Hachico

Es un perro, o fue, porque la historia es real. Acabo de ver la película, «Siempre a tu lado», de 2009. Ya la había visto, quizá otra versión anterior. Por viejo, sensiblero o porque aún creo en las fábulas, alguna lágrima me ha avergonzado.

Acababa de escuchar que los perros sólo se mueven por el interés, por la protección que se les brinda, por la comida. Hachico debió ser la excepción. Durante nueve años, Hachico esperó a su amigo, a su dueño, a su protector fallecido, frente a la puerta de la estación del tren a que llegara, como siempre lo había hecho. Rechazó la protección que le brindó el resto de la familia. Hoy, en aquel lugar donde Hachico esperaba, hay una estatua de bronce. No es Hachico, pero es un homenaje al amor auténtico. Pocas cosas me hacen llorar, hoy por viejo, sensiblero o porque creo en las fábulas, he llorado.

Morir para vivir

He estado a punto de tirar la toalla, borrar todo lo que movilizó mi cerebro, mis dedos, mis tiempos muertos. O simplemente apagar el ordenador y dejar que todo se quede ahí como en un nicho fúnebre.

Me fui a hacerme un café, con él me senté, de nuevo, frente al ordenador. La pantalla se había apagado. «¡Qué bien estás así!», me dije. Tocar una tecla y abrirse era seguir, volver a empezar. Me resistí. Aquella pantalla negra era la esquela fúnebre de mi vida. Pero me gustaba. Era como asistir, consciente, a mi propia muerte. Cualquiera desearía verse un segundo después. En esa contemplación podía hacer un resumen de mi vida, sin nada más que añadir. Luego, sin ningún resentimiento, diría: «Bueno, José, hiciste lo que pudiste, no vale arrepentirse de nada, porque aunque te arrepientas, nada ha de desaparecer». Y pensando en la frase, yo mismo me di la razón: «Qué importa lo que hice, si lo hecho, hecho está?».

Pero el éxtasis duró poco y forcé la apertura de pantalla. Lejos de sentirme en el otro lado, las carpetas, los iconos, el fondo azul me devolvieron a la realidad. Si como parecía había muerto y vuelto a la vida, inmóvil me dije: «Y todo para qué, si esta vida ya la viví. No voy a repetirme si todo ha de ser igual.»

Pero la vida, mientras te tenga en sus manos, te dirá en todo momento que nada se ha acabado, que sigas dándole alegrías, tristezas, euforias y depresiones, dolor y bienestar, risa y llanto, amor y odio. Y en este ir y venir de lo bueno a lo malo, seguramente te dirás: ¡Qué mierda de vida!, y no tendrás el valor de acortarla.

«Pero eso es porque eres un inconformista», te dirá un estúpido.

Y tú, que eres un inconformista, le responderás: «Pues tienes razón, no lo había pensado.»

Y el cerdo resucitó

Científicos de EEUU consiguen devolver a la vida a las células cerebrales de cerdos muertos, lo que abre la posibilidad de devolver la función cerebral tras un daño y obliga a redefinir la muerte.

Titular de impacto que leo en un diario. Parece obligada una reflexión.

No es que los cerdos salgan corriendo; se trata de cabezas de cerdo recogidas en un matadero y convenientemente tratadas después de cuatro horas de haber sido seccionadas del tronco. No importan, aquí, los detalles del proceso, importa que ha sido constatado científicamente. Tampoco es que sea gran cosa, pero así se empieza a tirar del hilo en los laboratorios. Lo que han conseguido estos genios es devolver vida a las células cerebrales que, como digo, llevaban 4 horas muertas. Células que murieron por falta de oxigeno, principalmente, algo tan químicamente comprensible. Bueno, pues nada más simple que oxigenarlas. De momento, y digo de momento, no se ha restablecido la función cerebral en forma de consciencia. Tampoco soy tan optimista de que algo así se consiga, pero las hipótesis son libres.

Es una hipótesis. Supongamos año 2100 (para entonces nadie me va a contradecir). Resulta que, y es una hipótesis, alguien que lleva muerto, pongamos de un accidente, unas cuantas horas, es llevado a un taller de neurocirugía y allí le reconstruyen los desperfectos de su cerebro, los oxigenan, etc, y el ya cádaver abre los ojos y pregunta: ¿Qué me ha pasado? Los cirujanos aprovechan la ocasión para preguntar, a su vez, al paciente: Has estado muerto cuatro o cinco horas y te hemos resucitado, ¿nos puedes decir qué había en el otro lado o que has podido ver, por extraño que te parezca?

