El tiempo congelado

 

Ha sido con ocasión de asistir al bautismo del aire de mi nieto. Estudia piloto comercial en la Universidad de Salamanca, y ayer se ponía en solitario, por primera vez, al mando de un avión. Todo transcurrió perfecto y emocionante.

Pero no  es de ese acontecimiento familiar del que quiero hablar.

El título de este post me parece un acierto, no porque de él tenga nada que presumir, sino porque responde fielmente a lo que quiero significar.

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El escritor malogrado (cuento)

 

¿Qué es un cuento? Antes de responder tengo que preguntarme: ¿un cuento popular, fantástico, ficción, realista,  de terror, en cualquier caso un cuento maravilloso? Las definiciones no son coincidentes. Para unos, el cuento es la narración de una ficción; para otros, una narración basada en hechos reales o ficticios. Sea real o ficticio, la pregunta es si siempre ha de ser un cuento maravilloso, cualquier otro calificativo es contingente, que no haría variar el sustantivo cuento. El consenso es unánime cuando se define la extensión: el cuento:  es una narración breve.

Un cuentista cuando inicia la narración, ¿ tiene claro qué tipo de cuento va a ser entre los enumerados arriba? Está claro que no está en él anticipar que será un cuento maravilloso; serán los lectores u oyentes los que manifestarán esa condición del cuento después de leerlo o escucharlo. El albur para el escritor dependerá del acierto, la suerte, su maestría como relator y, especialmente, su sensibilidad. Un cuento es sensibilidad desde la primera letra a la última, si no existe esa sensibilidad, un cuento no sería un cuento.

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Historia de una joven que se autollamaba Princesa Luz, verídica

Parodiando a José de Zorrilla:

**Yo a los cielos subí

Y los infiernos bajé

y en todos los foros dejé

memoria amarga de mí

Nunca estuve enamorado

Niñas que  se enamoraron

Todas su amor terminaron

Ni siquiera por mi respetado.

Fue así. Pudo ser de otra manera: condescendiente, mentiroso, embaucador, tierno y sensible, poeta a corazón abierto y vísceras enterradas. Pero  me miré demasiado en el espejo mágico y le pregunté: espejo que hablas de mí, ¿existe alguien más maravilloso que yo en este lugar de ninfas, señoras y señores respetables, rameras y cabrones? Era algún foro en el que participaba.

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La literatura al servicio del amor

 

 

Henry Fuseli (1781)

 

«Un sueño ahorcado

Hace poco soñé, un sueño inesperado. Soñé que pertenecía a un hombre desesperanzado. Me decía que amar sin amor era solo en momentos que soñamos. En mis adentros deseé, darle vida, de la que vivo con sabores, olores y colores amando. Y le dije que en solo en sus sueños, tendría mi alma abierta a su deseo. Desperté y recordé el sueño, el hombre… a mi diario.

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Carta a unos amigos protestantes


Estimados amigos, A. y P. 

Tenía una idea confusa sobre el protestantismo. Como la sigo teniendo. Como la tengo sobre todas las religiones, incluida en la que fui bautizado. 

Quiso la casualidad que descubriera vuestra inclinación religiosa: erais protestantes. Me pareció una oportunidad que quise aprovechar. Nunca me niego a saber sobre cualquier cuestión, por nimia que sea. Reconozco que hasta hablar con vosotros, los protestantes eran para mí una anécdota,  unos hijos díscolos, separados de la religión católica, pero no conocía la verdadera historia que explicara esa desavenencia, ni siquiera que Lutero hubiese sido el revolucionario que prendió la llama original.

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Muerte en la red… y nacimiento

 

Todos, a casi todos, hemos sido bautizados dándonos un nombre, unos apellidos, y en esa partida de bautismo algunas cosas más que nos identifican en la sociedad como seres únicos.

¿Existe un bautismo para los que escriben, lleguen o no a ser considerados escritores, que les definan como especie singular entre el bosque de consagrados, advenedizos y tímidos que apenas se atreven a hacer públicas sus incursiones en eso que llamamos literatura?

