De animales a dioses, según y como

Estoy leyendo un libro, o dos, que alterno según mi estado de humor. Pero ahora me voy a referir al suceso editorial de alcance mundial «De animales a dioses», autor Yuval Noah Harari. Coincide esta lectura con la de un artículo periodístico que relata el descubrimiento de una mandíbula en una cueva de Israel. Según los paleotólogos, este hallazgo se puede datar en 200.000 años. Esto significaria una diferencia de 100.000 años en la migración del homo sapiens de sus reductos africanos a otros lugares del planeta Tierra. No es poco. No estoy en condiciones de aseverar nada en torno a estos temas, y ahi lo dejo como muestra de la relatividad que perdura en las afirmaciones sobre la evolución.

Esta es la pieza descubierta

Los que se dedica a hurgar en el pasado no pueden precisar si se trata de un hombre o una mujer. Sí se atreven a decir que es un  individuo joven, supongo que por la buena dentadura, sin desgaste, sin mellas, y  no digo ya sin empastes ni otras muestras de tratamiento odontológico, improbable por aquella época. Pero no voy a seguir especulando sobre este tema desde el punto de vista científico, aunque me resulte muy atrayente. No dejo de mirar ese resto de mandíbula, y de ella me fascinan varías ilusiones ópticas que traslado aqui.

Una de ellas es que, en pura abstracción, no veo esa mínima parte, sino el todo al que pertenece. Y veo un hombre o mujer que vivía hace doscientos siglos y la comparo con los dos siglos de la era moderna de la humanidad. Que hace 200.000 años no existían pasarelas de moda y se tapaban con pieles si hacía frio o iban desnudos si hacía buen tiempo. Tampoco tenían sofisticados medios de comunicación y las palomas no eran mensajeras sino alimento. No podía haber chefs que prepararan comidas dignas de estrellas Michelin, pues aún desconocían el uso del fuego y las recetas en la elaboración de los alimentos, que, invariablemente, consistían en fruta, nueces, insectos, carne cruda, raices… que se llevaban a la boca como lo hacen los animales inferiores. No se casaban, y el amor entonces sólo quería decir sexo; esa boca a la que pertence ese resto encontrado, no sabia de besos ni de lenguaje romántico que, como otros animales, sólo emitía sonidos guturales básicos  parecidos a gruñidos. Esa boca dudo que tuviera una función compleja gesticular, desde la sonrisa a la mueca de disgusto o expresión de asombro. Y sin más precisar supuestos improbables, lo que sí se puede afirmar es que la evolución necesitó millones de años para llegar a conformar una mandíbula que algunos, hoy, tendrían razones para envidiar. Algo estaremos haciendo mal para que hoy, doscientos mil años después, pocas dentaduras están libres de endodoncias, implantes, empastes, coronas, postizos. Cuando pasen otros doscientos mil años y se encuentren restos humanos, los estudiosos de nuestra evolución coincidirán en que hace doscientos mil años, los seres humanos no tenían dentadura natural, que se la ponían como se ponían zapatos. Y es que la evolución había experimentado un retroceso del cual sólo los humanos eran culpables.

No sé si me he quedado corto en glosar ese hueso que no dejo de observar y que me produce imágenes que me distraen de otras cotidianas. Ojala fuese mío dentro de doscientos mil años.

Pensar en la muerte o en cómo morimos?

En post anteriores he reflexionado, según mi entender, en diversos estados en los que nos podemos encontrar en nuestras vidas. No podría obviar lo que, desde mi personal punto de vista, supone una inquietud universal del individuo. Quizá son dos inquietudes diferentes, y a ellas me voy a atener. Según este planteamiento, la muerte  y cómo nos morimos precisan ser tratadas independientemente. La muerte no admite dudas, otra cosa es si para unos es el final, la inmersión en la nada o, en un estado de sugestión personal, la ayuda que mantiene incólume el instinto de supervivencia. En cualquier caso, siendo el suceso más importante de todo ser vivo, el ser humano no lo tiene como prioritario entre sus inquietudes y yo no voy a hacer mayores consideraciones, que podrían ser tenidas por mis lectores como subjetivas. Confundidos muerte y cómo morimos, sí es algo que tenemos presente cada momento de nuestra vida desde que razonamos. Todos, a excepción de unos pocos insensatos, evitamos el peligro a que llegue nuestra muerte de forma prematura. Y lo hacemos de mil formas diferentes: evitando los peligros, pidiendo al médico que cure nuestras enfermedades,  recurriendo a tratamientos homeopáticos que nos ofrecen curanderos o que nos procuramos en tiendas especializadas en la nada prodigiosa. Algunos, presos de fervor religioso, se encomiendan a cualquier símbolo sobrenatural y se creen curados milagrosamente mientras se siguen muriendo.

