El cuento de la criada

Estoy viendo una serie sorprendente. Usan relato distópico, significa que la utopía es llevada al extremo, y es dañina en lugar de benéfica, al menos eso nos parece. Pero yo tengo mis dudas sobre si es conveniente por inevitable. El marxismo, los fascismos, los totalitarismo de todo pelo, y hasta las religiones, todos tienen algo o mucho de distópicos, tratan de beneficiar a sectores de la humanidad, luego los métodos  pervierten los fines. Llevaron sus utopías a extremos difícilmente digeribles.

En el caso que me ocupa, la alternativa no es tan clara como para sustituir el utópico medio para conseguir el fin. El mundo se muere y no lo regenera la vida. No importa decir la causa, todos, en alguna ocasión, hemos pensado que ese será su fin. En este caso, el síntoma es la casi nula fertilidad de las mujeres. Ante esa situación, los fundamentalistas de la vida se deben creer destinados por dios para poner remedio a la desaparición de la humanidad. Las pocas mujeres fértiles no pueden ser libres de elegir, son un objeto preciado que hay que preservar para el único fin que interesa. Se llega, incluso, a comerciar con ellas con países deficitarios, a cambio de otros productos esenciales. Esas mujeres no pueden elegir algo tan simple como el macho que las ha de fertilizar, esa función se reserva, discrecionalmente, a los altos cargos que gobiernan. Hasta la fertilización es aséptica, carente de sentimientos ni expresiones de gozo, no hay pasión, está prohibida. Las esposas de los gobernantes son estériles. Cada una tiene un criada fértil a la que su esposo fertilizará. Es su privilegio. Nos suena eso a los actuales vientres de alquiler? Con suerte la criada queda preñada y se le retirará el hijo al nacer. La desafección o el fracaso se paga con la deportación o la muerte.  Ese niño es del matrimonio, que habrá, así, alcanzado el fin que la sociedad le demanda.
Por supuesto que la serie introduce un factor que la humaniza y da alas al feminismo. Una de esas criadas se revela, pero no sé qué ha de conseguir, no se vislumbra en las capítulos que llevo vistos. Tampoco importa para ya tener la reflexión que me lleva a la duda de la que hablaba antes. Ante una situación límite, ¿cualquier fin justifica los medios?
Probablemente en la serie no será así y se buscará la forma de condenar esos medios, lo contrario supondría un escándalo inadmisible, incompatible con la hipocresía que todos estamos obligados a observar. Y es fácil. La ficción está ahí para ser manipulada, la realidad, si la llegamos a vivir, nos indicará qué métodos son necesarios para corregirla. Espero no vivirla.

La serie es The handmaid’s tale o El cuento de la criada.

JDD

Algo y nada, minicuento

Cuando , como en mi caso, no se tiene nada que hacer, nada que decir a un interlocutor que te escuche, ningún proyecto que iniciar o seguir, ninguna perspectiva que visualices, y así podría continuar el catálogo de nada es nada, el pensamiento se alía con la imaginación y te parece que algo es algo.

Por qué imaginé que una mujer, encerrada en su jaula de soledad, con un niño en su regazo, y otra mujer que, lejos de acompañarla, acrecentaba más la sensación de soledad, podía ser ese algo que fijaba una salida de la nada, no lo sé. Tampoco importa dar sentido a los pensamientos que no cambian mínimamente la proyección de tu vida. Están ahí, por un instante, y luego se desvanecen. Pueden servir para un minirelato con el propósito de permanencia, si consigo que se instale en un hueco de la nada que aqueje a mis lectores y amigos.

La que parece la madre del niño, lo mira incrédula. No acepta que está muerto por la miseria. Escuálida, poco antes había estrujado el pezón de uno sus pechos arrugados. No tenía leche. En su lugar, una perla de suero salió de aquella fuente de vida agotada. La madre no dudó en  aprovecharla, y la recogió en la yema de su dedo índice. Con ella humedeció los labios secos y cuarteados de su bebé, que, agradecido, abrió los ojos levemente para mirar a su madre. Pereció suplicarle ¿mamá, no me das más? Resignado volvió a cerrar sus ojitos para siempre, no había vida sin esperanza.

Después de relatar lo que antecede, me digo pesimista: ¿algo es algo?, porque muchas cosas que parecen algo no sirven para nada.

