De cómo los amigos dejan de serlo

El título de esta reflexión puede ser una anfibología, con variadas interpretaciones. Yo voy a referirme  a una para que deje de ser tal cosa.

A lo largo de nuestra vida hemos cultivado la amistad, más o menos proclives a protegernos de la soledad. Las afinidades no definen el terreno en el que se sustenta la amistad, muchas veces aceptamos que hay discrepancias. Sucede que esas discrepancias no son inasumibles, y las aceptamos como los rasgos propios de nuestros amigos, no como contradicciones con nuestros sentimientos. Y llamamos amigos a nuestros amigos, sin más buscarle tres pies al gato, de Schrödinger. Van pasando los días, los años, y seguimos llamando amigo a tal o cual persona. No habíamos pensado en él (o en ella), ni siquiera hacíamos un reset para actualizarlo, para buscar un lugar cálido a su lado. A veces, todo lo más, se cruzaba en  nuestro pensamiento  un «¿qué será de…?, y enseguida nos sumíamos en nuestra propia realidad, una realidad que nunca es un estúpido alborozo, un ¡Viva la vida!, generalmente pronunciado por el que ya está muerto. 

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La gran dama de Oro

«La gran dama descansaba en mitad de una tumba circular. Sola. Su cuerpo estaba recubierto con 15 pequeñas chapas de oro y su cuello rodeado de 48 cuentas marfil. Conservaba, además, los tres botones de perforación en uve que cerraban sus desaparecidos ropajes» (Diario El Pais, 15/09/2018)

Extraigo esta foto de un artículo del Diario El Pais de hoy. Me ha impactado. Esqueletos ya he visto y no me dijeron nada. Este, sin embargo, merece ser glosado. Los arqueólogos dicen que es una mujer, que debió vivir tres mil años antes de Cristo, y que va adornada como dice la cita. El esqueleto, extraordinariamente conservado y sacado a la luz, habla de un cuerpo perfecto, ¿era, además, bella? No importa, hoy no lo sería, me sugiere otras reflexiones más importantes.

¿Qué significado le daban a esas chapas de oro que cubrían su cuerpo? El oro siempre tuvo un significado mítico, desde emparejarlo con el Sol hasta representar la eternidad. El oro es indestructible. Probablemente esas chapas, cubriendo el cuerpo de la mujer, pretendían para ella la misma indestructibilidad, la vida eterna. Ha permanecido el oro, de la mujer sólo sus huesos. Se equivocaron. Que el oro sea eterno y el cuerpo humano no, nos debería llevar a esta reflexión: con el oro se puede hacer una joya imperecedera, el cuerpo humano, perecedero, no sirve al final para nada. La mujer de oro sólo es un símbolo de la inquietud de los humanos por sobrevivir  hasta encontrar el camino que nos conduzca a la eternidad. La gran dama de oro significa que el oro la hace grande a nuestros ojos en una abstracción de su realidad: está muerta, ya no existe. Un esqueleto que no estuviese cubierto de oro no nos motivaría reflexiones exotéricas. De esta mujer podríamos hasta enamorarnos , simplemente imaginando carne cubriendo esos huesos. Hoy la imaginaríamos con unos ojos azules, pelo de oro hasta la cintura, boca como cáliz de néctar, pechos como los que les hemos puesto a los mascarones de proa en los antiguos barcos, enhiestos como arietes que desafían todas las tormentas de los hombres, hasta que cubren la función de perpetuar la especie y ceden a la gravedad. Generosas caderas que albergaban lo que Gustave Courbet llamó «El origen del mundo», en su famoso cuadro de una mujer desnuda . Piernas largas  que la  llevaron por senderos con flores abriéndose a su paso. Brazos largos que  aceptaron o rechazaron el amor de los hombres.  Todo eso podemos imaginar, pero no decir que vive y vivirá eternamente. Está muerta. Esos huesos lo corroboran, el oro sólo es una entelequia.

Dr. House, o el paradigma del cabrón

Se dice de alguién que es un cabrón cuando éste se comporta de forma prepotente, perversa, que hace malas pasadas a alguién. También, dependiendo del lugar de habla castellana, se puede referir a aquel que es habil y sagaz. Por supuesto, y de forma general, al esposo cornudo.

Dr. House es una serie de Netflix, y el dorctor que le da nombre a la serie es un cabrón. Pero no se podría definir con ninguna de las acepciones enumeradas anteriormente. Quizá con todas y alguna más. Para el Doctor House habría que crear una nueva definición,  y yo me atrevo a que ésta es paradigma.

Paradigma es ser modelo de algo sin particularizar en nada concreto. El paradigma del cabrón sería el caso de alguien que nunca se muestra amable con los demás, que nunca respeta su autoestima, que siempre impone su criterio, que lleva a extremos insuperables su desprecio por los demás; él se  considera único, incuestionable.

¿Y cómo un doctor podría ser el paradigma del cabrón?

