Julen

Hoy me levanté pesimista. El pesimismo no es una patología. Tampoco un estado de ánimo. El pesimista razona sobre su existencia o sobre todo lo que le rodea que le afecta. Concluyes que algo está mal, que va a estar mal si no lo has constatado ya.

Ayer el rescate de Julen aún me permitía pensar que era posible rescatarlo con vida. Nadie del operativo del rescate hablaba de un final trágico, sólo decían que el niño Julen sería sacado del pozo, los mineros que nunca un compañero había sido dejado enterrado en la mina, y Julen era ahora su compañero. Los medios tampoco se atrevían a hacer pronóstico fatalistas, acostumbrados que están a llenar sus informativos o páginas de periódicos con el lado más oscuro de las noticias.

Hoy es ese día D que abrirá la luz a tanta oscuridad como ha envuelto este terrible suceso. Ya no ha lugar ser optimista, en horas se sabrá qué ha sido del niño Julen. En mi cabeza se agolpan imágenes de realidad aumentada. Análisis forenses para determinar todas las explicaciones posibles, sin margen de duda, del final, injusto en cualquier caso, inexplicable para la razón, del pequeño. Allí, en ese pozo de 70 metros no está el angel de la guarda de un niño de dos años infundiéndole aliento de vida; estará llorando su descuido, de paso mirará a Dios y le preguntará por qué el destino de los seres humanos no es de su incumbencia, a quién, entonces hay que pedirle cuentas.

Si por ventura no fuese lo que presiento, entonces tampoco creeré en ángeles de la guarda ni en el dios que proporciona la última esperanza; es demasiado cruel, simplemente, haber dejado que sucediera.

¿Qué fui y qué soy?

Aún tengo lucidez para conocerme. Tiempo atrás, ese conocimiento estaba, en ocasiones, embarrado con ilusorias imágenes de hombre pletórico de satisfacción personal. Nunca me puse a prueba públicamente más allá de algunos escritos que confesaban mis verdades y también mis mentiras. El reflejo público era engañoso y el primer engañado era yo. Pero me ayudaba a vivir en la burbuja que me ponía al abrigo de las frustraciones. No suponía que llegaría el momento en el que las imágenes auto creadas dejarían de venir en mi ayuda porque los espejos los rompería el tiempo. Todo hubiese sido diferente si yo hubiese sido comedido con aquella euforia, hoy, en una transición brutal, ya no tengo espejos en los que mirarme travestido de alegre payaso capaz de embaucar la mediocridad de mi público. Tómese mediocridad como capacidad media para separar el grano de la paja, y no un calificativo de inferioridad; todos somos mediocres en tanto que no somos genios.

¿Por que digo que aún tengo lucidez para conocerme? Tampoco se trata de un esfuerzo por parecer humilde, si concluyo que hoy me veo con capacidad inferior a la media. Quizá el desgaste ha rebajado todas mis capacidades otrora aceptablemente en el límite. Cada día entro en bucle que repite mis vivencias ya sin ilusión. Sin contar con la sensación de que la muerte, si no es fulminante, se va produciendo lenta pero sin pausa ni retroceso. ¿Sólo me sucede a mí? No lo creo, sí sólo somos fisiología, hoy por hoy no existen máquinas perfectas, y ni los lubricantes más refinados impiden el desgaste.

Entrar en un diagnóstico explícito de lo que me sucede, todavía puedo ocultarlo mientras la ocasión no me obligue a ser descubierto. Y salvo que me falte también el criterio, voy a no asumir ese riesgo.

¿Somos Ícaro?

Muchas historias de la mitología griega son un recorrido por la ambición humana. Pero la historia de Icaro es un paradigma. Y lo es porque ninguna historia podría aplicarse mejor a ese afán del hombre por alcanzar metas, en muchas ocasiones, inalcanzables. En ese empeño no se nos ocurre acercarnos al sol pero casi. En ocasiones emprendemos vuelos temerarios que nos devuelven a la realidad de forma traumática. En otras alcanzamos las metas que nos proponemos, muchas de ellas inaccesibles para el común de los mortales. Cuando esto sucede, decimos que hemos alcanzado la gloria, se nos reconoce la relevancia de lo logrado, se nos premia. Se nos llega a calificar de inmortales, aunque fallezcamos sin remedio.