Con el preámbulo anterior, podría estar en disposición de fijar un criterio, mi criterio, sin ninguna pretensión personal de considerarlo axiomático. Por esto, me dispongo a que cualquiera lo pueda considerar discutible.

Obviando, pues, la muerte como suceso inevitable,  y sin entrar en consideraciones sobre si es el final o el principio,  me voy a referir al segundo enunciado: cómo morimos.

En mi viejo blog incluí un reloj que se encargaba, sin que yo tuviera que darle cuerda, de darme los años, meses, días, horas, minutos, segundos que faltaban para mi muerte, fijada, previamente, en la muy realista edad de 100 años. Un artilugio fantástico que me ofrecía la técnica del momento. Cerré ese blog, y no sé si ese reloj sigue contando el tiempo preciso, más bien mecánico, que me queda de vida, tampoco he investigado si aún sigue teniéndome en cuenta. Es igual, mi consciente es ese reloj que tampoco necesita darle cuerda o cambiarle  la batería. Y según este reloj, haga lo que haga para que se pare, sigue indicándome que me estoy muriendo. Y cómo me estoy muriendo? De momento no parece que vaya my deprisa, tampoco despacio, pero inesorablemente se mueve, y se mueve descontando tiempo. Al contrario que el otro reloj, éste no fija el límite, así que el descuento de tiempo es virtual, aleatorio, lo que significa que mi muerte no depende de lo que yo haga para evitarla. Esto  sí es un axioma, y nadie podrá discutirmelo.

LLegado aquí, algún lector me preguntará: «bueno, José, qué nos quieres decir, que hasta ahora no vemos practico ni concluyente?»

Las propuestas filosóficas no son mi fuerte. Y aunque el sentido común es el menos común de los sentidos, a él me encomiendo.

No penséis en la muerte, llegará en cualquier momento. Tampoco penséis en la transcendencia de vuestro yo, que sólo es un desiderárum de imprevisible cumplimiento, y,  mucho menos, os angustiéis pensando en vuestro final convertido en un puñado de ceniza. Todo sucedrá, a todos. No existe reloj que marque el tiempo que os queda, ni analógico, digital o neuronal. Y en cuanto a cómo os estáis muriendo, sin cobraros por la consulta, os aconsejo lo siguiente: pensad en que no existe el cómo os estáis muriendo, no existe ese tipo de secuencia y, por tanto, no vale ningún remedio. Eso no quiere decir que no pongáis el que penséis es el idóneo. si eso os tranquiliza, pero ningún remedio evitará que os estéis muriendo. Cómo? El proceso es muy complejo, y comienza mucho antes de que el corazón se pare o el cerebro muestre inactividad y en pocas horas el cuerpo, si no lo destruye el fuego, comienza a descomponerse abruptamente. No es cuestión de consolarse pensando que otros seres se aprovecharán de tu cuerpo. La respuesta a cómo nos estamos muriendo es sumamente sencilla: Preguntaos cómo estáis viviendo. Si de verdad os preocupa el tema, en la respuesta que os déis, encontraréis la clave que buscáis. Una vez que la tengáis, que cada cual haga de su capa un sayo. No hay otra. O es que, gratis, José, os iba a dar otra respuesta? No confiéis en las que otros, gratis, os puedan dar por ahí, no podréis demandarlos por estafa.

 

Del estado anímico… por el suelo

Hoy recibo tu carta, la abro y veo las sombras que te afligen. Como tales sombras, no acierto a  imaginar los perfiles, lo que me impide tomar conciencia exacta de tu situación. Sea como sea, querida, tu confesión me hace sentir mal. Si algo deseo vivamente es que las personas a las que amo, quiero o estimo, nunca se vean envueltas  en ningún tipo de sombras. Por experiencia propia sé que cuando ellas se ciernen sobre uno, la vida deja de merecer la pena, eso nos parece. Pero en situaciones así, sólo nosotros, en actitud individual, seremos capaces de superarlas. Y consiste, de forma general, no en buscar salidas fuera como, equivocadamente, muchos hacen. Yo no hago eso, y me da resultado. Tampoco le pregunto a Google cuáles son las soluciones que proponen los cuaranderos de almas que pululan por alli.  Seguirlas es como seguir una receta de cocina complicada.

