Icaro y tú

 

Hoy, M.A. se va a realizar tu sueño de tirarte en paracaídas.  Me lo cuentas, y confieso que me cuesta comprenderte. ¿Has pensado bien en lo que puede ser, más allá de la emoción, del miedo, del vértigo que esos tres minutos suspendido del vacío te van a hacer sentir? Es poco tiempo para que diseñes un plan que aproveche todo lo que significan tres minutos alejado del suelo. Pero si antes de tirarte ya lo hubieses soñado, los sueños son atemporales y pueden permitirte imaginar esos tres minutos llenos de contenidos. Y cuando toques de nuevo el suelo, se te harán presentes sin límite de tiempo. Serán contenidos recurrentes mientras el lugar en  la memoria no se ocupe con otros que hagan insignificantes los primeros. No sucederá, a tu edad todo se vuelve previsible y anodino. Sucede a todos, no te revuelvas molesto mientras lees.

Como estarás pensando sólo en la maniobra y ya no te queda tiempo para ser trascendente, yo lo voy a hacer por ti. Espero que antes, durante o después, mis palabras se conviertan en la película que hará que esos tres minutos tú consideres que han valido la pena.

Sabes que el sueño ancestral del hombre fue volar. ¿Por qué el rey de la creación no poseía la facultad de los pájaros? Cuando la realidad se imponía, el hombre inventaba fábulas que le permitían abandonar el corsé de la previsibilidad a la que estaba condenado. Y así, Dédalo, amante de su hijo Ícaro, quiso que éste fuese contra su destino. Creó unas alas para él, y con ellas voló. Pese a la advertencia de su padre de no acercarse al Sol, pues se derretiría la cera que pegaba las plumas a su cuerpo, Icaro,  ensoberbecido , desoyó a su padre y quiso acercarse al Sol. Icaro perdió sus alas y cayó al mar. Tú caso, en ligera semejanza con el ansia de volar de Icaro, tiene limitado el riesgo. Vas a volar, sí, pero desde el primer instante sólo volarás hacia abajo. Será como si la madre tierra te pidiera que vuelvas a su seno, que no pretendas salirte de tu papel, y que volar como los pájaros no lo previó la naturaleza para hacerlo con los hombres.

Durante esos tres minutos podrás ver muchas cosas que nunca pensaste podías ver. Verás alejados los objetos que te son familiares pie a tierra. Las ciudades indefinidas a vista de pájaro, las casas pequeñas e inimaginables como albergues de seres humanos, los viandantes insignificantes puntos en movimiento, las flores, los bosques, las tierras de labor como manchas de color  sin vida. Todo se difumina en la distancia, y cuando digo todo, también me refiero a todo lo que al hombre le da certeza, placer o desasosiego. Y es que perdemos la real perspectiva cuando estamos en la proximidad de las cosas.

Por debajo de ti, en el primer minuto, puede que veas planear un águila,  y más abajo una paloma a la que intenta atrapar con sus garras. Lo habías observado desde el suelo y no pensaste en cómo evitar el fatal destino de la paloma. Desde tu posición, esta vez superior al águila, habrás deseado competir con ella para hacer que desista de su cruel empeño, y no pensarás que la  rapiña del hombre no necesita volar para matar las aves que se come.  Tres minutos se acortan, y dejarás atrás esa escena previsible. Ya, a pocos metros del suelo, todo volverá a aparecer como lo recordabas, y la fábula de Icaro no habrá sido algo que quisiste emular para ti, tú sólo querías experimentar el vértigo de tirarte en paracaídas.

Pero si lees esto antes de tirarte, te aseguro que conseguirás algo fundamental que te acompañará el resto de tu vida cuando recuerdes tu aventura, y que yo sólo te quiero recordar ahora: que todo lo que existe, en la distancia es muy pequeño.  Tú también, visto desde abajo mientras caes. Y lo digo por si no  habías pensado que el realismo termina imponiéndose.