Y el recien resucitado, aún confuso, les responde: ¡Joder, no había ni vi nada, estaba muerto!

Pues eso, y es una hipótesis, que no hay que esperar al año 2100 para saber qué hay al otro lado.

El poema de María

E

María llevaba una vida dual: amaba a su marido, un hombre entregado por completo a su mujer, y también amaba, o al menos eso manifestaba, a un hombre que había conocido a través de la RED. De éste sólo se podría decir que era una gran embaucador, palabrero, fabricante de poemas y de historias a mitad de camino de parecer reales y fantásticas. A María le seducía su forma de decir las  cosas, tal que se creía musa o velada protagonista de ellas. Y es que María era una soñadora, para la que la vida real era una rutina.

Un día, su marido la sorprendió, frente al ordenador, escribiendo. María, hasta entonces, sólo había conectado el  ordenador para, según ella decía, curiosear, ver recetas de cocina y leer el horóscopo diario que aparecía en una web especializada. Intrigado el marido por verla escribiendo, le preguntó:

–Querida, ¿a quién le escribes?

–A nadie –le contestó —estoy escribiendo un poema.

–¿Un poema? ¿Tú un poema? Me sorprendes, no sabía que tuvieras esa afición. ¿Puedo verlo?

–No está terminado. 

–¿Y qué vas a hacer con él, luego que lo termines?

–Imprimirlo y regalártelo. Te lo daré pasado mañana, día de nuestro aniversario.

–Será un bonito regalo. Gracias, querida. Espero te salga como lo sientes.

–Será así, tenlo por seguro.

María se sintió liberada de haber salido en bien de aquella situación embarazosa y siguió escribiendo su poema. Luego que lo consideró terminado, lo envió primero a su amor virtual y después imprimió una copia. Apagó el ordenador, no antes de borrar todo rastro del poema, y se llevó la copia con ella. 

María puso el poema impreso en una cajita, delicadamente envuelta en papel para envolver regalos, sin dejar de ponerle una cinta roja en forma de cruz, rematada por un lacito rizado, y la guardó en un cajón de la cómoda, oculto entre su ropa íntima. Pero María no eligió ese lugar por casualidad. Quiso expresamente ponerlo allí pensando en su amor cibernético, imaginando todo tipo de deleites con él. 

Llegó el día del aniversario de su boda. María se levantó y fue a buscar el poema para dárselo a su marido mientras desayunaban. Cuando lo tuvo en sus manos, María se quedó mirando la cajita. Sintió remordimiento por lo que había hecho y volvió a guardarlo entre su ropa íntima. Tomó las prendas que había usado en la noche de bodas y se volvió a la cama. Con caricias y susurros despertó  suavemente a su marido que aún dormía.

–Querido, mi poema para ti.

María le hizo el amor a su marido, siguiendo las pautas que tanto le habían excitado leyendo un poema de su otro amor. El marido le expresó su satisfacción por tan especial sorpresa y no se le ocurrió preguntar por el poema que su esposa había escrito dos días antes.

Ese mismo día, María estuvo especialmente pendiente del correo electrónico.

(JDD 2003)

Estas cosas, de las que tengo archivadas cientos, las exhumo cuando estoy perezoso y mi cerebro es como un corcho que flota entre nubes de algodón; no por jaqueca. Si son buenas o malas poco importa, y no soy yo el indicado para juzgarlas. Eso sí, la mayoría son cabronas, sin concesión a una literatura amable que ensanche el alma, en lugar de encogerla. Pero qué le voy a hacer, si soy así, de natural algo cabrón.

En la casa de Dios

Un fuego a destruido Notre Dame. ¿Fue culpa de Dios que estaba jugando con fuego? ¿Fue, acaso, Elias, el profeta del fuego, que calculó mal la dirección de sus rayos flamígeros? Probablemente no. Nadie, consciente, quema su casa si no es para burlar a la compañía de seguros y con el rescate hacerse una nueva. Pero algunas se queman por inconsciencia.

