En la noche, dese mi ventana VI

¡Lucidez, maldita ramera! Dime, ¿qué pretendes que haga para complacerte? Me dejaste sin el recurso fácil de inventar historias y me persigues implacable cada vez que creo tener una real. Siempre encuentras lo que tú llamas pequeñas cosas que la desvirtúa en la fidelidad exigible a los hechos, que cuento minucias insustanciales capaces de hacer bostezar a cualquiera. Me diste un respiro aceptando el realismo mágico que me inspiraron las luces de la ciudad, para enseguida decirme: ponte a cocinar, es lo tuyo. Ya no sé qué es lo mío, estúpida amiga. Tú, que pareces saberlo todo, dame una historia, una historia real, y te prometo ser fiel a ella. Habla, ¡coño!, no me susurres, que a penas te entiendo.

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Receta de cocina del chef José

Hoy toca ser práctico. De los poetas siempre se dijo  que si no pasaban hambre no eran verdaderos poetas. Hoy de los escritores, en general, se podría decir lo mismo. A salvo aquellos que tienen cien «negros» para escribir sus bestsellers  de un un millón de copias vendidas en supermercados y transportados entre verduras, carne y pescado. Yo, como no soy un poeta, aunque haya escrito cosas que se lo parecen, como no tengo «negros» que me escriban bestsellers, como, gracias a dios, no paso hambre, todavía, y no por tener un huerto ecológico como el  escrito y descrito en el post anterior, me voy a permitir llevar a mi mesa a mis queridos lectores, de uno en uno, que no se agolpen,  invitándoles a comer  un plato que es de mi creación, aunque a algunos os pueda parecer un plagio. Me da igual si  la descripción de mi arte culinario consigue que vuestros estómagos queden agradecidos; de eso se trata, que ya los poetas verdaderos se encargan de alimentar el alma y los de los bestsellers de engordar sus cuentas corrientes.

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En la noche, desde mi ventana V

Cierro los ojos intentando ver  claro. En ocasiones, cuando a plena luz del día no consigo ver nada, si cierro los ojos se abre una ventana que resuelve la inoperancia de mis sentidos. Se movilizan coordinados, como si me estuvieran diciendo este es el camino que debo transitar, si quieres quedar satisfecho de ti mismo y dejar satisfechos a los demás. Pero esa proposición puede pecar de egoísta si no atiendo a las señales que los demás me envían. Me planteo, entonces, si mi satisfacción personal es prioritaria y la de los demás accesoria.

Estas y otras divagaciones se parecen a las que plantea mi mente observando las luces de la ciudad en la noche, que ni unas ni otras me dicen qué hay detrás de ellas. Y cuando la oscuridad domina sobre la luz, me sumerjo en la oscuridad, curiosamente empujado por Lucidez, siempre ahí para no darme tregua en el intento de salir a flote de una situación que me ahoga. 

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En la noche, desde mi ventana IV

Con la cabeza embotada de tanta incoherencia como parecía estar menguando mis facultades mentales, dejé a Lola, al sosías, al fantasma y a Lucidez encarcelados en el ordenador, con la esperanza de que me dejaran dormir sin soñar, sin retorcer mi cuerpo, ya bastante maltratado por los años.

Inevitable fue que en los primeros compases de aquella partitura en la que ya no sabía quién tocaba y quién dirigía, la Lola varada me pareció que salía del ordenador y me acompañaba a la cama. No hice ningún gesto de desaprobación. Recordé que ella no había hablado de sexo, y eso me tranquilizó: podía fracasar en mi empeño de estar a la altura y me dejaria un pesar más a mi yo fracasado. No pensé en las matemáticas, que habría añadido un plus de estupidez a mi vida.

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En la noche, desde mi ventana III

El fantasma, que parece haberse puesto a mi servicio, no parecía estar dispuesto a mostrarme su habilidad para escribir delante de mí, mientras observaba la página de Word. Había abierto otra nueva por si tenía que ser yo el que, finalmente, terminara la historia de aquella vendedora de la supuesta máquina maravillosa. Si fuese yo, ya no escribiría en cursiva, era necesario distinguir entre lo suyo y lo mío; cuestión de amor propio.