Ícaro fue un estúpido que no escuchó la voz de la experiencia de su padre. Hoy hay muchos jóvenes Ícaros estúpidos que no atienden las advertencias de sus padres, de la misma sociedad escarmentada que les pone delante los riesgos de su ambición desmedida. No hay para ellos intermedio entre el todo y nada, alargan la mano para coger lo que desean más de lo que les permite el brazo, sin darse cuenta que arriesgan todo el cuerpo a meterlo en un callejón sin salida, en ocasiones en el abismo. A todo esto, nada de esfuerzo, su filosofía de vida es el hedonismo, el derecho que se arrogan a tener lo que desean sólo por desearlo. Dales unas alas para que vuelen ni muy bajo ni muy alto y ellos no tendrán en cuenta las limitaciones, forzarán esa alas hasta que se rompan, porque todas las alas tienen un límite.

Si leyeran el relato de Icaro, quizá dijeran: no podemos acercarnos al Sol, pero sí a las estrellas. Y en eso están.

Se acabó la fiesta

¿Celebramos el nacimiento de Jesus, o es un pretexto para tomarnos unas mini vacaciones, reunir a familia desperdigada, inflarnos a comer y beber, subir el azúcar en sangre y cantar rancios villancicos?

¿Y despedimos el año con esa payasada de las serpentinas, los matasuegras los gorritos de papel, las uvas (aquí en España), en una transición bacanal al año nuevo que empieza, como si al despedirnos de la noche vieja nos esperara una mañana luminosamente nueva?

En fin, dos ocasiones de hacer el payaso, perder la compostura y joder el hígado.

Por mi parte, nada más que reseñar, mis navidades me las pasé cocinando para la familia y unos amigos. En prueba de agradecimiento por mi buen hacer, los amigos me regalaron un letrero en lugar de estrellas Michelin. Helo aquí:

O sea, que mi casa lo han convertido en el CAFÉ DE PAPÁ. Son un amor.

Los chinos y la cara oculta de la Luna

Ellos sabrán del propósito de hacer aterrizar un robot en la cara oculta de la luna. Los chinos son bastante herméticos a la hora de informar sobre sus intenciones. Mientras nos las ocultan, los que nos somos chinos, no nos queda más remedio que intuirlas. A los árabes no les ha debido gustar ese logro de la TÉCNICA CHINA. En torno a la Luna, la medialuna y sus creciente, los árabes han montado su historia, su significado, su razón de ser bajo su influencia. Digo que este hito de la técnica no les debe haber gustado, pues es como dejar a la Luna con el culo al aire. A ver qué dicen, que algo dirán.

Para nosotros el poder ver la cara oculta de la Luna, en lo que los chinos nos la dejen ver, el significado lo fijamos en algo más prosaico. Ahora diremos: tanto tiempo ocultando el otro lado, y ahora unos hombres, (chinos por más señas), han descubierto que, como todo, tienes dos caras, la que muestras y la que ocultas. Ahora no podrás engañarnos con esa dualidad misteriosa y dejarás de ser interesante. Como humanos insaciables, intentaremos joderte por delante y por detrás.

