Y si yo fuese una rosa…

Os vi encerradas en el capullo y os dejé dormir.

Esperaba que vuestor despertar fuese glorioso

en un parto que hablaba de vida, de vida eterna.

Y me fui de allí seguro de que no os iríais

poque ibais a nacer para mí, sin que existiera la muerte.

Y me acosté , yo tambien encerrado en mi capullo,

pero no estaba seguro de ser como vosotras.

No estaba seguro de que la vida se abriera para mi

y tampoco que existiera la muerte.

Y con esa duda me dormí profundamente.

Y en ese estado soñé que yo también era una rosa

que al paso de un tiempo muy corto

sus pétalos languidecián buscando apoyo en el tallo,

pero el tallo, indiferente, dejó que fuerais cayendo al suelo.

No fue tan cruel, porque el viento se los llevó lejos a un ignoto lugar

y quise creer que la tierra no era mi destino final. Pero sólo era un sueño.

Y tampoco las rosas tuvieron suerte,

porque después de tanto esplendor,

nadie supo qué fue de sus vidas después de su muerte.

Viaje al pasado

En días pasados, mis hijos y mi nieto me plantearon un viaje. El pretesto era que mi nieto asistiría a una ceremonia de graduación en la Universidad de Salamanca. Un viaje relativamente largo, ya que primero sería ir a Madrid desde Málaga y desde Madrid a Salamanca. Pero Salamanca estaba a sesenta kms de Zamora, capital de provincia y a diez kms de un pueblo donde nací: Casaseca de las Chanas. El proyecto era llegarnos a Zamora y a alguno de los pueblos donde había vivido con mis padres, demasiados lugares dada la condición de Guardia Civil de mi padre al que constantemente le cambiaban el destino. Pero yo llevaba 60 años sin haber vuelto por allí.

Me acosté con la intención de dormir, pero no me fue posible. Mis hijos y mi nieto ya estaban organizando el viaje y los hoteles donde iriamos a parar en nuestras metas intermedias. Con desasosiego, repasé aquellos lugares virtuales que se formaron en mi cerebro. Digo virtuales porque eran los que guardaba en mi memoria. Pronto el desasosiego se convirtio en angustia. Después de sesenta años probablemente no quedaba nada de lo que yo viví: El molino-casa de mi abuelo donde nací con la ayuda de una comadrona del prueblo. La casa de adobe y piedra donde ya de joven viví con mis padres. Ambas con pozo para sacar el agua necesaria, ambas sin cañerías, sin lavabos con grifo, sin water donde evacuar los escrementos; sólo palanganas. Las cocinas era de las llamadas económicas, funcionabanan con carbon o leña, las habitaciones con una cama, una mesilla, un arcón y un cuadro de algún santo o crucifijo en la cabecera. En algún hueco, de una barra colgaban prendas de vestir. El suelo de las casas era de barro prensado, con pequeñas excepeciones de espacios enlosados con pizarra. Ambas con un corral que servía para tener gallinas, el cerdo que se sacrificaba por navidad y el lugar donde hacías tus necesidades fisiológicas, dicho en fino. Iba a ir después de sesenta años a un lugar con seguridad irreconocible, del pasado sólo lo que quedaba en mi memoria. Yo había envejecido mientras todo habría rejuvenecido; aquellos dos lugares, incluido el pueblo entero serían otra cosa, todo habría muerto para renacer, y yo no esperaba tener esa suerte.

De otros pueblos con destino para mi padre, también mi memoria los visualizó con sus peculiaridades, en todos ellos fui creciendo sin que que de ninguno guarde mi memoria buen recuerdo; eran tiempos de escasez, de vivir sin nada que hoy añore su desaparición.

También vivimos en la capital. De las tres casas ya no quedaría nada y nada podrían decirme las nuevas construcciones erigidas en sus solares. ¿Para qué, entonces, ir a un lugar que me iba a resultar desconocido por los cambios experimentados durante tanto tiempo? Podía hacer una abstración de la realidad actual y crear en su lugar las imágenes virtuales del pasado. Pero no quería ni pensar en que esa posibilidad me produjera satisfacción, en su lugar lo que sentí fue una sensación de muerte aparente, de estar viviendo en otra dimensión totalmente diferente. Fue tanto el desasosiego que me produjo pensar en que todo eso lo iba a desenterrar con el viaje proyectado, que eran las 3 de la madrugada, llamé a mis hijos y a mi nieto y les comuniqué que no iba a hacer el viaje, les expliqué brevemente las razonés y tuve la suerte de que ellos también habían pensado parecido, no por ellos, sino porque no tenían duda de que para mi las emociones a mi edad y estado, lejos de darme satisfaccion podían hasta hacerme daño; no valia la pena, no iba a ser un viaje al pasado, sino un viaje a la muerte de las cosas, que, sin duda, preconizaban mi propia muerte como una cosa más.