Supongamos que Notre Dame se incendió por la negligencia de algún operario que estaba allí para su mantenimiento. Supongamos, con mucha buena voluntad, que Dios, dueño y morador de esa casa, estaba allí y observó la primera llama. O que vio a su profeta Elias hacer experimentos y vio una oportunidad de remozarla. En cualquier caso, el fuego se fue extendiendo sin que alguien lo parara. Puede que Dios estuviese en otro lugar, y se enteró por la prensa cuando ya era tarde. Puede que no fuese Elias el causante. Puede que fue el hombre que obró con negligencia. El caso es que la casa del Padre, una de sus más espléndidas mansiones, se quemó. Inhabitable, Dios habrá tenido que alojarse en otra de sus innumerables casas.

Pero lo podemos ver desde otro punto de vista. La casa ya estaba vieja y necesitaba de mucha atención. Dios no dispone de compañía de seguros, pero sabe que los hombres no le dejarán sin una de sus casas preferidas. Provee una marea de solidaridad para que sea reconstruida, con mejores materiales, corrigiendo defectos, perfecta para sentirse seguro. Y deja que el azar, Elias, él mismo, provoque un fuego con la intención de renovar su casa.

He leído que un magnate ha ofrecido 100 millones de euros para empezar el desescombro, ya tiene el Cielo asegurado. El Vaticano, el casero mayor de Dios, faltaría más, también se rascará el bolsillo. Un sin fin de particulares con su óvolo también contribuirán. Todos pensando en Dios, su amado padre, y algunos en París y la «grandeur» de la Francia. En cualquier caso, Notre Dame volverá a lucir espléndida, es un símbolo sin el cual Dios, los hombres, Paris se sentirían menos Dios, menos hombres, menos París. Yo contribuiré con un euro, que partiendo de mí, eso es mucho.

Julian Assange

¿Quién coños es Julian Assange? De vez en cuando ese nombre aparecía en los medios. Un fugitivo huido de la EEUU, de Suecia, de algunos países más que le tenían ganas. Lo que para unos es malo, para otros es bueno, Rusia, por ejemplo. Diez años llevaba confinado en la Embajada de Ecuador, acogido a exilo político. Desde allí, utilizando su impunidad, siguió alimentando esa especie de altavoz que proyectaba mierda sobre los poderosos. Hoy, la Gran Bretaña, esa malquerida de los EEUU, ha conseguido aflojar las cadenas de terciopelo del Presidente de Ecuador, y se lo ha entregado al destino final: años de cárcel en los EEUU. Por bocazas.

Pero esto, que sólo es noticia, a mí me ha dado ocasión para mover mi teclado y escribir esta crónica, literaria, por supuesto.

Resulta que la madre, ¡ay, las madres!, ha estado luchando por hacer ver al mundo la injusticia que han aplicado a su hijo. Y esta sobrecogedora soflama, casi bíblica, contra el presidente ecuatoriano, es la que ha provocado que yo me interese más por el hombre:

«Ojalá que el pueblo ecuatoriano busque la venganza sobre ti, traidor sucio, engañoso y podrido. Ojalá que el rostro de mi sufrido hijo te persiga en las noches sin sueño. Y ojalá que tu alma se quede siempre en el purgatorio de la tortura, igual que tú has torturado a mi hijo».

Terrible de verdad. Pero, yo le digo: querida mamá, tu hijo ha estado jugando con fuego en una pantanal de gasolina. ¿Por qué no le advertiste: hijo, no juegues a héroe en un mundo donde los héroes sólo son utilizados y nunca elevados al Olimpo? Juegas un Monopoly sucio y te quedarás sin nada que te pertenezca, incluso la fama, porque ya se encargarán tus contrarios, incluso tus benefactores, de arrinconarte en el desván de los recuerdos olvidados.

Pero la madre seguirá en su lucha, previamente perdida.

Escribe, que algo queda

A veces me da por husmear en mis archivos por si me resuelve el día, el día que, como hoy, no se me ocurre nada. No es que sea una perla, pero tiene su miaja de testimonio. Uno es como un puzzle, con piezas que encajan o no encajan. Esto que transcribo aquí es una de esas piezas que encajan. Me valdría para hoy algo actualizado. Lo dejo tal cual.

Año 2007

Porque ya estuve por aquí hace algún tiempo, contado en años. Después de ser graciosamente aceptado por el-los que mandan en el grupo, me he ido a «Miembros» para ver quién andaba por aquí. Soy contrario a los seudónimos, que bien parece que los que los usan tienen baja autoestima o miedo escénico. Recuerdo a pocos, quizá porque no memorizo los nombres interpuestos; Patricia Damiano, Graciela Wencelblat…

Yo me considero un desengañado de este medio, pero no puedo vivir sin él. Ayer mismo escribía una especie de epilógo y lo ponía en mi página

www.josediez.com/heroicidadesyestupideces.htlm

(Esta página ya no existe)

mausoleo de todas mis letras. Y poco tiempo después buscaba a un grupo para recibir respiración asistida.

