Mi madre fue una puta

Relato que parece un cuento.

Me enteré que mi madre era una puta un día que volvía del colegio. No en aquel momento, que yo no podía saber qué era ser una puta. Tenía ocho años. Aquel día se habían suspendido las clases de la tarde por no sé qué razón, que tampoco nos la dieron. Mi madre me recogía a las cinco y media todos los días, pero como no tenía forma de comunicarme con ella, ese día no vino. No me costó volver a casa, en realidad mi madre me recogía por seguridad para mí. Era una rutina más que una previsión. Conocía bien el camino a casa y no tuve miedo. Ya divisaba la casa mata, habitual en los pueblos grandes y pequeños. Algunos rasgos me eran bien conocidos, y aquella casa, sin duda, era la mía. En ella vivía con mi madre, vivimos solas. Dos años antes mi padre desapareció y no me supo mi madre explicar por qué se había ido. A pesar de ser mi padre, la verdad que no lo eché en falta. Sí me di cuenta que algunas cosas dejaron de ser habituales, como los gritos que escuchaba desde mi habitación provenientes o del salón, la cocina o el dormitorio de mis padres, y es que las peleas eran continuas entre ellos. Tampoco pude percibir cuál era la razón, quizá porque mi corta edad no comprendía aquello. Hoy podría explicarlo, pero no creo que interese a la historia que pretendo contar.

Estaba a pocos metros de mi casa, cuando la puerta se abrió. Esperaba a mi madre en el quicio, pero fue un hombre el que salió. Era un hombre mayor, gordo y creo que pensé que era feo. Mi madre me explicaría qué significaba aquel hombre en nuestra casa, al que yo no había viso nunca.

La puerta se cerró tras él y yo tuve que llamar con la aldaba. En un primer intento lo hice dos veces seguidas. El sonido se extendía por toda la casa, pero no apareció mi madre, como esperaba. Repetí los golpes, esta vez no sé cuántos, pero muchos, y mi madre que no aparecía. Debió ser tanto el ruido que hicieron los aldabonazos, que la que se abrió fue la puerta de la casa vecina. Apareció Tomás, me preguntó qué hacía allí. Le dije que mi madre no me abría la puerta. Me contestó que quizá no estaba. Entonces yo le dije que un hombre gordo acababa de salir, que lo vi cuando regresaba del colegio, que nos habían mandado a casa a medio día y que venía sola. Tomás, un campesino cazurro, se sonrió y me dijo: «muchacha, seguro que ese hombre que viste era un cliente». No recuerdo si le pregunté qué era un cliente. Al fin mi madre abrió la puerta. Por toda explicación, y suponiendo que yo había visto salir a un hombre desconocido de la casa, mi madre me dijo que alguien había estado allí para un trato, interesado en comprarnos unas tierras. Di por buena la explicación, a fin de cuentas yo entendía por cliente a alguien que compra algo.

Hoy, diez años después, después de llevar dos años fallecida mi madre, pero mucho antes que ya fui consciente, me atrevo a contar que mi madre fue una puta. Nunca pude saber si lo fue por necesidad o por vicio, que poco importa. Aunque debo precisar que si lo fue por vicio, en sentido estricto no habría sido una puta. Por lo que a mí respecta, no le reprocho esa condición, fue el azar del destino que ella no me esperara tan pronto aquel día, de no haber sucedido así, habría tardado en saberlo, quizá nunca, y sólo el tiempo en el que pude saber y comprender que a mi madre, mientras yo estaba ausente, la visitaban hombres de toda condición, clientes en la versión de Tomás. Quizá Tomás no tenía duda.

También tengo que decir que si lo fue por necesidad, quién soy yo para juzgarla.

Después de fallecida mi madre, yo seguí en aquella casa un mes o así, hasta que me fui con mi abuela, que vivía en la ciudad. Sólo el tiempo que tuve que esperar a que un tío mío, nombrado albacea por mi madre, se ocupó de los asuntos de la herencia. En la capital encontré trabajo. Y si cuento esto, es porque, a pesar de todo, creo que mi madre fue una santa. Que Dios la tenga en su gloria.

Y yo, el relator de esta historia, añado que si no hay Paraíso para las putas, tampoco lo haya para mí que la creé.

