O te salvan o te matan

Secuencia de un thriller.

Año 2018 se diagnostica un tumor y es operado

Año 2019 una colonoscopia detecta un tumor recidiva en el mismo lugar que el anterior.

Final del 2019, el tumor es operado.

Surgen complicaciones: una bacteria multiresistente de quirófano que debe aislar al paciente.

Una insuficiencia renal que obliga a sondar al paciente

Un colapso de prostata que tiene que ser operada.

Un ureter que fue dañado con una grapa en la operación del tumor. Sondas renales, sondas vesicales, bolsas para recoger la orina

Operación abierta para reparar el ureter.

Pruebas de imagen para comprobar el estado del ureter

Se descubre un nuevo tumor en la región presacra que crece de forma inusitada.

Hay dos posibilidades: operación quirúrgica invasiva en extremo, puede perder una pierna y no asegura la otra. El colon deberá ser extirpado y colocar una bolsa externa. La otra es someter al paciente a radio/quimioterapia. Se elige esta última

25 días de radio y 30 de quimioterapia, el cuerpo asiste protestando: diez, doce quince veces de vista al water.

Y el paciente pide una segunda opinión. El nuevo oncólogo es claro: la dosis prescrita de quimioterapia es elevada .

Al paciente le queda tiempo para contarlo.

Pueden pedirme los derechos de autor para hacer una peli de miedo

La nebulosa

Estaba yo en esa nebulosa del espíritu en la que nada se concreta, que imágenes difusas te mantienen expectante a la espera de ver lo que no consigue ver tu imaginación, cuando, de repente, se dibujó una silueta irreconocible, pero con aspecto material. Ya era algo a que aferrarse, y necesitado como estaba de darle a mi vida un motivo para que no se desvaneciera en átomos de la nebulosa y confundido con ella, traté de atraparla. En el primer intento sólo conseguí tocarla. Ya tenía la certeza de que allí tenía lo que buscaba; no, lo que buscaba no, lo que esperaba encontrar. Al menos quedaba a salvo mi pesimismo. Lo volví a intentar. Esta vez tuve la sensación de tener algo entre mis manos, pero se escurrió entre los dedos y mis manos volvieron a quedarse vacías. No había lugar para el desespero y la rendición. Llevaba tiempo sin tener la posibilidad de poseer algo tangible y ahora se presentaba la ocasión, ocasión incierta, pero en lo incierto siempre hay una certeza. Me concentré eliminando toda negatividad, ya casi patológica de los últimos años, y me dije: «atrapa esa cosa como sea, es tu salvación». Un acto de voluntariedad que no siempre da resultado, pero, en esta ocasión, podía, al menos, probar.

Al final de probar no sé cuantas veces, en mis manos sólo pude tener algo que me sorprendió: una paloma blanca, que agonizaba. Abría el pico rítmicamente buscando obtener algo de aire, su cuerpo apenas mostraba espasmos de vida. Ya en posesión de todas mis facultades, se me ocurrió presionar su pecho con mis dedos a intervalos cortos, técnica elemental de salvamento. Su respiración se hizo más sostenida, ya no era de agonía. No supe interpretar si estaba recuperándose o muriendo. Acerqué su pico a mi boca y le insuflé aire. Una leve sacudida me indicó que estaba viva. Abrió sus ojos, velados aún por una visión imprecisa. Me desabroché dos botones de mi camisa y la introduje en contacto con mi pecho. No sé el tiempo que pasó, porque durante ese tiempo me dio por darle sentido a la vida, filosofando sin la menor coherencia. La paloma, muerta o viva, sólo me daba una certeza: cuando estamos vivos, creemos que somos materia animada, pero la realidad es que somos sólo una nebulosa.

La nebulosa

Estaba yo en esa nebulosa del espíritu en la que nada se concreta, que imágenes difusas te mantienen expectante a la espera de ver lo que no consigue ver tu imaginación, cuando, de repente, se dibujó una silueta irreconocible, pero con aspecto material. Ya era algo a que aferrarse, y necesitado como estaba de darle a mi vida un motivo para que no se desvaneciera en átomos de la nebulosa y confundido con ella, traté de atraparla. En el primer intento sólo conseguí tocarla. Ya tenía la certeza de que allí tenía lo que buscaba; no, lo que buscaba no, lo que esperaba encontrar. Al menos quedaba a salvo mi pesimismo. Lo volví a intentar. Esta vez tuve la sensación de tener algo entre mis manos, pero se escurrió entre los dedos y mis manos volvieron a quedarse vacías. No había lugar para el desespero y la rendición. Llevaba tiempo sin tener la posibilidad de poseer algo tangible y ahora se presentaba la ocasión, ocasión incierta, pero en lo incierto siempre hay una certeza. Me concentré eliminando toda negatividad, ya casi patológica de los últimos años, y me dije: «atrapa esa cosa como sea, es tu salvación». Un acto de voluntariedad que no siempre da resultado, pero, en esta ocasión, podía, al menos, probar.

