El árbol que quiso perpetuarse

A un árbol centenario, perdido en medio de la selva, con ramas a las que ya no llegaba la sabia, con una corteza arrugada, con grietas hasta el corazón, residencia de pájaros, monos, abejas, alguna ardilla inquieta, una culebra y un sin fin de bichejos innominados, a ese árbol, digo, le salió un retoño tardío. Que era suyo se podía comprobar porque no era un árbol independiente, con sus raíces en el suelo, éste había surgido de una de la raíces que se hundía en la tierra a la vista del árbol centenario. Era como si estuviese en gestación, unido por el cordón umbilical a su progenitor. Tenía no más de medio metro de altura, hojas brillantes y de aspecto traslúcido. Parecía estar orgulloso del árbol que le daba vida, se sentía seguro a su lado. No le iba a faltar de nada mientras crecía, cuando el árbol centenario muriera, él ya sería adulto, capaz de valerse por sí mismo. Sería, también, albergue de muchos animales, rejuvenecería aquel bosque, haría la vida posible proporcionando oxígeno.

Un hombre se acercó. Portaba en sus manos una motosierra, miró la copa y su inclinación, se situó en el lado apropiado, justamente donde estaba el retoño, le molestaba y lo cortó. El árbol centenario abandonó la vertical y cayó despacio, sin un lamento. Despojado de sus ramas, de sus nidos, de su sombra, ya sólo era un tronco listo para ser transportado al aserradero. ¿Y el retoño? Ya cuento que molestaba al leñador.

Y Roberto despertó

En los días que siguieron, Roberto vivió en un desasosiego permanente. Los chats con Rosa se espaciaron, no encontraba la forma de hacer compatible aquellas ligeras y desinhibidas conversaciones de antes con una realidad nueva a la que tenía que hacer frente. Tenía un par de meses para preparar un encuentro en las mejores condiciones posibles, hubiese sido insensato no hacer nada, salvo esperar el momento del encuentro con Rosa. No es que creyera que podía revertir los estragos de la edad, pero algunas cosas eran mejorables. Su sobrepeso le daba una figura que contrastaba con la grácil de Rosa. Se fijó un dieta severa, se apuntó a un programa intenso de Gimnasio; necesitaba bajar su peso unos 15 kilogramos. Se miraba con frecuencia en el espejo y encontró que dos cosas pedían algún tipo de remedio: quizá un peluquín, no muy ostentoso, que tapara la calva con muchas manchas de pigmento de melanina senil. Lo segundo, e inevitable, suprimir una verruga que le había salido a la izquierda de la nariz, casi como un garbanzo, diagnosticada benigna, pero que ya se había acostumbrado a ella hasta entonces y siempre dejó el suprimirla para otra ocasión. En su farmacia habitual pidió consejo para un tratamiento intensivo de su cara; aquella piel hirsuta le daba un aspecto rechazable, incluso ante un contacto mínimo con la nacarada piel de Rosa. Roberto rechazaba cualquier veleidad de tipo sexual que le venía a la cabeza; encontraba que pensar en algo así mancillaba la idealización que había ido forjando en su larga relación con la joven. Nunca había pasado de insinuaciones que terminaban en «si yo pudiera…» A rosa le gustaba provocarlo planteando supuestos inverosímiles, que terminaban provocando la risa de ambos. Pero ahora se iban a encontrar, y en la cabeza de Roberto sonaba de forma reiterada la frase de Rosa: «estas cosas mejor improvisarlas». ¿Qué podían improvisar en aquel encuentro? A Roberto, incluso, le desagradaba pensar en hacer el amor a Rosa; él caería muy cerdo y ella muy putilla, no había otra definición para algo así.

Todo lo que planificó Roberto lo fue realizando con disciplina espartana; lo descrito y algunos otros detalles menores, como vestuario, elección de restaurantes donde comer, visitar algún lugar típico de la ciudad… Cada día apuntaba en una libreta algo nuevo que se le ocurría.

En los chats que siguieron Roberto se mostró distante; Rosa, en cambio, parecía excitarse más a medida que se acercaba el momento. Roberto, porque no quería alimentar expectativas infundadas; Rosa porque era en ella natural jugar aquel juego divertido.

