ARY, Vesta, Celia, Tere…y las que nunca se dejaron ver.

Y las tuve en mi correo privado, no se dejaron ver por aquí, eran  de Ecuador, Malasia, China, Gran, Bretaña, Italia, Francia, R. Dominicana, Perú, Venezuela, Paraguay, Estados Unidos, Canadá, etc.

No son parte de mi equipaje, si han estado en mi órbita, será porque ejercí sobre ellas una especie de atracción gravitatoria. Cuando me vaya, pasarán a ser cometas errantes, diluidas en el infinito espacio de la materia oscura.

Me hicieron el honor (así se dice) de tenerme presente en algún momento, pero yo no soy un caballero y no tuve para ellas palabras de agradecimiento.

José

p.s. La china me ha sido fiel durante muchos días y ahí sigue. Al final descubrí que no sería mi geisha, ¿o las geishas son japonesas?,  me leía para practicar el español. Y se «leía» mucho con mis cosas.

 


 

Grisel, o el roble en llamas

Toca hablar de una mujer fuerte como un roble.  Pero hasta un roble puede ser destruible, y si es por el fuego, puede brindar un bello  y largo espectáculo. Esa ha sido durante mucho tiempo la fascinación que me ha producido mi relación con Grisel.

Pero yo no quiero asistir a ese final.  Cómo aligerar mi equipaje de esa perspectiva antes de que suceda, antes que lo lamente?

A ti, Grisel,  te voy a sacar de la maleta en la que pensé llevarte conmigo, fuiste tú la que así lo quisiste,  podrás seguir fascinando mucho tiempo más del que yo dispongo.  Si a partir de  esto notas en mí  un cambio de actitud, no será porque hayas dejado de interesarme,  será que habré dejado de ser tu espectador favorito. Puede que sea así desde ahora, porque seas tú la que me prive del espectáculo.

Pero si no estás tú, por siempre recordaré una imagen: la de tu rodilla desnuda mientras tomabas el sol en la playa.  Soy un sentimental de las cosas pequeñas, no puedo remediarlo.

José

p.s. Esto lo escribo a las 3:30 horas a. m. entre sueño y vigilia. Le doy a enviar, por si cuando esté completamente despierto, lo considere un mal texto literario.

 

Rebeca , o la maleta vacía

En mi suicida actitud de irme aligerando de equipaje, libros, música, no podía soslayar algo que vamos acumulando en el tiempo: la amistad. Pero como vengo diciendo, la amistad es para mí un ente abstracto, y debo acotar lo que es el afecto, tangible, de la amistad abstracta, medible con la medida del aprecio recíproco.

De lo que estoy escribiendo tendré que aceptar que donde sería que había afecto, sólo era amistad. Paquita, Elsa ya están acotadas, aligeradas de sobrecarga emocional. Espero que agradezcan que ser sincero es más valioso que ser un caballero.

Me dispongo a escribir de Rebeca.

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¿Acto heróico o estupidez?

Hay muchas formas de hacer el estúpido, diferente a serlo; el que es estúpido raramente reconoce que hace estupideces. Yo, por si acaso, sólo me pregunto.

Alguien pensará: este tío está majara (loco), por lo que he hecho y voy a contar.

En mi escritorio aparece imperturbable un icono de una aplicación típica de Apple: iTunes. Desde que recuerdo, mi afán fue acumular música en él, una comprada, otra pirateada. A veces abría esa aplicación, sólo por la inercia, y me contaba que el monstruo estaba allí en forma de canciones, artistas, tipo de música, las más escuchadas, etc.. También me escupía que en total pasaban de nueve mil cosas con música como motivo. Y me hacía esta reflexión: «¿en algún momento tendré el deseo de escuchar de nuevo esto, aquello, a este o aquel?» Con desdén pasaba de un archivo a otro sin tomar esa decisión que justificaba la existencia del monstruo. Y  no viendo la necesidad de parecer estúpido, comencé a llevar a la papelera los que ni recordaba por qué los había guardado allí. Pero esa operación dejaba una cantidad inmensa de amnistiados, que en un principio me pareció que eran intocables. Y viendo que o todo o nada, que con ser mucho el espacio que ocupaba aquella desmesurada fonoteca, tampoco hacía peligrar que por falta de espacio no pudiese seguir guardando mierda como un Diógenes moderno;  al ordenador le quedaba otro tanto de aguante.