El doctor House es un genio, y todos los que están en contacto con él sienten que a los genios se les puede permitir sus crueles destemplazas, sus inmoderadas ironías.

El Doctor House tiene un equipo médico en el hospital donde ejerce. La función de ese equipo es diagnosticar la enfermedad que tienen los pacientes y proponer soluciones para curarlos. El lenguaje médico, profuso en extremo, es otro idioma, por más que se haya doblado, y muy bien, al castellano no latino. No importa, cada capítulo es un caso que, generalmente, se resuelve al final.  No es exclusivamente médico, cada enfermo o enferma es una historia de matices humanos. Y el  doctor cabrón es una constante en cada historia.

Y en ese ambiente, el Doctor House se distingue en dos aspectos: actua como un genio y se comporta como un cabrón máximo;  el paradigma del cabrón.

Claro está que podría  ser un genio y no necesitar ser un cabrón de su nivel. Podría ser un genio y un poco cabrón. Pero los creadores de la serie no pensaron en un serie de medicos y enfermos, pensaron que el personaje cabronísimo tendría más garra, que encantaría a la audiencia. Y lo consiguieron.

Y en esas estamos. La serie es un éxito. A los humanos nos encantan los paradigmas. Si somos algo cabrones, quisiéramos parecernos al doctor House y alcanzar su excelencia. Pero no quiséramos ser sólo muy cabrones, también quiséramos ser unos genios como él para que nos soportaran. El vulgar cabrón sólo es un despreciable ser sin ningún recorrido.

Vean, pues, Dr. House y díganme si no resulta hasta simpático.

Morir, tal vez soñar

La muerte es inevitable. Una estupidez, la expresión anterior. ¿A quién se le ocurre decir que es inevitable morir? Le concedo algún sentido si esa expresión la pronuncia aquel que cree en otra vida. En  éste es inevitable morir para volver a vivir, y no importa en qué dimensión, no es posible vivir las dos vidas a la vez.

¿Y por qué digo semejante perogrullada?

Porque a todos nos sucede, a diario, algo que se le parece. No introduzco la expresión irreversible en la primera proposición porque en ambos supuestos es obvia y se sobrentiende. Se muere definitivamente o se muere para entrar en otra vida, no se entra en otra vida y se regresa a la primera, en esto todo el mundo está de acuerdo.

Pensemos ahora en lo que sucede a diario. Vivimos la vida que los sentidos nos muestra en el llamado estado de vigilia. Pero es inevitable que en algún momento nos dormimos y perdemos la percepción de esa vida. Durante unas horas es normal que soñemos. En ese estado, el consciente de los sentidos deja paso al subconsciente de las sensaciones oníricas, con diversas formas de otra realidad. realidad virtual.

Si nos preguntaran qué realidad preferimos, probablemente no sabríamos qué responder. Nos plantearíamos si se muere en el sueño como se muere en la vigilia y, seguramente, no sabríamos responder a ciencia cierta. Sabemos que es reversible, que despertaremos y volveremos a la vida de los sentidos. Por supuesto, en la excepción de morir mientras sueñas.

¿Y si muere el consciente y permanece vivo el subconsciente?

Mi consciente me dice con claridad que cuando se muere, éste se muere para siempre, los sentidos no vuelven a percibir ninguna sensación. Pero mi consciente es incapaz de  asegurar que sucede lo mismo con el subconsciente. El consciente nunca nunca pudo condicionar  el subconsciente, éste surgía libre y espontáneo, anulando el consciente. virtualmente matándolo.

Como sólo barajo la hipótesis de no conocer cómo se se comporta el subconsciente desde el análisis que pueda hacer el consciente, he ahí una laguna que me permite elucubrar otra hipótesis: la muerte sólo es reversible a la dimensión del subconsciente.  Es posible  que en nuestra muerte física entremos en eso que se ha dado por llamar el sueño eterno. Me alegraría si mi sueño no fuese, frecuentemente, una pesadilla.

No estoy loco ni creo que voy camino de estarlo. No creo que sean achaques de la vejez. Creo que tenía ganas de escribir algo, y se me ha ocurrido esta gilipollez. Disculpe el lector que haya leído hasta aquí. Espero no le haya dado por pensar que soy un genio, porque tendría que hacérselo mirar.

Luna de sangre

Qué afán tenemos los humanos por los sucesos sangrientos. Si no se presentan de forma espontánea, los procuramos de mil formas. Simulamos un horror ficticio, en realidad disfrutamos de la sangre.

El mundo se autoconvocó para el espectáculo. Un suceso infrecuente aparecería en el Cielo a la vista de todos, esta vez gratis y sin necesidad de tomar precauciones. Todo estaba calculado al minuto, nada que temer.

Era la luna que se iba a vestir de rojo, la sangre que todos esperábamos ver y, por qué no, disfrutar.

