El desliz

— Vamos, no es para tanto. Ya habíamos quedado en que la libertad entre ambos era superior a cualquier otro compromiso basado en el amor. Lo que ha ocurrido no es para que lo tomes en serio, fue una circustancia muy especial, yo estaba completamente ofuscado con aquella mujer. Ella se mostraba solicita y me fue imposible sustraerme a sus encantos. Sí, fue una noche loca en la que me olvide de todo aquello que estaba mal y qué tú no podrías aceptar, pero nuestro amor está por encima de todo y lo sucedido es agua pasada. Te prometo que no volverá a suceder, sabes que te quiero y respeto nuestro compromiso de ser exclusivamente el un para el otro . Olvídalo, cariño, sólo ha sido un desliz de un hombre equivocado.

—No te preocupes, cariño, lo único que puedo decirte es que te vayas a tomar por el culo.

Dedicado a Antonio, ese poeta

Que se busca y no se encuentra, que en su soledad sólo busca un espacio lleno de amor. Y escupe palabras de amor, única forma de que lleguen a su amada. ¿Dónde los poetas andaluces? No los busquéis entre el público, Antonio, poeta andaluz, está entre nosotros.

Todo el Cielo para mí

Todos dijeron que había muerto, pero no fue así. Dejé la Tierra y subí al Cielo. Cuando creí haber llegado, una puerta me cerraba el paso. En el frontispicio claramente un letrero decía «El Cielo». Llamé repetidas veces y nadie salió a abrirme. Aburrido de esperar, me senté apoyando mi espalda sobre la puerta, y ésta comenzó a abrirse; no estaba cerrada. Con la esperanza renacida, me levanté y con la mano la empujé hasta que pude franquearla. Esperaba algún tipo de recibimiento, pero nadie apareció. «Quizá estén más en el interior, pensé», y seguí andando mientras gritaba: «¿Hay alguien aquí?». El silencio fue la respuesta. «Aquí debería haber mucha gente, cómo yo, algunos con más derecho, no puedo creer que todo el Cielo sea para mí», fue mi reflexión última.

Y así seguí por toda una eternidad, absolutamente solo. En el Cielo no había nadie. Me hubiese gustado volver a la Tierra y contarlo, pero, seguramente, nadie me habría creído.

Carol, final

Y terminé de ver la película «Carol». Merecidos los múltiples premios que ha cosechado, la interpretación es impecable. Ninguno por la moraleja que se puede extraer del cuento. Ninguna enseñanza sobre la moral, eso queda a juicio del espectador que, probablemente, no lo comparta con nadie.

Y me pregunto, si la homosexualidad es proclamada urbi et orbi como un derecho del individuo, ¿por qué se estigmatiza hasta el punto de convertir una historia de «amor» en una «sucia» decisión que impone esa misma sociedad que trata de defenderlo como un derecho?

El final no puede ser más acomodaticio para las mentes «sanas». Ese amor que la protagonista mayor declara a la joven, con una mesa de restaurante que las separa, es patético. «Vivimos en dos mundos diferentes, tú eres libre de amar, yo me debo a otros principios que me impone la sociedad», parece decirle en el largo silencio mientras se miran. En realidad todo es mucho más sencillo: la señora mayor defiende el derecho de custodia compartida de su hija, incompatible con el amor libre. Seamos claros: Como apunta el amigo Antonio, la homosexualidad es aceptable sólo si no perjudica a terceros. Yo añadiría si no es estéticamente ofensiva. Una forma de decir que consumada la pasión, la realidad impone otras razones.

Carol

Ayer titulé la entrada «De ese otro amor». Era el minuto 60 del curso de la película Carol. Hoy ya he visionado hasta la 1:12 horas. Lo previsible no se ha hecho esperar. Las dos mujeres viajan juntas, alejándose de sus rutinas individuales. Ya saben, o intuyen, que ese viaje ha de proporcionarles la ocasión que anhelan sus cuerpos o sus mentes por iguales o diferentes motivos. La película no deja entrever con sutileza nada de lo que es explícito. La escena se abre a mostrar dos cuerpos desnudos que se funden en apasionada entrega. ¿Lo llamamos amor? Probablemente ninguna de las dos en ocasión heterosexual sintió algo parecido. El que dirigió la película debió pedir a las dos mujeres que mostrarán hambre de sexo a un nivel que marcara la diferencia en una relación heterosexual. Y lo consiguen, o dejan la puerta abierta a la imaginación de quien asiste al espectáculo, porque nadie ha de dudar que usaron de todo lo que disponían para suplir la falta de penetración. Quedaron satisfechas, eso se aprecia cuando la cámara abandona la escena de pasión y las muestras relajadas, y tengo que añadir, por inercia, que el amor se ha consumado. Seguiré visionando la peli, pero me queda la duda si he de seguir usando la palabra amor o existe una palabra más apropiada para que no peque de inexacto al emplear el lenguaje. ¿Alguien se atreve a proponer esa palabra?