JDD

El hormiguero

Contemplaba la hormiga de acá para allá, seguramente desorientada. Las hormigas son muy poco dadas a despistarse, salvo las que tienen la misión de buscar alimento. Parecen despistadas, pero una vez lo han encontrado, vuelven al hormiguero dejando un rastro que permitirá a sus hermanas dirigirse raudas a él. Van y vienen, sin disputarle la carga que portan otras hormigas que ya se dirigen al hormiguero. Es una sociedad organizada y diría que perfecta. Las admiro y las odio, porque no respetan mi minihuerto.

Tenía que matarlas. En las tiendas especializadas venden toda clase de armas de destrucción masiva para hormigas. Se rocía el hormiguero y contemplas el efecto. Se retuercen un momento, y quedan paralizadas. Por un tiempo, el hormiguero parece haber quedado sin vida, nada se mueve en su entorno. No muy seguro de haber obtenido el objetivo que perseguía, retiro las primeras capas de tierra. Y sigo profundizando en el agujero. Me horroriza  lo que veo. Cientos de larvas, cientos de huevos aparecen ante mis ojos atónitos. Qué he hecho?  Algunas hormigas, aún vivas, cogen con sus pinzas los huevos y las larvas en un intento de poner su descendencia a salvo. No fumigo aquel espectáculo, me voy de allí esperando que mi conciencia no me reproche haber sido un asesino. En realidad sólo son hormigas, voy repitiendo mientras me alejo…  Y dañaban mi huerto, añado, por si la anterior consideración fuese suficiente.

José, en una tarde calurosa de julio, que soporto gracias al aire acondicionado y un jarro de agua fría.

JDD

Vida después de la MUERTE? Sí, claro que la hay

Todo se vuelve oscuro partiendo de evanescente. Morir, dicen, es la consecuencia de vivir. Para el que muere, la vida carece de sentido; para el que vive, la muerte sólo le inquieta.

Hay quien afirma, con absoluta convicción, que la muerte no debe inquietarnos, que en ese preciso momento, el Yo se libera de la materia y se proyecta en el Universo en pos de una nueva dimensión asistencial. Esta formulación,  ¿qué tiene de real o, si se quiere, de mínimamente empírica? Lo real es probado, lo empírico  es probable. Ese Yo sólo existe en nuestro pensamiento, no hay ninguna constancia, y no dejo de tener en cuenta investigaciones, cuestionablemente científicas, como las que proliferan en Internet a la pregunta «¿existe vida después de la MUERTE?» Muchas personas leen estos alegatos en los que se prueba  esa existencia con “casos verídicos” que lo “demuestran”, terminando por creer o, por lo menos, dudar sobre lo que antes no estaban dispuestos a admitir.

¿Qué posición al respecto ha tomado mi yo material, el único que por ahora se manifiesta? Si dijera que me gustaría que esa hipótesis se confirmara un instante después de que la materia dejase de existir organizada, estaría utilizando mi cuerpo vivo para quitarme la angustia, o simple preocupación, por la desaparición absoluta de mi yo tras mi muerte. ¿Y esto que significa? Sólo veo una explicación: si el cuerpo es evidente y probado que va a dejar de existir, ¿qué le puede importar ese Yo que se escapa de la destrucción del continente? La conclusión no admite reservas: ese yo sólo lo proyecta la materia organizada, no es algo que se aloja en una cápsula que se abre tras su muerte. Si así fuese, deberíamos admitir que ese yo ya existía en la preconcepción de nuestro ser material, o que llegó y se instaló en él. Demasiadas conjeturas, ¿no?

Pero mientras esto escribo, mi yo me está diciendo: tampoco es para ponerse así, espera a morir para comprobarlo. También esto me relaja.

Un recuerdo, de cuando yo era un  niño, viene a mi memoria. Yo asistía, con pesadumbre fingida, al rosario que en un redondel de mujeres sentadas, todas vestidas de negro, rezaban, y así durante nueve días, por el alma de mi abuelo.No tenia, entonces, duda de que mi abuelo -su alma- debía estar esperando que aquellas preces y letanías le abrieran las puertas del cielo. Si aquellas mujeres lo creían, ¿por qué no habría de creerlo yo?