La cosa es sencilla. En primer lugar has de sopesar si esa situación es por tu culpa o culpa de los demás. Si es por tu culpa, piensa si por ello te quieres o no suicidar. Si es por culpa de los demás, determina si la solución es acabar con su vida. Hazlo, y cuando lo tengas claro, verás que tu problema se ha solucionado como por arte de magia.

P.S. No es una  broma, hablo en serio. Una vez solucionado, no tendrás que matar ni suicidarte. Amén

El calendario

En algún lugar me regalan un calendario. No es un alamanaque de 365 hojas, una por cada dia del año. Tampoco  éste tiene pasatiempos, frases célebres, ni pronósticos del tiempo. Son doce hojas de papel, cosidas por la parte superior. El presupuesto no debía dar para más y se han suprimido las bellas fotografias de paisajes, de animales y, por supuesto, de bellas señoritas que servían para dar toque machista salido a las cabinas de los camioneros. En una franja superior, por debajo del grapeado, el anuncio de la empresa o producto que lo patrocinaba. De mi niñez, recuerdo que mi madre con las primeras  confeccionaba cuadros, un cristal encima y una cinta adhesiva cantoneando los bordes a guisa de marco. El resultado no podía ser más humilde. Luego, mi madre, los colgaba de la pared y, así, la casa parecía otra cosa,  a pesar de la austeridad del mobiliario.

Este calendario sólo cumple con la función de señalar los dias del mes, el día de la semana, las fiestas de guardar, las fiestas nacionales y, si acaso, te premite adivinar los puentes para que hagas proyectos de escapada con tiempo. Ni siquiera las fases de la luna, ausencia impensable en los almanaques y otros calendarios antiguos. Lo de las fases de la luna debía ser algo importante en tiempos pasados, quizá también ahora. No se borra de un plumazo de la conciencia del hombre, ni de los animales, la influencia que se atribuye a la luna. Todas las culturas la utilizan para predecir de sus fases los más diversos acontecimientos, de las mayores venturas a las mayores desgracias. En algunos casos, la luna y sus fases sí parece que salen del ámbito esotérico y tienen una explicación científica, v.g, las mareas.

Pero no estoy en ese calendario. En el que ahora tengo, ya colgando de una pared de la cocina, es el cutre de doce hojas, una por cada mes, sin más información que los dias coloreados señalando el día de la semana, los festivos y la correspondiente leyenda:  Navidad, La Constitución, etc. Bien mirado, esos días deberían alegrar más que cualquier otro aditamiento gráfico, son días de asueto, de dormir a pierna suelta, de hacer lo que te da la gana.

Me pongo transcendente y levanto las once hojas primeras. Deseo vivamente que mi fecha de nacimiento, día 19 de diciembre, esté señalado en este calendario como día festivo. No es posible, el día más importante de mi vida es un miércoles cualquiera, no está coloreado, no tiene la leyenda que señale el acontecimiento. ¿Soy yo menos que Jesús de Nazaret? ¿No fui yo hecho también a imagen y semejanza de Díos? Esta falta de consideración está en mis manos subsanarla, hacerme justicia. Y dicho y hecho, con un bolígrafo pinto de rojo ese anodino cuadro con el número 19. No pongo leyenda, doy por sobreentendido que es mí día.

Sólo estamos en enero, cuando vayan pasando los días, las semanas y los meses, quizá, espero, deseo vehemntemente que mi fecha de nacimento luzca como merezco, la fiesta correrá de mi parte. O, quien sabe, alguien lo hará por mí.

De biopsia y otras historias

Estaba impaciente. En algún archivo de un ordenador en el hospital estaba guardado esa especie de sentencia que nos condena o nos libera de la fatídica palabra: cancer. No podía esperar una semana a la consulta programada con el médico que me había operado. Tampoco tenía acceso a él por los medios habituales, teléfono, correo, whatsApp. Dubitativo, me acerqué al hospital, no tenía claro si esa actitud mía respondía a un gesto de valentía o de cobardía. Fue la inercia del desasosiego que me puso en camino.

Me identifiqué, pensé en lo impersonal de mi identidad. No era José, ni un cliente que hacía posible la existencia del hospital. La persona que me atendió tras el mostrador no debió tener suficiente con el documento de identificación que le había entregado y me preguntó por mi fecha de nacimiento. Figuraba en mi documento, pero debío considerar que si sabía mi fecha de nacimento era una persona mentalmente sana a la que se le podía confiar el preciado informe, cualesquiera que fuese el resultado.