Lo cuántico y lo cuéntico

Campos personalizados

Está de moda. De tiempo en tiempo. los científicos nos sorprenden con nuevas experiencias, más o menos verificadas, más o menos verosímiles, más o menos dudosas. En cualquier caso es el pistoletazo de salida para ahondar en los nuevos supuestos que, en ocasiones, cambian todo los dicho y aceptado hasta ahora. Así pasa con la física-mecánica cuántica. Una vez entrado en el nuevo concepto, toda la física queda patas arriba. Confieso que de lo leído sobre la materia, apenas si he comprendido nada. Menos mal que un físico, premio Nobel, asegura que la física cuántica está suficientemente probada, que está ahí, que existe, que sirve para explicar cosas que la física clásica hasta ahora no podía explicar. Pero este mismo sabio me consuela en la creencia de ser un individuo con pocas luces o un cerebro a media cocción, cuando concluye que, por ahora, eso de lo cuántico no nos esforcemos en comprenderlo porque no lo conseguiremos. Es como decir Dios existe, pero no te esfuerces en comprenderlo (aunque en este caso el supuesto es más que incompleto al faltar la verificación). Así que no queda otra que convivir con algo que existe, que posiblemente da respuestas a muchas preguntas que nos hacemos los mortales, y que hemos de admitir que escapa a nuestra comprensión. Y siendo así, en qué puedo encontrar apoyo en la cuántica para disipar mis dudas sobre mi vida futura o, incluso, una supuesta vida más allá de mi muerte física, que hasta ahora no pasaba de mera especulación? Tendré que esperar.

Diálogo entre las dos piernas

La pierna derecha mira a la pierna izquierda y le dice:

—Vecina, ¿qué haces para estar más desarrollada que yo? Te veo oronda, sexi, mientras yo estoy escuálida. Las dos pertenecemos al mismo ser del que formamos parte. ¿Es que tú haces más ejercicio y por eso tienes ese aspecto hermoso?

—Pues, chica, no lo sé. Yo sigo tus pasos y no hago nada diferente. Tampoco inicio yo siempre el subir las escaleras. Esto no parece normal y alguna explicación debe tener. No siempre fue así, surgió de repente.

—Pregunta a alguien que puede saber a qué es debido. Me gustaria tener una pierna como la tuya.

—De acuerdo, somos parte del mismo dueño. Preguntaré.

La pierna oronda preguntó a su dueño y éste no supo qué contestar, sólo que, por lo que fuese, esa pierna le dolía, así que no podía ser algo natural. Decidió preguntar a alguien que vivía con él. Era una mujer que presumía de saber más que los médicos. Esta le miró la pierna, le pidió que la dejara tocársela y sentenció:

—Eso es que tienes un trombo, más te vale que vayas al hospital cuanto antes, no te vaya a suceder que se desplace a un ógano vital y la palmes.

El hombre la creyó y se fue al hospital. Antes había mirado en Google qué era un trombo y qué consecuencias podía acarrear; en efecto, podían ser graves. En el hospital le confirmaron que era un trombo en una vena profunda de la pierna y que debía permanecer en el hospital para hacerle pruebas y aplicarle un tratamiento. Después de una semana volvió a casa, la pierna oronda ya tenía casi el aspecto de la pierna escuálida. Esta le dijo:

—Y yo que te tenía envidia, y mira tú por donde la belleza te pudo matar.

A partir de aquel inciente, ambas se miran de reojo por si advierten que ser más bella tiene sus riesgos. El dueño también las mira de vez en cuando y termina por conformarse con sus dos piernas escuálidas. Además, siguiendo los consejos de los médicos, tuvo que procurar que ninguna de sus dos piernas volviese a tener envidia por no ser tan hermosa como su vecina.

Por si no llegaba a tiempo

El reloj seguía funcionando, pero como todo, también este reloj tenía fecha de caducidad. Su poseedor le daba cuerda todos los días, lo mimaba evitando los golpes o que se mojara; que no fuera por él que dejara de marcar los segundos , los minutos y las horas. No sabía cuánto tiempo la maqunaria seguiría con su función de hacer de aquella cosa algo vivo antes de convertirse en chatarra.

Le preocupaba sólo una cosa: no estar ya siguiendo la marcha de su reloj para cuando esperaba ver a su nieto con todos los objetivos que se había marcado. En realidad sólo era un objetivo, pero tan complicado, con tantas metas que alcanzar, que más bien parecía un interminable maratón, y que el reloj se parara antes de alcanzar la meta final y él ya no la viera.

