Un cuentecito. Anónimo

He recibido un cuento para acogerse a mi manto calentito. Mi corresponsal es tímid@. Me dice que está de los nervios de sólo pensar que algo suyo, al fin, se va a exponer a los rigores de la audiencia. Si será tímid@, que ni siquiera se ha atrevido a ponerle título. Me pide estricto anonimato, vamos, ni siquiera que ponga la dirección  IP. Cumplo órdenes. Si alguno, por caridad, le quiere decir algo constructivo, hágalo; podemos tener @n gran escrit@r en ciernes, a poco que se suelte.

 

«PERDÓNNO  TIENE TITULO ( ¿EL HOMBRECILLO?)

Miraba, Juan, a través de los cristales de la ventana de la habitación 213 a un transeúnte que venía en dirección al hospital. Era de noche, hacía frío afuera  y llovía. Sólo las luces de las farolas iluminaban la calle creando figuras fantasmagóricas.. Desde donde Juan observaba, no se distinguía si el transeúnte era un niño o un hombre  de corta estatura; Iba enfundado en abrigo negro y tapaba su cuello y medio rostro con una bufanda. Juan siguió su caminar hasta que salió de su campo de visión.

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Recuerdos de familia

Año dos mil y pico. La familia, que un día estaba en proximidad, se fue alejando cual diáspora en busca de nuevos horizontes. Un día cualquiera, recibí una carta de un primo. No la esperaba, yo no recordaba. En esa carta habla, especialmente, de mí. Yo era el primo mayor de la familia; él debía ser el más pequeño. Yo era ya un joven que había superado la pubertad y él aún un niño que quería ser como yo.

Han pasado muchos años. Su carta se me apareció repasando el fondo de armario de mis documentos. El título en un documento .doc no decía nada que me indicara el contenido. Lo abrí por ver si merecía quedarse o o ir a la papelera. Lo leí y medió cierta pena. Aquella carta fue la última que me cruce con mi primo. Debió aceptar mis pocas ganas de reanudar los contacto, aunque fuesen epistolares. Hoy no sé qué es de él. Sinceramente no quiero saberlo; no se justifican años de silencio, de ignorarnos.

Traigo la carta a este blog por si me escudriña todavía  y en homenaje a un tiempo vivido, con pocas ganas, si soy sincero.

Lea carta y mi respuesta decían:

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¿Las matemáticas dan respuesta a todo?

 

Tenía 80 años y le dio por, en el tiempo que le quedara para nuevos cumpleaños, intentar profundizar en los secretos de la vida, del universo y, los más prosaicos como el amor, la amistad, la riqueza, el éxito profesional, términos estos que él consideraba vulgares por ser relativamente fáciles de alcanzar por el individuo. Pero nuestro hombre, que ya había tenido ocasión de reflexionar sobre todas estas cuestiones, sin llegar a conclusiones axiomáticas, creía que si llegaba a tener una idea clara sobre la vida y el universo, tendría la llave para penetrar en todos los demás cuestiones. Y sin pensarlo dos veces, se enfrentó a Google para encontrar, primero, por dónde empezar. Tenía la creencia que todo tiene sus claves para ser entendido, así que en este primer estadio del conocimiento, no debía despreciar todo aquello que le ofreciera el panorama epistomológico,  personificado en los lumbreras que en el mundo habían sido. A partir de ellos, o dando un rodeo, él sacaría sus propias conclusiones, eso sí, sin ánimo de compartirlas con nadie, pues no era nada vanidoso.

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Es más de lo que dice

Se disponía  a recibir  el nobel que  le esperaba. Estocolmo le esperaba. Gente importante, el rey de Suecia le esperaba. iba a escribir su nombre   en el libro de la historia que le esperaba, de la literatura auniversal  que le esperaba. Y le esperaba la gloria, y todo lo que nunca había soñado le esperaba. Amaneció el día y pareció que era a él al que esperaba. La maleta le espèraba, sólo la maleta le esperaba. Nadie más le esperaba. O sí, un chófer de la embajada de Suecia le esperaba. Le llevaría al aeropuerto que le esperaba. En el embarque una joven rubia, seguramente sueca,  le esperaba.