Empaquetando el cerebro

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Ayer, fue ayer, o fue anteayer, no, quizá fue el ayer o el anteayer, pero de hace una semana, no estoy seguro, y no es que esté comenzando a empaquetar sucesos pasados, para arrumbarlos en alguna sima insondable del cerebro. O sí, o no. Pero podía ser.

Un amigo, con cuatro años más, ya tiene todo empaquetado. Su cerebro ya no ofrece nada; no habla, significa que no tiene nada que decir, no sonríe ni llora, porque su cerebro no tiene nada que sentir, no come, no bebe, para qué, ¿para qué quiere un cuerpo que ni siente ni padece?  ¿Me está empezando a suceder algo así? Así empezó mi amigo, no hace más de dos años. Nada hacía prever que en dos años todo estuviese empaquetado en su cerebro. Lo comentábamos, era cosa de la edad, pero sólo aquellos leves síntomas, no hacíamos fatales futuribles a corto plazo, nos concedíamos un tiempo, incapaces de precisar. No dependía de nosotros, ni siquiera  de retardadores naturales o químicos de la pérdida de memoria.

El mejor neurólogo no había conseguido que mi amigo detuviera o  retrasara visiblemente el deterioro de su cerebro.

No estoy seguro, ni quiero comprobarlo, pero ya he debido antes  escribir algo sobre mi amigo. Quizá sobre síntomas como los que yo ahora padezco. Sería descorazonador encontrar un escrito así, que me pusiese ante el espejo de mi ahora ese soy yo, y apartando la mirada, se hiciese presente el yo de mi amigo en su situación actual. Los destinos son propios, no necesariamente equiparables. A eso me aferro. A veces me enfado conmigo mismo porque no recuerdo tal o cual cosa, generalmente poco importante. Es un estado de impotencia que termino asumiendo como asumo los errores intrascendentes.

De toda esta inquietud vital, algo encuentro positivo. Que no digan mis lectores, ¨José, tu pesimismo es casi patológico, nunca escribes optimista, positivo, así nos tendremos que ir marchado de tus propuestas, con las que no podemos empatizar». Lo comprendo. Así pues, para no ser un estereotipo del gafe incurable, que nada bueno aporta a los demás, termino con ese algo positivo: ¿Y qué me importa a mí olvidar todo aquello que no dejó huella en mi vida?

Ah, se me olvidaba. Y cuando mi cerebro, como el de mi amigo, esté completamente empaquetado, ya no sentiré ningún desasosiego. Amen

Cumpleaños

Homenaje al amigo  en el día de su cumpleaños, versión adaptada a un caso general


Estimado amigo

La vida son luces y sombras, lo que importa es el balance, balance que tú consideras positivo, ¿es así? Lo decía Abraham Lincoln , ”Al final, no son los años lo que cuentan en tu vida, es la vida en tus años”. Hay una prueba infalible que determina la edad que tienes, lo dijo Oscar Wilde, «El hombre viejo cree todo, el de mediana edad sospecha de todo, y el joven cree saberlo todo” Tú mismo puedes hacer el autoexamen para determinar la edad real que tienes.

Y para celebrar lo que consideras la suerte de haber nacido, has querido que nos unamos los aquí presentes para acompañarte, para cantarte el cumpleaños feliz o el por ser un chico excelente cuando la tarta haga su aparición.

A nadie aquí se le ocurriría, como coba máxima, decirte:  brilla más tu rostro que las velas de la riquísima tarta que vamos a comer. Hay gente para todo y no se contiene, aunque produzca vómitos a los demás.

Que tampoco a tu esposa  se le ocurra despertarte  susurrándote al oído algo así como: el día que tú naciste, nacieron todas las flores, por eso en tu cumpleaños, cariño, cantan los ruiseñores. Seria motivo de divorcio, ¿verdad?