Y dijo Dios: no es bueno que el hombre esté solo

Esta foto es de una mujer, sí de una mujer de carne y hueso, y hasta tiene un nombre: Jennifer Lopez. Que me perdonen todas las mujeres que no aceptan las comparaciones.

Dios observa a Adán, y viéndole entristecido, dijo al resto de los animales: «No es bueno que Adán esté solo». Y tomando de él una costilla, creó esta criatura. Adan al verla, tuvo miedo. No sabía cómo relacionarse ni qué hacer con ella. Aquel ser le perturbaba, nada del Paraíso le había creado aquellas sensaciones nuevas y tenía un deseo irresistible de poseerla. Ya Dios le había facultado para tomar posesión de los animales del Paraíso, pero aquello era diferente. ¿Qué hacer? Dudaba qué podía querer ella de él y qué había dispuesto Dios que él hiciera con ella.

Se limitó a contemplarla. Cuando no la contemplaba, la imaginaba o soñaba. Aquel ser se cansaba de hacerle posturas que desembocarán en alguna acción por parte de su compañero. Adan no reaccionaba. Estaba persuadido de que no debería ser diferente a lo que observaba en los animales cuando copulaban, pero él no veía cómo hacerlo y si eso era lo que le pedía su convulso cuerpo.

Dios, viendo que Adan estaba tan dubitativo, le dijo: «Date prisa, Adan, y copula con ella para tener descendencia como el resto de los animales, porque ahí anda un mono que no deja de mirarla, y él no tiene las dudas que tú tienes.

Y sucedió que el mono la poseyó porque Adan se complació sólo en contemplarla.

Está es la verdad de por qué descendemos del mono. Que cambien el Génesis y no nos engañen.

P.S. Y yo, como Adan, contemplo a esta mujer y tampoco sé qué hacer con ella.

Y si el demonio te acosa

Me llamaste, niña, en mi condición de escritor. Debiste creer que sólo yo podría enfrentarme al demonio y conocer sus intenciones. A veces las palabras son estiletes capaces de parar los súcubos con apariencia de madres protectoras, el mayor de los peligros para una niña como tú. Dicen que te quieren, pero no te protegen. Huye de las manifestaciones de cariño que no van acompañadas de la protección.

Acepto protegerte, mi querida niña. Ya le he dicho al demonio que envío Lucifer para que te llevara con él y hacerte su concubina, que si por ventura quedara de él algo del ángel que fue, pídole a nuestro Señor que llore lágrimas de arena, que el mar las llevará a otra orilla donde algún niño como tú construya un castillo con ellas. Luego, inevitablemente, subirá la marea y destruirá el castillo, y de vos sólo quedará una lágrima, esta de amor, pero se diluirá en el mar hasta que se convierta en fértil lluvia. Mientras tanto, niña, sigue mi consejo, no sueñes con demonios, ni ángeles, ni dioses, todo es falso, todo es mentira, querida. Y si estuviese equivocado, que sepa que yo te protejo. Lo haré construyendo un muro de palabras que destruyan todos los mitos, los que te contaron y los que tú misma creaste en tus sueños.


Claudia

Claudia abría el ordenador nada más levantarse. Mientras se configuraba, iba a la cocina, se preparaba un café soluble y volvía a reunirse con su máquina, buscaba en las aplicaciones la Word y la abría con resolución. En Word habría Documento Nuevo y permanecía atenta unos segundos al cursor que parpadeaba, invitando con su guiño a que comenzara a teclear letras.

Al cabo de un par de horas, Claudia releía lo que había escrito, le daba a Guardar Como, y era entonces cuando le ponía título al documento. El siguiente paso era Dónde, que en principio elegía Escritorio. Cerraba Word y buscaba en Escritorio el icono de su escrito. En ese mismo escritorio Claudia tenía una Carpeta con el nombre Claudia. Arrastraba el icono recién incorporado a esa carpeta y cerraba el ordenador. La carpeta donde Claudia guardaba sus escritos estaba plagada de títulos, y sin razón explicable, esa carpeta sólo se abría con una clave encriptada. No había razón que explicara esa actitud, porque Claudia vivía sola y no se daba el caso de que alguien no autorizado pudiese, sin su permiso, acceder a lo que ella misma había convertido en misterioso.