Al fin me entregó un sobre. No lo abrí hasta encontrame sentado en un sillón del hall. Podía desmayarme.

Como todos los informes médicos, has de leer entre lineas o te pierdes entre siglas y términos sólo para el ámbito médico. Entre lineas pude fijar  vocablos que si me daban una pista: tumor de bajo grado, no sobrepasa la masa  muscular. A,B,C, libres de tumor. Ausencia de imágenes de D, E,F. Sin evidencia de   G en 10 ganglios aislados. No muestra de alteraciones H.

Podía darme por satisfecho? Cada letra que utilizo en el párrafo anterior responde a un término médico para mí desconocido. Siendo así, era muy aventurado reconocer que la biopsia era totalmente favorable.

Pero sí tenía a mi médico habitual para cosultarle y pedirle una traducción del informe que me fuera inteligible.

Un whatsApp enviado que fue respondido con celeridad. Mi médico sabe de angustias  ante incertidumbres serias de sus pacientes. Y con pocas palabras, aunque hubiese preferido todo un manual de uso, me dijo que el infome era muy positivo para mí, que tenía que cuidarme y hacerme revisiones periódica. Que la intervención quirúrgica estaba plenamente justificada. Y por si me quedaba alguna duda, terminó con un » Enhorabuena, José»

Y acaba esta historia, que he querido compartir con mis amigos por sus buenos deseos y la confianza que con buena inteción me transmitieron. Sigo viejo, pero vivo.

 

 

 

 

El día de la Marmota

Tengo la sensación de estar viviendo secuencias parecidas a las que podemos ver en la película Atrapado en el tiempo, más conocida como El día de la Marmota. Cada día, al levantarme, a mí también me parece que todo lo que sucede a continuación se repite, que ya lo he vivido antes. Analizo el fenómeno, y llego a la conclusión de que no puede ser de otro modo. La vida, si no te proporciona nuevos acontecimientos, es una imagen fija, la puedes ver en tu interior o en un espejo reflejada. A veces uno fuerza que a esa imagen se añadan nuevos sucesos que te dan la impresión momentánea de que la imagen es distinta. Pero es tan fuerte la imagen precedente, que apenas el cambio es notable como para sentir que estas en la vida, en el movimiento y no en la quietud.

El viernes seré operado quirúrgicamente. Parto de un hecho ya sucedido. En el preparatorio que he tenido que realizar, la idoneidad de mi estado general de salud es de un aprobado muy justo. ¿Qué puede suponer esto?

El día de la marmota se impone. La imagen fija ya tiene un suceso de suficiente entidad para que, al levantarme, mi mente converja nítida en ese suceso, dejando difuminados los anteriores. El hecho de que esto se haya convertido en un monotema que se repite cada vez que se reinicia mi consciencia, hace buena la definición de Atrapado en el tiempo, o El día de  la Marmota.

Ya el cirujano que me ha de intervenir me informó del proceso quirúrgico y de sus posibles consecuencias colaterales. Me tranquilizó cuando me dijo que sólo un 8% se seguía de muerte. No me gustó tanto que con laparoscopia no sería suficiente, que sería preciso hacer una incisión de 6 cms. para extraer el intestino afectado. Y desde luego no me tranquilizó en absoluto cuando me habló de la posibilidad de verse obligado a una ostomía, o dicho en lenguaje inteligible, a colocar una bolsa fuera de mi cuerpo para sustituir al recto y ano en su función.

La espera de disponibilidad de quirófano en varios, demasiados, días para ser operado, ha supuesto que, obsesionado por todo lo que pudiese añadir al conocimiento exhaustivo del proceso, no quede página, video, testimonios, que no haya incorporado a esa ya imagen fija y recurrente que se alberga en mi mente.

Entro en el hospital un día antes, en la recepción me dirigen a una sala de espera. Un celador con una silla de ruedas me viene a buscar. Le digo que puedo prescindir de la silla. Acepta que le siga por mi propio pie. Entramos en una habitación. Me dice que seré atendido por enfermeros. No pasa mucho tiempo, y un joven de bata blanca me da las primeras instrucciones: que me desnude y me ponga una bata verde que encontraré en el lavabo. Me informa que hasta la operación al día siguiente debo observar un estricto ayuno, sólo agua o algún zumo de frutas que me traerán. En algún momento me hacen unos lavados de colon, similar a los ya efectuados para la colonoscopia.

