el ruiseñor y la seduccion

Un ruiseñor envejeció sin que nunca hubiese sido seducido. Él había oído hablar del extraño embrujo que suponía la seducción pero, como digo, nunca tuvo la ocasión de comprobarlo por sí mismo. Ya viejo, recordaba que sus amigos ruiseñores se burlaban de él como un fracasado cuando les miraba con envidia mientras escuchaba sus historias de seducción. «¿Podría ser seducido a mi edad, o debo resignarme a morir sin saber qué es eso de la seducción?», se dijo un día en el que estaba haciendo repaso de su vida. Coincidió que mientras estaba sumido en estos y otros pensamientos, un pájaro muy extraño se posó en una rama contigua. El viejo ruiseñor le miró displicente y volvió a sus pensamientos. El extraño pájaro emitió unos sonidos extraños y el ruiseñor volvió a mirarle. Aquellos sonidos eran para él desconocidos y les prestó una mínima atención. El extraño pájaro aleteó con fuerza, levitando unos centímetros de la rama donde estaba posado. El nuevo ruido hizo que el ruiseñor volviese la cabeza, pero le pareció una estupidez lo que hacía aquel extraño pájaro y volvió a sus pensamientos. Finalmente, el extraño pájaro se fue de allí y el viejo ruiseñor vio cómo partía con su aleteo acompasado y uniforme, lo que embelesó al ruiseñor hasta que lo perdió de vista. El viejo ruiseñor nunca más volvió a pensar en la seducción. Lo que sí hizo fue fijarse en todo lo que hacían los pájaros, por muy extraños que le pareciesen.

la princesa preñada

Un príncipe se casó con una plebeya, y todo fueron rumores en la corte. Unos lo comparaban con un cuento de hadas y otros como un indecente braguetazo. La nueva princesa estaba triste. El pueblo pensaba: “No puede tener hijos”. Pasaba el tiempo, y todos susurraban: “Por razones de estado, se tendrán que divorciar”. Y cuando nadie lo esperaba, la Casa Real anunció que la princesa estaba preñada. Los del cuento de hadas se alborozaron; los del braguetazo se callaron. Sólo yo reflexioné. Una mujer preñada es más que una princesa. Se convierte en odre esotérico donde principia la vida. ¿Hay algo más precioso y que supera en mucho la pretensión de los alquimistas de convertir el plomo en oro? Trato de imaginarme a todas aquellas parejas que viven la incertidumbre angustiosa de la paternomaternidad. Y no me cuesta trabajo imaginar el júbilo de ambos cuando el doctor les dice: “Felicidades, vais a tener un hijo”. Pero en el caso de los príncipes de esta historia no debió ser así. La presión social es única en este caso. Pensarían, al recibir la noticia: él, “Te quiero, Princesa”, como renovando una confesión hasta entonces condicionada; y ella, “Ahora sí me siento princesa”, como haciendo valer sus méritos. Y es que un hijo iguala a los padres en algo que es muy superior a cualquier rango social diferencial; es tanto como ser reyes de la creación. ¿Se puede alcanzar mayor rango?

Los Años Perdidos

¿Y si no teniendo pasado proyectara mi imaginación al futuro? No podría hacerlo al presente, por cuanto la realidad se impondría y sólo me mostraría lo fatuo que soy. No estoy obligado a confesar a nadie lo que imagino, en realidad nadie me importa en el momento en el que tan sólo quiero encontrar sentido a mi existencia, y si no tocarla sí sentirla. Pero tampoco debo dejar que mi imaginación se desboque en ensoñaciones que superen lo realizable por el ser humano en su circunstancia temporal, porque, entonces, el futuro me devolvería frustración tras frustración hasta consumir la fuente. Y sin memoria y sin imaginación, ¿qué haría entonces? Como escritor, no me cuesta imaginar personajes y dotarlos de vivencias. Es cierto que mis personajes nunca parecen ser felices y sí atormentados, pero si quisiera haría de ellos paradigmas de seres pletóricos de vivir. ¿Y por qué no quiero? Mi escepticismo los margina de toda posibilidad. ¿Podré, contra mi escepticismo, hacer una excepción de mí mismo? Por ejemplo, ¿puedo imaginar para mí una época dorada llena de satisfacciones? ¿Y en qué habría de consistir esa época dorada? ¿Entra dentro de los límites de lo realizable algo que pueda llamarse así? ¿Amor, éxito, paz interior, ausencia de presagios, la buena salud como marco necesario? Todo eso en alguna medida lo disfruto ahora, ¿qué me falta para confiar que mi futuro me dará algo del que pueda decir: ahora sí, ahora puedo considerarme un hombre que ha alcanzado todo lo que la vida me podía ofrecer. Pero mi pensamiento enseguida anticipa una respuesta que no podré llenar con mi imaginación: los años perdidos, y son tantos…