Esa mañana, Claudia, por primera vez, cambió su rutina. Hasta depositar su escrito en formato Word en el escritorio todo fue igual. En el escritorio apareció un icono con un título nunca utilizado ni por aproximación por ningún autor, una interrogante de apertura, tres puntos e interrogante de cierre. Pareciera que Claudia no tenía claro el título para su último escrito y lo dejaba en interrogante por el momento.

Claudia, esa mañana, no dio por terminada la ruta que seguían sus escritos hasta desaparecer en la carpeta cerrada con la llave de una contraseña. Tenía reservado un enlace a un foro literario que le había llamado la atención por su aparente gran difusión. En alguna ocasión Claudia se había parado a leer alguna de las aportaciones, y todas le parecieron de un alto nivel literario. Con la duda que atenaza a cualquier escritor novel cuando se decide a publicar algún trabajo, Claudia permaneció largo tiempo con su último escrito abierto, releyendo entre lineas. Añadió alguna coma para hacer la lectura más cómoda y no quedar al lector sin aliento con frases interminables.

Claudia, ya sin vacilar, abrió el enlace del foro, buscó Aportaciones, la abrió y siguió las indicaciones de la ventana. Nombre, ciudad, un teléfono de contacto y adjunte su escrito aquí, aclaraba que sólo se hiciese en formato Word o PDF. Claudia cumplió con los requisitos de identificación y arrastró el icono .word al lugar indicado, le dio a remitir. Claudia se secó de la frente un sudor incipiente, producto del estrés que aquel heroico acto le había producido, cerró el ordenador y se fue al dormitorio, se tumbó en la cama y miró al techo. Pensamientos pesimistas, vergüenza al sentirse desnuda ante críticos exigentes, pensó que hubiese sido más coherente encerrar aquel escrito donde sólo ella pudiese leerlo, su timidez, su falta de autoestima no daba para exposiciones a tumba abierta.

Los días que siguieron, Claudia no escribió nada, estaba bloqueada, sólo abría el ordenador para ver el foro que debería sentenciar el mérito o demérito de su escrito enviado. Su frustración e inquietud crecían cada vez que el foro no se daba por enterado, su escrito no aparecía y, por tanto, no había lugar a juzgarlo.

Eran las diez de la mañana. Claudia limpiaba su apartamento. Sonó su teléfono móvil. Claudia dejó la tarea y escuchó. Apenas su piernas podían sostenerla de pie y se sentó en la silla más próxima. Siguió escuchando sin pronunciar palabra. Gracias, pudo articular como cierre de aquella llamada.

El foro había considerado extraordinario el escrito enviado por Claudia y le proponía presentarlo a un certamen literario prestigioso, con autores premiados que luego fueron primeras firmas en el mundo literario. El premio no era remunerado, sólo publicarían el título premiado.

¿…?. el título de la obra que Claudia envió al foro fue el que obtuvo el primer premio. La obra fue, consecuentemente, publicada. Su éxito fue tal, que a una edición siguió otra, agotada tan pronto salía a la venta. Una editora le ofreció publicar toda su obra. Claudia comenzó a creer en sí misma.

Lucía

Liviana, escuálida, inestable en su caminar sin rumbo,  Lucía parece la sombra de una representación artística de la miseria.  Tiene los ojos incrustados en la cara como dos esmeraldas sumidas en las cuencas de una calavera. Las greñas que cubren su cabeza caen ingrávidas y desordenadas. Los labios tienen una minima carnosidad y se repliegan sobre una dentadura ennegtecida y con múltiples pérdidas. Vestida con una camiseta sucia y una falda que. para que nada sea generoso en ella, le llega hasta la mitad  del femur, pues dicir muslos seria una ironía sarcastica. Lucía  no muestra nada que pueda perturbar a los ojos lascisvos de los hombres. Y ese cuerpo mínimo debe tener, sin embargo, un corazón que bombea  sangre como los arroyos que se forman en un desierto despues de una tempestad, sin fertilizarlo, un corazón que no sabe de amar y no haber sido amado. Su cerebro que no le pide acabar con su vida, quizá porque ni muerta devolveria a la tierra una minima recompensa. 