De ese otro amor

Si ya es difícil explicar qué es el amor, y me refiero al amor como definición de un sentimiento entre un hombre y una mujer, cuanto más lo es tratar de comprender el amor lésbico desde la perspectiva masculina. Y estoy acotando la homosexualidad a sabiendas que la homosexualidad masculina podría ser explicable a partir de la observación que ofrecen dos homosexuales en su comportamiento público. Apenas dos mujeres dan muestras en público de ser lesbianas, se ha de adivinar haciendo juicios temerarios cuando dos mujeres están juntas, quizá se tomen de la mano de forma casi natural, nunca harán alarde de un sentimiento que mantienen oculto. ¿Cuándo dos mujeres se declaran lesbianas de forma indubitable?

Estoy viendo la película Carol. He parado en el minuto 60, más o menos la mitad. La secuencias hasta ese momento son tan sutiles, que sólo una mente sucia puede concluir que la mujer mayor, rica, casada, con una hija, tramitando su divorcio, ve a una joven dependienta mientras compra y ya su mente sólo piensa en revolcarse con ella. No sé si ese será el fin de la historia, o la envolverán en otras derivas humanas, como las consecuencias de la rotura del matrimonio o la del noviazgo de una y otra, para que no resulte evidente y previsible. Pero yo no estoy pensando en eso, ni en el sexo ni en cuestionar moralmente a la pareja. Me quedo pensando buscando una explicación que deje a salvo esa palabra que nos hemos inventado: amor. Amor es una palabra que tiene muchas acepciones, pero confieso que amor lésbico, desde mi perspectiva masculina es como intentar explicar el por qué las cosas son como son y no como se espera que sean.

¿Casualidad, algo especial da lugar a ese atractor entre dos mujeres que nunca se tocaron, se olieron, se gustaron y que, al final, les resulte inevitable declararlo, tocarlo, olerlo, gustarlo? Porque la película seguirá y deberá se consecuente con esos principios básicos; el corazón puede latir desbocado, pero el corazón sólo es una víscera que mueve el cerebro.

Seguiré viendo la película y quizá siga hablando sobre lo que nos ofrezca, pero ya vuelvo a declarar que me será difícil explicarlo.

Carlos Ruiz Zafón

Hoy, dicen los papeles, las teles, las radios, que has muerto a los 55 años, Carlos R. Zafón. Algunos lo supieron antes: familiares, médicos, enfermeras, justo cuando el encefalograma dibujaba una linea plana. Ya ves, yo te hablo como si estuvieses vivo. Te he acompañado hasta mis estanterías repletas de libros olvidados. Mucha veces posé mis ojos sobre los lomos de aquellos libros que ya carecían de sentido para mí. Estaban allí porque los retuve el día que cambié de casa y regalé la mayoría a la Biblioteca Municipal. Pero la noticia de tu fallecimiento hizo que volviera a los que aún servían para que se posara el polvo y diera a mi escritorio esa imagen de lugar propio de escritores o simples lectores, también un poco de sello intelectual a su propietario.

En dos filas para para aprovechar el espacio, los libros permanecen silenciosos; los de la primera fila, mostraban sus títulos, todos recordándome qué contenían dentro. Habían pasado años sin que volviera a sacarlos de su reposo. En la segunda fila, seguramente otros tantos títulos que no podía recordar ni tuve curiosidad por la razón de su existencia en mi biblioteca; sus títulos permanecían ocultos por los situados en la primera fila. Unos y otros eran libros olvidados en mi pequeño mausoleo de libros que parecían haber dejado de existir, como cualquier cementerio y sus moradores.

¿Por qué te coloqué en la primera fila? No lo sé, puede que por tu formato de libro «gordo» de 580 páginas, encuadernación cuidada. Quizá porque te comencé a leer y nunca terminé de leerte. O porque estabas de moda y no paraban de salir nuevas ediciones. Probablemente porque te coloqué allí por casualidad: La Sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón.

Y lo he exhumado para que hoy tu libro no sea un libro en el cementerio de los libros olvidados. Estarás ahí, a mi lado en el escritorio, invitándome a que te abra y te lea. No será por mucho tiempo, quizá no termine de leerlo, eso no será porque «La Sombra del Viento» no despierte mi curiosidad, sino porque yo también formaré parte de algún cementerio y del que nadie se acuerde.