Pero el reloj parecía estar aún en forma, no atrasaba ni adelantaba y la cuerda que le daba le mantenía en perfecto estado cumpliendo con su fnción de ir señalando el tiempo que pasaba, pues no exístía, aún, un reloj que marcara el tiempo que quedaba.

Soñaba, despierto y dormido. En sus sueños siempre su nieto daba pasos adelante; iba superando metas. Y a medida que se acercaba la meta final, el abuelo no dejaba de mirar el reloj. Lo acercaba a su oido y escuchaba el firme sonido de su maquinaria; no debía desfallecer por ahora, y debería seguir marcando su tiempo.

Después de 6 años interminables, llegó el día en el que el reloj le dijo al abuelo que su nieto había alcanzado la meta final, batiendo todos los records que se podían alcanzar con su edad. El abuelo se quitó el reloj de la muñeca y lo guardó en un cajón. Se pararía cuando se le acabara la cuerda, pero eso ya no importaba, lo que le quedara por vivir ya no dependía de aquel reloj.

¿Para qué la belleza?

En mi jardín ha nacido una flor, su progenitor-a un caztus trepador, o algo parecido. Anteayer era una bola, una preñez a punto de dar a luz. Como si tuviese reparo en ser vista , tuvo el alumbramiento por la noche. Al amanecer ya lucía espléndida. Me sentí abrumado ante tanta belleza que inundaba mis retinas, llevando por el circuito de mi sangre el mensaje que yo interpreté era de amor por mí. Mi corazón fue el primero en sentirlo, luego mi cerebró se preguntó por qué para mí. Quise tenerla en mis manos, pero me conformé con acariciarla; era más grande que la palama de mi mano. Podía hacerle un foto imperecedera, que miraría cuando me sintiese deprimido. Y así fue:

Buscando la transcendencia, definí la flor. Esa especie de cuchillos fueron en su momento los que la protegieron hasta llegado el momento de abrirse para mí el vientre que la contenía. Un vestido blanco la arropaba como se arropa a un niño recién nacido; así de sutil, así de delicado. En el interior todo lo que hace de una flor un ser vivo, que en este caso no supe interpretar.

Pasó el día y ya al final la encontré triste, alicaida. Pensé que estaría fatigada de dar gratis tanta belleza y a la que yo en nada contribuía. Quizá esperaba algo más de mí, como sucede en esos amores unilaterales entre los seres humanos. Pero como un ser humnano, esperé a que me comprendiera, enfundado en mi mi vanidad, y volviera a lucir para mí. ¿No era suficiente mi admiración? ¿No supo entender que tampoco ella tenía la exclusividad de mi amor? Me acosté y soñé que unos insectos se adueñaban de ella. Al despertar fui a verla. Quizá le faltó algo que no supe darla y apareció así:

Ya no volvió a ser la flor que admiré y amé. Sólo duró un día su intento de seducirme como ella hubiese querido, y terminó cayendo al suelo donde fuen engendrada. Guardo la foto, pero ya no es lo mismo; sólo el recuerdo.

Pareidolia

Pareidolia es un ilusión optica que procesa nuestro cerebro de una figura que creemos identificar como real. La figura naterior muestra las famosas caras de Belmez. Muchos años han pasado desde que las famosas «caras» despertaron el interés de los amigos de lo paranormal. Aún hoy continuan algunos erre que erre. Detrás de de todo esto sólo hay un hecho cierto: algunos se han lucrado de mentener vivo el misterio al que la Ciencia no le ha pretado nunguna atención para no perder su seriedad. Y como este caso ya histórico, otros han surgido y siguen surgiendo; detrás de todo, como digo, un montaje que los ingenuos asumen como real y pagan por ello.

Si yo me encuentro en el bosque esta figura

Mi cerebro comienza a buscarle un significado no natural. Se dirá que es mucha casualidad que el arbol tenga tatuada la figura de un rostro humano y comenzará a atribuirle un significado paranormal. A partir de ahi, es posible, incluso, montarse una historia que hasta puede ser difundida y crear polémica. Pero las polémicas se sostienen porque hay dos opiniones contrarias. Y ya tenemos los defensores y los detractores, que mantendrán sus posiciones a ultranza porque La Ciencia, no se ha interesado de esa ¨tontería» que ha calificado como una pareidolia.

¿Cuantas pareidolias más ocupan espacios en tertulias, libros, películas, etc. que mantienen entretenidas a muchas personas que, sin mala inteción, aceptan como «cosas del otro mundo?