Un hombre de mediana edad la observa de cerca sin que Lucía se aperciba. El hombre ha determinado que ese despojo de mujer puede ser lo más importante que le haya sucedido en su vida.  Piensa que quizá sea irrecuperable, que los daños en su cuerpo sean irreversibles, pero está decidido a intentarlo. Se acerca más a ella yendo por detrás. Vacila. En un impulso heroico la toma del brazo, que se escurre entre su mano. Lucía no tiene la sensación de protección  que podia estar esperando, menos la de un intruso que quiera aprovecharse de ella. Lucía sólo siente que aquella mano le permite una mayor estabilidad en su erguida posición. El hombre la conduce hacia un automobil aparcado cerca. Le abre la puerta trasera, su olor no es muy gradable para llevarla de copiloto. Y parten con rumbo a un destino que ninguno tiene conciencia de que exista.

Lucia es hoy la esposa de Jaime. Es una de las mujeres mas bellas que cualquier hombre pudo soñar. Jaime no sólo esta enamorado de Lucia, su sentimiento va mas allá de lo puramente humano. Jaime cree que Dios fracasó donde él ha triunfado. 

Jose

En una tarde lluviosa, cuando la melancolía me envuelve y me pide que haga algo positivo o que llore

Esclavos o dependientes


¿Qué es esto?

¿Restos fósiles de animales prehistóricos?

Me apresuro a decir que no y, también, nada de lo que mis lectores puedan imaginar. ¿Tiene que ver con el título de esta entrada? No lo sé a ciencia cierta si habla de esclavitud o de dependencia.

Un esclavo es alguien que carece de libertad personal, que es propiedad de otra persona que dispone de su vida a su antojo. También se dice de alguien que es «dependiente» voluntario de alguien o algo, de lo que no puede sustraerse si ha de sentirse bien.

Una persona dependiente es alguien condicionado por algo o por alguien, pero no de forma esclavizante, puede disponer en todo o en parte sustraerse a esa dependencia.

Ambos términos tienen nexos comunes, voy a intentar separarlos en mi caso.

Si hay algo que me abruma, es descargar la cisterna del water y ver que no corre el agua, que no se lleva mis restos orgánicos normalmente a no sé dónde, que nunca me importó, luego parece resolverse por sí mismo. La sociedad me puso a mi ese servicio, servicio que pago, esa posibilidad impagable. Hasta aquí soy un hombre libre, no esclavo ni dependiente de mis detritus, salvo por causas propias, fisiológicas con solución.

Y sucedió. Esa mañana, y después de quedarme a gusto, pulsé el botón de la cisterna, Como siempre, me quedo observando el proceso. En esta ocasión desde el primer instante tuve la sensación de que aquello no iba como de costumbre. En lugar de tragarse el agua y lo demás con la fuerza de la succión, el nivel del agua comenzó a subir en la taza del water, el efecto Cariolis no apareció (El efecto Coriolis hace que un objeto se mueve sobre el radio de un disco en rotación, normalmente agua cuando se desagua), y aquello parecía una pequeña balsa emergente, perfecta para la flotación, perfecta para la observación permanente. Todo aquello que estaba acostumbrado a ver a diario y desaparecer, ahora parecía querer amargarme el día. Lo que veía era mío, sí, pero al apretar el botón de la cisterna le había dicho adiós.

Era un viernes. Un fontanero como mínimo podría venir el lunes siguiente. Yo no tenía otras ocupaciones y me dispuse a buscar la solución. En ese momento me sentí sólo dependiente, dependiente de un sistema que fallaba, sin experiencia previa para resolverlo. Pensé. Quizá metiendo una guía de fontanero que había utilizado antes para el fregadero de la cocina. Se tragó su longitud sin encontrar obstáculo. Algo más largo, concluí, y comencé a introducir un cable de telefonía con alma de acero. Metí y metí. Calculé que llevaba dentro más de diez metros y aún no había encontrado la resistencia esperada, aunque sí alguna. Lo saqué para comprobar si había topado con algo que podía aparecer en la punta, deduciría, así, que obstruía la tubería. Resultó un fiasco. El cable se había plegado, quizá en una curva, y la punta limpia. Se me ocurrió ir a la arqueta situada a treinta metros del water, fuera de la casa, allí descargaban los bajantes de las dos casas que luego usan un sistema común. Podía introducir una manguera hasta donde pudiera e inyectar agua a presión. Lo hice, pero sin resolver el problema en el primer intento. Pude meter una longitud de manguera algo superior al cable. Cuando ya no entraba más, la saqué con el mismo propósito, ver si me daba una pista del contenido del tapón. Y, efectivamente, el extremo de la manguera estaba impregnado de una sustancia indescriptible, parecida al jabón, de consistencia más sólida. Si era aquello lo que obstruía la cañería, sin acceso a ella por estar enterrada bajo la casa, el problema yo no lo podría resolver, quizá los fontaneros tuviesen máquinas para este tipo de problemas. Quizá el lunes pudiese quedar resuelto.

