Ya no era tan niño, demasiadas hormonas

III

Atrás iba dejando esa edad en la que la miseria es tu hábitat natural, no vislumbras otra cosa, te adecuas a ella y tratas de sacarle el mayor partido posible: juegas, sueñas, lees cuentos y los vives, y si tienes hambre siempre hay algún mendrugo que llevarse a la boca, y si no un nabo o fruta del tiempo y local, pues no llegaba otra de allende los mares como ahora. Comenzaba, pues, otra etapa de la vida, esa prepubertad que altera el orden de tus neuronas y te prepara para ser hombre con un cometido específico: perpetuar la especie. Nada diferente al resto de los seres vivos, quizá con una diferencia: la hormonas, el combustible de las neuronas, no permitían descansar al cuerpo debilitado por la desnutrición y le exigían un esfuerzo que sólo compensaba al que lo ejercía. No existía otro voto de castidad que el que pedía el cura en confesión, ni siquiera públicamente desde el púlpito, y ese voto, si lo incumplías, no servía para otra cosa que ser castigado con tres avemarías y un padrenuestro, así que gusto al cuerpo, que mañana me confieso del pecado de tocamientos. Porque por entonces, las mamás no le hacían la cama a sus jóvenes hijos o hijas como ahora, ¡que va!. Ningún joven osaba tocar a una joven, si no era en el baile de las fiestas del pueblo. Aquel contacto consentido y vigilado, sólo servía para mojar la cama esa noche. Por supuesto que el contacto no era de hierro contra imán; entre ambos cuerpos cabía una señora que vigilaba atentamente. Pero ellas tampoco estaban exentas de padecer de escaseces, que paliaban, seguramente, con algún procedimiento que nunca llegue a conocer, pero que aparentaban estar tranquilas y nada dedicadas a entregarse por imperio de la naturaleza. Con diez años, más o menos, me eche una novia, como se decía cuando dos niños se confesaban , el uno al otro, que eran novios. Los dos jugábamos al escondite en el pajar de los padres de ella. Los encuentros se convertían en revolcones, magreos aquí y allí hasta que alguien parecía que se acercaba y nos recomponíamos con premura; el caso es que, o no sabíamos qué más podíamos hacer o había que dejarlo para hacer acto de presencia en nuestras respectivas casas, antes de que nos corrieran a cintazos. Los instintos no habían tenido tiempo de encontrar una entrada a lo desconocido. Los besos dejaban tumefactos los labios, los dientes eran una cancela impenetrable. No existía, pues, el verbo penetrar.

Pero habrían de venir tiempos mejores. Como de aquellos polvos vinieron estos lodos, la niñez solo fue un ensayo para la gran representación que tendría lugar años más tarde; esos quince años de fuegos fatuos que hacían del cuerpo un guiñapo y del alma una luciérnaga que alumbraba la noche; en realidad todo era noche.