Radiografía de un octogenario

Hoy he cumplido 80 años. No es que lo quiera recordar a mis lectores, por ver si tienen el detalle de felicitarme. De momento voy bien, son las 11 AM y van tres, una amiga y dos familiares.
A fuer de ser un pesado con esta matraca de los ochenta, se me ocurre que una radiografía no me viene mal, aunque sólo sea para ver la posición que ocupo en el universo. ¿Y qué sintomatología se puede ver en esa radiografía, que es una multicopia de otras radiografías que se hagan otros al cumplir esa edad
Veamos.
Creo que lo más sobresaliente es las pocas ganas que tienes de casi todo. Te observas y concluyes que lo que te queda por vivir, por gozar, por dejar algo que te sobreviva, ya no aparece en tu agenda. Es como si el querer no es poder, no te planteas nada, y si algo quieres reiniciar, revivir, ni ayudando a tu imaginación con un placebo consigues, si no algo notable, al menos algo medianamente digno.
Y no hay marcha atrás para recoger el testigo que se te escapó de la mano, la meta está cerca, a ella intentarás llegar aunque sea arrastrándote. Una estupidez notable.

Vikingos

Como es ya mi costumbre, una nueva reflexión sobre la serie que actualmente estoy viendo.

Me parecía, en esta ocasión, que la realidad se confundía con la fantasía. De mis incursiones por Escandinavia, me llamó la atención la idiosincracia de los actuales escandinavos. No me pareció el pueblo del que tenía información. Aficionado a la historia de aquellos pueblos que habían dejado huella, lecturas sobre los Vikingos me había fascinado. Para actualizar aquellos lejanos recuerdos, he recurrido a la siempre inagotable fuente de información que me brinda Internet. A la vez que refrescaba mi memoria, percibía que la serie que estoy viendo abandona mínimamente el rigor histórico. Los vikingos de la serie son los vikingos de la historia, quizá, y para que la serie atrape todos los instintos, los guionistas dieron prioridad a la exposición exhaustiva, pormenorizada y atosigante a los instintos que denominamos, injustamente, más bajos. Son instintos primarios, no pasados por el tamiz de religiones, filosofías moralizantes o manuales de efectos secundarios dañinos.

Los vikingos, aunque esto lo pongo en duda, creían que sus dioses habían dispuesto lo que cada individuo o conjunto de individuos tenían programado, de forma que todo lo que hacían y el destino de sus acciones, estaba prefijado por sus dioses y nada podían hacer para elegir con libre albedrío. No existía, por tanto, el arrepentimiento, ni siquiera  la consideración personal del pecado (tómese la palabra pecado en el sentido amplio y general de algo mal hecho). En contradicción aparente, se juzgaban aquellos actos que no gustaban al poder y se condenaban severamente. Odín también lo tenía dispuesto.

La serie abunda de tics habituales y recurrentes: la guerra ofensiva como herramienta del pillaje,  la muerte, el amor y el amor libre, el sexo, la amistad, la traición,  la crueldad, a veces terrible en sus ritos, supuestamente para agradar a sus dioses y obtener el favor de alcanzar su gloria (el Valhalla). Se parece a un repertorio de distintos vasos comunicantes, árabes, cristianos, indus, etc. Si los incorporaban a su acerbo cultural como consecuencia de sus viajes a otros países, es algo que carece de importancia. Los vikingos eran extremos en todo, y cada uno de esos tics parecían propios y exportables, con marchamo de marca registrada.

Hoy los escandinavos en nada se parecen a sus antecesores. Son pacíficos y pacifistas, melifluos, nada belicistas, educados, socialmente avanzados. La serie, si de algo peca, es de que el exceso de realismo en la exposición de los tics antes mencionados no permite tomarla como referente de la historia.

Pero la ejecución artística es extraordinaria.

 

