You, final

Tóxico en extremo. Pienso en el-los guionistas. ¿Cómo es posible que existan mentes tan retorcidas capaces de crear tal engendro? No, no hay excusa. Es cierto que por amor se cometen locuras, pero no es este el caso. Esta serie es un despropósito inconcebible. Aquí el amor sólo es un pretexto para asesinar, y no a lo que se interpone, que podría estar hasta justificado, aquí el amor sólo es sexo intercambiable, y la única forma de hacerlo posible es ir eliminando lo que se interpone. No sé si tendrán aún más y mayores ideas macabras para filmar una cuarta temporada, la mente humana no tiene límites. Y lo peor de esta posibilidad es que no podré sustraerme a verla, así somos, unas veces por sadismo intrínseco y otras por puro voyerismo que me exime de querer ser protagonista de algo así.
Joe, Love, sois dos cabrones encantadores, pero os prefiero lejos de mí

You y el bosque encantado

Ya hablé de You, la serie que comenzaba a ver. Ahora ya estoy en la tercera temporada. Atrás he dejado 26 capítulos, y si tengo suerte, ya sólo me quedan cuatro para llegar a su fin, fin imprevisible porque no me atrevo a predecirlo. Es de locos si quiera intentar somatizar el mundo psicológico que presenta la serie. No te duele, no disfrutas, no comprendes, sólo dejas que tus ojos sigan una trama en la que tú jamás serías protagonista. Es inverosimil creer que puedes sacar de tu yo tantas sensaciones como en off sacan Joe y Love. Los guionistan han creado dos monstruos con el único fin de entretener, sin darse cuenta que la empatía suele ser común con los personajes de ficción. ¿Y pòr qué yo no soy como Joe o como Love si viviese las mismas circunstancias? Mismas circunstancias, esa es la cuestión, porque para que uno viva esas circunstancias tendría que tener un gionista detrás que se las fuera formulando como alternativas inevitables. No, los especímenes naturales como Joe y Love no abundan, quizá ni existan. Ahora, a la espera de saber que se cuenta en los cuatro capítulos finales, trato de ponerme en guardia; después deberé sólo pensar que sólo habré visto una ficción.

You

Una serie de Netflix que así se llama. Voy por el quinto cápitulo de 10 que tiene la primera temporada. No voy a hablar de lo que en ella se se cuenta. You en inglés es Tú en Español.

Tú, referido a otra persona y sólo a una persona, es sinónimo de la proximidad en la que otra persona se halla respecto de ti. También podemos referirnos a una persona a la que le dirigimos un mensaje, una carta, o hablamos por telefono. Pero yo quiero referirme a una persona que amamos (la peli va de eso). Cuando «tú» eres esa persona amada, es suficiente para señalarla; también puedes llamarla Sara, María, Carmen, etc, pero parece obligado que a continuación le digas «tú» y continues con lo que piensas, crees, preguntas, etc.

Veamos la variante, como cuando nos dirigimos a un ser que amamos. Ese «tú» se convierte en «mi amor», y otras expresiones que diferencian claramente el tipo de persona al que nos dirigimos. No es un, una cualquiera, es alguien que nos pertenece o queremos que nos pertenezca. Nada sustituye lo que es un sentimiento. Pero ese sentimiento puede ser o no correspondido, y es entoces cuando ese «tú» se identifica con una persona que aún no nos pertenece. Cuando esto sucede, es muy habitual que la persona sea tan estúpida que obvia tenerlo en cuenta; se comporta como un tonto mirando un escaparate que le separa de alguna cosa que le atrae. Lo peor que puede sucederle es que, despechado, cometa un acto punible o se suicide; raramente se conformará con la evidencia.

Ser un asesisno de todo aquel que se interpone entré él y el amor pretendido, haría de ese «tu» una expresión de posesión a toda costa, y será entonces cuando esa persona deje de ser tal y se convierta en un objeto. En la peli referida, si alguien se dispone a verla, debería evitar llamarla una historia romántica de amor; no es eso, aunque tengamos la tendencia a justificar lo que en ella sucede. Por amor se cometen locuras, sí, pero sólo las comete un loco. Sin excusas.