Elegí éste. Y no recuerdo si está fuera mi carta de presentación.

Hola, Pat, áureo icono de Internet. Nadie como tú para crear adicción, sin desfallecimiento, a este  a veces juego de emparejar palabras o buscarlas emparejadas. Cuando me llega alguno de tus trabajos, inevitablemente susurro: Esta Pat tiene más moral que el Alcoyano. Por si no conoces ese dicho español, se aplica a todo aquel que es un optimista a ultranza.

Después de saludarte con la misma o mayor efusión, paso a explicar lo anterior.

Lo cierto es que la literatura cada vez vende menos —la imagen la tiene secuestrada. Y no me refiero ya al negocio que se mueve en torno a esta actividad de los seres humanos (creo haber leído que han descubierto monos que escriben o graban signos, hasta el presente ininteligibles). Si te fijas, no hay nada en la actividad literaria que se desarrolla en Internet que alcance las visitas medias de un vídeo en youtube, y da igual que pongas gratis una novela clásica o lo que te parezca más interesante para los lectores, que las visitas siempre son exiguas. Las caderas de Shakira, por ejemplo, concitan el interés de mas de 5 millones; el interés por bajar una pieza maestra  literaria, gratis, por supuesto, no pasa (según un estudio ad hoc) de 15.000, y eso si le acompaña al autor algún escándalo amoroso, le dan el Nobel, o se suicida; flor de un día o dos. Y los grupos, a los que nos aferramos. A éste le concedo por un tiempo el beneficio de la duda, pero aventuro ya que del abultado número de miembros, sólo un 10% son activos, y de ese 10% que mantienen viva la llama, sólo son leídos por un 20% del total, en el mejor de los casos. Repito, sería para mí una gran sorpresa que me desmintieran los hechos. Por eso manifestaba mi escepticismo. No obstante, sigo sintiendo una gran alegría cuando alguien me recuerda o dice algo de lo que escribo; es la alegría del pobre, que ve bendición en cualquier regalo inesperado. Adelante, pues, tú con tu optimismo y yo con mi pesimismo, si,  por ventura, en alguna ocasión nos encontramos.

Hasta que germinan. O porque germinan. Somos eternos porque nos perpetuamos a través de una semilla. Los poemas se perpetúan porque tienen vocación de semilla. Pon un poema entre un hombre y una mujer,  y aseguras la fertilidad. Pero, ojo, al poema no le pongas condón.

José

P.S. No, no me queda escrito de alguien que manifestara su airada contrariedad por ser un iconoclasta de la poesía. Hoy sospecho que no se atrevían.

El suicidio como excusa

Esta carta, que incluyo, la escribió Andrés, un joven que fue objeto de acoso por sus compañeros del colegio y en otras circunstancias. La escribió para justificar por qué se iba a suicidar, algo que sucedió.

Es imposible ponerse en la piel de Andrés y mostrar empatía con su decisión; sólo si hemos padecido de algo así, siendo cada caso independiente y no identificable como el resultado de un síntoma.

Andrés tomó esa decisión en uso de su libre albedrío, aunque empujado por las circunstancias. Se puede pensar que Andrés fue un cobarde, que su decisión no estaba justificada, que la vida le iba a reservar mayores pruebas. Se puede pensar que Andrés era un mitómano, que creyó reivindicar un papel de héroe y que, al fin, todos hablarían de él y que su testimonio serviría para acabar con el acoso en todas sus formas.

Cada uno de nosotros puede adjudicarle a Andrés una razón para su decisión. Pero Andrés está muerto por voluntad propia, y sólo él, si pudiese, nos podría explicar qué le empujó a suicidarse. La carta es previa, obviar las faltas de ortografía y tomarlo como un relato literario, sólo eso.