¡Feliz  70 Cumpleaños!, Pero, joder!, y los demás días, ¿qué? Hay algo que sí te complacería te dijeran, aunque sonara a falso, como a mí me han dicho en ocasiones: estás genial, parece que tienes 60 años. Es así, vivimos de eslóganes forzados.

Y otra cosa. Los Norteamericanos, diferentes a nosotros en muchos aspectos por esa vena anglosajona de hacer todo al revés, en esto de homenaje al que cumple años, son más consecuentes. Y en el homenaje , no auto homenaje, al cumpleañero, son los amigos los que pagan el ágape, y a éste le sale gratis la fiesta. Aquí no. Aquí, salvo que tengáis dispuesto otra cosa, vas a ser tú el que se rasque el bolsillo. O sea, que invitados, sí, pero en pago te hacemos el favor de no sentirte solo, al menos un día al año.

Y es que sentirse solo es una putada para cualquiera. Un cumpleaños es una de las pocas ocasiones en las que el individuo tiene la oportunidad de sentirse bien acompañado, la consecuencia es que hay que pagarla con gusto y gana. Son gajes de una sociedad estructurada de forma aleatoria.

Pues, nada, yo para hacerme el diferente, no te voy a regalar nada material, que de eso poco tengo y lo cuento todos los días, y como aquellos trovadores de la antiguedad, pobres de solemnidad que recitaban poemas a los señores mientras comían, a cambio de unos mendrugos de pan, he escrito este poema para ti. Espero que lo aceptes, y no por la cena, que soy invitado privilegiado, sino como una muestra de mi sincera amistad.

No desfallezcas, amigo, por los malos recuerdos.
Si el desánimo te acongoja
No vas a morir de desaliento, tampoco euforia.

No ha de humillarse el hombre en el fracaso
Que un hombre como tú, y tu historia
Nunca ha de morir en el ocaso.
Morirá tu cuerpo, pero no tu memoria,
Que alguien la mantendrá viva por ti.
Y contra todos los falsos destinos,
Esperando un cielo o un infierno
Sigue montado en tus sueños haciendo caminos
Que te quedan muchos por recorrer,
Que sólo así serás eterno.

Estar bien o estar mal

Hola, ¿cómo estáis? No necesito que me respondáis, en realidad no me interesa saberlo. Normal, vosotros tampoco estáis interesados en saber cómo estoy yo. Es así, para qué engañarnos. Porque, vamos a ver, es que ni siquiera sé cómo estoy  yo, si me preguntárais,  estar bien o mal es algo relativo.

Probemos si estoy en lo cierto. «Hola, José, ¿cómo estás»?. Perdón, ¿quién me pregunta? ¿He escuchado mal? ¿Por qué te interesa saber cómo estoy? No respondes, no sabes por qué me preguntas. Ah!, es una fórmula cortés. No estoy, pues, obligado a contestarte. O sí, puedo responderte con un «bien» lácónico, y me ahorro ser más explícito. No tengo interés en decirte que en realidad estoy asquerosamente bien, hasta te podría molestar, a quedarte sin salida para seguir conversando sobre lo que significa estar bien. Tú no me preguntarías por qué estoy bien. En cambio, te daría una buena ocasión si te dijera que estoy mal, ya que tú me preguntarías, sin dudarlo, «¿qué te pasa?». Y como acabo de venir del médico, te traslado su diagnóstico, literal: «tienes un feo grano en el culo, que seguro te hace ver las estrellas, muy doloroso, sí, pero puedes alegrarte, porque no es grave». Y tú añadirías, «entonces no estás mal, digamos que tienes un grano en el culo que no es grave» Yo me encogeria de hombros, impotente para contradecirte. Tú, el medico y yo tenemos una percepcion diferente del significado de estar bien o estar mal, te diria. Y pasaríamos a otra cosa, salvo que quisieras darme el remedio de tu abuela para granos en el culo.