Al final de probar no sé cuantas veces, en mis manos sólo pude tener algo que me sorprendió: una paloma blanca, que agonizaba. Abría el pico rítmicamente buscando obtener algo de aire, su cuerpo apenas mostraba espasmos de vida. Ya en posesión de todas mis facultades, se me ocurrió presionar su pecho con mis dedos a intervalos cortos, técnica elemental de salvamento. Su respiración se hizo más sostenida, ya no eran de agonía. No supe interpretar si estaba recuperándose o muriendo. Acerque su pico a mi boca y le insuflé aire. Una leve sacudida me indicó que estaba viva. Abrió sus ojos, velados aún por una visión imprecisa. Me desabroché dos botones de mi camisa y la introduje en contacto con mi pecho. No sé el tiempo que pasó, porque durante ese tiempo me dio por darle sentido a la vida, filosofando sin la menos coherencia. La paloma, muerta o viva, sólo me daba una certeza: cuando estamos vivos, creemos que somos materia animada, pero la realidad es que somos sólo una nebulosa.

Quimio versus Radioterapia

La quimioterapia y la radioterapia son dos féminas que se las traen. Ambas se pelean por ser más eficaces, pero al final ambas coinciden en que matan y causan dolor. La quimioterapia consiste en tomar pastillas, que se distribuyen por todo el cuerpo a través del riego sanguíneo. La radioterapia, en cambio, es más selectiva, sólo actúa sobre el tumor o zona afectada por el cáncer. Ambas matan células cancerígenas y algunas que no lo son. Pero las buenas no suelen ser vitales para que el paciente siga funcionando. Las malas, o cancerígenas, son destruidas, y el resultado esperado es eliminar el cáncer. Para más información, Google.

Quimio y radio son dos supuestos entes con entidad propia. Su actividad les convierte en animados, no se las puede cosificar como sujetos inertes. Este hecho me sugiere que con ellos se puede imaginar un cuento que, aún distópico, puede tener algo de realismo.

Un mismo paciente es tratado con quimio y radio simultáneamente. Radio y Quimio entablan un diálogo poco amistoso.

–No me gusta que me junten contigo –dice Quimio a Radio– pareciera que no confían plenamente en mi eficacia. Has de saber que yo llego a todas las partes del cuerpo y tú no, tú eres más dirigido a un lugar concreto. A ti parece tenerte sin cuidado la metástasis.

–Mi misión–dice Radio– no es ambigua, es selectiva. Mientras tú actúas de forma indiscriminada, matando células buenas y malas por doquier, yo sólo mato las malas. Bueno, alguna vez se me escapa el tiro y le doy a alguna buena cercana, pero mi paciente no sufre tantos efectos secundarios.

–Pues no me gusta que me utilicen contigo–dice Quimio– Así no se puede saber quién es más eficaz.

Eso no debería importarte–dice Radio– trabajamos juntas, y lo que importa es el resultado.

Mientras ambas terapias dialogan. interviene el cuerpo, que hasta ese momento no ha dicho nada.

–No me jodáis con vuestras simples disquisiciones personalistas. Tendríais que tener un poco más de empatía conmigo y , por lo menos, lamentar que, mientras actuáis, me causáis graves disfunciones y molestias. Algún día seréis más finas e iréis a cumplir con lo que se espera de vosotras sin joder tanto.

Quimio y Radio se miran una a la otra y es Quimio la primera en hablar.

–Lo sentimos, y hablo también por Radio, pero así son las cosas hoy por hoy. Llegará el día en que eso no te suceda, pero tú, desgraciadamente, estarás muerto. Así que toca joderte si quieres seguir vivo.

Y el cuerpo, que no tiene más recursos dialécticos, se toma las pastillas de quimio y deja que radio le fríe el tumor y alrededores. Pasado algún tiempo, el cuerpo parece haber olvidado que está vivo gracias a dos métodos terapéuticos que le torturaron. Es su problema haber querido seguir viviendo.