Pero la luna es una fémina casquivana, no siempre dispuesta a complacer a los que se enamoran con facilidad. Yo debo ser uno de esos. A la hora prevista por   quien lleva la agenda de estas cosas, hacía guardia con mis prismáticos para abrazarla. Me atraía la sangre, sin precisar de que habría de estar sangrando, si  de su menstruación  o herida por el impacto de  un amante errante por el Universo, ávido de vírgenes. En cualquier caso yo quería sangre.

Eran las 21,30h. ¿Dónde estás, Luna de sangre? ¿Se habían equivocado los oráculos del Firmamento? Desde mi terraza dominaba el horizonte marino por donde estaba acostumbrado a verla emerger. Esta vez tenía que ser diferente porque yo ya así lo quería o justificaba mi expectativa. Pero no apareció. Como un amante impaciente, esperé. Quizá se ha entretenido por otras latitudes, me dije, sin ningún atisbo de sospecha de infidelidad. Mis ojos casi lloraban fijos en aquel horizonte. Mi corazón también latía  acelerado. Tiene que aparecer, tiene que venir a verme y yo la vea, o estaré muerto y nada ya he de esperar.

Media hora más tarde de lo anunciado, un disco pálido, apenas dibujado, aparece unos grados arriba del horizonte. Es ella!, exclamé También su paje, Marte, apareció cerca. ¿Dónde la luna de sangre? Pensé que, pudorosa, no quería desnudarse para mí y se escondía tras la bruma marina. O, una mínima sospecha, que ya venía muy usada de otras latitudes. Acostumbrado a otras frustraciones vitales, ya no esperé la gran noche de amor que habría querido con ella. Mañana el mundo dirá con quién se acostó bañada en sangre, y yo sólo podré decir que conmigo no quiso nada.

La primera vez

Si nos atenemos a la teoría del espacio tiempo, todo lo que sucede, sucedió o ha de suceder, está comprendido en un espacio infinito y un tiempo infinito. Siendo así, no se puede fijar nada de lo que sucede en un momento dado y en un lugar concreto, pues sería tanto com decir  que hubo un antes y un después, un momento previo y un momento siguiente. Por lo mismo, el lugar deja de tener la definición que ubicaría el suceso en el espacio. Esto, que parece un galimatías sin objeto, o sólo para entretener a los iniciados, me sirve para proponer la siguiente disquisición que permite relativizar unos sucesos que, si bien tuvieron lugar en un momento concreto y en un lugar definido, hoy apenas tienen significado en el espacio tiempo en el que se produjeron.

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Morir sin haber muerto

Este blog está muerto, o vive con respiración asistida. Algún amig@ se encarga de  vigilar las constantes que señalan si hay ritmo cardiaco. Puedo verlo en Analytics. Casi siempre es la misma enfermera. Cuando deje de venir a verme, entonces estaré muerto de verdad. No habrá curva de sesiones, y Analytics mostrará un diagrama plano. Cuando eso suceda, yo, José, el que ejerció de escritor sólo porque escribió, pasaré a ser el escritor que dejó de escribir, sólo porque no tenía nada que escribir.

 

Hasta pronto!

Por el calor sofocante, por los trabajos forzados a los que someto mi viejo cuerpo, porque casi es  más duro el esfuerzo intelectual de salir cada día en este blog con algo que lo mantenga vivo, porque pienso si estaré abusando de vuestra paciencia con lo que puede ser un correo diario no deseado, por todo y algún motivo más, dejaré de enviaros  mis  escritos, no sin dejar de agradeceros que los hayáis leído y comentado.

Digo hasta pronto porque no contemplo que sea definitivo. El blog seguirá abierto, en él guardo todo lo que he escrito, sin renunciar a nada. Si alguien me hace el honor de entrar y comentar algún tema, prometo responderle. Quizá, sin la presión de la inmediatez, suba, sin comunicarla,  alguna cosa nueva; será señal de que estoy vivo o que a mi cabeza le quedan neuronas activas.

Gracias, chic@s, en mi correo me tenéis a vuestra disposición.

José

Una sola palabra

Una palabra, busco una palabra, una palabra que lo diga todo, que no necesite circunloquios para comprenderla, que al pronunciarla el aire detenga al viento, que anule la distancia, que cualquier música, en comparación, sea sólo ruido, que acaricie, que te devuelva el sueño interrumpido, que sea compendio de todas las historias, de todos los cuentos para niños y mayores, una sola palabra, principio y fin de todas las cosas hermosas, una palabra ya inventada antes de  la invención del universo, que no se preste a la duda si es oportuna según y como, que en la boca sea miel y en el corazón sosiego, una sola palabra que no necesite a Dios para agradecer haber nacido, que la muerte la haga eterna en la memoria…

Sí, creo que ya la tengo, pero me cuesta pronunciarla, me cuesta escribirla sin mancharla. Quizá si la susurro, si el respeto precede a cada letra, si al final pido perdón por haberla invocado muchas veces en vano, sea, en esta ocasión, que pronunciarla, escribirla,  el homenaje que le debía.

¡Madre!