Un par de días antes de la fecha fijada para volar a Madrid, Rosa le dijo a Roberto que se alojaría en una residencia de estudiantes que, para aquellas fechas de vacaciones, estaría vacía de estudiantes habituales. A petición de Rosa, Roberto le facilitó un teléfono de contacto, le llamaría para quedar y encontrase. Este detalle aumento más, si cabía, la inquietud de Roberto; ya no era un futurible, se veía real y a fecha fija.

Y el teléfono sonó, el contestador automático se puso en marcha, era Rosa al otro lado: «viejo, que ya estoy aquí, y qué cerquita de vernos de verdad, no como imaginamos tantas veces. Si te parece, he visto que cerca de la residencia hay una cafetería que se llama «Afrodita». ¿Curioso nombre, verdad? Pero, querido, no estaré sola, una amiga íntima conoce nuestra relación y le excita la posibilidad de conocerte, ¿no te importa, verdad? Bueno, pues estaremos sobre las 8 de la tarde, que ya habremos acabado con el programa fijado para el viaje. Chao, querido, te espero impaciente.

Roberto no fue a la cafetería Afrodita, tampoco abrió el ordenador ni escuchó ningún mensaje telefónico. Por algún tiempo visitó a un psicólogo que le ayudó a superar aquel sentimiento de … ridículo. La realidad le devolvía su yo, tan vanamente desfigurado.

El viejo, preso de la RED

Rosa 07/05/19 01:14 a.m. Hola, hermoso

Roberto 07/05/19 01:14 a.m. Hola, Rosita

Roberto 07/05/19 01:14 a.m. Me iba a la cama

Rosa 07/05/19 01:14 a.m. Uy!, ¿me llevas contigo?

Roberto 07/05/19 01:15 a.m. Si pudiera…

Rosa 07/05/19 01:16 a.m. Llévame con la imaginación

Rosa 07/05/19 01:18 a.m. Yo estoy preparada. ¿Quieres saber qué llevo puesto?

Roberto 07/05/19 01:18 a.m. Estamos a seis horas de diferencia horaria, supongo que un vestido bonito, una falda cuatro dedos por encima de la rodilla y una blusa bastante escotada. Dime tú.

Rosa 07/05/19 01:19 a.m. ja, ja, ja…! Te equivocas, no llevo nada, hace calor, estoy sola en casa y pensé que así estaría mejor para ti.

Roberto 07/05/19 01:19 a.m. Me vuelves loco, pequeña. Ya no tengo edad para estos juegos. Y todo termina en frustración, porque no tengo esperanzas de llegar a verte.

Rosa 07/05/19 01:19 a.m. Será que sí, será que no, que pronto nos veremos los dos.

Roberto 07/05/19 01:20 a.m. No me abrumes.

Rosa 07/05/19 01:51 a.m. Va ser que sí. iré a España en viaje fin de carrera, será en Agosto. Y quiero verte y que me veas. ¿Podrás estar en forma para entonces, mi viejo querido?

Roberto 07/05/19 01:53 a.m. Uf! Me va dar algo. ¿De verdad, no me estás engañando? Rosita, Rosita, no sabría qué hacer. ¿Sabes lo que eso significa para mí? Tanto tiempo sólo imaginarte y tanto tiempo llenando de gozo mi soledad, sin esperanza. Ni siquiera una foto tuya que me acercara a tu realidad. No sé si podrá resistir mi cansado corazón el tenerte cerca, tocarte, aunque sea un poquito.

Rosa 07/05/19 01:58 p.m Esta soy yo, de momento de espalda. No quiero que me ames por mi físico, como soléis a menudo hacer los hombres. Me verás de frente cuando me tengas delante.

Roberto 07/05/19 01:58 p.m.¡ Por dios, Rosita!, ya sólo me faltaba esto para volverme loco. ¿Cómo pasarme esto a mí? Yo, un viejo de setenta y… No, no es posible. Mira, si de verdad vienes y nos vemos, seré tu abuelo, siempre quise tener una nieta, o tu guía para enseñarte algo de España, quizá mi invitada de honor. No sé qué podría hacer que fuese coherente.

Rosa 07/05/19 01:60 p.m. No tienes que hacer nada, viejo querido; estas cosas mejor improvisarlas. Ahora te dejo, tengo que hacer algo fuera de casa. Seguiremos, acuéstate, es tarde, y mañana me cuentas qué has soñado. Un beso, querido.