Ya es el día siguiente. Temprano me trasladan al quirófano. Me impresiona, es más aparatoso que la sala de un dentista. Aunque me resulte familiar de haber visto otros en videos, este va a ser el mío. Mientras una enfermera me coloca una vía intravenosa, repaso con la vista todo lo que está a su alcance.

Se acerca el doctor que había evaluado la idoneidad de mi salud para ser operado, es el anestesista. Me saluda y trata de tranquilizarme. Lo que consigue es intranquilizarme, porque viene a mi pensamiento el 8% de fatal desenlace. Sé que a partir de unos minutos dejaré de ser el yo consciente, y lo habré de ser durante un tiempo que está entre una hora y la eternidad. Ya no puedo tomar una decisión contraria al discurrir de los acontecimientos previstos e imprevistos.

A partir de esa secuencia, mi mente ya sólo vive en el día de la Marmota. Cada mañana me despierto con la misma rutina. He dejado los deberes elementales que antes no descuidaba. No me comunico con mis amigos, no veo videos de la naturaleza, películas o series descargadas, no escribo correos en respuesta a los que recibo, no consulto más Google.

Si esto escribo y comunico a mis incondicionales amigos, es porque creo que les debo la imagen que, en estos momentos, conforma mi vida. Después de todo, sabrán que estoy vivo cuando me lean. Espero que no demoren la lectura más allá del próximo viernes; en un 8% podría estar fuera de contexto.

José

 

Este mundo no es el tuyo

Los incendios, provocados por la mano del hombre, han asolado Galicia. Muchos seres humanos han sufrido y sufren las consecuencias. Lamentables todas. La foto muestra a una perrita que transporta a su cría calcinada por el fuego. El fotógrafo estaba allí.

Que esta foto se incruste a fuego en el corazón de los responsables, Pero también en todos los seres humanos, para que, definitivamente, despierten de su desidia y prevean hasta los límites de lo posible las consecuencias. La perrita no entenderá nada, a ella sólo le importa que su cría sigue siendo suya, y quizá intenta salvarla.

Me niego a hacer más literatura de este testimonio gráfico, cualquiera con sensibilidad podrá leer la tragedia con sólo mirarlo.

México: El cartel de la verguenza

Recibo este cartel de  la solaridad con Mexico. Cartel para enmarcarlo en el muro de la verguenza. Sí, porque con alguna excepción, lo que muestra es hasta qué punto algunas corporaciones quieren borrar su mala conciencia con aportaciones que las retratan como miserables. Las autoridades evaluan en más de mil quinientos millones los daños materiales causados por el seismo. Los 57 millones del cartel adjunto son un escarnio, una verguenza incalificable. Alguna de esas empresas que aparecen como benefactores, llevan obteniendo beneficios de México ,que me atrevo a fijar en miles de millones de dólares. Y habrán tenido que hacer cálculos minuciosos para ver en qué capítulo de imprevistos apuntan esas cantidades como pérdidas.

En fin, denunciar el escarnio que esto supone no pasarìa  de testimonial. Pero en mi insomnio crónico, quiero aprovecharlo para que mi testimonio hoy se lo dedique a ese querido pais que, como en tantos lugares de la tierra, a él, y sólo a él, le toca recuperarse de la tragedia. Luego, que no olvide.

México 2

Remitido y transcrito.’


» Ojalá y esté equivocado, pero observo y leo miles de personas donando tiempo , dinero, fuerza y comida, sus bienes y herramientas, vi dueños de tlapalerías y ferreterías dando todo lo que tenían , gentee con tienditas y pequeños abarrotes regalando hasta el último chicle , panaderías de barrio regalando pan. Sin embargo vi un Costco , Walmarts vendiendo a placer , todo lo que la gente donó y ofreció de corazón, Home Depot sin regalar un solo clavo, un taladro o una barreta, al contrario ni un descuento dieron!!, ojalá y no se te olvide esto al momento de decidir a quién comprarle el día mañana, a los pequeños negocios que siempre estarán ahí, y te necesitarán para recuperarse o a los corporativos que solo le importa vender. Comparte si estás de acuerdo y ayúdame a hacerles llegar este mensaje a Costco, SAMS, Walmart, Home Depot.
Es un orgullo y un honor para mi tener el privilegio de haber nacido como mexicano…

Soy de ese país donde piden que ya no lleguen mas voluntarios, porque ya hay demasiados.

Soy de ese país donde la gente vacía los supermercados, comprando comida y agua para damnificados.

Soy de ese país donde los centros de acopio están llenos de víveres y tienen que enviar a los donantes a otros lados.