Seguirá…

Y yo era un niño de cuento

II

En invierno sólo se disponía de tres medios de calefacción: el brasero bajo la camilla, el fogón de la cocina y el fuego de la chimenea. Pero no daba el presupuesto para encender los tres a un mismo tiempo. La chimenea se encendía por la tarde si quedaba leña de podar la cepas de la viña. El brasero por la tarde noche mientras se cenaba y se oía la radio; aún no se pensaba que algún día pudiese verse la imagen. El fogón desde media mañana para cocinar. Si no había colegio, mi madre colocaba una pequeña silla al lado de la boca del fuego, yo me encaramaba hasta aquel tinglado, me sentaba y me calentaba la entrepierna mientras leía tebeos o resolvía cuentas de multiplicar y dividir. De ese fogón se extraían algunas brasas, que junto a pedazos de carbón de leña, llenaban la estufa, una lata de sardinas vacía que, como un incensario, era portada a la escuela por todos los niños para soportar el intenso frío; el maestro pedía encarecidamente que no echaran humo, por eso de no morir calentitos con el monóxido de carbono. Recuerdo que a un niño pijo un compañero le gastó un broma de las que llamaban de pueblo: por debajo del pupitre le dejó caer en su estufa una caja de restralletes, unos diminutos explosivos que se utilizaban en el recreo como diversión, inocuos pero muy ruidosos. La clase se convirtió en una juerga, imposible de poner orden por el maestro. El maestro nos dejó a todos sin recreo por no decirle quién había sido el de la broma. A medio día, se abría la fiambrera y se comía en un receso lo que las madres habían puesto para almorzar. Terminada la escuela, sobre las cinco de la tarde, se regresaba a la casa al mismo tiempo que la cabra que, con el resto de las que tenía el pueblo, salían de mañana a pastar en el monte cercano conducidas por un pastor y su perro; todas, a su regreso, se dirigían a sus casas respectivas con las ubres llenas de leche, si no estaban preñadas; la leche era alimento básico en la dieta, como lo era el cerdo que cada familia engordaba y sacrificaba por navidad. No, no era la edad media, de aquel entonces sólo han pasado setenta y pico años. Es sorprendente que mi cerebro guarde aquellas vivencias con total nitidez y que con ochenta años no pueda recordar qué hice ayer. Lo que si creo es que vale la pena rememorarlas y contarlas, hasta parece que haciéndolo ha tenido sentido tu vida. Seguiré, no teniendo nada mejor que decir, contar, escribir, soñar…

Era un techo para vivir

I

La casa tenía una fachada de piedra de sillería, todo un lujo. La puerta con dos cuarterones que permitía tenerla cerrada de medio cuerpo para abajo y abierta de medio para arriba. El cuarterón superior sólo se cerraba por la noche y en tiempo inclemente, daba luz al interior. El suelo de tierra prensada endurecida con boñiga de vaca; no olía. El interior tenía varias dependencias que se distribuían en dos dormitorios, una cocina y un estar comedor. Los muebles, algunos heredados, tenían cierto empaque, se podía ver que pertenecieron a los abuelos, bisabuelos acomodados. Los colchones de borra eran cómodos si se mullían a diario. la cocina disponía de un fogón de carbón y en algún lugar había una ventana pequeña casi obstruida por una fresquera, una caja de madera con una rejilla, preludio de los frigoríficos modernos, conservaba los alimentos algo refrigerados hasta que olían. No faltaba en algún lugar un fuego con chimenea; en el invierno calentaba algo la casa. A pesar de los muros sobredimensionados, la casa en Invierno, con temperaturas rondando los cero grados, era fría. Por las noches, sólo tres mantas sobre la cama te proporcionaban que el cuerpo se calentara a sí mismo. Todas las casas contaban con sobrao, una especie de altillo donde se guardaban algunos productos del campo para tiempo de escasez. No existía ducha, tampoco water, se lavaba uno con una palangana y se evacuaba las heces y la orina en el corral, las gallinas lo dejaban limpio. Una cabra, un cerdo, un gato semi salvaje también ocupaban la casa, eran imprescindibles. Las paredes se adornaban con fotos de calendario a las que se le había puesto un cristal y enmarcados con cinta adhesiva. No faltaba una imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro en el estar comedor y un crucifico en el dormitorio de los padres. Las ventanas se adornaban con visillos y alguna entrada a las dependencias con cortinas. En el corral había un pozo, de él se sacaba agua para el gasto de limpieza y abrevar a los animales; para beber y cocinar se iba a la fuente del pueblo con un cántaro de barro. Un pequeño sótano guardaba el vino cosechado de la viña, duraba poco, sólo era un par de garrafas y una pipa de 50 litros.

Esa, a grandes rasgos, fue la casa de mi niñez. En los pueblos de Castilla sólo el veterinario, el médico, algún vecino acomodado que era, a la vez, el alcalde, disponían de algún lujo; pero pocas casas podían presumir de tener la fachada de piedra de sillería, como la nuestra.