La edad

Era niña, hoy mujer adulta. Cuando la niña apareció en la portada de la National Geografic, con sus ojos llenó la Tierra de luz. Y esa luz penetró en el alma de todos los que tuvimos la suerte de contemplarla. Por entonces, esos ojos se podría decir que existían en tiempo real. Hoy sólo es un recuerdo que nos proporciona una fotografía. La otra, la foto de al lado es la del tiempo transcurrido. Es de Gula, la misma persona pero distinta, el tiempo no ha perdonado. Hoy Gula es una refugiada afgana, dicen que es feliz, que tiene hijos y que no entiende por qué es famosa. No eres famosa, Gula, nadie ahora te presta atención, pero la joven Gula de 1985 sigue y seguirá siendo motivo de suspiro y añoranza para todos, de hecho, aún sigues siendo la inspiración para todos los que necesitan llenar su alma de milagro.

El fin del mundo, según y como¨

  ¨ Según y como: En función del punto de vista que se mire un asunto»

Definición tomada de por ahí. Es una buena definición para ser aplicada a las previsiones que se hacen los humanos sobre el fin del mundo. Siglos ya dede que surgieron las primeras predicciones. Ahora, sin que nadie tenga en cuenta las predicciones fallidas, se hacen nuevas y próximas; bueno, algunas a muchos años. La cuestión es que estas predicciones parecen tener fundamento. La Tierra es un objeto en el Espacio que carece de una proteccion especial, y sea porque su destruccíon venga de fuera o desde dentro , no es descartable que pueda suceder. ¿Y qué? ¿Tenemos que estar preparados para que nos toque a nosotros, los que vivimos este tiempo? ¿Y cómo tendríamos que prepararnos? ¿Ir a otro planeta y empezar allí de nuevo? ¿Quedarnos aquí a la espera de que no sea para tanto, aunque de nueve mil millones de humanos vivos en al actualidad, quedemos la mitad? Porque proteger a todos con alguna ocurrencia científica parece una utopiía. Se salvarán los ricos, se dice, y las cucarachas. Pues muy bien, los ricos suspenderán su evolución y se dedicarán a repoblar el mundo; las cucarachas se dirán que con ella no va la cosa.

Supongamos que alguna de las prediciones se cumple. Supongamos que de cualquiera de ellas el ser humano no se extingue por completo, ¿qué deberían hacer, prioritariamente, los que queden? Mi opinión, basada en mi agnosticismo, propone que matemos a todas las cucarachas.

Es una broma, pero tiene el mismo valor que las predicciones serias que se hacen. O no, según y como.

Los dos papas

No he podido sustraerme a la invitación que me han hecho desde mi familia. «Papá, abuelo, José, ve Los dos papas, te encantará.»Y con pocas ganas, sospechando que la película hablaría de un tema relacionado con la Iglesia Católica, me dispuse a verla y luego decirle a mi familia que la había visto.

Como siempre hago, antes de ver una película de los cientos de ellas que me ofrecen por Internet las plataformas, sólo visiono las que después de leer las críticas me ofrecen cierta garantía de calidad. Filmaffinity es mi preferida para informarme. En esta ocasión no lo hice previamente, sino después de ver la pélicula. Mi agnosticismo me previno: «no me tragaré ningún mensaje que intente la película transmitirme como dogma de fe; quiero decir que pudiese cambiar mis sólidas bases sobre los temas religiosos, cualesquiera que fuesen.”

Confieso que, quizá porque ya soy mayor, las emociones son propias de algún resorte de mis neuronas que gustan de contradecirme, y habrá sido por eso que en algún momento sentí cierta emoción inexplicable. Desde luego que no era el caso de Pablo, al que un rayo de luz le hizo caer de su caballo y abrazar la humilde fe en el dios de los cristianos. Buscando una explicación, sin que fuese condicionada por mis escrúpulos en cuestiones de creencias más o menos exotéricas, puede que fuese porque la soberbia actuación de los dos actores principales, y muy especialmente la de Anthony Hopkins, me empatizaran hasta el punto de creer en lo que cada uno exponía como criterios opuestos. Esa forma magistral de actuar y de mantenerse en sus respectivas posiciones, es tan convincente, que te hace olvidar que están actuando como lo que son, dos actores que siguen un guión de la mejor forma que lo saben hacer. Pero tenía que conocer qué opinaban los expertos en el tema de fondo y en la forma; nunca me encierro en mi mismo despreciando que existen otras mentes que pueden diferir de lo que a mí me sostiene.