Soy de ese país donde no importa la hora, estamos buscando a aquellos que nos faltan.

Soy de ese país donde TODOS trabajamos hombro con hombro, sangrando las manos hasta que sea necesario.

Soy de ese país lleno de héroes sin capa.

Soy de ese país donde la gente ofrece comida gratis en las calles, hospedaje a extraños en sus casas y las empresas de telefonía sus servicios gratuitos.

Soy de ese país donde las madres le dicen, a sus hijos, ve y ayuda, eres mi orgullo.

Soy de ese país donde no solo aprendimos a cantarle, sino que le demostramos a nuestra madre patria que en cada hijo mexicano hay un soldado dispuesto a lo que necesite.

Soy de ese país donde veo a la gente dando toda su fuerza por los suyos y no vamos a parar.

Soy de ese país en donde no vamos a dejar a nadie atrás

Soy de ese país que se llama México.»

***

Recibo la anterior proclama de una amiga mexicana (omito el autor). Según la apreciacion del autor, los hombres, mujeres y niños se han volcado en ayuda a los damnificados por el terremoto, y hasta en elgunos casos de forma heróica. No así, las S.A. (sociedades sin alma) que más bien han hecho su agosto con el incremento de las ventas.

Bien, suele suceder. Cuando una tragedia nos es cercana, todos a una tratamos de paliar los efectos. Lo llaman solidaridad. Pero la solidaridad humana sólo es un subterfugio para sentirse uno bien consigo mismo. Es el caritas cristiano, dar de lo que nos sobra al que necesita de todo. Falta por ver cuánto de cáritas precristiano ha habido en la conducta de esos ayudantes espontáneos. Cuántos estarán dispuestos a acoger permanentemente bajo su manto protector a alguno de los que ya nunca más van a ver el horizote. Cuántos ofrecerán sus casas vacías a los que se han quedado sin techo.

Me parece estupendo lo que el escritor dice de sus paisanos. Yo le sugeriría que espere algun tiempo, el tiempo que diluye las emociones y vuelva a escribir lo que está viendo, incluso que diga lo que está haciendo él. Sólo entonces no tendré inconveniente en rectificar y aplaudiré al pueblo mexicano.

Yo he cumplido dándole publicidad, como pide.

 

México

Hace unos años, en plena efervescencia literaria, escribí el poema siguiente

 

México

Agua y fuego

Sangre

Historia y prehistoria

Sangre

Orgullo y pasión

Sangre

La tierra te abraza

Sangre

Tus gentes te aman

Sangre

El viento te besa

Sangre

La mar te fecunda

Sangre

Despierta, México.
 que te desangras

Son muchos tus enemigos y tú no haces nada

Mueve tu espíritu,
 reinicia la danza de tus ancestros

Ellos atraparon el sol con las garras del águila.

Tienes hombres y mujeres que forman tu alma.

Despierta, México, que  sólo te mata tu calma. (JDD 2003) .

Ante los trágicos acontecimientos vividos estos pasados días, me pregunto qué vigencia tiene ese sentimiento enmarcado en un ejercicio literario mas o menos logrado, a juzgar por las críticas.
Cuando un territorio, en el que una población que sufre y goza orgullosa de su identidad, se ve sometido a una prueba tan brutal como un terremoto en un alto grado destructivo, se infiere del poema que lo sucedido es lo que se merecen los mexicanos. Lo contrario, que la naturaleza, en un intento de compensar los desequilibrios en otras regiones menos favorecidas, quiere, así, mostrar su poder justiciero con ese castigo. Y que, en definitiva, ese castigo ha ido contra los mexicanos en general, y en particular contra los ancianos que dormitan en las solanas, contra los niños que aseguran su futuro preparándose en la escuela, contra los enfermos que ya penan por sus miserias, contra esas gentes innominadas que se levantan cada día con el único impulso de la supervivencia. No se entiende. Los creyentes deben estar muy confundidos con ese dios imprevisible. Los científicos, abochornados por no tener a mano los medios que anticipen el desastre. Culpables  las autoridades que no han impuesto los reglamentos para evitar que las casas sean como guillotinas para sus moradores.

Pero quién soy yo para señalar víctimas o repartir culpas? Además, si como parece seguro que México es indestructible como tierra aislada,  ( la destrucción del entero mundo sería explicable), sólo cabe pensar que lo mataría la calma de los mexicanos, al menos  haría, así, bueno el poema en su diagnóstico, y yo me lavaría las manos ante la tragedia.