Me sentí dependiente de aquella «mierda» y acepté la esclavitud siguiente. Tenía todo el fin de semana para no sentirme un hombre libre , pero luchando por ganarme la libertad, que, al parecer, siempre te la debes estar ganando.

Lo que siguió fue una constante vejación. Cada intento por destruir aquel tapón era un fracaso. Podía, nunca mejor dicho, haber mandado a la mierda aquel asunto y esperar que el tiempo y alguien con medios lo resolviera. Pero no acostumbro a rendirme, amo la libertad hasta en los pequeños detalles, y durante horas seguí intentando destruir aquel tapón. Allí donde creía que la manguera topaba con él, yo la extraía y volvía a empujar de nuevo con más brío. Sólo al cabo de horas con ese procedimiento, en la arqueta sinfónica comenzó a aparecer unas cosas pequeñas, blanquecinas, que flotaban. Ya manchado de mierda hasta el codo, las saque con la mano para observarlas y pude confirmar que aquello bien podía ser el material que formaba el tapón. Aquella aparición y tener ya una clara evidencia, hizo que me animara. La manguera parecía la solución para destruir aquello que ahora me había convertido en esclavo. Y empujé y empujé. La libertad es un bien que ha de procurarse siempre, si no lo haces no tiene sentido tu vida.

Y como esperaba de mi denodado empeño, comenzaron a aparecer trozos más grandes cada vez de aquella materia, hasta que mi alegría fue la del ser que está prisionero contra su voluntad y de pronto consigue abrir la cerradura de la celda y poder, así, escapar a la libertad. Ahora ya aparecían trozos enormes, uno tras el otro que fui sacando. Había destruido el tapón. y el agua corría libremente. En la arqueta di la bien venida a todo lo que en la tubería se había acumulado, y puedo asegurar que aquella visión, lejos de de asquearme, me llenó de orgullo.

En la foto se puede apreciar la ingente materia extraída que me esclavizó durante horas. ¿La causa?, el jabón en polvo que se utiliza en las lavadoras de ropa.

Confesión de una joven virgen

La joven siente la necesidad de decírselo a su madre, la tiene por su mejor amiga, es una madre moderna, abierta a las tendencias del momento, sin reparo a todas aquellas que rompen esquemas en las que ella fue educada y observó a la edad de su hija, anterior y posterior hasta que se fue agiornando a los nuevos tiempos.

La joven se dirige a su madre con la misma seguridad que para darle los buenos días.

–Mamá, quiero decirte algo.

Es la primera vez que su hija emplea ese críptico comienzo para hablar con ella. Debe ser algo importante, con cierta e implícita vacilación previa de su hija. Siempre fue directa, al grano, sin esperar la disposición de su madre a escucharla. La madre está de espalda a su hija, sentada ésta a la mesa de la cocina, preparando unas tostadas, unos huevos revueltos y bacon, amen de un batido de chocolate para su hija y un café con leche para ella. El padre y esposo se ha ido una hora antes al banco donde trabaja, con el tiempo medido para superar el tapón de tráfico que va a encontrarse. La joven va en el metro hasta una cierta parada y allí coge el autobús que la deja a las puertas de la universidad, donde acaba de comenzar el primer curso de psicología. La madre, sin volverse, algo inquieta por lo que pueda decirle su hija, le dice:

–Debe ser importante, querida, sabes que no necesitas ni permiso ni atraer mi atención, ¿qué quieres decirme?

No por la expectación lógica que ha despertado en su madre, ésta interrumpe el mismo ritmo preparando el desayuno. La joven guarda un silencio que parece una eternidad, el ambiente parece recargarse de presagios, la madre no se atreve a volverse para no tener que adivinar la tragedia en los ojos de su hija, si tiene que manifestar una emoción primera al escuchar a su hija, prefiere ocultársela, le dará tiempo a preparar la respuesta oportuna a la confesión que le haga. Al fin el silencio se rompe, la hija ya no tiene intención de andar con rodeos, y dice:

–Creo que Dios quiere que eche mi primer polvo.