Y las criticas respondían a dos cuestiones: Lo que se contaba de una Iglesia dividida y la realización de la película, sus actores principales incluidos. Todas parecían coincidir en que la película tiene más de ficción que de realidad, será porque hay cosas del la Iglesia que permanecen ocultas y nadie las puede filmar. Todos parecían estar de acuerdo en calificar a los actores como dos monstuos de la escena; los premios que cosechó la pelicula se refieren básicamente a estas actuaciones; no entran en consideraciones que aprecién la claridad o obscuridad de los conceptos que en ella se exponen. Una de esa crticas me llamó la atención:

«Los dos papas: propaganda «bergogliana» ciento por ciento. Fernando Meirelles, uno de los peores directores contemporáneos, hace una película tramposa sobre dos tipos que se hacen amigos y se confiesan pecados.«

¿Exagera? ¿Por qué este crítico fue tan poco benevolente y no se dejó llevar de una cuestión que parece no iba con él: la realización globlal de una película, que para otros es extremadamente amable, que te deja un buen recuerdo, que no te arrepientes de haberla visto? A fin de cuentas, los realizadores de las películas, que yo sepa, no intentan con ellas crear estados de opinión sobre supuestos mensajes subliminales o descarados y sí que aprecie el público su buen hacer.

Al final, y como corolario, debeo concluir que allá la Iglesia Católica con sus problemas identitarios, ocultismo sobre temas que, más o menos, salen a la luz, de esa especie de sinergia que atendiendo a un bien superior, anula las ineciativas individuales. En la película, un detalle no me pasa inadvertido: los dos papas defienden con pasión y rivalidad a sus equipos en la final mundial de la copa futbol. ¿Era Dios el árbitro? Ni en sus decisiones arbitrales estaban de acuerdo.

La escalera al infinito

Sin esperarlo, caminando por una senda sin obstáculos, apreciando las vistas a los lados y al frente, sin que se me ocurriera mirar atrás, una escalera me cortaba el camino o, mejor dicho, me obligaba, sin otra alternativa, a subir por ella. Miré a lo alto y no vi adónde me podía conducir, porque no parecía tener final. Iba a ser duro subir tantos escalones sin saber si valía la pena el esfuerzo. Pero algo me impedía retroceder y sí obligado a subir. Con cierto temor a que aquella decisión no me correspondía a mí el ser tomada y qué o quién me la imponía, comencé a escalar aquel duro y nuevo camino. No dejaba de mirar hasta donde la vista me permitía ver escalones y parecía no querer darme un mínimo ánimo para seguir subiendo. Ya comenzaba a sentir cansancio, hubiese preferido que la escalera me señalara algún destino, pero sólo parecía que el destino era el infinito. Me pregunté, entonces, si el infinito era algún lugar y qué podría encontrar en él. ¿El Cielo? ¿El Cielo del que había oido hablar? ¿Otra nueva dimensión para el consciente cuando abandonara mi cuerpo? ¿Y por qué tanto esfuerzo para alcanzar uno u otro? Hubiese tenido más sentido llegar a cualquier lugar caminando fácil y plácidamente como lo venía haciendo hasta encontrarme con esta escalera. Sin poder decidir bajar de lo ya subido, pues los escalones que iba dejando atrás desaparecían, sólo me quedaba la alternativa de tirarme al vacío y acabar con aquella «oferta» de llegar a algún lugar ignorado, que no me inspiraba ninguna confianza. ¿Por qué, antes de encontrarme con esta escalera, no se me había contado sin ambigüedades cuál sería ese final o principio de algo nuevo? ¿Nadie había llegado hasta el final de esa escalera? Y si había llegado, ¿qué o quien le había impedido contarlo? Demasiadas preguntas para las que no tenía respuesta. ¿Y si me tiro al vacío, seguiré sin saber cuál será mi destino final?

No voy a seguir especulando, incapaz de vislumbrar ningún principio de algo nuevo. Seguiré subiendo esta escalera. El vació es una opción para cuando ya no pueda más seguir. Una cosa doy por cierta: lo más probable es que esta escalera no lleve a ninguna parte. Pero, por ahora, debo seguir subiendo, lo contrario sería rendirme.