Pero por más que lo intentaba, no sabía cómo seguir aquella historia. Lucidez me volvería a decir que lo que yo estaba haciendo era inventarme una historia, algo que ya me había reiterado como inútil.

Esta última consideración era inapelable y decidí dejar que mi fantasma la continuara, si quería. Me había salido un sosias inesperado, si su voluntad era sustituir mi tedio, nadie entre mis lectores lo notaría; el sosias es alguien –bueno, tratándose de un fantasma, es un decir–, que se identifica con su mentor, el mentor con más experiencia, se supone. De momento, Lucidez parecía estar conforme con la historia, pues permaneció callada mientras yo divagaba sobre el extraño fenómeno.

Así pues, sin nada nuevo que aportar, decidí acostarme dejando el ordenador encendido,  la pantalla apagada; el estudio es contiguo a mi dormitorio y desde la cama podría ver si había actividad en él. Esa posibilidad haría que me levantara, más inquieto si cabe por ver qué se estaba escribiendo, y mi fantasma dejaría de escribir. «Pórtate bien, escribe una obra maestra para mí», dije susurrando mientras me retiraba.

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En la noche, desde mi ventana II

Han pasado tres noches sin que las luces de la ciudad me propongan una historia, algo, nada. Lucidez me recuerda que no les exija una historia fabricada ad hoc para cubrir mi hastío con pesadillas, dramas, desengaños o cualquier situación humana que llame la atención de mis lectores. Porque todo no es sino una reiteración vulgar de la vida que nos hemos querido dar, y a nadie interesa si no es singular.

Estoy absorto mirando la nada de la página en blanco de Word. El realismo mágico puede volver, espero, en cualquier momento, y esa página se llenará de letras, palabras que contarán una historia real, y yo pensaré que esa historia puede interesar a mis lectores.

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En la noche, desde mi ventana

 Mi escritorio, sancta sanctorum, donde mi imaginación se abre paso como liviano barco en un proceloso mar llenos de sorpresas, un ordenador mac, sobre la mesa preside el reducido ambiente como ventana que me permite sustituir el sagrado papel que usaron todos los fabuladores que me precedieron. La técnica lo inunda todo, y yo soy un sicario más con el encargo de matarlo.

Algunos libros que se libraron de ser de forma ignominiosa regalados a la biblioteca municipal, permanecen en exiguas estanterías, y no para dar testimonio de mi nivel cultural, pues que muchos ni los he abierto. Libros de alta calidad editorial que compendian el saber universal del ser humano desde que pudieron encontrar el medio para ser transmitido a través de los tiempos. Ya me referí a ellos en un post anterior. Ahí están para sentir el aprobio al que me somete mi indiferencia. Quizá me deshaga de ellos si me ofrecen un buen precio.

El resto del mobiliario lo constituye un sillón giratorio con respaldo, botes llenos de bolígrafos, entre los que hay pocos que sigan escribiendo, un teléfono de mesa, una impresora con la tinta agotada, un cinta de andar en la que desentumezco mi cuerpo de las antinaturales posturas que adopto inquieto mientras duermo y tres paredes acristaladas que me invitan a asomarme a un exterior que me ofende por su majestuosa visión. Y es que donde vivo, una casita adosada a la casa principal donde vive mi hija Mónica, está situada arriba de una colina que domina, casi de forma panorámica, la completa vista que la rodea en un nivel inferior. A veces pienso si no será ese el Olimpo. Hacia el norte, en la falda de una montaña, se encuentra el casco histórico de Mijas, inmenso municipio que hoy extiende sus tentáculos hasta el mar. Al sur, otro municipio, Fuengirola, se sumerge en el Mediterráneo a 450 metros más abajo de mi posición privilegiada.

Miro indolente durante el día ambas poblaciones sin que me produzcan otra reflexión que en aquellas casas, que se pegan unas a otras disputando el espacio, viven unos seres humanos y algunas mascotas que sacan a pasear a diario. Prefiero la  ventana que me brinda mi ordenador, al menos en ésta puedo sentir que el horizonte vital se extiende hasta un infinito  hecho a mi medida.