Escribir para el pozo del olvido


Abro mi blog, en el menú elijo nueva entrada, ya tengo delante el cajetín del título y el amplio espacio en impoluto blanco que espera lo manche con letras, palabras, frases que configuren un argumento. Me paro y concentro mi pensamiento saliendo del cuadro de la escritura. No me surge un tema que pueda desarrollar. Vuelvo a mirar ese cuadro que dejé virgen y me sorprendo. Todo lo que estoy diciendo aparece allí escrito. Recapacito, no soy consciente de haber tecleado nada, ¿cómo es posible? Debe ser mágico, un poder desconocido de mi mente. ¡Fantástico!, todo lo que pienso se refleja de inmediato como escrito. Me animo con todas las posibilidades que esa facultad me brinda. Todo lo que piense, todo lo que imagine podrá ser traducido a palabras, palabras escritas que perdurarán dejando lugar infinito a las siguientes. ¿Valdrá la pena? ¿Podré pensar y, consecuentemente, conseguir que lo que piense y escriba valdrá la pena? ¿Qué requisitos indispensables deberían acompañar a mis pensamientos escritos para que valieran la pena? En esta definición yo sólo puedo poner la voluntad, el resto habrá de ser propuesto por los lectores. Pero para que sus propuestas fuesen válidas, deberían ser universales. Así ha sido con lo que llamamos literatura universal, filosofía universal, ciencia universal, cualquier testimonio que hemos guardado como imperecedero. Después de está consideración, quizá maximalista, pienso en lo que he escrito, estoy escribiendo y quizá escribiré. ¿Valdrá la pena? ¿Les valdrá la pena a las dos docenas de destinatarios habituales de mis escritos? ¿Por alguna rendija se colará alguno de mis escritos enlatados para navegar eternamente por el espacio universal de la historia, ese burdel que ofrece placeres sin límite a cualquiera que desee despertar sus sentimientos dormidos, inanes para crear por sí mismos el catalizador que los despierte? ¿Debe preocuparme por la probable permanencia de mis escritos en este reducido espacio, sin rendijas por la que colarse más allá? A mi preocupación en este sentido le seguiría una sensación de impotencia. Trascendería de la anécdota de la que estoy siendo protagonista para entrar en el ámbito de la entelequia. Regresaría al pensamiento que se encierra en mi mismo buscando razones que sólo satisfacen a mis propias preguntas. En ese círculo me encuentro y nada puede romperlo, pero puedo seguir como si fuese posible, quizá sólo valga la pena para mí.

Releo, parece una confesión sin propósito de la enmienda, sin arrepentimiento.  Mi condena será seguir escribiendo para el pozo del olvido.

22 de Julio

22 de julio es un docudrama que refiere los hechos sucedidos en Noruega en esa fecha del año 2011. Un ultraderechista radical, nazi por más señas, es el encargado de causar la mayor matanza que había ocurrido en ese país: 77 muertos, 300 heridos.

El fondo del asunto es un alegato de la sociedad bajo el imperio de la ley, de una ley democrática y humanamente sostenible. Noruega pasa por ser un ejemplo de esos postulados. Pero en todas partes cuecen habas y, cómo no, también Noruega tiene su garbanzo negro.

Viendo la película, por lo demás sobrecogedora , uno termina preguntándose si narra asépticamente un hecho real o se aprovecha del río revuelto, ganancia de pescadores, intentando meter gato por liebre al convertirla en qué malos son ellos y qué buenos somos nosotros. Muy sencillo, tan sencillo que se les ve el plumero.

Aceptando desde ya, que nada justifica una tal matanza, en  nombre de lo que sea y por las razones que quieran darnos los terroristas de todo pelo, resulta muy sospechoso que el final se rubrique con «nosotros hemos ganado, vosotros perdido», refiriéndose al objetivo final del terrorismo. Y resulta que el balance de esa guerra es 77 muertos inocentes de una parte y, de la otra, un perdedor en la cárcel, de por vida «mientras» suponga un peligro para la sociedad a la que ha atacado, y que, apelando a los derechos humanos y constitucionales del país , a la ley, a la democracia, a la civilidad, el individuo será protegido de la venganza, vestido y alimentado, cuidada su salud y facilitándole que estudie y se haga un hombre de provecho. Suena bien, ¿verdad?

Imaginemos ahora que cada uno de nosotros o nuestros hijos, amigos hubiera estado en aquella isla, donde todas esas proclamas bienintencionadas fueron subvertidas, y nos preguntaran qué querríamos hacer con el causante de nuestro dolor o muerte. Sí, ya sé que pocos diríamos: «que lo degüellen, lo ahorquen, lo ejecuten en la silla eléctrica, que me lo dejen a mí». Políticamente correctos, todo lo más que diríamos sería: » que se pudra en la cárcel», un eufemismo si no va acompañado de un «¿de qué forma pudrirse?» No responderíamos, pusilánimes y comiéndonos nuestras propias entrañas de impotencia.