Pero el tiempo termina quitándonos la razón y en su lugar nos da otra. ¿Cuál se la verdadera? Si soy honesto conmigo mismo, no tengo respuesta. Creer o no creer no es lo sustancial; lo que importa es dejar que las cosas unas veces se nos aparezcan como son y otras como quisiéramos que fuesen. Sólo así conseguiríamos eliminar el vacio de nuestras vidas abocadas a desaparecer.

Aquí termina mi reflexión. Y termino diciendo que no me ha aportado nada nuevo.

JDD

Vive lo que veo

Estoy sentado frente a mi ordenador. Ya he repasado las páginas habituales que me ofrece Internet: diarios, la página de inicio de youtube, algún artículo del que quiero algo más que el titular, y poco más. También borro los innumerables correos no deseados que me llegan cada día. Hace algún tiempo, después de hacer eso mismo, abría un archivo sobre algo que estuviese escribiendo o que comenzara a escribir. Llevo con cierta preocupación que esta actividad casi ha dejado de existir. Y no encuentro una razón que me permita comprenderlo. Escribir es, en algún caso, una pasión que se alimenta de pulsiones, y debe ser la edad la que va dejando atrás todo tipo de pasiones y pulsiones, para vivir ya una vida de encefalograma plano.
Pero algo se ha convertido en recurrente. A falta de motivaciones para ponerlas por escrito, paso muchos ratos mirando por la ventana, que se encuentra abierta detrás del ordenador, a un paisaje sin duda lleno de motivos para posar la vista y lanzarme a ellos en picado, como las aves rapaces hacen cuando divisan una presa a ras de suelo. Debería sentirme libre como esas aves, si creo tener todo a mi alcance para poseerlo. Pero no me paro a considerar tal fatuo privilegio y sólo sigo con la vista el perfil del horizonte. Debo decir que mi estudio está situado en una colina de suficiente altura como para, que todo lo demás excepto las nubes, esté situado debajo. Ese perfil que menciono, en ocasiones lo marca el agua del Mediterráneo, en otras, colinas que lo ocultan. En la plácida llanura del agua nada, a excepción de un barco que, por el tamaño y ausencia de ventanas, parece un carguero enorme. Sobre las faldas de las colinas, caseríos blancos o sombría desolación causada por los fuegos. Dudo que allí lata algún tipo de vida. Más próximo a mí, el terreno desigual alberga casas desperdigadas y, sobre todo, árboles viejos, consumidos por la sequía.

Qué pobreza imaginativa la mía, que sólo me permite escribir sobre lo que veo. Pero como si otras realidades asaltaran mis pensamientos, en esos paisajes archivistos y recurrentes a diario, entro en trance transcendente y me doy a pensar en lo inquietante que es contemplar la vida que perciben mis ojos. “Y todo eso seguirá ahí, sin cambios notables, cuando mis ojos se cierren para siempre, para siempre en la eternidad incomprensible”, me digo sin añadir otra reflexión que mitigue mi inquietud. En realidad, nada me aparta de ese pensamiento, nada que lo enmascare o lo suplante. Es así para todos, y si eso sirve de consuelo, no lo es para mí.

Voy a conectar con mi compadre Gerardo, lo hago a diario. El vive cabalgando otra onda. Él habla del alzheimer, la música de André Rieu, las Celtic Women, etc., y lo mezcla todo con cierta gracia al describirlo; digo cierta gracia, porque no sé si hay gracia cierta o gracia falsa. El se ríe de sí mismo, algo que yo no consigo de mí, aunque confío que llegará y lo disfrutaré por algún tiempo.

Y doy por concluido este escrito que no da para más, y como siempre, lo enviaré a algunos incondicionales lectores y amigos. Volverán a repetir eso de “José, eres un pesimista”. Ojala se pudiese comprar optimismo, podría pensar que nada existiría si yo no lo observo, y así no le echaría de menos.

La juventud

El título, partiendo de haberlo puesto yo para encabezar este escrito, puede parecer pretencioso. Lo es o lo sería si yo me atreviera a escribir sobre la juventud. Por lo mismo que si siendo yo joven escribiera sobre la vejez. Aclarado, pues, que no pretendo escribir sobre la juventud, el título corresponde a una película que acabo de ver.