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Comunicado

Hola, jóvenes y jóvenas

En varias ocasiones,  amigos lector@s me indican que no encuentran la casilla para emitir un comentario. Esto sucede sólo si se entra en el blog utilizando el enlace www.josediez.com. Y esto es así porque, al igual que cuando se abre un diario, revista, etc. vemos en su página principal muchos títulos que tampoco llevan ese lugar donde los lectores manifiestan su opinión, y se tiene que abrir el artículo para que aparezca al final del mismo,  así si alguien entra en este modo en el blog, debe abrir el escrito picando en el título y aparecerá la casilla para comentar.

Cuando abrís un escrito que yo envío, en este caso la casilla para comentar sí aparece al final.

Un saludo pasao por agua; esto es el diluvio, y lo llaman Costa del Sol

 

Sophia

https://www.youtube.com/watch?v=MVZ0bOYf3mE

Es imposible especular haciendo prospectiva de la llamada inteligencia artificial. Escritores visionarios lo han intentado. Directores de cine, pensando en la taquilla, han lanzado al mercado sus films de ¨ciencia ficción¨, ciencia distópica, ficción utópica. El hombre cuando no puede crear futurible, imagina. Siempre hay alguien que es incapaz de imaginar más allá de su narices, y recibe asombrado el producto imaginado por otros dotados para hacerlo.

Yo acostumbro a tener  imaginación, de hecho hace muchos años (20) escribí una novela que titulé ¨La rebelión de los otros¨. Por entonces no se hablaba de los efectos colaterales del electromagnetismo. El argumento de mi novela (está en este blog) venía a escenificar esos efectos en el ser humano. Hoy,  la proliferación de aparatos electrónicos, antenas, pantallas de televisión y ordenadores, en realidad casi todo, emite ondas electromagnéticas. Pros y contras se explican a la sociedad, causando alarmas más o menos fundadas. Con esto quiero decir que la imaginación, a veces, hace la función de la prospectiva, sin garantía de éxito.

Hoy de lo que se habla es de la inteligencia artificial. Para saber de esto, cualquiera puede sumergirse en un océano de información disponible en Internet. Esa información, en muchas ocasiones, es puramente especulativa, y habrá que saber distinguirla.

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Y Dios hizo a la mujer?

No pudo ser, se habría quedado con ella; hay artistas que se quedan con sus creaciones más bellas. ¿Por qué venís a mí, en ese revuelo de palomas? Aventáis mis deseos y en éxtasis os contemplo. No sois de este mundo y tampoco del cielo. No hubo ave tan bella que cortara el aire, que poseyera al viento.

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De escribir desde la libertad

 

Mi composición: ¨Yo amo la libertad.¨ José

Recibo un escrito de un amig@ ( no sé si un elemento autobiográfico) que parece un cuento. Lo leo y todo parece que responde, y bien, a la historia que se quiere contar. Quedo a medias sorprendido y decepcionado cuando el autor llega a eso que los escritores, buenos y no tan buenos, llamamos el clímax de una historia. Es el momento que pretendemos quede impreso en la memoria del lector, para que llegue al final sin que lo tire a la papelera. Y es el momento en el que el escritor declara, explícitamente,  la forma de gestionar ese clímax: que es libre o que   su libertad está condicionada por los postulados de las buenas formas, de lo políticamente correcto. No es que esté manifestando mi desprecio por esas normas, siempre. Cuando escribo, siempre distingo entre una CREACIÓN LITERARIA y una simple suplantación de la comunicación hablada por la escrita. En la creación literaria la norma es la libertad; en todo lo demás, la norma son las buenas formas.

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Según Dios lo había dispuesto

Iba para cura. Era la profesión de los pobres. La Iglesia admitía en su seminario a todo joven que recomendara el párroco de su diocisis: de buena familia católica practicante, el niño estudioso y no se le conocían travesuras que se pasaran del límite. El párroco anunció a los padres que el niño había sido admitido en el seminario, y que, con la ayuda de Dios, sería un buen cura, quizá llegara a obispo.

El niño no dijo ni sí ni no, no tenía conciencia de qué se trataba. El cura del pueblo era con el alcalde, el sargento jefe del cuartel de la Guardia Civil, lo que se llamaba las fuerzas vivas.  El niño más que que cura, le debió ilusionar formar parte de la  fuerza viva de algún pueblo.

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