Roberto no durmió apenas esa noche. Mil vueltas le dio a la foto, imaginado a Rosa de frente. En todas la veía como una criatura angelical. Pero también estaba lleno de zozobra pensando qué podría hacer él para causarle buena impresión. Roberto sí le había enviado fotos, todas diez años más joven, de buen parecer entonces, eso, los poemas, la delicadeza con qué la había tratado en los correos y chats, quizá fueron del gusto de Rosita, que no detectó la intencionalidad de su viejo amigo español. Y la intencionalidad de Roberto era clara: retener aquella joven como objeto de deseo íntimo, algo por el que agradecer a la vida la suerte que tenía. Pero el juego era inocuo tal y como se venía desarrollando hasta ahora. ¡Qué diferente era lo que ya no era un juego! Un juego en el que con toda seguridad él saldría perdiendo, no tenía ningún as en la manga, y ella tenía todas las cartas para jugar con él como quisiera. Porque si aquella visita se producía, Roberto ya no podría seguir soñando, la realidad se impondría con crudeza, y Rosita habría sido sólo un mal sueño.

Y al autor le gustaría dar a Roberto una oportunidad. El entusiasmo puede ser compatible con la angustia de enfrentarse a la realidad. No puede esperar que Rosa le ofrezca nada como contrapartida a sus poemas, tampoco sueña con eso. Pero sí puede esperar de Rosa un cariño cercano a lo paterno filial. Si se toman a broma las insinuaciones, más o menos calientes, que se habían cruzado en los chats y correos, ninguno debería sentirse frustrado si no se plantean lo que, en ocasiones, se plantearon como un juego.

Pero todo lo que yo añada será considerado interés de parte. Necesitaría que una lectora expresara su opinión sobre algo así, que no es raro como parece.

El teléfono explícito

¿Qué tienes para cenar, María?… Vaya, no eres muy original, eso ya lo hiciste la semana pasada… Estaba muy bueno, si… Bueno, pero luego me tendrás preparada una sorpresa… No, no me refiero al postre… Pues a eso que estás pensando… Claro, yo también lo pienso, ¿algo especial?… Mira, eso está bien, ya me cansaba de lo mismo… ¿Lo compraste hoy?… ¿Cómo que hace un mes, y lo has tenido guardado tanto tiempo?… La ocasión siempre es buena, sólo hay que ponerle imaginación y ganas… Y dime, ¿por qué precisamente hoy?… Ah, claro, es nuestro aniversario, qué memoria la mía… Pues yo no he pensado en nada, como no me acordaba… No te enfades, mujer, sabes que tengo muchas cosas en la cabeza; el trabajo me absorbe… No estoy justificando nada, antes de ir por casa me pasaré por una tienda… ¿Tienes algún deseo especial?… Sí, me refiero a qué te gustaría para celebrar nuestro aniversario?… ¿Cómo?, María, no te pases… Sí, es un día muy especial, pero tampoco es que celebremos el habernos conocido, eso ya lo hemos hecho alguna vez… Qué sí, que tal que hoy nos casamos, y eso la gente lo celebra… No, no me niego, pero la moderación es un valor añadido… No seas bruta, María, qué cosas se te ocurren… Para eso te tengo a ti y tú a mí… ¿Qué estás haciendo qué?… No, María, espera a que llegue… María, te digo que esperes… ¿Has cortado?… Mujeres, no hay quién os entienda.

Estar

Vamos, José, no decaigas, aunque nada hay ganado, tampoco hay nada perdido. Para empezar, aún estás aquí, podrías no estar, podrías estar y no estar, podrías, podrías… Ya ves, tantas posibilidades como combinación de palabras con estar como verbo. Elige, tú que puedes, la descripción que más te convenga. Puedes estar a medias, es un estado cómodo. No te exiges más, te conformas. No te imaginas el coñazo que es estar a pleno rendimiento; siempre exigiéndote mantener el nivel. Estando en la frontera de estar y no estar, caer más bajo lo aceptas como inevitable; subir un peldaño, siempre lo vas a celebrar. También se puede estar a verlas venir. Y es aconsejable. En ese estado no padeces de la angustia que sobreviene al fracaso, porque el fracaso no existe. Eres un espectador de futuribles, si alguno es malo, no te afectará gravemente; pero si es bueno, lo tomas como una lotería que te acaba de tocar. Ya nos explicaron en la escuela que ser no es lo mismo que estar. Ser es un verbo radical; se es o no se es, y punto. Estar es un verbo contingente, se está o no se esta, depende. En ese «depende» está el quid, el toque mágico que convierte todo en esperanza. Aférrate, pues, a ese verbo que te permite conjugarlo como te apetezca: estoy, he estado, estaba, estuve, estaré, estaría, habría estado… Todo es posible desde tu voluntad. Aléjate, pues, del verbo ser, ese excluyente soy, era, seré, sería, he sido, habría sido… que te deja inerme ante el pasado, presente y futuro.