 

El Destino

Esta palabra tiene un significado claro, preciso. La RAE la define como 1. Lugar a donde va dirigido algo o alguien y 2. Uso o función que se da o se piensa dar a una cosa. Luego a esa palabra raíz, le han salido primos: sino, hado, fortuna, suerte, estrella, ventura, fin, finalidad, aplicación, empleo, puesto, plaza, colocación, ocupación (he copiado las que me ofrece el diccionario). Pero si entramos en Internet, la palabra destino se define con alusiones a lo sobrenatural e inevitable. Y vemos que estas referencias en ningún caso tienen nada que ver con las que dejo apuntadas más arriba. Y son ganas de marear la perdiz. El principio de casualidad se desprecia y ya todo parece estar predestinado a suceder como hecho causal, y lo quieras o no, a eso lo llaman destino. Bobadas como que nuestro destino está escrito en algún lugar que desconocemos o atribuido a un ente superior, llámese como las religiones lo quieran llamar, los filósofos y cualquiera que tenga una ocurrencia. Todo lo que incluye la expresión exotérico es limitar la libertad o libre albedrío a una fatua decisión en la que no participamos. Morir es un destino, eso todo el mundo lo sabe, pero no todo el mundo lo acepta. Porque para estos el destino está más allá de un límite de sucesos. Bueno, ellos quizá lo sepan cuando mueran, pero, mientras tanto y si nadie lo explica de forma convincente, el destino es lo que es: una causa emparejada a la casualidad. Es aceptable que el ser humano, los animales, cualquier ser vivo procura que el destino no sea una desgraciado suceso, y a ello ponen todo su empeño, pero más allá de eso, el suceso se producirá o no.

Soñaba con ser famosa

Isabel no estaba contenta consigo misma. La vida era de una monotonía que la convertía en una especie de robot sin sentimintos ni inquietudes; parecía programada para no hacer otra cosa que mantense quieta, a la espera de que algo o alguien la impulsara a moverse en alguna dirección predeterminada. Por sí misma no hallaba nada por la que agradecer estar viva. Era joven y bella, pero esas cualidades no le habían reportado ningún premio de consolación que la sacara de su abulia y tristeza. Como sus padres tenían recursos, le dieron a elegir entre estudiar una carrera universitaria que ella quisiera o prepararla para que se hiciese cargo del negocio familiar cuando ellos ya no pudiesen por la causa que fuese, podía, mientras, ir viendo cómo se manejaba. Pero tampoco le atrajo la oferta y decidió probar si la universidad le daba algo de lo que le faltaba para sentir que había valido la pena venir a este mundo. Había terminado los estudios que eran necesarios para optar a matricularse en la facultad de filosofía y letras, sin que tuviese claro qué podía ofrecerle para ilusionarla. A su poca iniciativa sus padres, animándola, le decían que conocería a jóvenes como ella que le mostrarían que la vida era una oportunidad, que ella misma encontraría en cualquier momento la plenitud que ahora le faltaba y se llenaría de sensaciones nuevas, de emociones inesperadas, de, en suma, deseos de vivir. Los inicios no fueron muy alentadores, y a punto estuvo de abandonar.
Era domingo. Isabel solía pasear sola por el centro de la ciudad. Se paró ante el escaparate de una librería que mostraba las últimas novedades. Pero se fijó en un libro que el librero había señalado con el premio literario que había obtenido. El título, “Soñaba con ser famosa”, a Isabel el título le pareció intrascendente. Ser famosa en sí no era un mérito, se podía alcanzar la fama de muchas formas, no siempre meritorias para la sociedad. Pero Isabel pensó que si aquel libro había merecido un premio, el premio también hacía famosa a la escritora autora, en este caso, a una mujer. ¿Dónde estaba el mérito, se preguntó Isabel, en el contenido o en el continente? Pensó que un premio literario se da, siempre, al contenido; el continente sólo era obligatorio a tener en cuenta cómo condición indispensable para que el contenido se pudiese apreciar sin el esfuerzo del lector, concluyó el razonamiento Isabel. Después de esta reflexión, ella misma pensó si podía disponer de ambos requisitos. Del continente concluyó que no debía tener problemas; había terminado los estudios secundarios, creía poder escribir sin faltas de ortografía; ¿era suficiente? No contaba con ninguna experiencia previa como contadora de historias inventadas, fue ahí donde Isabel puso en duda que fuese capaz de escribir una historia y que fuera apreciada, primero por la editorial que la aceptara convertir en libro y luego que alcanzara el interés de los lectores . Quizá hasta fuese premiada como la del escaparate.