El día que conozcamos del todo cómo funciona nuestro cerebro, muchas ideas se caerán atraídas por la gravedad de lo que en otro escrito llamo pensamineto vertical de lo real y objetivo. Mientras tanto, nuesto cerebro, misteriosamente, gusta de utilizar el pensamiento horizontal de la imaginación para entretener al personal que no se conforma con la realidad porque, dicen, la realidad está por descubrir.

No te encontré

Te busqué, te busqué en la luz y sólo vi un resplandor. Te busqué en las sombras y sólo vi un fantasma. Te busqué en la noche y sólo vi oscuridad. Fatigado, desilusionado, ya sin esperanza, te busqué en mis sueños y allí te encontré. Ibas y venías, suplantando la realidad, y yo pretendía que te quedaras a mi lado para siempre. Luego el sueño me dijo que para siempre no existe, que siempre se despierta y todo vuelve a ser igual. Y desperté. No era de día, ni al atardecer, ni de noche, estaba en otro universo del que tanto me habían hablado. En ese universo ya carecía de sentidos; no pordía ver, ni tocar, ni gustar en mi inesistente paladar, tampoco oir si me llamabas, era como algo que existe sólo en la imaginación, y me sentí afortunado que, al menos, me hubiese quedado la imaginación. Con mi imaginación te escribo, y hasta te puedo tocar, paladear, oir, ver el cuerpo que siempre soñé. Pero cuando quise abrazarte para retenerte, yaciste en mis brazos; habías muerto, y esta vez para siempre.

Recordando que escribí

A VECES UNO SE QUEJA TANTO DEL PASADO, QUE NO DISFRUTA EL PRESENTE Y EL ENSUEÑO DEL FUTURO. MI LO QUE SEA A MI NIETO NO PODÍA TERMINAR COMO TERMINÓ; NO TENÍA DERECHO.

Duerme, mi niño, la ausencia de presagios de tu lelo, las pesadillas que aún le rondan. Eres, durante el día, una feliz contingencia de lo bueno a lo mejor, y la ausencia del miedo a vivir que yo tuve en mi infancia. Duerme, mi niño, y sueña que los monstruos son buenos, que es  sólo jugar el  presente sin otros desvelos. Duerme, mi niño, que yo vigilo tu sueño para que  ese  insecto no perturbe tu calma. Porque nada puedo hacer en mi empeño de proteger tu cuerpo y tu alma de los males que sufrí de pequeño. Será por eso que sólo mis temores vislumbran presagios sin razón ni causa. Y no para mí, que ya sin pausa me sumerjo en la noche de mis terrores. Duerme, mi niño, y no escuches a este viejo que sólo cuenta cuentos de sus horrores.

Pero no, mi niño, no te voy a contar
tiempos pasados que aún me acongojan.
Esa vida que en ti empieza a rodar
lleva, sin duda, un mensaje de nueva alianza.
Yo, viviendo en ti, me permito gozar
de un tiempo nuevo, que no se me alcanza
si es poco o mucho lo que ha de durar,
sí, en todo caso, de ventura a ultranza.
Porque ventura es mi sangre morar
en esos tus ríos nuevos con sabia nueva
que riegan espléndidos tu cuerpo hermoso, no verme más el viejo lecho y la sangre vieja, pues renazco en ti y ya soy dichoso.
No te me asustes, mi niño, y buen reposo.
(JDD 2001)

El cabrero y Mark Twain

La joven Teresa era algo especial. No tenía amigas y, por supueso, tampoco amigos. Se pasaba el tiempo estudiando, leyendo, pensando; los amigos o las amigas suponían una distración para lo que ella llamaba «yo soy yo y mis circunstancias», frase leida en algun lugar y que la encontró afortunada para definirse.

Gustaba de pasear sola, siempre observando todo lo que quedada al alcance de su vista y resto de los sentidos, luego lo procesaba y lo incluía en su acervo personal, sin ningún tipo de duda. Quedó huerfana a tempan edad. Nunca fue a la escuela y mucho menos a la universidad, consideba que estas instutuciones sólo harían que su mente fuese direccionada segúan los cánones ya establecidos con el nombre de enseñanaza. Teresa creía tener un don especial para conseguir un conocimiento de su realidad y eso le parecía no sólo suficiente sino más provechoso para valerse en cualquier circunstancia que le presentara la vida.

Un día decidió salir de la ciudad donde vivía y adentrase en el campo con el prósito de estudiar la vida de otros seres ignorados por la mayoría de la gente.