de sueños y pesadillas

Ella se debate entre la edad en la que aún se sueña despierta y la edad en la que se comienzan a tener pesadillas; la edad en la que sólo se sueñan sueños y la edad en la que sólo se sueñan espejismos; en la edad en la que los sueños a veces gozosamente se cumplen y la edad en la que, casi siempre, se sufren los delirios.
Ella no quiere salir de la primera edad, pero ahí está, agazapada, esperando la pesadilla que comienza.
Ella, ahora que no tiene sueños, reclama, espera para sí los sueños primeros de un hombre. No todo estará irremisiblemente perdido en el mundo de los sueños, si algún hombre la llama para compartir sus propios sueños. Pero ese hombre no llega, no la llama, no le ofrece lo que ella anhela entre sueños y pesadillas, porque todos los hombres que se le acercan ya han cruzado la primera edad, y, como ella, reclaman para sí compartir los sueños de una mujer.
Están, ambos, en un infernal círculo que se cierra y se abre para exhumar anhelos convertidos en fantasmas, fantasmas que se apoderan de sus cuerpos para convertirlos en excrementos, después de una digestión en la que pocas veces escapan las almas.
Pero lo que, indefectiblemente, forma ese círculo en sus vidas, tiene una ventana que sólo se abre en el sosiego.
Una mujer, un hombre sosegados, pueden percibir, sentir a través de esa ventana, que al otro lado hay una oferta amable para ellos: compartir una vida diferente en la que no se sueña ni despierto ni dormido; compartir una realidad que, a veces, depara sorpresas, y, cuando lo hace, serán para ellos felices descubrimientos. Y los vivirán juntos, como hechos que enriquecerán sus vidas hasta que el final llegue para ambos.
No hay otra salida, ni otra ventana, ni volver a empezar. Porque aquella, aquel que pretendieran otra cosa, ni siquiera disfrutarán del sosiego. Y es importante el sosiego para unos cuerpos y almas que empiezan a estar cansados.

miguel y el sueño inconfesable

A Miguel le gustaba pensar en futuribles. Probablemente ni él mismo los creía realizables, pero, ¿quién se priva de tener ensoñaciones que además de gratuitas pueden producirte cierto placer? Todo el mundo recurrimos a nuestra imaginación para romper las amarras que nos atan a la realidad previsible.
Miguel, por razones de su oficio y vocación, soñaba con visitar aquellas tierras ubérrimas situadas más allá del Océano. Quería comprobar por sí mismo si era verdad que allí se encontraría con plantas que sólo su imaginación había configurado.
Pero esto era un subterfugio que ocultaba un deseo inconfesable. Miguel, escaso de emociones fuertes, quería participar, realmente, en un juego erótico que él había propiciado, virtualmente, en la pantalla de su ordenador. Se trataba de hacer el amor a tres o más al mismo tiempo. Si era como lo hacía a través de Internet, él se conformaría con hacerlo de una en una y añadirle el morbo de sentirse observado por las demás, incluso, quién sabe si se le abrirían las carnes de placer imaginando que era él el que observaba cómo lo hacían entre ellas.
Si parece aconsejable no hacer juicios de intenciones, lo que era cierto es que Miguel, metido como estaba en hacer realidad lo que era probable, un día se fue allá. 
Pero su imaginación había idealizado tanto las situaciones que se encontraría, que fue todo un desencanto el que debió sufrir ante una realidad muy diferente.
Miguel volvió, y esta vez para siempre, a su realidad previsible, después de quemar las naves en las que viajan los sueños.