Cuando hubo llegado a su casa, ya en su dormitorio, cogió su ordenador MacBook y se lo llevó a la mesa que le servía de escritorio. Lo abrió, buscó la aplicación Pagés, luego que aparecieron las opciones, sin dudarlo eligió Documento Nuevo . Se abrió una página en blanco, y un cursor parpadeante invitaba a poner algo allí. Isabel dudó qué palabra era la que le permitiera seguir. Durante un tiempo ninguna le pareció adecuada. Si ya tuviese una historia que contar, no tendría problema, pero a Isabel no se le ocurría ninguna que le pareciera interesante, por cuanto la vida, hasta ahora no, no le había ofrecido ninguna ni real ni imaginada.

Después de barajar muchas opciones, al final se decidió por una. La historia comenzaría con la palabra “Isabel”. No sería su historia, carente de interés, pero ya tenía un personaje para su historia que, necesariamente, tendría que ser inventada. Pero después de ver «Isabel» escrita, no fue inmediato que encontrara otra palabra que continuara. Allí lo dejó, con la esperanza de encontraar la segunda palabra, luego la tercera, y si se estancaba, haría lo mismo, cerraría el ordenador a la espera de encontrar la palabra adecuada que ligara con las anteriores. Isabel, al menos, ya tenía una motivación que la mantenía viva y espectante ante un acontecimiento en el que nunca había pensado. Por primera vez se vio protagonista en una vida que comenzaba a tener sentido.

Aunque ya en la facultad de filosofía y letras los profesores le mostraron el camino que seguirían las asignaturas del primer curso, Isabel, poco motivada por la carrera que había elegido, no esperó a que sus dudas de ahora se le fueran despejando a medida que se implicaba en las enseñanzas que habría de recibir. Creía que podría hacerlo sin las ayudas de nada ni de nadie. Como sólo era un primer esbozo de escritora, de momento sólo quería probar su capacidad con lo único que poseía: imaginación y voluntad. No pensó en una tercera, la técnica del relato. La narrativa podía ser la que ella quisiera adoptar y que el método elegido formara parte de lo que para ella debía ser, sobre todo, originalidad. Que luego si alguien leía su historia, opinase como mejor entendiera sobre literatura; quizá algún profesor o profesora de su facultad.

Y entregada de lleno a pensar en su historia, barajó una serie de palabras que deberían ser las compañeras que siguieran a la palabra “Isabel”. De entre ellas, le pareció que la más oportuna era «quería». Isabel pensó que la historia de una una persona que quiere ser famosa, no podía sino comenzar mostrando a dónde quería llegar. Era obvio que la siguiente o siguientes era manifestar ese fin que perseguía, así que Isabel escribió «Isabel quería ser famosa». Al dejar eso escrito, Isabel se quedó en blanco, no se le ocurría qué tipo de fama podría pretender. Podían ser muchas cosas: deportista, cantante, artista de teatro, y otras muchas más que se le fueron ocurriendo durante todo el día. De cada una de ellas le sacaba los pros y contras que, finalmente, le permitieran llegar a alcanzar la fama. Ella no era experta en ninguna, tendría que elegir una e informarse de lo que suponía alcanzar la excelencia sobre algo. No era imposible. Para eso Internet podía decirle cómo alguien había alcanzado la fama, y una vez conocidas las cualidades, el esfuerzo, la dedicación hasta alcanzar el objetivo, como premisas serían iguales para todos los casos.