Seguirá…


El poema del horror

Estoy desolado, el poema «Posesión»sólo es, o pinta, un cuadro de posesión sexual llevado al extremo del paroxismo amatorio. ¡Qué fenómeno!, habrá mujeres que echan de menos un macho así. A otras les asustará, sin duda, la posibilidad de encontrarse a un carnívoro salvaje así en la cama. Todo parece que el posicionamiento general, público y privado de los lectores, es circunscribirse a una imagen: la de un acto sexual extremo. Me salvo, algo, cuando Elsa habla de metáforas. ¡Claro que es una metáfora en su conjunto!. Pero no un conjunto de metáforas Amor/Horror que lo convierte en una hipérbole.

No voy a repetirme, ya me excedí en explicarlo. Sólo añado una cosa: si los poemas hay que entenderlos al pie de la letra, entonces la poesía es una prosa mal escrita.

Letras muertas: Posesión

Posesión

Si por mí fuera, mujer
Abriría tu pecho con mis dedos
Como el que descorre una cortina
Tomaría tu corazón en mis manos
Y lo abriría como una granada madura
Succionaría primero su sangre
Después me lo comería
Hasta sentirlo muy dentro de mí

Si por mí fuera, mujer
Rasgaría tu sexo con mis dedos
Y tomaría la vagina en mis manos
Para hacerme con ella una piel
Que cubriera todo mi cuerpo
Hasta sentir todo mi yo dentro de ella

No quiero otra forma de poseerte
Entiéndelo así, mujer
Es mi forma de quererte
De una sola vez
Hasta la muerte
(JDD. 2001)

Algunas aclaraciones, desde mi punto de vista, a propósito del poema, (o lo que sea; lqs) anterior, y porque ha suscitado controversias que se alejan de mi intención al escribirlo.
Lo que voy a decir, a propósito de “Posesión”, parte de un principio que yo siempre utilizo casi de forma temeraria, cuando de especulación se trata: es exclusivamente mío. Nunca tomo le más mínimo apunte hecho al caso por otros prestigiosos epistemologistas, puesto que, como digo, todos partimos de una especulación. La consecuencia es obvia: lo que yo diga es profundo, superficial, nuevo, viejo, razonable, subjetivo, coherente, un despropósito, verdad indemostrada, ficción…
Mi poema, o lo que sea, no es una manifestación oportunista, retadora, epatante por anticonvencional y extrema. Mi poema, olqs, no es un propósito oculto de llamar la atención valga lo que valga.
Dicho lo anterior, “Posesión” no es la descripción pretendidamente lírica de un salvaje acto sexual.
“Posesión” es la descripción literaria de un efecto sin conocer, por ahora, la causa.
“Posesión” no es la descripción extrema del amor, convencionalmente diluido en mil y una formas amatorias de deseo y entregas, de protocolos y técnicas.
“Posesión” no es la descripción de algo deseable por el ser humano.
“Posesión” es un acercamiento a la causa primera, desconocida, partiendo del efecto obtenido en el laboratorio de la imaginación.
Tengo para mí que no estamos aquí para vivir, sino para perpetuar la vida, en una misión cosmogónica alucinante. Cuando no lo hacemos, simplemente contravenimos las leyes naturales que nos han sido dadas por razones que permanecen esotéricas. ¿Química-Física? No se sabe. ¿Explicación bíblica o teológica de diversos credos? Solo una elucubración de los hombres que buscan explicación a los misterios por aclarar; incompleta en todo caso.
Naturalmente, todo lo que yo diga sobre la causa es otra elucubración más, por lo que sólo cabe imaginarse esa causa por su efecto, como antes digo, provocado “ex novo”.
“Posesión” está dividido deliberadamente en tres partes. En la primera el ser vivo (hombre en este caso) masculino, expresa su deseo primigenio de fusionar si vida con la esencia de otra vida que le es necesaria para su perpetuación, y que le está próxima. El deseo de incorporarla a su propia esencia no es racional, sino impulso vital.
En la segunda parte se escenifica en su máxima expresión plástica el acto del mecanismo que convenimos en llamar copulación, al margen de otras connotaciones puramente sexuales que serían los “atractivos”. En la copulación, y hasta donde es posible, hay un momento (el orgasmo) en que pareciera que el macho sintiera el impulso de penetrar todo él en el órgano receptor; en ese mismo instante, si la sintonía es perfecta, la hembra siente el impulso de recibir todo el aporte que el macho le pueda entregar, y en una despersonalización recíproca de los elementos que dan origen tan pronto sus respectivos impulsos se dan por “satisfechos”. Naturalmente, el hombre penetra hasta donde le es posible, y la mujer lo recibe hasta donde le es posible, en una comunión imperfecta de instintos primarios pero eficaz.
En la tercera parte, sólo es la manifestación de un deseo, supuestos superados los imponderables, que no se satisface pero que se “siente”. Por eso no se dice “amarte”, sino “quererte”, en el sentido de “tenerte”