Quizá lo anterior no es de lo mejor de mi pensamiento, pero me permite volver a la cama a retomar el sueño; son las 5 h. de la madrugada,

Mi cerebro

Pensaba en la salud de mi cerebro. En la objetiva valoración del estado de mi cerebro cuando él mismo intenta superar una prueba, sea cognoscitiva, funcional, sensorial, emocional, la memoria, esto que estoy escribiendo, etc. Mientras en esto pensaba, cambiaba de canal en la televisión por ver de encontrar algo que me atrajera. Y, por arte de magia, pico en un canal que estaban hablando del… ¡cerebro!

Es un documental con base científica, con alguna hipótesis, pero que no invalida nada de lo que expone.

Vamos perdiendo masa cerebral. Cada década de nuestra vida, nuestro cerebro se va encogiendo; muerte de neuronas. Si llevas una vida sana: alimentos , ejercicio, ausencia de estrés, etc. puedes mantener tu cerebro, aún encogido, plenamente funcional; se moverán tus manos, verán tus ojos, oirán tus oídos, te emocionarás, sentirás los desengaños, recordarás lo importante, podrás escribir una historia de amor. No notarás que tu cerebro ya no responde como lo hacía, salvo excepciones que tú ya no relacionas con tu cerebro.

Pero no podrás evitar que una proteína se meta en tu cerebro y colapse las comunicaciones neuronales y, entonces, tu cerebro pasará a ser un diagnóstico: alzheimer, demencia senil, la expresión viva de la nada.

Y todo eso, que parece un relato macabro, es una realidad en la que todos guardamos cola.

Por el momento, intento no colarme para llegar antes.

Amaia

Amaia, pequeña, ¿a dónde quieres llegar? Este viejo ya te adoraba, ahora te desconoce. Te seguí en Operación Triunfo, y en muchas ocasiones lloré de emoción. Comencé a creer en Dios, sólo así me podía explicar aquel surgir de la nada y llenar la nada de promesas. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y tu silencio me llenaba de vacío. Pero ahí estás, espléndida, no tanto como mujer, que también, sino como artista, y esto me desconcierta. ¿Qué es un artista? Es alguien que, con su obra, trasciende la estética y te penetra en el alma llenándola de mariposas. Eso es lo que yo he percibido escuchando-viendo tu sencillo «El Relámpago». Porque ahí no hay el recurso mercantilista de una canción pensada para vender o para llenar de ritmo cuerpos de jóvenes desinhibidos; en tu sencillo hay arte, sólo pensado para llenar el alma de mariposas, como de ellas está mi alma llena. Y «te miro en las fotos, pero no le doy al corazón». Cosas de la edad.

Y a mí qué…

Son las doce, medianoche. Me disponía a ir a la cama. No es normal que me acueste tan tarde; las 10 es lo habitual. Me duermo enseguida que caigo en la cama. A las 2 o a las 3 me despierto; mis huesos y mis músculos son un revoltijo que no consigo enderezar. Tengo que levantarme, paso por el baño y luego a la cocina, donde tomo alguna bebida fría o caliente, también algo dulce. Mientras, miro displicente la televisión; nada que atrape mi interés. Vuelvo a la cama. Consigo dormir, esta vez 4 horas seguidas; toda un proeza. Me levanto a la siete, visito el baño, me visto informal y vuelvo a la cocina. Un desayuno simple: un zumo de naranja, café descafeinado con leche y una tostada con aceite de oliva y miel.

Mientras desayuno, vuelo a mirar la televisión, la única ocasión que la miro. Informa sobre un atentado con cientos y pico muertos. «¡Vaya!», me digo, «ya tengo en que pensar todo el día».

