Llevo algún tiempo varado, la edad, los problemas de salud, una apatía que se ha establecido en mí, no sé. Pero algo sucede en el mundo, inesperado. Había un enemigo común, del que se hablaba y se escuchaba a todas horas. Perecía que estábamos al principio del fin de la humanidad, o una buena parte de ella. No me motivaba, era la naturaleza la que actuaba. Pero, sin esperarlo como digo, algo me despierta y me obliga a ponerme de nuevo ante mi ordenador para hacer acto de presencia y decir lo que pienso, o lo que siento, o lo que se me ocurre.
Han pasado muchos años de la Segunda Guerra Mundial. Nada hacía pensar que, con el enemigo invisible instalado en la casa universal, los seres humanos volvieran a las andadas. Ya la pandemia apenas si ocupa un lugar en la información. Ahora se habla de una guerra, una guerra como otras muchas en las que la humanidad se ha visto protagonista. No es una guerra local, o una guerra unilateral iniciada por Rusia contra un país vecino, Ucrania. No nos engañemos dividiendo el mundo en buenos y malos. De la guerra que hoy hablamos es más una actitud propia de los seres humanos. Sabemos cómo ha empezado, pero no sabemos cómo terminará. ¿Puede la humanidad inmolarse sin gran motivo aparente? Y cuando digo la humanidad, me refiero a la humanidad entera que habita en esta Tierra. Ya lo creo que puede. ¿Para qué, si no, el arsenal acumulado de ojivas nucleares capaces de destruir la humanidad mucha veces? Con una posible vez que se destruyera ya era suficiente. No, alguien podía quedar vivo, y no se podía consentir. Esa es la realidad de unos seres que la creación les dio privilegios y que ahora usan para destruirse. ¡Malditos humanos! Deben gritar todos los demás seres vivos, que nunca tuvieron al alcance la posibilidad de defenderse.
Y en es grito desesperado quiero unirme, aunque también yo esté incluido en ellos.