¡Y van tres!

Mi rosal ha tenido un parto múltiple. De su exiguo porte ya fue un milagro la rosa que glosé hace un par de días. Me sigue sorprendiendo. Hoy fui al rosal, presintiendo que la flor que había parido mi rosal púber ya habría empezado a languidecer. Hace mucho calor, estas y otras plantas que se cultivan en invernaderos, tardan en aclimatarse cuando se trasplantan al aire libre. Pero mi rosal no cumple con las leyes, no ha esperado a dejar atrás la pubertad, hacerse adulta responsable, tener un cuerpo capaz de engendrar descendencia sin poner en peligro su existencia y la de sus hijos. Mi rosal tenía prisa en demostrar que a ella estas cosas como que no le afectan. Y no una, sino dos criaturas más en 24 horas. ¿Qué puedo hacer por ella para compensarla de tanta generosidad? Si tuviese a mi alcance los medios necesarios para preservar a sus hijos de una muerte prematura, nada en estos momentos me podría satisfacer más. Tanta belleza sin explicación me hace pensar que, al menos para mi rosal, la muerte prematura de sus hijos es injusta. Durarán vivas y lozanas lo que su madre consiga para ellas. Por supuesto que por mi mente no ha pasado la idea de separarlas de su madre y aplicarles esa incubadora que llamamos florero.

Habrá otras flores por ahi, incluso más bellas, pero sólo estas tienen que ver conmigo.

Mi ombligo

¿Y de que escribo hoy? ¿De mi quejumbroso esqueleto, martirizado durante siete horas, 30 grados a la sombra, cuatro litros de agua, cambio dos veces de camisa, una precisa máquina que se rompe, de mi hija que, como es habitual, cuestiona detalles de lo que estoy haciendo? ¿A quién le importa esta historia.

El caso es que esta historia sólo es el principio. Si vivo para contarlo, podré presumir de algo bien hecho, otra vez. Será entonces que la historia sea asumida por mis lectores. O no.

Quizá sólo sea, una vez más, mirarme que mi ombligo es el más hermoso, algo que me reprocha una amiga, no porque lo ponga en duda, sino por ese afán mío de contemplarlo. Pero es que mi amiga no ha visto mi ombligo. Un ombligo, en sí, es algo insignificante, pero si con ochenta años mi ombligo no ha desaparecido en los pliegues grasientos de mi barriga. Si mi ombligo al tocarlo mantiene su estructura tersa y el dedo no huele a podrido. Si mi ombligo lo elevo a la categoría de la firma que certifica que nací de madre, entonces mi ombligo es esa primera cicatriz que forma parte de mi historia, y eso ya es importante. ¿Qué sólo me interesa a mí? Puede. Pero lo escrito, escrito queda. Y hoy no tengo otra historia.

P.S. Se me olvidó decir que otra amiga dijo de mi ombligo que era sexi, pero esto no debo tenerlo en cuenta porque sólo lo imaginó.

A mi rosa

La planta no prometía mucho, un rosal de supermercado en un tiesto mínimo. Eran baratos y compré una docena. Los planté con mimo, pero, sobre todo, con abono. Y esperé. Los regaba a diario, temiendo por el calor tórrido del verano.

A las dos semanas, de los tallos vacíos comenzaron a salir hojas, tímidas al principio, tiernas, plato gourmet para los insectos. Las fumigué, quizá con efectos colaterales no deseados, pero era el remedio de choque a una enfermedad mortal. Agradeciendo el trato, las hojas se fueron desplegando cada vez más briosas por toda la planta. A la tercera semana comenzaron a aparecer unos botones que yo intuí eran incipientes capullos. Como si de un embarazo se tratase, los capullos fueron cogiendo volumen. Ya incontenible tanta vida dentro, fueron, lentamente, abriéndose. Los miraba con mi visión transcendente. La vida es un misterio, debí pronunciar, sin tener en cuenta que la frase era estúpida, porque la vida no es ningún misterio, somos nosotros los que no sabemos comprenderla.

El parto fue lento, volví a la transcendencia y pensé si sería doloroso. Cualquier tipo de vida viene acompañada de dolor, pensé sin haberlo experimentado. Esperé acontecimientos, como se espera el nacimiento de un niño; si es moreno, rubio, color de los ojos, facciones, si le falta un dedo en una mano, si es niño o niña. Todos estas inquietudes del pensamiento, yo se las apliqué al capullo, que se resistía a mostrar sus caracteres singulares, los que harían de él una rosa única. En vano se produjo el estúpido milagro y esperé al día siguiente.