Y sin pensarlo, sin razonarlo, como si me suicidara tirándome al vació, en edición pulsé «seleccionar todo». Comprobé que aquella mancha azul lo había anegado todo, y sin razonarlo, sin pensarlo, pulsé «eliminar todo». Desde Abba hasta Beethoven y todos los demás que esperaban ser escuchados, al menos una segunda vez, se evaporaron. En su lugar, iTunes me animaba a usar su condescendiente buena voluntad para acoger todo lo que se me ocurriera. 

Me quedé pensando: «¿es una estupidez o un asesinato lo que acabo de hacer?» Si era uno u otro el caso, yo era un asesino o estúpido en serie, pues algo así había hecho con mi biblioteca.

Pero como otra forma de ser estúpido es ser trascendente, borré de mí toda culpabilidad y sentimiento de ser un estúpido diciéndome: «lo que decía en otro post»: «he de llegar a la meta ligero de equipaje.»

Y para que no vuelva a tener una pulsión irracional, debo pensar, dede ya, qué voy a hacer con los cincuenta mil  folios que he escrito. Quizá alguien quiera guardarlos por mí, hasta que un día abra el archivo y se pregunte: «¿para qué?»

¡Ha!, como mi ordenador es más inteligente que yo, aún guarda todo lo que borré en «la papelera», es como si esperara que le dedicara unas exequias antes de incinerarlo. Demasiado pretencioso. Muertos para mí, aún seguirán vivos para alguien. Acabo de eliminarlos definitivamente de mi vida.

Elsa, o el camino soñado

Elsa me escribe en privado. No transcribo su escrito porque ella lo ha querido así. Pero mi respuesta ha de ser pública, sólo así podré darle las gracias por haberme soportado.

Y esta es mi respuesta:

Elsa, mi sutil amiga, compañera, nunca fuera de tono, nunca arrepentida de haberme conocido. Y yo, que no sé comportarme adecuadamente, quisiera enviarte algo que estuviese en consonancia contigo. Pero no sé hacerlo, nunca lo intenté con nadie, me hubiese parecido falso. A esta edad intentar cambiar es imposible, cuando lo pienso, inmediatamente me pregunto: ¿para qué? Y no hay respuesta. 

Ya todos los caminos convergen, Elsa, los andados y los por andar. El horizonte se echa encima y sólo se divisa una meta. En esa meta no habrás alcanzado ninguna gloria, no habrá aplausos por tu hazaña, tampoco pitidos por tu mal hacer; el público levantará el culo de la grada y se irá a su casa. Tú, exhausta, mirarás atrás y te consolarás pensando: «no sé ni como he llegado hasta aquí y para qué»
No quisiera, Elsa, que mis palabras te cambiaran el rumbo. En tu caso, distinto, te mueves en pos de una meta luminosa, piensas en aplausos y coronas de laurel, las piedras en el camino no consiguen hacerte caer, sólo lastimar. Pero del dolor tú siempre sacas una sonrisa, crees que sólo el dolor te hace merecedora del destino que crees merecer. Así piensas, pero te equivocas, el dolor hace que te preguntes: «¿ por qué me castigas, vida, es una forma de merecer la gloria?» Y esa pregunta, suspendida en el aire, hace que sigas esperanzada; la esperanza es un señuelo, Elsa.
Me preguntas si tengo novia. Esta pregunta me recuerda a alguien que dijo: «no hay cosa más estúpida que ser un poeta viejo”. Procuro, en esto, no ser estúpido.
El beber, tequila, debe ser porque nadie te controla el dopaje. ¡Sigue con él, coño!, al menos cuando llegues a la meta, en el silencio que te rodee, podrás gritar: ¡que me quiten lo bailado! 
Casi prefiero que en lugar de quererme, mucho, me acompañes. Si hay otra vida, te prometo ser diferente, a tu altura.
De esto, que acabo de escribir, quiero que llegue a alguien más, por eso lo pongo en mi blog.
En tu honor.
José

El Génesis más probable.