En definitiva, si algo representa mi poema , o lqs, es un misterio al que yo sólo le dispenso un pequeño hueco en mis inquietudes.

Letras muertas:Fuego en el alma

Rescatado de la palabra muerta

El sol se oculta en la noche. Conjetura de presagios. El fuego prendió la llama. Pájaros desorientados. Los nidos deshabitados. Y los árboles que claman.

Tengo dos ventanas que me asoman al mundo. En una de ellas lanzo en destellos mis palabras y recibo imágenes de otros hombres; por la otra, esta vez mis ojos miran atónitos. No había sido así antes. Por ésta ventana buscaba hoy la calma a mis tempestades internas. El mar me quedaba a la espalda y no vislumbraba vida en el agua imaginada. Frente a mí, cuando la ensoñación me embarga, miro hacia el horizonte cercano; poso mi vista desvaída en las colinas y busco algo de vida, quizá para yo sentirme vivo. Todo, sin embargo, está quieto: las casas del pueblo, las rocas, los árboles, y hasta las luces vespertinas que alumbran las cocinas, los dormitorios urgentes. Todo está clavado como en un lienzo De repente, algo imperceptible parece que aletea. Si no fuera de noche diría que es una bandera flameando al viento. Una columna de nubes negras asciende hacia el cielo. ¡Es un fuego!, exclama mi mente racional. Y lo sigo observando, ahora preso de una cierta fascinación, a medida que el viento, ocasionalmente violento, sopla fuerte para animarlo. No parece que se extinga en sí mismo por falta de elementos nutrientes, sino que aumenta a velocidad inusitada. Ruido de sirenas, luces intermitentes se dirigen hacia el enemigo. Los hombres toman precauciones en la noche. El hombre se sabe solo y siente el aguijón de la supervivencia que le impide ser un héroe. Me figuro a Dios haciendo de Nerón, complacido del espectáculo. Y la montaña, antes cubierta de pinos, arde para enfriar aún más las almas de los hombres.De la no vida observada, he pasado a la contemplación de la muerte. Esta vez no son gentes humildes; es un hermoso pinar. Pero yo quiero saber si la muerte de un pinar es menos insoportable y dolorosa que la muerte de un pueblo, aunque éste sea inocente. Busco entre mis libros. Encuentro uno olvidado con un título: “Plantas superiores”. Busco, acelerado el pulso, en el índice: “Pino de montaña”. Hojeo hasta la página. “Sí, éste es”, digo mirando la fotografía. Y leo. “El polen escapa en la primavera de los sacos polínicos que están en la piña en forma de mazorca ( y pinta el símbolo de la masculinidad). Las escamas de las piñas (y dibuja el símbolo de la feminidad) capturan el polen y luego se cierran de pronto muy sólidamente. El tubo polínico no llega a los óvulos más que el mes de junio o julio del año siguiente. Fecundado el óvulo, la semilla estará madura hacia finales del mismo año”. El libro no dice si sufren, si lloran los pinos por las gestaciones interrumpidas, por los jóvenes retoños, por la desgracia de morir sin comprenderlo. Pero yo estoy seguro que igual que nosotros. Los pinos no escriben elegías, por eso yo lo hago por ellos. (J.D.D. 2001)

La resaca de vivir

La resaca es un malestar general que sobreviene cuando se ha hecho un exceso. Los excesos pueden ser variados: bebida, comida, decisiones a contracorriente, sexo desmedido, etc.