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De sentir hastío

Estoy empezando a sentir hastío. Hastío puede significar varias cosas, no todas concomitantes. Tedio no es igual que disgusto, disgusto no es igual que cansancio, cansancio no es igual que hartazgo, hartazgo nada tiene que ver con aburrimiento. ¿cuál de esas acepciones se acomoda a lo que yo siento o empezando a sentir? No a disgusto. Aunque a veces esté disgustado, es una situación temporal motivada por un hecho concreto superable. ¿Cansancio? Tampoco. Si bien mi cansancio es consecuencia de haber vivido demasiado, demasiado sin la percepción de haber vivido, no me inclina de forma drástica a terminar con él. Si considero mi hastío igual a hartazgo, supondría haber sobrepasado todas mis expectativas. Aburrido podría parecerse al hastío que parece  estoy comenzando a sentir. Pero aburrido no es  una situación que empieza, dado que el aburrimiento se da en muchas ocasiones a lo largo de la vida.; de él se sale espontáneamente con vivencias nuevas que te hacen vibrar.

Cuando digo que estoy empezando a sentir hastío, este hastió se vislumbra permanente, no superable bajo ninguna condición favorable que, por ejemplo, permita pasar del hastío a la euforia.

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La esquizofrenia desorganizada de un escritor

 

Me fui al campo, allí donde creí haber soñado que se encontraba.   La posada no parecía haber cambiado, después de tanto tiempo. De sus gentes sólo recuerdo a un señor de cara colorada, una señora sonriente, gorda y  simpática y una niña que me pareció una muñeca que yo hubiese querido que fuese mía. La puerta estaba abierta y entré sin llamar. Enseguida apareció alguien…

Era una joven hermosa la que salió a mi  encuentro. La vi confusa,  no sabía qué sensaciones percibía al verme, tanto tiempo sin conocerme… También parecía  un poco asustada…  Era una belleza útil, diseñada a la moda que impone la gran ciudad. Era la esencia misma de la belleza. Su cara tersa, redonda, arrebolada natural, con dos perlas negras que te atraían fascinado a su universo. Una boca sonrosada, abierta como una rosa al rocío de la mañana. Su cuerpo firme, de carnes bien construidas, no modeladas. Sus pechos sugerentes sin necesidad de insinuarlos. Su pelo negro, lacio, desviado de su natural caimiento por una peineta de concha. Ante su presencia, toda mi alma se volvió corazón.  Pero tuve que volver, ya era tarde.. Ahora,  sigo soñando con ella… Y despierto, pero no está. Me enfado conmigo mismo y tiro de mantra poético para sosegarme:

Joven de ojos azules como los cielos al mediodía, cabellos trenzados como gavillas de trigo, cuerpo que se curva en redondeces, sexo: mujer al alba, entre dos luces, quisiera ser un dios visionario y amalgamar tu sexo con el mío.

Mujer de ojos calidoscópicos como los cielos al atardecer, cabellos… ¿dónde tus cabellos? cuerpo que se curva en hondonadas, sexo, toda sexo expectante, mientras mis ojos buscan ninfas cuando me entregas tu cuerpo.

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El suelo pélvico en la literatura

No, no he visto (en Google) que se haya tratado el suelo pélvico como personaje literario; sus aledaños, sí, y profusamente. Pero no preocuparos, no voy a tener la tentación de mezclarlos en una forma vergonzante. Voy a tratar de explicar en forma literaria qué es el suelo pélvico, sin menospreciar que la ciencia es más seria y es a ella la que se debe consultar; lo mío, ya lo he dicho, es un ejercicio mental para alejar el alzheimer.

Pues confieso que yo no sabía qué era eso del suelo pélvico, y cuando leí un titular con esa expresión, pensé que se trataría de algún estudio sobre las disfunciones de los bajos del hombre y de la mujer, más del hombre. Pero no, bueno, sí, algo tenía que ver, pero no estrictamente de los órganos genitales como problema ad hominem. Y valió la pena que abriera el artículo, porque, además de darme unos consejos valiosos, me dio la entrada para hoy en este blog.

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