Imagina, ahora que te digo que estoy bien, y sin que me preguntes, porque no me preguntarias,  me pongo a desarrollar en qué me baso para afirmar tal cosa,  diciendo que vengo del medico, que le llevé dos prescripciones, una ecografia de abdomen y una analitica de marcadores tumorales, y que de ambas pruebas se deduce que estoy como una  fresca rosa, ni rastros de cancer. Y tu repetirias parecido que el medico, «puedes alegrarte, porque a tu edad es raro no tener alguna cosilla, ni siquiera un grano en el culo». Para mis adentros mascullaria. Cabrón, podias haber dicho «me alegro», pero, no, sólo yo debo alegrarme de estar bien por una especie de suerte, que lo normal es que a mi edad estuviera para echarme a los leones.

Y aqui lo dejo, solo queria reflexionar sobre la soledad con la que nuestro bienestar o padecimiento es un motivo de indiferencia para los demas, todo lo más una ocasion para expresar un cumplido cortés, y si no, haz la prueba. Bueno, tendría que hacer una salvedad, la de la persona que te quiere.

Nuestro futuro

El texto entrecomillado que adjunto es la transcripción literal de la declaración de uno de los personajes de la serie Halt and Catch Fire. Un informático que salió del torbellino brutal de las redes emergentes, suicidándose. Su mente clarividente no pudo soportar la responsabilidad de ser parte cualificada de  la asombrosa ténica naciente y las consecuencias para el ser humano, inerme para encauzarla, y prefirió no ser testigo de su poder destuctivo. Inútil advertencia, pues la ciencia cuando descubre un camino nuevo, lo transita hasta agotar su horizonte. No obstante, me pareció clarificador para todos los que celebramos los avances de la ciencia,  pensando que estaremos mejor y seremos mejor en el futuro. Si la advertencia de este joven no cae en saco roto, quizá podamos realizar un nuevo trabajo de Hércules y poner puertas al campo.

«Yo, (omito el nombre para no hacer spoiler). liberé el código fuente de M. U. Actué solo, nadie me ayudó y nadie me dijo que lo hiciese, lo hice porque la seguridad es un mito. Contrariamente a lo que hayáis oído, amigos, no estáis a salvo. La seguridad es un cuento chino, es algo que enseñamos a los niños para que puedan dormir por las noches, pero sabemos que no es real. Tened cuidado, desconcertados humanos. Cuidado con los falsos profetas que os venderán un futuro lleno de promesas. Falsos mundos con líderes profetas, malos profesores y empresas turbias. Cuidado con los policías y ladrones, de esos que roban vuestros sueños. Pero, sobre todo, tened cuidado con los demás, porque todo está a punto de cambiar. El mundo se abrirá de par en par. Hay algo en el horizonte, una conectividad enorme. Las barreras entre nosotros desaparecerán, y no estamos preparados para ello. Nos haremos daño de formas nuevas. Venderemos y seremos vendidos. Expondremos nuestro yo mas sensible únicamente para que nos ridiculicen y humillen. Seremos vulnerables y pagaremos las consecuencias. No podremos seguir fnigiendo que podemos protegernos a nosotros mismos. Es un peligro enorme, un riesgo gigantesco. Pero valdría la pena si, ojala, pudiésemos aprender a cuidar unos de otros. De ese modo, esa asombrosa y destructiva conductividad no nos aislaría, no haria que al final nos sintiésemos totalmente solos».

Nota.