Un agujero negro y tú

Primera imagen de un agujero negro exhibida hoy 10 de Abril 2019

Hay que estar al día, aunque se a nivel elemental. Si es verdad lo que dicen los científicos, hoy es un gran día para la humanidad, un antes y un después. Hasta ahora se especulaba sobre la existencia de agujeros negros. Se diseñaban dibujos, composiciones fotográficas que nos acercaban a lo que podía ser un agujero negro. Se nos decía, y se nos dice, que era algo así como un chupón del Universo, una garganta profunda que se tragaba todo. De esa forma, todo lo que estuviese en su radio de influencia, llámese gravedad, terminaría cayendo absorbido por la masa que la genera. Es fácil comprender que a más masas que se traga, más aumenta la gravedad, y más gravedad, más masas lejanas alimentan su voraz apetito. Nada que extrañe. Lo que si es sorprendente es que esa masa llega a ser tan grande, 6500 millones de soles, que la gravedad es tan gigantesca que ni los fotones de luz pueden escapar. Por eso se le llama agujero negro, porque no emite luz.
Aunque todo era, hasta hoy, una hipótesis que la daba verosimilitud las matemáticas.
Pero hoy, unos sesudos humanoides, pues para ser humanos todavía les queda mucho tiempo, han conseguido una foto. Han necesitado un telescopio similar a la superficie de la tierra, coordinando telescopios repartidos por todo el mundo. Y se han reunido en rueda de prensa para dar la buena nueva urbi et orbi. Y esa es la foto robada a nuestra Galaxia. El mérito es grande, porque un agujero negro no emite luz y si ha sido posible es por haber fotografiado lo que llaman Horizonte de sucesos. Difícil de entender, pero supongo que han conseguido la instantánea en el momento en el que esa luz corresponde a lo que se está tragando, luego seguirá su destino, engordar más y más el agujero.

Mea culpa si he dicho alguna barbaridad. Me sirve para decir algo que es cierto: cuanto más sabemos del universo, más pequeños nos volvemos. Un día, un agujero negro nos tragará y ni siquiera seremos un aperitivo.







A ver si me explico

Sea sólo como ejercicio de buena sintaxis. (escrito en 2006, actualizado)

He estado en varios foros, todos de corte literaria o cosa parecida. De algunos me echaron por las formas, en otros monté una algarabía que llegó trascender hasta estamentos sensibles, otros eran tan bujarrones, que hasta yo parecía un dulce pastorcito. El caso es que me terminaba cansando y me iba, por pereza, de donde no me echaban.

Como ampliación a mis confesados orígenes literarios, debo agradecer a los foros una cosa que estimo crucial para alguien que pretende ser escritor: la agilidad mental. Sin agilidad mental un escritor se empantana en cualquier momento de la producción que lleve entre manos, y suele dar al traste, en ocasiones, con su mejor empeño: mantener el hilo conductor de un argumento hasta su desemboque final. Bueno, pues la agilidad mental (como la del cuerpo) es algo que se obtiene entrenándose, no es algo innato.

Para mí descubrir estos foros fue fundamental, porque yo carecía de esa agilidad mental, algo que comprobé cuando me puse a escribir mi primera cosa. Y fue curioso que a raíz de mi participación en foros, noté que esa agilidad aparecía y se potenciaba más y más a medida que asumía otros difíciles retos, como criticar a Cela, a Pessoa, a Dios si llegaba el caso. Todo era para mi un ejercicio en clave literaria, y lo sigue siendo, que si motivaba una respuesta, fuese airada o elogiosa, a mí me servía para constatar que mi propuesta no había caído en saco roto.

Y así me iba animando a asumir nuevos y más difíciles retos. No lo habéis leído, ni creo que os interese a todos, pero cuando escribí “Yo, Alejandro”, en sus más de 700 páginas creo haber derrochado una enorme agilidad mental, quizá no ortodoxa. La propuesta que hice fue hacer de un personaje pedante en extremo, la punta de lanza, aparentemente coherente, contra todo lo establecido como verdad. Ahí es nada.  El resultado no lo he constatado aún porque soy muy perezoso, y hasta inútil, para promocionar mis cosas, pero ya puedo asegurar que cualquiera que lo lea, está aquí, necesitará muchos argumentos para rebatir las pedanterías de Alejandro, y no, desde luego, a base de hacer cuchufletas como ha hecho algún lector al que debió indigestársele. Todo, pues, pasa por entrenarse. 

Y ahora que me he confesado de verdad, os aseguro, amigos, que todo lo que escribo lo es en clave literaria. Sólo digo la verdad cuando alguien me mira a los ojos.

Dicho lo anterior, quizá ahora no se me tome en serio, pero eso tiene una ventaja: no tengo que dar explicaciones.

José