Resaca tiene nombre diferentes en el mundo hispanohablante, excepto los países que se enumeran al final de la lista, como:

Por extension al exceso de bebida, la más común de las resacas, creo oportuno señalar otras causas.

Voy a considerar sólo una de las arriba enumeradas: «decisiones a contracorriente». La resaca que produce este comportamiento embota los sentidos tanto o más que la ingesta excesiva de alcohol. Ayer yo tomé una de estas dicciones, y hoy tengo la consiguiente resaca. Hoy me siento mal en general, no me ubico en el espacio tiempo de la realidad cotidiana, cierro los ojos y temo abrirlos por si delante tengo un fantasma o un abismo, trato de buscar respuestas coherentes y sólo encuentro la angustia de verme solo.

Pero tengo mi ordenador abierto. Una pagina nueva está delante, el cursor parpadeando. Vacilante, comienzo a teclear. La página se llena de palabras. La resaca parece que va desapareciendo. Vuelvo a ser yo con otra resaca permanente, la que produce el exceso de vivir. Para ésta no hay remedio.

Propósito

Este blog se queda sin comentarios. En realidad era letra muerta. Letra muerta es, también, todo lo que escribo; nada tiene seguro de permanencia. En ocasiones me pregunto a qué conduce este empreño mío de escribir y escribir, si al día siguiente ya no existe para nadie. Una obra si pretende ser imperecedera, debe su autor, en primer lugar, creérselo él. Si eso sucede, debe ser lo suficientemente humilde para aceptar que, quizá, no lo sea para los demás, los lectores. Porque sólo los lectores conceden vida eterna a una obra. Una vida efímera carece de sentido, como lo es la de cada uno de nosotros si no damos algo a la vida que nos trascienda.

Os preguntaréis a qué viene esto, anunciado y ejecutado al mismo tiempo. Es difícil responder, incluso para mí que soy maestro en eso de mentir sin mala intención. Digamos que hoy tenía que hacer algo diferente y no dejarme llevar por la rutina. Y no se tienen a mano tantos recursos alternativos, era seguir o no seguir con lo mismo.

Los lectores que, en alguna ocasión, hicisteis un comentario, no debéis tomarlo a desprecio, lo que comentasteis ya tuvo, en su momento, un significado importante para mí; desconozco qué impresión obtuvieron otros lectores. Si bien lo pensáis, si todos terminamos desapareciendo, parece normal que también desaparezcan nuestros testimonios, si no fueron guardados para sostener la vida. Borrar esos comentarios es como cuando cualquiera de nosotros borramos correos, mensajes, whatsApp´s porque, además de llenar nuestros ordenadores o teléfonos y bloquearlos, ya nunca volvemos sobre ellos. Ni siquiera nos paramos a discriminar, borramos todo y comenzamos de nuevo a enviar y a recibir.

Este blog, por supuesto, continua abierto a todos vosotros, si queréis comentar algo de lo que escribo. En algún caso muy concreto no subirá para ser público; debo cuidar que esta página sea un lugar de encuentro amable, respetuoso con las formas y todo lo irrespetuoso que queráis con el fondo.

Sólo una cosa más. Se me asegura que mi soledad me va a ser insoportable. Pero es que el que se vaya es que no tenía que estar aquí.

Nahui Olin

No había oido hablar de ti, o quizá sí y pasaste a ser rescoldo de mi olvido. Demasiada mujer para este soñador con insomnios frecuentes que interrumpen hasta las mejores escenas de amor. Y si nunca estuviste, como si no quisieras pasar desapercibida para ningun hombre, hoy alguien te ha presentado justo al alba, entre dos luces, a este hombre que te tenía ignorada. Leo su crónica y veo en su autor esa pasión impostada que todo escritor intenta deslumbrar con ella la verdadera figura del personaje. De terlo delante le habría dicho:»Cabrón, te vales de esta mujer para tu lucimiento personal». Porque después he leído otras cosas de ti, buenas y malas. De ti se ha dicho todo: Diosa, puta, artista del cosmos ¿…?, insensible, apasionada, revolucionaria de lo establecido como norma, amada por los miserables y odiada por los poderosos, ninguneada por los poetas de justas poéticas y pintores de galerías de arte y canapés. Sí, todo eso te ha rodeado mientras te extinguias sin que en tu tiempo nadie echara mano de oficio para buscarte un lugar más allá del éfimeto sol y colocarte en la eternidad, aunque sólo fuese un símbolo.

