LA BOCA DEL MUERTO
Lis era el apóstrofe del nombre completo Luisa. Lis, o Luisa, era una mujer diminuta de cuerpo, pero con un alma ( o corazón) de gigante, de gigante en bondad y otras virtudes. A Lis una de las cosas que le caracterizaban, y que sus familiares y amigos consideraban una extravagancia, era que ninguna muerte, no sólo de amigos o familiares, tampoco de simples desconocidos vecinos, le pasaba desapercibida. Todas las mañanas, salvo por causa de fuerza mayor, se acercaba al cementerio de su ciudad. Allí se dirigía directamente al tanatorio. Raro era el día que en sus salas no yaciese un cuerpo en espera de ser enterrado o incinerado. En ocasiones todas las salas estaban ocupadas por su respectivo cadáver, y eran cuatro. Lis, como si algo tuviese que ver con aquellos finados o sus deudos, se acercaba casi de puntillas a los cuerpos expuestos. Los había de personas jóvenes, muertos en accidente; los había de personas entre cuarenta y sesenta años, muertos de enfermedades varias; también, pero menos, de personas viejas, muertos de agotamiento. Era igual.
Continuar leyendo «Hoy Domingo, fiesta de guardar… las formas»