AY a Dios, después de crear el Universo, no satisfecho de aquel tótum revolútum sin sentido racional de orden ni concierto, le dio por pensar que algo tenía que hacer para sentirse un dios en todo su significado de ente único, que debía justificar su existencia y de paso entretenerse, pues esa fue su intención primera.

Y tomando un poco de materia, la amasó con algo de agua. Con sus divinas manos comenzó a darle forma a aquel pegote informe. Poco a poco el barro maleable se fué pareciendo a una cosa  que a Dios le comenzó a animar. «¿Y qué hago yo con esto?», pensó. «Haré que se mueva con cierto orden, no como todo eso que anda por ahí», (se refería al Universo). Y soplando aquella cosa, ésta comenzó a moverse, a dar saltitos y cabriolas. Dios se partía de la risa. «Me gusta, seguiré perfeccionándolo». Y dicho y hecho, primero lo cubrió de pelo para distinguirlo del resto de la materia. Luego pensó: «¿y si hago que diga algo y así podré conversar con esta cosa? Por entonces a Dios, que no estaba en todo,  no se le ocurrió un lenguaje inteligible, y aquella cosa comenzó a emitir unos sonidos  guturales que no había dios que los comprendiera, pero bueno, como no se le ocurría otra cosa, lo dejó así. Y entonces, como aquella cosa parecía no estar contenta con su existencia solitaria, Dios se dijo: «no es bueno que esto esté solo, haré otro para que le acompañe y no me dé a mí la lata con esos gruñidos». Dicho y hecho, ya con la experiencia de la cosa creada y, con su sabiduría divina, le quitó un poco de barro  y con algo más hizo otra cosa que se le parecía. «Vaya, ¿y si los hago a mi imagen y semejanza, de forma que  solos puedan hacer otros como ellos  mismos y pueblen alguna de esas cosas tan grandes que van por ahi (se refería al Universo) y que no sirven para nada? Y Dios no se lo pensó dos veces: «multiplicaos y poblad todo eso que se me fue de las manos, así habrá valido la pena». La verdad es que a Dios no se le ocurrió cómo podían hacerlo, fueron aquellas dos cosas las que se las ingeniaron, descartando coger barro y hacer como Dios había hecho con ellos. Así se inventó, aprovechando alguna diferencia entre los dos, lo que ya por siempre se vino en llamar follar para tener descendencia. Pero como, visto lo visto, toda obra de Dios era imperfecta, más por su indolencia que por su infinita capacidad, aquellas cosas le cogieron gusto a aquel asunto  y, además hacer otros como ellos, frecuentaban la práctica, a veces con tal desenfreno que Dios les prohibió practicarlo si no era para lo que era.

Pero Dios, al que se le había ido la mano una vez más, no pudo o no quiso controlar que sus criaturas se comportaran y los dejó a su libre albedrío. Tampoco era cuestión de privarles de alguna alegría.

Y en esas estamos, follando a diestro y siniestro como actividad principal y secundaria para tener descendencia. Dios, de vez en cuando, se enfada porque aquello no lo previó, y les aplica consecuencias  en forma de efectos secundarios. Algo consigue, pero termina aceptando que la jodienda no tiene enmienda. Más que nada porque no fue su invento, y a lo hecho, pecho.

 

 

Sin equipaje

Hoy he vendido mi casa, mi vivienda habitual. Un suceso así pareciera no merecer otra consideración, salvo la sentimental que conlleva cuando despojarse de algo material es el hogar, el lugar bajo techo que ha guardado durante años la intimidad de mi familia, que nos ha protegido de la intemperie, que constituía nuestro pequeño mundo habitado.

Pero para mí es algo más, con ser mucho lo indicado. Hoy no estoy contento, si esa era mi decisión a la que nada ni nadie me obligaba. Siento que ya estoy ligero de equipaje, que ya puedo emprender el vuelo sin nada que me lastre. Esta consideración pudiera entrar en contradicción con el hecho de estar triste. Son dos sentimientos distintos. ¿Por qué llora la gente cuando un devastador incendio quema sus casas? Sí, el seguro o el gobierno les compensará y podrán tener otra casa, pero no será ya su hogar, será un refugio a su desolación. En mi caso, el vuelo ya no encontrará otra rama donde posarse, en los días que me queden sólo podré refugiarme en la nostalgia. Dudo que esta pueda parecerse a la calidez del hogar.