No sé exactamente qué ha pretendido Paolo Sorrentino, su director. Poco importa, porque es una de esas películas que permiten la interpretación personal del que la ve, y seguro que es múltiple.

Y en esa interpretación personal mía, he procurado que no influyan las críticas que leído sobre ella.

Describo, pues, una sensación, la mía mientras la veía y cuando terminó.

Me sentí todo el tiempo como si me hubiese montado en un carrusel de espejos, espejos que deforman la realidad y espejos que la reflejan tal cual. Pero mientras me veía en esos espejos, yo no sabía cuáles deformaban y cuales no. Si me veía grotesco y viejo, pensaba que aquel espejo deformaba mi imagen; si, por lo contrario, me veía relativamente joven o, al menos, con una imagen agradable, entonces quería creer que aquel espejo reflejaba la realidad. Y la película es eso, juventud hermosa y vejez esperpéntica, continuamente desfilando ante tus ojos. Y quieres identificarte con lo que más te place, pero enseguida el esperpento sustituye a la imagen bella, y no tienes recursos para situarte en una imagen fija.

La juventud, así, es una metáfora, una visión primaveral. La vejez, el estío o el frío invierno. En ningún caso puedes situarte, porque a uno le sucede el otro y de nuevo se repite.
Puede que tenga que esperar para verme de nuevo como me gustaría, salvo que el carrusel se detenga.

Ex machina

Ex machina

No tengo idea del significado de este título, conozco el significado de otras expresiones que contienen estas dos palabras: Deus ex machina, por ejemplo.
Quiero suponer que la locución latina se puede traducir como más allá de la máquina, con traducción libre, por supuesto. Si me atengo a esta definición, ya puedo glosar la película Ex machina. Porque, en efecto, el prototipo de mujer robot que centra el argumento es eso, algo más allá de la máquina. Hay muñecas inflables muy sofisticadas capaces de despertar la imaginación y otras cosas en el hombre, pero estas creaciones son muy primitivas. Hoy se intenta que a esas muñecas se le dote de la mal llamada inteligencia artificial. No voy a caer en la trampa de demostrar por qué yo digo que es mal llamada inteligencia artificial, naufragaría frente a una expresión acuñada por los expertos de los que de ninguno tengo referencia haya usado mi expresión. Pero si puedo dar mi impresión, que está lejos de una definición. Cuando a una máquina se la dota de inteligencia artificial, lo que se consigue es que esa máquina haga cosas para las que necesariamente se le supone un cierto grado de inteligencia; que sea no natural no desdice del término inteligencia, de lo contrario se usaría otro término.

Pero el cine no tiene barreras para adelantarnos futuribles que nos permiten vislumbrar el poder disfrutar – a veces angustiarnos- de lo que nos deparará el futuro. Verne fue un precursor de futuribles, que el tiempo los hizo realmente presentes. Siendo esto cierto, no debemos sorprendernos al ver esta extraña historia que presenta la película Ex machina. Un robot más allá de la máquina es Ava, y es más allá de la máquina porque está dotada de inteligencia (deliberadamente suprimo el adjetivo artificial). Esta máquina ya no es una máquina, se la dotado de un cerebro como el más sofisticado hardware capaz de almacenar toda la información que contienen los ordenadores de Google. Tiene autonomía de pensamiento, quizá sólo de razonamiento lógico. En cualquier caso, más allá de sus transparencias puramente mecánicas, para que no nos distraigamos de que es una máquina, Ava es una bellísima creación capaz de ser envidiada por los ángeles. También es un objeto sexual en muchos aspectos, que no le falta algo tan imprescindible como aquellos elementos que hacen que una mujer sea deseable y capaz de dar satisfacción al hombre. Pero si sólo se quedase en eso, estaríamos definiendo a una muñeca inflable de última generación. Ava es más. Y sólo dejo aquí un apunte que, definitivamente, la convierte en más allá de una máquina. Ava es capaz de utilizar al hombre que la creó para incorporarse al mundo real como un ser no humano, pero sólo porque sus capacidades son infinitamente superiores, aunque sólo sea porque es imposible que se equivoque. Y como en futuribles no soy escéptico, me sobrecoge sólo pensar que pudiera encontrarme con algo así y terminar abducido, porque mi mente no estaría a su altura, y no tendría armas para contrarrestar su imprevisibilidad. Queramos o no, no podemos negar que el futuro, como las películas, no tiene obstáculos insalvables. Nos queda la certeza, que somos los seres humanos los que haremos ese futuro, y depende de nosotros manejar los límites, antes de que esas más allá de las máquinas, terminen manejándonos a nosotros.