Pasaron un día y otro sin que Isabel abriera el ordenador para seguir con alguna historia más o menos definida. Al tercer día, sin nada preconcebido, abrió el ordenador y se quedó mirando el escuálido contenido de aquella página guardada. A punto estuvo de cerrar la tapa, cuando tuvo una idea. No tenía que ver con ninguna historia que pudiese atribuir a “Isabel”, más bién era escribir una frase que tuviese sentido, un sentido que luego pudiese ser aplicado al verdadero propósito con el que había iniciado el escrito. La frase fue la siguiente; «Isabel quería ser famosa. Sin ninguna razón explicable, el mundo entró en una situación de extrema gravedad”. Isabel gravó la frase en su mente como si fuese un epitafio sobre la lápida de una tumba. Aquella frase no le daba pie a encontrar el contexto para que su protagonista iniciara ningún camino para alcanzar la fama. Si la humanidad pasaba por una crisis grave que afectaba a todo el mundo, difícil era que alguien fuese tenido en cuenta, hiciese lo que hiciese. Volvió a cerrar el ordenador, su “Isabel” protagonista se resistía a dejar de parecerse a ella. La impotencia la sumía más y más en un estado de ansiedad ante un previsible fracaso, un fracaso íntimo, por cuanto sólo ahora lo que pretendía era ilbanar una historia. Si no tenía una historia para su protagonista, era su mismo caso; tampoco ella tenía una propia historia que contar.
Isabel dejó de asistir a las clases de la universidad, ya no le atraía nada de lo que allí podía ilusionarla, motivarla, también allí se palpaba la crisis, una crisis que no afectaba al mundo, sólo al país donde nació y vivía. Los profesores no tenían respuestas para explicar la situación y se limitaban a dejar que el tiempo pasara y sonara el timbre que anunciaba el fin de la clase. Los alumnos escaseaban, y los que seguían asistiendo parecían muñecos sentados en las sillas; apenas si prestaban interés por darle vida a aquella aula. Fue por eso que Isabel huyó de aquel cementerio. Ahora Isabel se sentía plenamente integrada en aquel mundo, ya su propio mundo no era diferente; la fama, la alegría por vivir se habían convertido en estúpidas palabras carentes de sentido que a ella no le decían nada, como asi parecía que le sucedía a los demás.

Su casa era un apartamento alquilado en un edificio de siete plantas. Sus padres no vivían en aquella ciudad, fue la universidad por la que Isabel se trasladó allí. El apartamento de Isabel estaba en la séptima planta, tenía un balcón que daba a una calle poco concurrida de paseantes. Apoyada en la barandilla, miraba inexpresiva el suelo. En su mente se encendió una luz. Ya había una forma de ser famosa, pensó, y lo pensó para ella misma, ya olvidada su «isabel» inventada; al día siguiente las televisiones, los periódicos, las radios, el boca a boca entre las personas hablarían de ella, seria una famosa efímera, pero famosa al fin.
Y así sucedió. Aquella abrumada gente por sus propios problemas, que supo de su extraña decisión de morir, le concedió unos minutos en sus pensamientos y comentarios. Isabel si no había sido famosa en vida, lo había conseguido tras de su muerte. Esa podía haber sido la historia contada por Isabel de su “Isabel” protagonista, pero ésta quizá no hubiera alcanzado la fama que consiguió para sí misma. Fuese como fuese, Isabel no la disfrutó.

El autor de este cuento, o lo que cuenta, cree que la fama no se busca, que más bien llega sin esperarla, a veces demasiado tarde, y que tampoco es gran cosa, salvo para alimentar la vanidad del que la alcanza mientras vive.

Desde hace tiempo no respondo a los comentarios que amablemente se hacen a mis escritos. Un amigo me anima a que la Isabel de mi cuento debería contar con más «vida», pero yo soy muy poco amigo de hacer concesiones extra a mis personajes, y esta «Isabel» era de poco recorrido, el que había desde una séptima planta al suelo. Que dios la tenga en su gloria. O Dios.

Yo y el Universo

Se lee, se cuenta que el universo es infinito

Otros, por lo contrario, lo creen finito

Alguno se enrolla (Enstein) en una teoria que parece más bien un juego de prestidigitación.

Los Sabios ya le han puesto fecha de nacimiento, miles de millones de años luz. ¿Qué sabrán ellos?

Otros, para no ser menos sabios, ya dicen que esos cálculos no se sostienen, que hay que ir pensando en tres mil millones previos, pues se ha descubierto una galasia que debió formarse mucho antes. El Big Bang ya sólo es una hipótesis

Y si me da por seguir todo lo que se dice sobre el Universo y su primo el Espacio-Tiempo, aquí me vuelvo algo así como la Niña del Esorcista, pues mi cabeza, que mira atrás y adelante, no para de preguntarse dónde está eso.

Yo, un ser finito hasta el ridículo si me comparo con el Universo, tengo que negar o aceptar esas cosas que se dicen, y según quién las dice, yo seré un persona informada o una persona ingenua. Lo cierto es que lo diga quien lo diga, conmigo que no cuenten. A mí ya sólo me importa mi fecha de caducidad. Y el Universo a lo suyo, para que algunos se sigan entreteniendo.