Pero el día discurre, y en ningún momento se me ocurre encender la televisión para actualizar la noticia. Tampoco ojeo los periódicos digitales. Hago mil cosas anodinas para matar el tiempo. Sí, al acostarme, una ráfaga sobre el atentado pasa por mi mente, dura un par de segundos. Me duermo nada más caer en la cama.

Esa edad, de claroscuro

y IV

Luces y sombras sin llegar a la euforia y al tenebrismo. Esa edad en la que todo lo sueñas y nada deviene en realidad. Quince, dieciséis, diecisiete… Estudias, apruebas los exámenes, pasas al siguiente curso. Justificas el esfuerzo de tus padres que se restringen de muchas cosas para que a ti no te falte nada. Nada, palabra que entonces significaba sobrevivir a duras penas. La escasez de recursos llegaba a traumatizarte. Pero reuniendo de aquí y de allá las monedas que me daba mi abuelo o mi tío, conseguía algo imprescindible para no hundir mi autoestima: los domingos, después de ir a misa de 12 (medio día), íbamos al cine matinal, ¡mi novia y yo!, pagando yo, como era costumbre y exigencia. Y digo bien, mi novia y yo; porque en el instituto creo que me enamoré de una chica del mismo curso y creo que a ella le sucedió lo mismo. Esto, que parece normal, no dejó de ser un hecho poco común a edad tan temprana. Y si lo fue, debió ser porque aquella novia fue luego mi esposa hasta que la muerte de ella nos separó, como el cura que nos casó nos pidió que prometiéramos. Sólo es un apunte en el que no quiero explayarme.

Y de esos años apenas recuerdo anécdotas dignas de ser contadas, será porque la rutina era absoluta y nada nuevo se movía. Los años se fueron sucediendo y, sin darme cuenta, me hice mayor. Comenzaba la exigencia absoluta de valerme por mi mismo.

Doy por terminada esta mini biografía. Renuncio a contar más cosas, me estoy poniendo triste, quizá porque me doy cuenta, ahora, que soy un hombre sin pasado.

Ese hombrecito a media cocción

III

Y comienzan las urgencias. El cuerpo, a los quince y pocos años ya no se conforma con medias tintas. Las jóvenes están ahí, con un desarrollo provocador. Ya se insinúan con la mirada y la falda por encima de la rodilla. Observando los animales domésticos, los pájaros, los insectos, te muestran sin pudor qué hay que hacer. Pero no es fácil para un joven aparearse. Ellas están advertidas. No existen medios anticonceptivos, salvo la marcha atrás, que casos hay no ha funcionado a tiempo. A quedarse preñadas es un temor casi obsesivo, mejor no perder la cabeza cuando la cabeza es todo deseo imparable. No hay manera, todo se queda en el poder y no querer. Cuando todo falla, en un pueblo vecino una mujer tiene el remedio, pero el estigma no sabe quitarlo, y la joven, a buen seguro, se quedará para vestir santos. Ir virgen al altar forma parte del ajuar de la boda. Eso sí, con las debidas precauciones, ellos y ellas se entregan al manoseo integral, hasta que aquello termina pareciéndose a lo que se pretendía.

Al margen de algo tan sustancial, el mundo no se acababa para los chicos. Se peregrinaba al único cine que había en otro pueblo; cada pueblo ofrecía su plan. Los domingos, después de ir a misa y comer, en grupo o por separado se iba al cine. Al cine y a visitar a «La Guarra», que así era llamada por todos. Una mujer de mediana edad, no recuerdo si soltera, viuda o abandonada por su marido, sin medios de subsistencia, pasaba por ser la desvirgadora oficial de la comarca y alivio para los no favorecidos por la madre naturaleza, y de eso vivía. Por su casa y alcoba pasaba todo aquel, incluidos jóvenes quinceañeros, que precisaban de sus servicios. Por el módico precio de 25 pesetas y la voluntad, se salía de allí más contento que unas pascuas. Siendo considerada un bien común, el médico del pueblo la tenía controlada.

Yo estudiaba en el instituto de la capital. Estaba a diez kms. del pueblo, espacio que recorría a diario en bicicleta cargado de libros y la fiambrera donde mi madre me ponía el almuerzo. Era un privilegiado, quizá por ser hijo único, pues los demás de mi edad se quedaban en brazos de su padres atendiendo las faenas del campo; serían los futuros labradores, casi analfabetos.

Pero eso será contado en otra entrega.