La palabra conductividad ( no confundir con conectividad) se refiere, en su acepción más general, a la capacidad de los materiales para transmitir la electricidad o el calor. El personaje, no sé si por culpa del doblaje, usa esa expresión en su declaración. Tengo mis dudas. No sé si refiere a la posibilidad, casi sin límite, de transmitir datos vía cable telefónico, ondas hertzianas u otras por descubrir. En cualquier caso, hoy 35 años después, ya lo estamos viendo. A nadie se le escapa este prodigio que permite la comunicación, para bien o para mal, de los humanos. Del uso que hacemos de esta técnica, bien parece que el autor de la anterior reflexión no iba desencaminado. Sólo los que viven a espaldas de ella están a salvo, y no son muchos, probablemente ninguno en el futuro. Mirad cómo  esos seres humanos de hoy, casi de forma unánime, llevan pegado al cuerpo  un artilugio mecánico que los acerca a un cyborg: cascos, teléfono móvil, tableta pc,  etc., y cómo en cualquier lugar en el que se encuentren se los ve desaforados comunicándose con familia, con amigos, con desconocidos, llevando sus perfiles a cualquier lugar del mundo, sin preocuparse de que esa información pueda ser utilizada para fines bastardos. Luego se quejan, sin aceptar que en el pecado llevan la penitencia.

No sé si estoy en disposición de ser un ejemplo. No soy miembro de ninguna de estas doce redes sociales ni de otras de rango inferior, Trabajo me ha costado vencer la tentación. Aún así, en muchas ocasiones me siento desnudo e inerme, sin otro recurso que ignorar que pueda ser utilizado.

San Valentin

Pues eso, que hoy es el día de San Valentin, y al decir de los enamorados, su patrón. Pobres enamorados que necesitan de un empuje para manifestar que se aman. Menos mal que sólo es un día al año y no no hay mal que cien años dure, porque no quiero imaginar que dos enamorados se tuviesen que intercambiar flores, libros, una cena romántica cada día, y qué digo cada día, cada vez que se encontraran en el salón, en el pasillo, en la cocina de la casa. «Amor, toma esto en prueba de mi amor». «Y tú, mi cielo, toma esto en prueba del mío». Y luego se besaran, con mayor o menor pasión. Qué dependencia, señor! Y sin mencionar la noche, en la que ambos estarían obligados a cumplir.

Vale, San Valentín es un santo que hizo cosas para ser santo, y aunque han pasado muchos años para tenerlo como el patrón de los enamorados que necesitan, por lo menos una vez al año para renovar sus votos, ya las firmas comerciales se encargan de recordárselo. En ocasiones, a algún despistado como yo, le llega un correo con un «Hoy es San Valentín, José…»,  y yo dejo todo para ir a comprarle un huesecito a mi perrita Lola, a la que amo. No soy tan escéptico como parezco.

Iba a terminar ahí, que al releerlo por si faltara alguna coma, recordé a los que un día como hoy el amor es un recordar amargo.  Y para ellos este poemilla mío que no dice nada y lo dice todo, según para quien lo lea.

Golondrina,

¿Dónde has estado?

¿Qué otros nidos visitado?

¿Qué otros cantos escuchado?

Dejaste mi corazón enamorado,

¿Lo sabías?

(JDD. 2000)

Pues nada, San Valentín proveerá.

Mario

 

Hoy voy a escribir de Mario

Mario no es un personajes de ficción, aunque, por sus características, cualquiera que no sea yo podría muy bien considerarlo. Mario es tan especial, que muchas veces pienso que no es de este mundo. Sí, porque acostumbrados estamos al prototipo del hombre perfecto, modelo de virtud y también prototipo de hombre cúmulo de imperfecciones, de vicios. Prototipo no es aplicable a Mario, a una cualidad de Mario, que de serlo, sería cambiante según qué circunstancias. En cambio, estereotipo sí podría ser una buena definición, por cuanto se refiere a algo inmutable. ¿Pero inmutable en qué, a qué condición tendría que referirse, a que es perfecto, un modelo de virtud, un cúmulo insuperable de vicios? Llego aquí con la duda de que exista una palabra que defina sin ambages a Mario. ¿Y eso importa? Aunque existan muchas personas que le conocen y surja de sus bocas espontáneamente una definición, cada una de ellas escogerá la que más le acomode. Será, en definitiva, mejor que muchos y peor que algunos pocos. La esencia de Mario es indefinible por principio, Mario está muy por encima de poder ser catalogado. O quizá sí, pero no podré hacerlo yo, que soy su padre.