Buceando en mis archivos creí haber encontrado mi partida de bautismo literario. No podía ser una creación ex novo porque no sería una partida de bautismo, que sólo se entiende como el relato de algo sucedido, real. Y si lo llamamos  bautismo  literario es porque es así como comencé a andar en  esto de escribir. Y presentar en público, porque mucho antes ya había dado muestras de mi inquietud en escribir lo que imaginaba, lo que pensaba o en lo que creía.

Lo que aquí presento, y ahora, después de muchos años, releo, debería borrarlo de todos los discos duros, nubes y plataformas donde se encuentre sepultado. Pero ¿haría bien borrando mi partida de bautismo? Dejaría de ser un ser concreto y sí casi un fantasma.  Aunque tenga la tentación de destruir lo que debiera avergonzarme, he creído que, de hacerlo, no podría explicar cómo he llegado hasta aquí. Lo incorporo, después de toda duda razonable, a este blog, porque si se hace abstracción  del contexto en el que nació, es hasta un texto literario, discutible, pero que consagra el cordón umbilical entre la primera palabra que puse en circulación y la última que ponga. Que todo tiene un principio, muy fijado en el tiempo, y un final que llegará. No he cambiado nada, ni una coma que falte o esté mal puesta. A quien se decida a leerlo, le pediré que sea benevolente, que procure interiorizarlo  como una historia fantástica, que no pudo suceder realmente. Luego que lo haga, que atribuya a este pecador la culpa de la que no se arrepiente, porque, de hacerlo, a mi existencia como aficionado a esto de escribir le faltaría el origen, sin el cual nada existe.

Nota.

Los sucesos tuvieron lugar hace 25 años. Este escrito al que me refiero ahora tiene fecha 2001.

 

CAPITULO PRIMERO

Muerte en la RED

Yo era un recién iniciado en lo que llaman navegar en la RED. Había dejado todo: mi trabajo antes de cumplir con la establecida edad de jubilación, mis escasas relaciones sociales y de amistad. Tenía, por fin, la decisión de dedicarme a una pasión aparcada por mucho tiempo: escribir. Infructuosos intentos de sacar a la luz mis primeros manuscritos tecleadados en una máquina convencional. Había oído hablar a mi hijo de servidores, portales, páginas, grupos de discusión, correo electrónico. Fue la curiosidad la que me llevó a ver de qué iba aquello. Pronto pude percibir las enormes posibilidades que me ofrecía, no sólo como ilimitada fuente de información, sino como medio para salir de mi anonimato, comunicarme con otras gentes de mi cuerda una vez localizadas. Mi hijo me configuró los accesos, luego, hasta me diseñó una pagina personal donde pude ver mis cosas, mis escritos en letra impresa, o digital, que esta modalidad aún no ha sido definida. Resultaba magnífico verme allí y suponer que alguien caería sin querer en aquella página y se viera tentado a ver de qué iba ése. Luego, quizá interesado y finalmente satisfecho del tiempo que le había dedicado a un aprendiz de escritor con más entusiasmo que experiencia, quizá, hasta se comunicara conmigo, a través del correo electrónico, para darme su opinión, opinión que yo esperaba con una mezcla de impaciencia, pudor y temor. Consultaba todos los días el número de visitas a mi página, direccionada desde los “búsqueda” instalados en los principales servidores de la RED, bajo las palabras relacionadas: literatura, novela, teatro… No era para sentir entusiasmo: una, dos, ninguna visita diaria. Todo cambió sustancialmente cuando descubrí los llamados Foros de discusión. En ellos, un grupo de gentes, daba la impresión de necesitar de las mismas cosas que yo: comunicarse con personas afines a mi inquietud literaria, sentirse acompañados, “hablar” de esto y aquello y tener siempre un interlocutor que aceptaba no sólo escucharte sino intercambiar pensamientos contigo. No recuerdo cómo caí en uno de esos grupos. Cómo llegué al grupo que hoy continúa existiendo bajo el nombre El Cadillo (ya no). Debió ser como ocurren estas cosas en Internet: uno navega sin ton ni son y encuentra un banner (esos letreritos sugestivos que aparecen cuando “navegas,” más bien a la deriva). Algo sobre literatura debía anunciar, que yo piqué el anzuelo. En aquella cesta me encontré con otros pececillos tan entusiastas de respirar oxígeno a manos llenas como yo, sin aparente preocupación de que tanto oxigeno nos pudiera matar o ser devorados por alguna piraña oculta en las buenas formas.