Continuará, si Dios quiere.

Y Dios no quiso.

Este ensayo de atosigante naturalismo tiene una explicación. Los escritores que abusan de los textos naturalistas parecen creer que los lectores necesitan se les dé pelos y señales de las circunstancias que rodean a sus personajes. A veces he pensado que son algo idiotas al desestimar la capacidad del lector para imaginar lo sustancial que, para nada, modifica la trama principal. Es en un cínico ejercicio en el que he querido, de forma exagerada, poner ante el lector ante tamaño despropósito. Alguien me ha criticado, me parece bien, pero me hubiese gustado que el texto le pareciera lo que es.

Y le respondí

La verdad que tu beso de despedida me supo a poco, pero con imaginación le saqué algo de partido. Tómalo como una broma, querida, no esperaba ese beso sin contenido explícito.

Ya casi no me acuerdo de tu “cuento”. Acostumbrado estoy a leer cosas de otros y otras en mi relación literaria con amigos en las letras, sólo analizo la calidad literaria de los escritos hot que me envían, luego, si te he leído no me acuerdo. Con lo tuyo me ha pasado igual. Después del shock que recibí en una primera lectura y en el que quise estar a tu altura en expresiones de igual tenor (algo menos), pasé a analizar literariamente el escrito. Me pareció notable para alguien a la que no le suponía inquietudes literarias sobre el amor y sus excesos. Quizá esa disposición  mía se debe a que en mi solitaria vida de vez en cuando veo porno para ver mi estado de forma, concluyendo siempre que estoy fatal, o que el porno no es la solución, quizá esto mío ya no lo levanta ni el gato de un coche. Sólo me queda la esperanza de que no sea así cuando tenga la ocasión de pasar de la imaginación a los hechos, pero no me planteo buscar esa posibilidad, me asusta la verdad. Así que tranquila, querida, que no me solazo, (solazo de a un a solas mayúsculo), con tu cuento, y lo siento, porque quizá pusiste al escribirlo buena intención de ayudarme. Así que nada de sentir vergüenza, si acaso porque crees que inevitablemente ibas a crear en mí un supuesto alcanzable, lo cuaL, YA DIGO, en mi caso no fue así. Tampoco lo tomes como un fracaso personal, repito que tu escrito me parece notable como literatura erótica. Si tienes algo más, me lo envías, ahora ya estoy vacunado, y en las comas y los puntos puedo enseñarte, en lo demás, seguramente aprenderé mucho de tu forma de estructurar los relatos calientes.
Otra cosa en la que sí me sorprendiste fue en tu declaración de lo que te sucedió hace mucho tiempo. Eso no fue literatura.  Casualmente por entonces yo también te “soñé” en alguna ocasión. Me gustaba tu pelo largo azabache, tu boca pintada con intención provocativa, tus piernas largas y de carnes firmes y, sobre todo, tu trasero, tu trasero, por dios, que imaginaba el centro del universo, y quizá lo siga siendo. Pero de aquel pasado ya sólo podemos lamentar que no aprovecháramos la ocasión, cuando, al menos yo, estaba en plena forma.
Un beso, como quieras sentirlo, querida.

Cuento sin mala intención

En abril de 2019 me quedaría solo en casa. En mi cabeza comenzaba una especie de efervescencia sobre la oportunidad que me brindaba tal situación. Internet me ofrecía citas a domicilio. Me gustaba cocinar, disfrutar de una denostada soledad que a mí me atraía. Pero nada de eso me hacia sentir inquieto. Como un monotema recurrente, algo se fijó en mi cerebro: coincidiendo con la Semana Santa, ella estaría libre, le ofrecería pasar unos días conmigo. Si aceptaba, intentaría que me secundara en un deseo que siempre se había quedado en pensamiento. Íbamos a vivir juntos una aventura, no ya erótica, profundamente sexual, quizá algo más, vital. Mi casa por esos días la convertiría en templo de los asentidos. Contaba con mis limitaciones, las clásicas en un viejo versus una joven, pero aunque estuviese plenamente dotado, tampoco sería una perfomance nada original. Tenía que apelar a mi imaginación para que me diera pautas nuevas, no restrictivas para según qué edad. Y a ello comencé a dedicarle tiempo, porque improvisar algo así te puede arruinar el intento.