Los Oscar

Los Oscar

Las películas cuentan historias, unas verosímiles, otras fantásticas; en ocasiones se basan en hechos reales. En hora y medio, más o menos, lo que cuentan las películas nos muestran un argumento. El argumento se desarrolla tan veloz, que el espectador sólo ve fotogramas, fotogramas en movimiento, pero no muestra el transcurrir real de un historia. El espectador tiene que imaginarse el enlace de la secuencias que saltan y saltan en busca de un final previsible o no, pero un final para que el espectador se vea fuera de la historia y apague el televisor o deje la butaca de la sala de cine.

Los Oscar son películas básicamente norteamericanas, una mínima concesión a películas de habla no inglesa. Las nominadas por la Academia suelen ser películas buenas, aunque no siempre las mejores. Ellos sabrán. Yo, ante la inseguridad que me da una película de la que no se habla, prefiero el posible fiasco de una película nominada a los Oscar, de la que abruma la información previa. Digo que he visto todas las películas nominadas, por uno u otro motivo, a Los Oscar 2016. ¿Y que pienso de ellas después de haberse fallado los premios? Veamos

El renacido, ganadores el director y el actor principal. Una historia que pretende ser real y sólo es una fantasía. Los límites de la supervivencia en la película se han puesto tan altos, que más que de humanos pareciera de dioses mitológicos. Bien premiado DiCaprio por su papel mitológico. Y bien premiado el director, Iñarritu, por haber sabido engañarnos con una historia irreal.

Spotlight intenta trasladarnos una historia basada en hechos reales. Comprime en algo más de hora y media unos sucesos que duraron años. La sensación es que todo tiene prisa para llegar al final, un final ambiguo, como no podía ser menos cuando es La Iglesia Católica la que se juega que en ese final no desaparezca de la faz de la tierra. Aquí la historia no importa si es verosímil o no, lo que importa es el hecho de dejar claro que la Iglesia es eterna.

Room es una película basada, fundamentalmente, en planos cortos de una admirable actriz, Brie Larson. El niño es un accesorio para que se luzca esta mujer. El argumento nos parece un deja vu de una página de sucesos. Como todas las películas, es una película que nos muestra los fotogramas de una historia que da la impresión que alguien cortó parte de la cinta y nos deja libertad de imaginar cómo comenzó.

La chica danesa es una historia con la que los escépticos sobre sexos ambiguos terminamos rectificando y comenzamos a aceptar que existen; lo de menos es tratar de justificarlos o no. Aquí vuelve el tiempo del cine a tener prisa. Es incoherente la transición de un hombre con toda la apariencia de sentir amor por una mujer a otro/otra en la que las hormonas se rebelan a partir de vestirse de mujer, y se sumerge de hoz y coz en el rol de una remilgada fémina que pone en peligro su vida para, mediante la cirugía nada segura, borrar de su cuerpo todo atributo masculino, y no le parece suficiente, que se expone a una práctica que para él/ella debe ser fundamental: tener una vagina. La conclusión no puede ser otra que la naturaleza ha dado un salto mortal casi sin tiempo para prepararse. Mi hija me dice que ha llorado con esta película; quizá el director sólo pretendía eso, hacer llorar. Remito al lector al escrito en esta misma sección: El héroe transexual.

En definitiva, el denominador común de las películas es llenar las salas de cine, que el espectador no termine doliéndole el culo de estar sentado, y si es sensible, que llore, que llorar es bueno cuando se llora con el mal ajeno, y que te permita como un mantra olvidarte de tu propia y anodina historia durante un par de horas. A esto llaman el séptimo arte.