En fin, son  las cuatro de la madrugada, parece que me regresa el sueño, mañana, cuando me despierte, pensaré con calma qué habría hecho yo.

Me he levantado ojeroso, mal dormido, con dolor en las articulaciones. Dije qué habría hecho yo en un  caso así, y no soy capaz de personalizarlo, será porque no se puede teorizar sobre el dolor sin haberlo sufrido. Pero sí puedo tener una opinión del efecto-causa referida a la sociedad en la que están sucediendo estas cosas con frecuencia: mientras «los buenos» sigan poniendo los muertos, que no me jodan diciendo que vamos ganado y ellos perdiendo.

Dr. House, punto y seguido

Decía en una entrada anterior que Dr. House era un cabrón pero, también, un genio. Decía que siendo un genio, se le podía disculpar ser un cabrón y tenerlo como un paradigma .

Los guionistas en algún momento debieron pensar. «no va más, el tema está agotado». Y, efectivamente, ya venía siendo una reiteración los capítulos que se acercaban al final de la serie. Sólo mantenía el interés por la imprevisibilidad   del final.

Pero los guionistas tenían una cosa clara: el final no podía ser desolador para los que habían terminado empatizando con el cabrón Dr. House, un House extremo, como un monstruo de cómic.

El final, no quiero pecar de spoiler, ha sido de una incoherencia casi infantil, teniendo en cuenta el sólido personaje.

Si yo hubiese guionado ese final, el Dr. House no habría terminado como ha terminado. No habría desaprovechado un genio, poniendo punto y final a la serie. Habría creado una nueva serie pariendo de ésta, en un nuevo escenario para que la comedia continuara con el mismo personaje. Los prohombres históricos, y House podría haberlo sido, no terminaron incoherentes, al contrario, su final fue siempre una rúbrica a su coherencia. Podría haber pecado de reiteración, pero si le daba un giro sustancial a su vida, sin dejar de ser un genio, el personaje podría haber alcanzado la inmortalidad.

La inmortalidad, como ha dicho Woody Allen  alguna vez: “No quiero alcanzar la inmortalidad a través de mi trabajo. Quiero alcanzarla a través de no morir”. Pero se trata del desideratum de un personaje real, que tras su muerte se irá  diluyendo en el olvido de los mortales aun vivos. Dr. House es un personaje de ficción, y a un personaje de ficción se le puede conceder la inmortalidad sin otro requisito que no haberlo dejado morir de forma incoherente.

Tenemos muchos personajes en la literatura que gozan del privilegio de la inmortalidad. Bien porque sus autores les permitieron el don de la reencarnación continua, como la saga de Valdar el hijo de Odin, escrita por George Griffith, que muere y renace no de forma natural, sino en el sueño, del que despierta en otra época.

Dorian Grey no es el mismo caso. Oscar Wilde permite envejecer a su personaje a través de su retrato, pero Dorian se revela contra el autor y le obliga a que si tiene que envejecer, y consecuentemente morir, que lo haga con su alma, y él siga por siempre bello, joven y libertino. Todos los mortales de verdad, agradecieron a Wilde que les diera la oportunidad de emular  la posibilidad de ser inmortales como Dorian.

En fin, que el Dr. House, personaje de ficción, tenía muchas posibilidades de ser inmortal, pero sus guionistas, quizá incapaces de saber cómo hacerlo, lo jodieron con un final incoherente, algo que no perdonan los humanos, siempre a la búsqueda de otros humanos que consiguieron la inmortalidad, aunque fuese vendiendo su alma o renaciendo en los sueños.

Estaré atento, porque los autores del Dr. House, quizá  lean lo que que aquí escribo, y se digan: «coño, podemos hacer inmortal al Dr, House», y se pongan manos a la obra.