Si algo no encontré habitual en las prácticas sexuales, después de visionar múltiples videos porno, tampoco recordando películas o lecturas eróticas, fue de qué forma podía yo penetrar, a través de la vagina, todo mi cuerpo en el cuerpo de mi compañera de juegos. Esto, que parece una barbaridad, es la culminación del acto sexual. Cuando se penetra a una mujer, con tu pene, con tu lengua, con los dedos. Y ella goza en el intento, más cuanto más profundo, y tú te esfuerzas en llegar a lo más profundo, lo que está sucediendo es el deseo de penetrar y ser penetrada en la totalidad de los cuerpos. El orgasmo es la culminación de ese deseo, deseo frustrado por la incapacidad física. ¿Cómo, pues, superar esa incapacidad física y lograr que se obtenga la suma satisfacción de fusionar dos cuerpos que vivamente se desean?

No te retires cuando tu cuerpo se frustra en el intento. Abraza a tu pareja con fuerza creciente, hasta que sientas, hasta que sienta dolor. Los medios utilizados para abrir camino ya no sirven, fueron los adelantados en la exploración que acabó cuando el camino se cerró en angostura y se batieron en retirada. Ahora son los brazos los que protagonizan el intento, hasta que sus músculos se aflojen llenos de ácido láctico, de creatina, y si así no lo consigues, mejor caminar en solitario.

¿Le parecerá suficiente a ella? Lo intentaré, no dispongo de otros recursos que nos haga gozar intensamente y de forma inolvidable. Lo ya conocido se olvida, o se reemplaza.

Ocasión perdida

Ayer fui, como de costumbre, a hacer mi compra semanal al supermercado. Lo que no tenía previsto era encontrarme en la puerta a la rumana, disfrazada de mendiga, que siempre está allí, sentada en una esquina de la puerta, con la mirada llena del suelo y una mano extendida implorando caridad. Digo que no tenía previsto verla, porque estas cosas habituales no se gravan en la memoria, son como el mobiliario urbano que, inamovible, está ahí por si lo necesitas, siempre en el mismo lugar de la calle.

Empujando el carro de la compra me disponía a entrar en la tienda, cuando un sonido ininteligible me hace volver la vista al origen del mismo. Había sido emitido por la mujer que ya constituía para mí un accesorio conocido. Sin levantar la vista del suelo, extiende el brazo para acercarme más la mano, con la palma hacia arriba, una mano sucia, unas uñas indescriptiblemente largas y sucias. Apenas si se distinguían las rayas de la palma. Detuve mi caminar fijándome en las borrosas lineas por ver si podía adivinar algo de aquella mujer. La observación fue enojosa cuando, no percibiendo con claridad lo que pretendía, acerqué mis ojos a aquella mano. Imposible obtener una información medianamente concluyente. Tampoco podía dialogar con aquella mujer para confirmar o desmentir lo que apenas percibía en un ejercicio quiromántico de circunstancia. Fuese por la suciedad o porque la mano que observaba no tuviese lineas claramente definitorias, tuve el presentimiento de que ocultaba deliberadamente aspectos de su vida que podían no estar en consonancia con su realidad aparente.

La mujer no manifestó ningún desagrado al verme parado frente a ella, si esperaba algo más de mi que curiosidad. Y yo, frustrado en mi intento de obtener alguna idea sobre la que pudiese escribir en este blog, abandone la escena y penetré en el local.

Apenas si mantuve la concentración en lo que deseaba comprar o en lo que me ofrecían las estanterías. En mi cabeza, por más que lo intentaba, no podía pergeñar un esbozo mínimo de relato que, necesariamente, habría sido de ficción basado en las apariencias. Pero, ¿sería justo que lo hiciese? ¿Y si mis elucubraciones se excedían en considerar la vida de esa mujer el desecho que aparentaba? Era común que la mendicidad no siempre representaba la realidad que nos quería transmitir, y podía ser el caso.

Hoy, en mi ausencia de ideas que llevar a mi blog, escribo la crónica de una frustración. Porque frustrante es no poder conocer la realidad de una persona y ser consecuente con el sentimiento que te puede inspirar. Quizá me perdí la ocasión de encontrarme con un ser humano interesante que hubiese dado significado a la linea de la vida que está marcada en mi mano.