Dibujando esperanzas

Estaba ensimismado mirando a Nia, mi gatita, la que hace cuatro meses rescaté recién nacida y abandonada por su madre callejera. Le hice la foto. No era mayor que mi mano, hoy mide 60 cms. de cola a cabeza, apenas si había abierto los ojos, lloraba, y a mi me latía el corazón esperanzado. Le di un poco de leche con miel y dejó de llorar. Escribí, creo recordar, algo sobre el feliz alumbramiento. Aprendí todo lo que se necesitaba saber para el caso. Le compré su leche maternizada y un biberón para gatos recién nacidos. Mes y medio me levanté cada tres horas para darle su teta de látex, a la que se aferraba cada vez con más fuerza. Cuando soltaba el pezón, aparecía su vientre abultado de esperanza. Una mantilla eléctrica regulada le daba el calor que le hubiese dado su madre. Y se dormía plácidamente.

Hoy es la gata hermosa que veis en la foto. Es curiosa, inquieta y algo salvaje. Tengo las manos y brazos llenos de arañazos y mordiscos. No me ataca para defenderse, lo hace jugando para desarrollar su instinto cazador sin darse cuenta que me lastima. Por la mañana, temprano, se pasea por mi cara mientras duermo. Se acurruca en mi axila ronroneando y masajea mi carne con golpecitos de sus manos delanteras. Es la forma que los bebes tienen para provocar la producción de leche de la madre. Pronto se dará cuenta que yo no soy una madre natural y dejará de hacerlo. No me enfado porque me despierte, es un bonito despertar para un solitario como yo, cargado sólo de nostalgias, que dibuja esperanzas con cualquier cosa. Pero no es cualquier cosa que aún pueda dar una nueva vida mientras la mía se va inexorablemente despidiendo. Nada, por ahora, me impide dibujar esperanzas para mi gatita.

Ya tenía 20 días

De cómo la amistad se termina

La amistad es un sentimiento de proximidad. Esa proximidad puede ser física o no, no necesariamente ha de tener un aliento compartido. Basta con compartir, ya sea en la distancia, motivos que nos identifican como un ente único, inseparable.

Mi pensamiento pudo transportarme hasta ti y sentirte. ¿Qué ha podido suceder para que lo que era atracción ahora sea rechazo? Me exigiste una amistad en una sola dirección, eso no se detecta, se percibe cuando molesta. Podía haber sido tan estúpido que hubiese convertido tu deseo en prueba mayor de amistad, pero la intención era otra: «vamos a ver qué da de sí esta amistad no compartida con nadie más». A partir de esa perversión que nos facilita el cerebro, ya sólo queda probar que es cierta la hipótesis. Es sólo una cuestión de cálculo oneroso, que se acepta para que el resultado evite un mayor desastre.

De una amistad que se evapora, ya sólo queda fijar los términos de la ruptura. Y no hace falta especificarlos, cada parte los guarda en su mente. Ahora toca cumplirlos.

Alea jacta est

Hay frases que son inmunes al olvido con el paso del tiempo. Esta es una de ellas. La pronunciara Julio Cesar parece el motivo para que obtuviera el marchamo para la eternidad. Seguro que cualquier mortal habrá pronunciado esta frase en su idioma en la circunstancia para que se aplica sin conocer su origen. Pero esta frase contiene un significado falso. La suerte no se convierte en un hecho inevitable. Si decimos “ ha sido una suerte que haya sucedido tal o cual cosa favorable”, lo que venimos a decir es que en lo sucedido no hemos tomado parte. Quién o qué ha hecho que sucediera? Un cálculo de probabilidades no nos habría posibilitado influir para que así sucediera, por tanto, la suerte que tengamos jamás podrá ser echada. Dicho de otra forma: hagamos lo que hagamos la suerte no existe. Ni la buena o la mala suerte son preexistentes a la espera de hacerse visibles…

Sobre mi culo

Pensaba escribir sobre mi alma aunque fuese con disimulo. Tampoco sabría decir de qué alma, si sólo tengo una cosa clara, y es mi culo. Si, a veces el alma me duele, será porque no me duele el culo. Al alma se la alivia con sofisticadas técnicas inventadas por los chinos. pero cuando te duele el culo, los calmantes, los masajes, los baños de asiento y, finalmente, los opiacios (morfina), sólo te dejan el culo muerto hasta que vuelve el dolor intenso. Y es, entonces, cuando ves que tu culo no tiene remedio, o sí, escuchas a tu alma que exclama: ¡que te den por el culo!

