ser de lo más eficaces, pues te obligan a llevar el water pegado al culo. Se trata de que mi desagüe esté limpio como los chorros del oro y el medico pueda ver en qué estado se encuentra. Lo peor es que voy preso de incertidumbre, pues este órgano es silente y no te avisa de lo que puede guardar para tu sorpresa o tranquilidad. El estómago ya es otra cosa, suele avisar con tiempo de cualquier anomalía, aunque te puede engañar con varias apariencias de disfunción. En fin, que mañana me enfrentaré a la doctora, porque es una doctora, y quizá le diga, Doctora, en tus manos encomiendo mi espíritu, tráteme con cuidado, soy virgen.

A un amigo que fue

Qué más  puedo hacer por ti, mi buen amigo? Si al menos me recordaras, si te preguntara, si me preguntaras y me respondieras, si te respondiera, si entre tú y yo pudiésemos comunicarnos, como tiempo atrás lo hacíamos por vídeo, por chat, por correo , y reírnos, enfadarnos, si pudiese pedirte o me pidieras y me dieras y te diera, si al estrechar tu mano apretaras la mía, o al darte un abrazo tú me abrazaras, si pudiese hacerte reír o me riera contigo.

Ya no sabes quién soy, no me preguntas, no utilizas ya internet para comunicarnos, tu boca apagó la risa, la sonrisa y hasta la mueca de asombro o disgusto, te tiendo la mano y sólo  yo alcanzo a coger la tuya, camino a tu lado y no te siento cerca, está ausente de mi compañía, porque siento tu cuerpo pero no tu espíritu. Maldita serpiente  que devoró tu cerebro y dejo tu cuerpo insensible, vacío . No puedo hacer nada por ti, amigo, y tampoco sabes cuánto lo siento.