Tuve muchas vacilaciones antes de decidirme a hacer mi presentación. Yo, por entonces, era una persona pudorosa, llena de miedos a ser juzgado, inseguro de mí mismo. Me temblaron las manos cuando, en un supremo rasgo de heroísmo, pulsé mi primer “enviar”. Mi primer mensaje, o aporte en la jerga de los foros, era como una declaración de intenciones: llamar la atención. Digo que fue un rasgo de heroísmo, porque soy persona tímida, y ese mensaje era como llevarme a exhibirme en una plaza pública vestido de guerrero romano. El mensaje decía así:

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¿La muerte un salto cuántico?

Ya el título estremece, ¿verdad? Y a mí me provoca indignación. El tema de la mecánica, o física cuántica, tan de moda en la actualidad, después de la información que he podido, con santa paciencia, recabar, tengo que concluir que se ha prostituido  hasta límites insoportables. Aquello que nunca se explicó y menos se demostró, ahora, por arte de magia, tiene visos de ser la piedra Rosetta moderna que todo  lo aclara porque permite interpretaciones para todos los gustos. Y ay de aquel que no comulgue con las ruedas de molino que los charlatanes ofrecen cuando invocan los fenómenos cuánticos. A ellos se adhieren gentes que de buena fe les creen, y , como bálsamo de Fierabrás, dejan de padecer  de angustias existenciales.   Como nunca acepté que nada ni nadie ninguneara mi capacidad para disponer de un pensamiento libre, me voy a permitir fijar mi posición ante tan arduo tema. No se ha de esperar de mí ni una sola afirmación que contradiga o sustituya las de otros que sí lo hacen sin ruborizarse. Cuando digo mi posición, me refiero a lo que yo extraigo de todo lo que se dice, que, a veces, muchas veces, es nada, por eso, como digo, me indigno.

De lo que he conseguido entender, la paradoja cuántica se resume en que algo puede coexistir en dos planos diferentes al mismo tiempo. La paradoja llamada  el gato de Schrodinger supone que un gato encerrado en una caja opaca, y con un veneno radiactivo, puede estar vivo y muerto a la vez. Un electrón que gira alrededor de un átomo, puede al mismo tiempo estar en una órbita o en otra superior. Ergo, un ser vivo puede estar  vivo y muerto a la vez. Y esto es así, porque si eliminamos el factor tiempo, éste ya no condiciona los acontecimientos. Y ¿cómo se produce este fenómeno? Para ser más exacto tendría que decir cuándo se produce este fenómeno, no cómo. De aquí la posibilidad, teórica, de que un ser pueda vivir después de morir. Pero de eso no somos conscientes, si estamos vivos sentimos que estamos vivos, si estamos muertos no lo podemos saber, salvo que el ser vivo esté en otro plano, en otra realidad, en otro universo paralelo. Ahora pensemos un poco más. La velocidad de la luz es la máxima velocidad que físicamente se puede alcanzar. Un objeto A está quieto y un objeto B viaja a la velocidad de la luz alrededor del objeto A. Los dos objetos coexisten a la vez en la posición original porque no existe el tiempo de desplazamiento de uno sobre el otro, ¿Os parece chino? A mí sí, y nunca se podrá demostrar, salvo con nano elementos, como el electrón, que ya se ha podido comprobar la paradoja mencionada.

Y ahora al tema que me sirve de pretexto.

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Epílogo

EPÍLOGO

Tragicomedia en tres actos

 

© José D. Díez . Julio 2001

Dedicatoria

Con este trabajo deseo rendirte homenaje a ti, sufrido y voluntarioso lector de teatro; a ti que nunca verás una obra representada y así gozar de la imagen en la que la palabra tiene origen y sentido. Y para que no te abrumes, ¡Dios!, con tanta palabrería descarnada, me  he permitido introducir algunos elementos nada ortodoxos que, por pudor, no llamaría de humor pero sí frívolos. Mi pretensión ha sido hacerte sonreír y, si es posible, ayudarte a imaginar; feliz y pagado me sentiré si lo he conseguido. Va por ti.