hoy o mañana

Probemos que todo sigue lo mismo
Que nuestro cuerpo se mantiene
Vivo y parece querer seguir viviendo
Que todo va y viene y se acaba
Y comienza de nuevo a acabarse
Sin resignarse a que termine
Hoy veremos que mañana
Y mañana que es hoy
El día que todo sigue parecido
Probemos que nada acontece
Que no sea hoy o mañana
Que el sol sigue saliendo
Para los vivos y para los muertos
Aunque no caliente a todos por igual
Pero eso qué importa a unos o a otros

el lector

En algún diccionario ideo constructivo o de frases de las llamadas felices, tres o cuatro autores coincidían en suponer que la lectura nos permite conocer los mejores pensamientos del autor, y los autores que esto decían, que no recuerdo sus nombres, eran de los llamados indiscutibles. A mi juicio se equivocaban, o su candor era notable. Según yo creo, al escritor no se le pasa por la cabeza, mientras escribe, dejar en el papel el testimonio de lo que piensa; lo que hace es pensar luego en lo que ha escrito. De esta forma, el escritor es el primer lector de lo por él escrito. Sólo así se entiende que para un escritor equis, lo que escribe está bien escrito, y lo que dice va a misa. Es la prepotencia del escritor frente al papel (ahora la computadora), que pocas veces tiene presente al lector al que van a caer sus escritos. La frase leída: “Los intereses del escritor y los de sus lectores nunca coinciden, y cuando lo hacen no es sino un afortunado accidente”, podría suscribirla, pero no deltodo. Y digo que no, porque escribir y leer no es una confluencia de intereses. Sería confluencia de intereses (luego se vería si afortunada o no) si el escritor escribiera bajo demanda acordada. Pero por lo que digo antes, el escritor sólo confluye consigo mismo en una primera instancia. Es como el equipo que diseña lavadoras en una firma de lavadoras: concluyen que el producto es bueno y que se venderá solo. Los artistas, en general, hacen lo mismo: se gustan a sí mismos y creen —o les importa un carajo— que deberán gustar a los demás que tengan la suerte de participar de su arte. En definitiva, lo que sucede es lo que dijo Ionesco, sin creérselo del todo, supongo: «Sólo valen las palabras, el resto es charlatanería». Asi como sólo valen las notas del pentagrama, y la música sólo es ruido; o los colores y esa amalgama llamada arte pictórico.
Ah, y a través de los libros no se puede entender nada, y menos el Universo, como dice algún autor; menos mal que ese mismo autor deja aparte el amor, para que los poetas sigan divagando.

el idolo de barro

Lo mataron los hombres. Pero hubo una vez un dios que, al decir de unos manuscritos hallados en un jardín de mi casa, no tenía cuerpo; es decir, era imposible representarlo con una figura, fuese del material que a mano tenían los hombres. Se dice en esos manuscritos, que era un dios bondadoso y justo, al que se le podía pedir cualquier cosa que no estuviese fácilmente al alcance. Los hombres se dirigían a él para casi todo, pero sólo obtenían lo que era justo. Y también se dice en esos manuscritos, que…
En una ocasión, el pueblo, que sufría una gran sequía, por medio de los sacerdotes que dirigían el culto, y a petición de todos, le pidieron que enviase pronto las lluvias o perecerían sin remedio. Y cuentan los manuscritos, que aquel dios bondadoso les mandó copiosas lluvias a tiempo de poderse rehacer. Los hombres llenaron multitud de vasijas, odres, estanques artificiales y pozos secos con aquel agua. Si volvía la sequía, al menos contarían con reservas para algún tiempo.
A dios aquel comportamiento no le gustó. Significaba una falta de confianza en él. Y decidió , por primera vez, castigarles, eso sí, sin hacerles mucho daño, que para eso era bondadoso.
El castigo fue que todo aquel agua que habían acumulado la convirtió en vino. Al principio todo el pueblo agradeció a dios que algo tan simple como el agua, ahora fuese vino, y se dieron a beberlo sin mesura. La borrachera era general, y hasta los niños apagaban su sed bebiendo de aquel vino.
Y el manuscrito sigue diciendo que cuando dios comprendió su equivocación, volvió a convertir en agua el vino que quedaba y dejó que las nubes descargaran de nuevo lluvia sobre las tierras.
Los hombres, cuando volvieron a estar sobrios, decidieron agradecer a su dios que velara por ellos, y muy arrepentidos por haber dudado de su dios, decidieron representarlo con una figura enorme hecha de barro, para poder dirigirse a él cuando les fuese preciso. La figura no tenía parecido definido con animal o cosa alguna, al no poder imaginar a un dios invisible. Si acaso, tenía de lejos un cierto parecido con una gigantesca seta, quizá simbolizando un techo protector. Tan grande era, que cabía debajo todo el pueblo.
Por un tiempo, todos, en alguna ocasión, se acercaron a aquella figura, y mirando para arriba, suplicaban por sus necesidades, que pronto eran remediadas.
Fue por un tiempo corto, porque sucedió que volvió a llover, en esta ocasión de forma torrencial, y con la lluvia, aquella figura de barro se desmoronó de repente, sepultando a todo el pueblo debajo. Quizá quedó uno, el que escribió la historia.
Si fue así o no, no lo puedo asegurar, lo que sí puedo decir es que, fuera de esos manuscritos hallados en mi jardín, yo nunca he vuelto a ver u oír en ningún medio, oral o escrito, que se refieran aquel dios bondadoso y justo.