Y esos ojos que parece me están mirando incrédula, yo los miro como si fuesen lo único que de ti vale la pena, lo único que nadie entonces ni ahora, quizá nunca, pondrán en duda, porque sería como negar la esistecia del Universo.

A partir de hoy, con permiso de mi flaca memoria, me despertaré cada día, y al abrir mis ojos no quisiera ver otros que los tuyos.

P.S. Escribí lo anterior sin darme cuenta que pecaba de lo que censuraba. Nunca un escritor, mejor o peor, podrá sustraerse a un cierto lucimiento. El mío ha sido evidente cuando termino mi escrito con una aseveración que estoy lejos de sentir. Los ojos de Nahui Olin son, ciertamente, bellos, pero no suficiente para que me hagan perder la cabeza.

Del amor unilateral

Tenía 21 años, los sueños rotos, las esperanzas todas. Era un ingénuo. No imaginaba que la vida no se conquistaba a golpe de imaginación, sino de realismo. Y un catálogo de realismo ya lo había llevado a cabo al pie de la letra: la miseria, el desencanto, el amor sin metas, alguna decisión heróica…

Con 21 años no hay nada ganado ni perdido; tampoco se juega a una cosa o a la otra, sólo se deja uno llevar.

Había ganado y ahorrado algun dinerillo lavando platos en un restaurantre de Estocolmo y llenando sacos de guisantes en una fábrica de alimentos en el sur de Suecia.

Esa fue la salida que le dio a su fracaso como universitario, en una carrera interrumpida por falta de medios, incluso para comer y alimentar un cerebro exigente.

Ya sabía francés, por haberlo estudiado en el colegio: Ya sabía sueco, por haberlo estudiado con una sueca en la mejor de las aulas, pero el inglés sólo comenzaba a hablarlo y a mal entenderlo.

Con el dinero ahorrado se sintió un viajero privilegiado, antes todos los trayectos los había hecho en auto-estop. Tomó un tren hasta Francia, luego un ferry hasta Inglaterra, luego un autobús hasta Edimburgo. Y alquiló una habitación a media hora, andando, del campus universitario.

Había una cafetería siempre repleta de estudiantes. Parecía el lugar idóneo para comer barato y para ligar alguna joven estudiante que estuviese dispuesta a dialogar por signos los pensamientos y con las manos trasmitiendo el lenguaje de los sentidos.

Era una joven menuda, rubia sin entera definición, vivaracha pues era escocesa. No era de esas féminas capaces de levantar cualquier cosa con sólo mirarla; era idónea para evitar la mayor parte de los inevitables momentos de silencio que se producen cuando se está en otra cosa. Se trataba de hablar, él para aprender Inglés, ella para atraer la mirada de su español de carne y hueso.

A los tres meses, los ahorros comenzaban a menguar peligrosamente y el joven creía haber alcanzado un nivel de inglés aceptable. Ya carecía de sentido continuar en un lugar elegido con la idea previa de ida y vuelta. La joven escocesa no pareció percibir el desenlace de aquel curso intensivo de lengua… inglesa. El tampoco veía que su decisión de regresar a su país pudiese ser una tragedia para la joven profesora. A esa edad se es bastante insensato con lo que siembras y no cosechas.

Un amigo, que había hecho en el campus en sus horas libres, le escribió tiempo después en una postal lo siguiente: (traduzco) «Querido amigo. Después de tu partida, Ana cayó enferma víctima de una gran depresión, de la que le han quedado secuelas irreversibles. Todos sabemos que no supo entender y asimilar que te fueras. Nadie aquí te reprocha nada. Sólo te lo digo por si quieres compartir su dolor.»

Fue un detalle. No es frecuente, pero sólo compartiendo el dolor se reduce la culpa.