Pequeño prefacio para no perderse

La obra está estructurada en tres actos. En el primero se pretende crear los antecedentes de un autor preocupado con su incontingencia: lo que hizo, hizo, y no pudo ser de otra forma. Sus personajes no están conformes y piden una oportunidad. El autor, contando con el tiempo que le queda, les da esa  oportunidad a través de su sueño.

En el segundo acto, la realidad de esos personajes no puede ser «real», sino producto de un sueño. El autor dormita mientras sueña con ellos. El resultado es que se comportan «irrealmente», reminiscencias en el autor y su subconsciente del aprendizaje o influencia que obtuvo leyendo a los clásicos; y así, versean, son cursis hasta el empalago y el entorno es fantástico como corresponde a un sueño. Cuando despierta, rememora el sueño, y en lugar de tomar por bueno lo que bien pudiera ser todo un hallazgo, (imitación de los clásicos) lo rechaza no despreciando a sus maestros, que no se atrevería, sino buscando otro tipo de excusa. Se pone frenéticamente a escribir, en esta ocasión despierto y perfectamente consciente.

 En el tercer acto ya no hay excusa ni pretexto para forzar ningún destino amable para sus personajes; cuenta sus realidades respectivas condensadas en una nueva escena de teatro: la vida misma. Los personajes habían estado fingiendo o reprimiendo pasiones que ahora se precipitan en sentimientos reales, explícitos, que les llevan al abismo. La tragedia se consuma.  El autor tampoco esta vez se da por satisfecho; contar la verdad al público es como desenmascarar los propios fingimientos de aquél. No le van a aceptar. Se refugia en sus sentimientos como única salida a sus frustraciones y decide morir desde un postrer lamento.

¡Ah! Se me pasaba decir que la Raquel que se nombra y nunca aparece, representa ese personaje maldito que nunca el autor hubiese querido crear; un doler la cabeza, un escalofrío que recorre el cuerpo, volverla a ver ya sería el espanto.

¿Y el autor de esta tragicomedia? ¿Tiene algo que decir, antes de que se le olvide y, luego, sólo le quede el salir gritando a las plazas públicas a reivindicar su no sé qué? Pues… el autor anda por ahí, oculto, sin atreverse a dar la cara del todo; esto sí lo tiene bien aprendido de sus maestros.

Aunque es posible que, en su soledad, también sufra y no lo quiera confesar. O lo disimule con un gesto distante. Es la displicencia de quien se sabe autor de las emociones que, a través de sus personajes, llegan al público y que no siempre éste recoge como provenientes de él, que fue a la postre quien  los creo. Probablemente tiene celos de los actores que los encarnan. Quizá hubiese querido aparecer en escena como un personaje más, aunque sólo fuese moviendo los hilos, o representándose a sí mismo. El gran Pirandello, en su “Seis personajes en busca de autor”, lo ignora. Sólo le menciona como un referente necesario para que los personajes puedan existir. Sin embargo, habréis observado, los que hayáis leído su obra, que no dejó de aprovechar la ocasión de hacerse presente; ya que no podía aparecer en la obra representada y su drama personal sería ignorado, introdujo un largo panegírico de sí mismo en ese prefacio, por lo demás pedante, egotista, rayando en la descortesía al poner en tela de juicio la inteligencia del público. Todo se lo perdonamos, porque quizá tenía razón, o porque fue un genio. ¿Consiguió lo que se proponía? No lo puedo saber; él nunca, que yo sepa, dejó testimonio de que estuviera  o no satisfecho de su papel de simple autor, uno más entre sus personajes en busca de un destino, pero que, al contrario que estos, no se le permite salir a escena, salvo a saludar si llega el caso. Ahora, lo que pensemos el público, ya no importa; él está muerto. Pero si podemos pensar que lo intentó y deducir que le preocupaba.

Bien, yo ya dije lo mío. Al final lo remataré con algo que se me ocurra. Os tengo por amigos, y sería mezquino contaros mis penas.

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