El héroe transexual

Acabo de ver una película, “La Chica Danesa” . Confieso que no sabía de qué trataba. Pronto lo supe. El tema de la transexualidad, además de serme desconocido, siempre, cuanto menos, me pareció difícil de explicar en términos científicos. Que hay personas que no se sienten a gusto en el cuerpo en el que nacieron, es algo evidente. Que algunos tratan de subsanar los supuestos errores que la naturaleza cometió en ellos, sometiéndose a operaciones quirúrgicas de difícil pronóstico, también tengo noticias de esos casos. La película completa el círculo de la transexualidad, partiendo del descubrimiento del yo oculto, la insinuación pública, el convencimiento de reconocerse otro ser que el aparente y, finalmente, pretender corregir sus “defectos” orgánicos. Al margen de que la película se sitúa en un tiempo en el que la medicina no era la de hoy, y admitiendo que esa práctica quirúrgica hoy ofrece todas las garantías, hay algo que no entiendo de la película que comento. El-la protagonista después de serle extirpados los órganos masculinos, decide someterse a una segunda operación que la devuelva al estado de mujer que siente ser. Una vagina. Y, por qué no, quizá algún día un útero que le permita ser madre, completando, así, la función de mujer. No comprendo la importancia de una vagina, corriendo el grave peligro que supone el firme deseo de tenerla y la restringida operatividad. ¿Lo hace por ella o por la pareja masculina que forma, también, parte de sus sueños existenciales? La sexualidad tiene otros recursos que no se reducen a la penetración vaginal. La conclusión a la que llego es que los transexuales que se someten a estas prácticas, en las dos direcciones posibles, son seres heroicos, pero como todos los héroes, y recojo un frase hecha, son personas que no tienen futuro. El héroe de la película, basada en un hecho real, desde luego no lo tuvo.

Follar o hacer el amor

-No quiero hacer el amor contigo, eres demasiado delicada, demasiado etérea para penetrarte con mi burda y ciega polla

Así hablaba Miguel a la joven que se sentaba al otro lado de la mesa de un velador callejero de Madrid. Ciertamente era una mujer casi transparente, su vestido también contribuía a aquel aspecto fantasmal que sólo Miguel podía ver. Ella le sonreía, como si quisiera celebrar aquella salida original de su compañero o decirle que no le creía. Miguel la miraba mientras acercaba la taza de café a sus labios, y tomaba un poco sin absorber el liquido.

-Y que te hace suponer que yo te aceptaría? –preguntó mientras también acercaba su taza a los labios.

-Mujer, ese parece ser el final, la cumbre de una relación entre un hombre y una mujer.

-Sí, pero puede que tu no seas mi hombre.

Miguel se vio atrapado en su propia contradicción. La miró fijamente, sin decir palabra, no se atrevió a preguntar, pretendía descubrir así si aquella mujer le rechazaría. No obtuvo ninguna respuesta y se sintió avergonzado de haber utilizado una premisa insultante para ella-
-Perdona, no debí hacer de ti un objeto pasivo, dependiente de mi única voluntad.

La joven le sonrió, esta vez con una sonrisa abierta, casi sonora. Finalmente se puso seria y le dijo:

-Mira, Miguel, no me ha molestado lo que has dicho, si me sorprende esa peculiar consideración tuya. No soy un ángel asexuado, hacer el amor con un hombre no forma parte de mis exclusiones. Si crees que soy tan delicada como ves, espera que se de el caso, y procura ser tú delicado.

Miguel estaba confuso, no sabia bien como interpretar aquellas palabras, qué tenía que hacer para ser delicado, según ella? Le preguntó:

-Qué quieres decir? No comprendo, sólo hay una forma de follar.

Ella soltó una carcajada. Se la veía divertida, dueña de la situación. Finalmente se calmó y le dijo:

-Mi querido Miguel, no seas primitivo creyendo que hacer el amor es sacar y meter tu burda polla en mi vagina, eso es follar. Probablemente tampoco es mi deseo follar contigo. Si sucede que hacemos el amor, tú mismo veras la diferencia y sabrás comportarte.

-Crees que hay una diferencia? No la veo.

-Repito, espera a que se de esa circunstancia y tus ojos se abrirán.

Tomaron el ultimo sorbo de café y ambos se levantaron como un resorte. Se tomaron de la mano y caminaron a paso cada vez mas acelerado. Legaron al portal de un inmueble y tomaron el ascensor. Miguel la penetró allí mismo de forma salvaje, cuando le llegó la calma, le dijo:

-Querida, ya he visto la diferencia, hacer el amor es follar en un ascensor.

JDD