Tomó su viejo vehiculo y, sin pensar en un lugar preconcebido, se adentró por un camino rural que, aunque de tierra, su vehiculo se adaptó a él sin contratiempos. Al comenzar su viaje, a los lados del camino había tierra de labor, con sembrados de estación, algunos pequeños arbolados que Teresa identificó como abetos, arboles que no tienen otro aprovechamineto que la madera, y a Teresa le sorprendió que aún no los hubiesen talado.

Muy cerca del arbolado, un joven pastoreaba una vientena de cabras. No causaban daño a los sembrados, era una zona de nadie. Teresa aparcó el coche a un lado del camino dejando expedito el paso para otros que pasasen por allí y se dirigió al arbolado, o quizá al cabrero.

El cabrero era un joven de parecida edad a la de Teresa. A medida que se acercaba, el joven que estaba sentado sobre una piedra, se volvio para ver quién era aquella persona que andaba por allí. Teresa no vio hostilidad en su mirada, y decidió acercarse él. Nunca había tenido a un cabrero tan cerca, quizá valiera la pena hablar con él si a ello se prestaba.

—Buenas, tardes, señor cabrero—le dijo al joven.

—Buenas tenga usted. ¿Qué le trae por aquÏ? — respondió y preguntó el cabrero.

—Nada en especial. Estos árboles con poca utilidad. Nunca hablé con un cabrero y me gustaría esta nueva experiencia.

—Pues usted me dirá qué quiere saber de mí. Los ärboles dan sombra en verano a las cabras. Ya ve lo que hago, saco a pastar a las cabras, las vuelvo al corral al atardecer, las que han parido las ordeño después de que alimenten a su crias y llevo la leche a una fábrica de queso que hay en el pueblo. Luego me voy a casa, hago la cena y a dormir. Asi todos los días, sin fiestas que guardar ni eso que ustedes los de la ciudad llaman vacaciones.

— Una vida sencilla, sí, ¿no tiene usted otras inquietudes?

—¿Inquietudes, eso que es?

—Me refería a que si no ha pensado que le gustaria hacer otras cosas?

— Mi abuelo fue cabrero, mi padre fue cabrero, yo no he conocido nada diferente a ser cabrero. Si vendo las cabras, no sabría que hacer con el dinero, lo gastaría y luego ¿qué?

—¿No fue a la escuela de pequeño? Aprendería a leer por lo menos, y no veo que tenga un libro para leer mientras las cabras comen.

—Sí, fui a la escuela hasta los diez años. Entoces vivía mi padree y era él el que sacaba las cabras. Mi madre falleció el día de mi parto.

—Vaya, lo siento, ¿quién cuidó de usted?

—Una hermana de mi madre, mi tía Luisa.

—Bueno, ya veo que la vida no le ha ofrecido otra alternativa. ¿Pero está usted contento?

—Como no conozco otra cosa, no sé si estaría mejor haciendo algo que no fuese esto.

—Lo entiendo. Pero ha pensado, al menos, que hay otras cosas que no son ser cabrero?

— Señorita, yo quiero a mis cabras, ellas me necesitan, sin mí no sé qué sería de ellas, sólo por eso no quiero otra cosa. Y usted, ¿a qué se dedica?

Teresa no supo contestar. En realidad ella no se dededicaba a nada pues había heredado lo suficiente para no tener necesidad de ocuparse a otra cosa que la que había elegido: pensar en sí misma y tener las ideas claras sobre su vida. No se reprochaba no haberse proyectado en la socidedad siendo útil en algún sentido. Ni era dependiente de nada ni nadie le pedía cuentas por no ser util de alguna forma para los los demás. Pero aquel cabrero le había dado una idea que de regreso a casa decidió poner en práctica. Se puso en contacto con una protectora de animales y se ofreció a acoger y cuidar en su casa a todos los gatos callejeros que le mandaran. Hoy apenas tiene tiempo para pensar en ella misma, por lo menos tiene en su casa veintitantos gatos, cuidarlos le ocupa todo el tiempo. Teresa ahora cree que su esistencia tiene sentido, ya todo lo demás que antes creía importante, ha dejado de serlo. Le faltó preguntarle al cabreo que pasaría con las cabras cuando fuese mayor y hasta muriese. Esa pregunta referida a sus gatos se la hacía ahora Teresa. Pero Teresa sí tenía respuesta a esa pregunta: dejaría todos sus vienes a una institución que se hicese cargo de ellos. Así de sencillo, a la vez que liberador de inquietudes transcendentes, inútiles por otra parte. Mark Twain había hecho buena su frase: “dos cosas son importantes para el ser humano, el día de su nacimiento y el día que supo para qué “