Heroicidades y estupideces

Hoy he realizado una heroicidad o la mayor estupidez de mi vida: he borrado todo mi pasado en mis relaciones personales en Internet. Foros, personas, amigos y amigas algo más que virtuales, todo a un clic se ha esfumado. Luego me he ido a mi agenda de correo electrónico y también he borrado todas las direcciones. Yo mismo he sido una especie de virus informático selectivo que, con saña, se ha aplicado a la tarea de destruir todo vestigio de mi pasado por Internet. Cuando creía mi disco duro limpio de testimonios, recuerdos y relaciones, me quedé pensando: “¿dónde más puede quedar algo?”. Fotos. y me fui a los archivos de fotos. Todas eran de la familia y algunas curiosidades. Se salvaron del clic mortífero. Pero no me quedé tranquilo. En algún lugar debe quedar algo. Busqué en “Mis documentos”. Allí encontré un mausoleo con numerosas y muy antiguas relaciones. También participación en diversos foros y algunos testimonios personales que debí considerarlos indestructibles, por importantes, cuando decidí guardarlos allí. Buscaba fotos y encontré alguna: eran de alguna amiga que me distinguió al enviármelas. A todo le apliqué la misma condena: ¡clic!. ¿Quedaba algo? Direcciones de Chat. Y allí me fui. Media docena aparecían desvaídas en la ventana del Yahoo Messenger, señal de no estar conectadas, pues de estar alguna, aparecería resaltada. Aproveché la ocasión de estar dormidas para acabar con ellas. Cuando ya no creía que pudiese quedar nada, me pregunté: ¿”por qué he hecho esto”?. No tuve respuesta, en su lugar y con un sentimiento de impotencia, me dije: “por más que quisiera, jamás podré borrar los recuerdos”. Y sólo confié en que mi memoria se fuese debilitando lentamente.

letras arrastradas

Nací forzando la salida a la luz. 
Cuando el tiempo dijo no esperes más
. Y no supe qué hacer con mis piernas. 
Pero si con mis manos buscando la fuente
. Así, por algún tiempo, sano y febril.
 Luego, aprendí a caminar hacia las cosas. A correr para huir, mientras reía divertido
. Y un día, mucho después, supe de ti
- .Pareció un recíproco gran hallazgo. 
Y lo goce como el juguete que me faltó.
Y yo te di lo mejor y lo peor de mí, que no era mucho
. Fueron mis caricias junto a mis torpezas. 
Una dedicación que yo pensé exclusiva
. Pero resultó insuficiente para alcanzar el clímax. 
E hiciste bien en romper el mecanismo. 
Que me permitía moverte a mi antojo
. Tú, ahora, eres un juguete roto. 
Y yo un niño desolado por tu ausencia.