Y el teatro sin público

Juan llega a casa y su mujer, después de un beso fugaz, le pregunta: «¿Cómo te ha ido, Juan?. Juan no responde, se va directo al dormitorio a quitarse el mono de trabajo, los zapatos , entra en el baño y se mete en la ducha. La mujer de Juan, que ha advertido un comportamiento extraño en su esposo, le sigue despacio. Juan ya está en la ducha. Desde el quicio de la puerta y apoyada en un lateral, insiste; «Juan, ¿pasa algo?» Juan ya no tiene excusa para tanto silencio y responde mientras se enjabona; «Pasa que han cerrado la fábrica , todos a casa, por el virus ese» . La mujer, inquieta, vuelve a preguntar: «Pero, cómo, ¿despedidos?» El marido le responde:» De momento hablan de un ERTE, que es es una medida de flexibilización laboral que habilita a la empresa para reducir o suspender los contratos de trabajo. Temporalmente, nos han dicho». La mujer, más inquieta aún, pregunta: «¿Y quién te va a pagara ahora?» Juan ya ha cortado el agua y sale del plato de la ducha, coge una toalla y comienza a secarse. La mujer insiste: «¿Te pagarán igual que si trabajaras». Juan responde; «No lo sé, dicen que lo hará el Gobierno». La esposa ya ha dejado de apoyarse sobre el marco y se sienta en la taza del water, la tapa previamente bajada. Tarda en continuar con el diálogo, el esposo también sigue callado mientras se pone un pijama. Súbitamente, como por resorte, la esposa se levanta y se dirige a la salida del cuarto de baño. Juan la sigue y se dirige al salón. Se sienta , coge el mando de la tele y busca algo que le distraiga. La esposa ha desaparecido.

Han pasado tres meses de lo que llaman confinamiento. De un día a otro se anuncia que el Gobierno va a comenzar a hacerse cargo de los ERTE, los afectados podrán cobrar. No hay fecha para que esa anomalía se acabe y vuelva la normalidad.

En la casa de Juan una tragedia es el cuadro que presenta aquel teatro sin público, sin libreto. sin causa ni efecto. La esposa de Juan yace en el suelo, la yugular seccionada y un charco de sangre cuajada. Juan, en la cama, en una postura forzada, yace sin vida. Sobre la mesilla un vaso vacío y una caja de pastillas vacía.

Nunca se sabrá cómo se desarrollaron las escenas que concluyeron con la trágica bajada del telón. Las autoridades lo definieron como violencia de género. Juan la mató y luego se suicidó, según concluyó el forense. La función no dio más de sí.

Yo puedo imaginar muchas cosas, pero todas son impublicables. Seria miserable por mi parte que aprovechara algo así para lucirme como escritor, al no poder relatar los hechos ciertos que sucedieron en el interior de aquella vivienda.

Yo

Hoy me pongo delante de la pantalla, con una entrada nueva en mi página, y me quedo mirando el blanco impoluto de la misma. Sólo arriba del todo, «Añadir título», me invita a dar nombre a lo que voy a escribir. En ocasiones es lo primero que escribo, sólo cuando lo tengo claro. En otras, el título lo dejo para el final, en concordancia con lo que he escrito. En esta ocasión no tengo un motivo que dé nombre a lo que voy a escribir. En realidad ni siquiera sé si escribiré algo. Podría inventarme una historia, un poema, describir un suceso, plantear una tesis, dejar que fluya un tren de palabras, más o menos conexas, que terminen diciendo algo.

Hasta aquí, lo anterior lo he escrito de corrido, pero al llegar al punto, me he quedado en blanco, no sé cómo seguir, salvo esta explicación en forma de excusa. Mientras le doy vueltas y vueltas a mis neuronas, sigo aporreando el teclado. Sigo sin decir nada que valga la pena, creo que debería dejarlo para otra ocasión. ¿Y qué hago con esto que ya he escrito, lo borro? Lo releo, me parece que, sin decir nada, es una forma de decir que no siempre la inspiración viene en mi auxilio. Podría declarar que siento una gran frustración por ser tan anodino que a nadie va a interesar esta entrada si terminan leyéndola, quizá ni siquiera inicien su lectura.

Lo anterior ha permanecido en la carpeta de borrador varias horas. Fuera del ordenador he seguido obsesionado con algo que nunca me había sucedido: con el título en blanco. He barajado varios, todos igual de vacíos de contenido, muy acordes con el escrito. Cualquiera hubiese valido para salir del paso, pero ¿y si pongo un título que por sí mismo haga valioso el texto al que lo aplico? Descarto un sin fin de ellos que me vienen a la cabeza, todos convierten en más malo el texto al que los aplico.

Estaba dispuesto a pasar de algo que carecía de importancia literaria, cuando me pareció encontrar ese título que por sí sólo habría merecido la pena iniciar esta entrada. Lo escribí en su espacio, lo releí en voz alta, y seguí leyendo todo lo que había escrito. Quizá nadie esté de acuerdo conmigo, si digo que hoy he escrito una de mis mejores creaciones. Y todo por un título afortunado. Sí, un título que comprendía todo mi afán por escribir. Ya no importa nada de lo que he escrito, este título sirve para dejar clara y meridiana una cosa: Yo.