 

Paquita, o lo que no está definido

Por pereza del lenguaje, solemos meter en el mismo saco de una palabra todo aquello que se asemeja. Pero lo que se asemeja es, por definición, diferente. Mucho o poco, sería apropiado tener una o varias palabras para cada caso en aras de la precisión. En la palabra «amistad» sucede que no  tenemos la forma de distinguir, salvo formas retóricas, una amistad de otra, y la usamos como común denominador genérico. Decir que se tiene algo de amistad es como decir que una mujer está algo embarazada. Decir  de alguien que es tu gran-mejor amigo es casi un oxímoron, pues, de inmediato, estás devaluando al resto de tus amigos. Horrible decir de alguien que es tu amigo del alma, una amistad que raya en la cursilería falsaria.

Dicho lo anterior, decir que Paquita (Francisca Jimenez) es mi gran-mejor amiga o mi amiga del alma, vamos, ni se me ocurriría como delirio retórico.

Pero tengo que definir qué es Paquita. de forma precisa, para mí , que no dé lugar a duda. De tu esposa, de tus hijos, de cualquier familiar no se utiliza la palabra amistad, con todas sus retóricas variantes, para definir tu relación sentimental.

Paquita no tiene ningún lazo de consanguinidad conmigo, sin embargo, no me parece que acierte a meterla en el  mismo saco de todos mis otros amigos. La relatividad de la palabra amistad, de la que ya he hablado en otro post, me indica que amistad con Paquita no es real, ni siquiera una definición para salir del paso si alguien me preguntara. Tampoco compañera, como alternativa.

No recuerdo cómo Paquita y yo nos conocimos, pues tengo la sensación de que se hunde en el pozo del tiempo. Los recuerdos con Paquita son multilaterales, no se corresponden con un flechazo entre ella y yo. Mi esposa la quiso no como una gran amiga ni como una amiga del alma, para ella era como una hermana. Para mi hijo y su primer amor con una hija de Paquita, fue como una madre condescendiente, algo celestina, en connivencia con la hermana. Su hijo y mi hijo compartieron aventuras. Y para mí y para mi hija, Paquita era de la sutil familia que se admite con satisfacción y forma parte de la cotianidad. El esposo de Paquita, un gran tipo, era algo como yo, indiferente ante lo que sucedía, apenas si me relacioné con él.

Así pues, Paquita si ha de definirse como amiga, deberá suprimir en el concepto lo políticamente correcto, esa forma hipócrita de adornar la amistad. Paquita y yo, o así lo entiendo, nos podemos decir lo que nos parezca, como en familia, sin que ello haga poner en duda un lazo que trasciende la amistad.

Escribo esto sin cotejarlo con Paquita, pero espero que ella lo suscriba, y si no, es igual, es mi sentimiento, que hoy se amalgama con los recuerdos dando lugar a algo diferente.

 

 

Soliloquio

Cierro los ojos, no me gusta lo que veo, busco refugio en la esperanza y los abro, todo sigue igual.

Hoy lo doy por perdido, busco refugio en la esperanza esperando que mañana todo haya cambiado. Si no es así, cerraré los ojos y esperaré una señal. La señal deberá atravesar mis párpados, sólo así los abriré.

Mientras hoy aún existo, mañana no es seguro. Puede suceder que nunca más abra mis ojos para comprobar que mi esperanza era fundada. Tampoco si valió la pena que amaneciera un nuevo día.

¿Y ayer? Ayer esperaba que hoy todo cambiara, no pensé en el pasado mañana. ¿Qué tipo de suerte he tenido que exista en el hoy para vivir la frustración de comprobar que todo sigue igual?

Voy viajando en el tiempo hacia atrás, y mi recuerdo no me lleva a un día que haya quedado gravado en mi memoria, seguro que quise  que pasara al día siguiente con la esperanza que todo fuese distinto. 

Con un pasado que no me gusta, con un hoy que no me gusta, con un mañana que no es seguro exista para comprobar que, al fin, todo ha cambiado, sólo le pido a la vida una respuesta: ¿tampoco yo te gusto? Si es así, no seas cruel y acaba ya.