Mario, mañana cumples medio siglo de vida, y lo que sí quiero y puedo decirte es que te quiero como eres. No cambies, sólo podría ser para peor.

Que tengas un buen día, hijo.

Amaia

Magia, apoteósica, sublile, alucinante, increible, dulzura, puereza, sentimiento puro, desgarro en el corazón, dolor, alegría, calor, hipnotiza, única, diosa, fantasía, maravilla….

Esos y otros muchos adjetivos de parecida expresión de admiración no son sinónimos de un diccionario de sinónimos, son las expresiones que Amaia ha provocado en los que han seguido su aparición en Operación Triunfo, un reality de laTelevisón Española. ¿Y quién es Amaia? Amaia es una concursante hasta ahora desconocida que hace tres meses se presentó a un casting esperando ser elegida. Tenía 18 años, ahora 19, y fue elegida con otros 16 chicos y chicas para pasarse 3 meses en una academia ad hoc, donde serían formados por un elenco de profesores de diversas disciplinas relacionadas con la interpretación musical. Amaia desde el principio destacó por esos calificativos, absolutame merecidos en cada una de sus actuaciones. ¿Y cómo era posible tal portento, y hasta milagro humano, que alcanzara la excelencia de un personaje literario de ficción? Porque no concivo que exista una persona real que pueda acaparar tantas bondades, imposible sin ninguna mácula que la acercara a un ser humano, que tiene que ser necesariamente imperfecto para no ser considerado un mito. No me gustan, no creo en los mitos, y para que Amaía fuese sólo un ser humano,  alguien tenía  que intentar romper esa cadena de elogios interminables. Y lo encontré. Ese alguien dijo de ella: «Es pura bazofia».  Después del shock, me repuse al recordar una frase célebre de Voltaire: «Los prejuicios son la razón de los imbéciles¨. Pero en ese momento no tuve claro el significado de Prejuicio, y me fui a la RAE. La Real Academía de la Lengua define «Prejuicio» asi: «Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal». Podía ser, y yo tenía que añadir algo más: y que pretende brillar por encima de los demás con luz que no tiene.

Pero gracias a ese imbécil había conseguido que Amaia fuese para mí un ser humano y no un mito, y como tal, hacer posible que, a partir de ahora, crea que no todo está perdido, que ocasionalmente un ser humano puede reivindicar el derecho a vivir, y con él todos los demás, aunque entre ellos haya algún imbécil.

 

 

Billy Elliot, semblanza

Acabo de ver la película Billy Elliot, año 2000, premiada con tres Oscars, varios Globos de Oro, un sin fin de Baftas, y yo me la había perdido.

Reír, llorar, mantener un interés expectante desde el primer fotograma. Eso es Billy Elliot. Una historia sencilla para unos personajes normales. Sin embargo, mientras la miras intentas que la historia se acomode a lo que esperas, o más bien a lo que que deseas que suceda. Y no hay sorpresas. Un niño que tempranamente descubre lo que quiere ser. Rodeado de incomprensión, los prejuicios, la precariedad familiar, el intento del padre de imponer la razón de sus testículos, no es suficiente para torcer el destino de Billy. Y no voy a seguir para no pecar de spoiler.

Pero no creo anticipar ningún clímax de esta película excepcional, si me ciño al relato de las sensaciones que me ha producido.

Cuando una película es como una ventana por la que te asomas y ves una realidad, sea ésta amable o cruda, es como si te sacara de tu mundo anodino, sin entrar en otro igualmente anodino,  para vivir algo lleno de vida, es una sensación,

Cuando una película te permite posicionar tu criterio sobre ciertas actitudes humanas y el mensaje que recibes es «no tengas dudas, tú piensas así», es una sensación.