Esta entradilla viene a cuento porque me he decidido a desempolvar mi página. No es por ningún motivo que me lo exija, es que mi maldito culo no deja de torturarme, y si me callo, alguien puede pensar que José «consiente». No lo consiento. Todo lo que está en mis manos y las de los médicos están tratando que este dolor no acabe con mi paciente actitud y le busque una drástica solución. Diréis: «coño, Josè, no es para tanto, sólo es el culo, a no ser que le otorgues el título de nobleza». Y quizá tengáis razón, ya estoy haciendo lo último antes de que me inunde el pánico: todos los día le aplico quimio/radioterapia. Si gano la batalla, no volveré a hablar de mi culo y sí de mi alma. Palabra.

Gentileza de Grisel. Es un buen comentario

Por qué no estoy

No es una excusa; no es que no tenga ya ideas o diminuida mi capacidad motora, no es que haya comprendido que esto de escribir y esperar que me lean no es una forma de alimentar mi ego, no es que esté postrado en el lecho de muerte total o parcial, no es que haya mandado a la mierda muchas de las cosas que me caracterizaban. No, nada de eso y más es la excusa.

Es que en mi última consulta medica, entre’ andando y salí con la sensación de hacerlo en una silla de ruedas de última generación, eléctrica y con mandos para dirigirla. Excusa perfecta para, de forma definitiva, dar por finalizado un ciclo de mi vida y comenzar otro desconocido.

De alguna forma tendré que dar la razón a los que aseguran que la muerte no es el final.

Dar la razón no es aferrarse a ella. Quizá no ha llegado para mí la cercanía de poder comprobarlo en todo lo que falte por morir. Por eso voy a hacer un último intento de que tampoco esta posibilidad sea la excusa para dejar de escribir, aunque, por ahora, no puedo distraerme mientras espero la sentencia. Mi cerebro, ahora, dispone de un único hemisferio, que sólo procesa en una dirección: pensar a ver cómo salgo de esto.

Y por favor, amigos y amigas que me leéis, no intentéis darme otras salidas, todas, aún, están abiertas o entreabiertas.

Escribir

El proceso de escribir es harto complicado, incluso para los que han desarrollado el habito y aporrean las teclas casi si pensarlo. Por supuesto que nunca supe cómo lo hacían los grandes escritores, me remito a mi única experiencia.

Creo haberlo escrito alguna vez: cuando me pongo a escribir no tengo una idea preconcebida que luego desarrollo con mayor o menor fortuna. Tampoco una historia que elabore mi mente en sus aspectos elementales. Ni una historia escuchada y nunca escrita. Lo vuelvo a repetir: escribo una palabra y esa me lleva a otra y sucesivamente a una frase que ya quiere decir algo. A partir de ahí, ya comienzo a desarrollar una idea que se ajusta a esa primera frase. Una vez que comienzo a hilvanar algo que me empuja a seguir desarrollando lo que, finalmente, termino considerando que hasta ahí he llegado y no va más, doy por terminado el «asunto». Lo releo, corrijo y lo envió a mis pacientes amigos, por si les apetece leerlo.

Podría asegurar que no soy responsable de lo que escribo. La responsabilidad no nace de juntar palabras que terminan diciendo algo, poco o nada. En ese juego nunca pienso que voy a ganar ni ser juzgado por afirmaciones que se me atribuyan. Quede claro que son las palabras las que me empujan y que no puedo sustraerme a que, una vez escritas, digan algo inteligible; en ocasiones quisiera decir lo contrario, pero nunca encuentro las palabras adecuadas.

Quizá esta confesión sea extemporánea, y que debiera asumir lo que escribo como único responsable, pero da lo mismo. En ocasiones releo cosas escritas hace tiempo. La reacción es siempre la misma: ¿escribí yo esto? No moriría por defenderlo como mío.

¿Que no es una forma ortodoxa de escribir? Quizá. Será por eso que nadie en el futuro me recuerde como autor de tal o cual cosa. No me preocupa. Cuando muera, alguien, ya decidido, se ocupará de extraer de todo lo escrito algo que le parezca aprovechable, y será suyo en exclusiva, yo sólo le habré cedido las palabras.