Cuando una película te recuerda que si tú hubieses persistido en realizar un sueño, probablemente lo habrías consegido, es una sensación.

Cuando una película te hace llorar como llora uno de sus personajes, no sólo con ocasión de sentir frustración, sino cuando lo hace por un sentimiento de orgullo, es una sensación.

Cuando,  se termina la película y en un sólo fotograma el clímax que logra te inunda de satisfacción, es una sensación.

Es suficiente para guardar una película que quizá nunca más vuelva a visionar, pero es igual. No he vuelto a releer libros que me causaron sensaciones, porque de forma recurrente vienen a mi memoria recordando las  que me produjeron. Vale la pena que este ejemplo sirva de guía para los que fabulamos historias, porque es frecuente que esas historias sólo causen sensaciones a los que las escribimos.

P.S. Y despues… de ver la peli Billy Elliot con las sensaciones a flor de piel, veo el musical basado en la misma historia. Lástima de subtítulos, no la he encontrado versionada en castellano. Aún así, quiero verla. Supuse que el musical me daría otra dimensión de la que adolecía la película, escasa  en escenas musicales.

Y el musical vaya si dio cumplida cuenta de este aspecto. Qué decir de esta nueva experiencia… Dos horas y media en un mar de lágrimas, lágrimas de emoción, que no fluían por esa condición de ser ya muy mayor y que vivo de nostalgias. Explicar qué nos emociona del arte es una pretensión fatua, porque del arte podemos decir por qué es arte, pero nunca por qué emociona, y no siempre todo lo que es arte emociona y a todos los que lo contemplan. Invito a ver la película y luego el musical. El inglés puede ser una barrera en este último, pero bastarán las imágenes para emocionarnos. Bueno, al igual que en el arte en general, no siempre a todos.

¿Filosofía?

Una amable amiga, coleguilla en esto de emborronar virtuales hojas de papel,  lectora asidua de mis cosas, me llena de rubor cuando me declara su filósofo preferido. De rubor, sí, porque en ese sustantivo yo creo entender todo lo que significa.

En principio, mi amiga me atribuye una dedicación de mi pensamiento: filosofar. Pero filosofar es una actividad del pensamiento  que intenta comprender el porqué de las cosas, razonando sobre sus efectos y causas. Estaría justificado que fuese el filósofo preferido de mi amiga si en mis reflexiones yo aportara algo valioso para ella, que ningún otro filósofo le hubiese aportado.

¿Cómo mi vanidad podría aceptar tal cosa sin causarme la desazón propia de los dioses que se miran entre sí de reojo? Y ¿cómo podría yo presentarme ante ella,  desnudo y que viera mis miserias, o con qué ropajes que las ocultasen? Si toda la filosofía no tiene respuestas para explicarme lo que soy y poder mejor disimularlo, ¿cómo podría ayudar a mi amiga  a conocerse y no hacerse más preguntas sobre sí misma? Y al igual que no dejamos de preguntarnos qué somos y por qué, también sobre todo lo que nos rodea, incluso lo que pudiese existir más allá de nuestra percepción sensorial, la filosofía  está prisionera de sus contradicciones, cuando la ciencia, esa apisonadora de la epistemología, le responde inmisericorde: «Tú, ramera del pensamiento, estabas equivocada».  Y la filosofía se ve obligada a dar un nuevo giro que la mantenga como algo valioso para entretener al   inquieto ser humano.

Y si  doy por asumido que la filosofía no me ha servido para nada, salvo para entretener mis inquietudes, me ruboriza que mi amiga me tome, preferentemente,  como si fuese un oráculo infalible. Debe ser algo así como el amor, que todo el mundo reconoce que es ciego, pero que a él se entrega sin cuestionarlo-

Aún así, amiga, si mis cosas te entretienen, me doy por bien pagado, y, por favor, no me ruborices más con tu generosidad.