Me levanté pensando, como siempre, qué tenía previsto hacer durante el día. En el recorrido por el programa mínimo, apareció el rosal, el capullo y una rosa imprecisa. No esperé a cumplir con el protocolo diario. Con la ropa de dormir, salí al jardín. Mis ojos buscaron el rosal. Estaba a veinte pasos y me paré fascinado: el parto se había producido. Para no importunar la intimidad del rosal, me acerqué lentamente, a cada paso percibía un rasgo nuevo de la recién nacida. Ya encima y mirando hacia abajo, me quedé extasiado impregnándome de aquella belleza. ¿Cómo era posible que, de una planta mínima, pudiese haber nacido semejante criatura? Como de otras muchas preguntas tontas que me hago, tampoco entonces tuve respuesta.

Regresé rápido a casa a coger el móvil. Ante el temor de haber tenido una alucinación, tenía que fotografiar aquel estúpido misterio. Las flores nacen para ser vistas y no vistas, y mi rosa, porque era mi rosa, podía languidecer de forma rápida. Enfoqué la cámara del móvil, busqué el mejor encuadre y pulsé el botón. Volví a casa, me senté ante el ordenador y, antes de escribir nada, volví a la estúpida transcendencia: yo haré que tu misterio perdure más allá de tu breve vida. Los que vean la foto de mi rosa, tendrán que aplicar la fantasía para disfrutarla, porque el privilegio de haberla contemplado real y verdaderamente, sólo ha sido mío.

Stand by me

De estos músicos callejeros no se puede hacer crítica que no sea positiva: son magníficos. (Todo sobre ellos en Playing for change, song around de world)

He escogido esta canción porque quisiera no equivocarme. «Quédate junto a mí, no importa dónde estés, a dónde vayas en la vida, quién seas», es una petición universal. Es la petición de la soledad en busca de compañía. «La miseria compartida, cariño mío, no importa el dinero que tengas, el dolor sufrido a tu lado, todo será menor si te quedas conmigo». Porque «En algún momento tú necesitarás, también, que alguien esté a tu lado».

Esa mezcla de intencionalidad, la universal y el «Cariño mío» individualizado, es compatible si hacemos abstracción de un análisis riguroso de la letra de la canción. Porque se ha entender que cualquier persona que esté a tu lado, sólo formará un estado perfecto si os une el cariño, no el interés, no la compasión, no el consuelo de la recíproca soledad.

Yo, que no me siento solo, a veces reclamo que tú o tú te quedes junto a mí; no porque el cielo se derrumbe o las montañas se hundan en el mar, porque si eso sucediera, no quisiera en esos momentos que nos cogiera abrazados.

Queen, The show must go on

Pero, sobre todo, Freddy Mercury. Cuentan que con esta canción, Freddy se despedía del mundo que tuvo el privilegio de tenerlo entre sus más preclaros seres. Ya estaba medio ciego, debilitado por la enfermedad, SIDA, pero no fue obstaculo para que nos dejara un testimonio fascinate. Quizá sólo un gay podía desplegar tanta sensibilidad a su portentosa voz. Murio joven, se creía inmortal, y en realidad lo es, si medimos la inmortalidad con los parámetros que aplicamos a todos los que han perdurado en nuestra memoria. Sólo tuvo un defecto, que fue un gilipollas. Aunque para él esto formara parte de su carisma.

Escucho tus canciones, veo tus videos, gilipollas, y me emocionas, maricón!

Mente sana in corpore sano

Algunas cosas las hago bien, no son increíbles pero pasan por ser bien hechas.

Mi hija me tiene siempre ocupado. «Mente sana in corpore sano, papá». Le preocupa que a mi edad pase horas frente al ordenador escribiendo tonterías. Y me busca otras tareas más físicas y, quizá, nada imaginativas, porque es ella la que me da la idea.

El proceso es el siguiente: me levanto a las 7, me pongo traje de faena y salgo al jardín de la casa. Observo el camino enlosado que yo mismo hice hace unos meses (a la derecha en la foto). El terreno tiene dos niveles separados por unas piedras sueltas. «Papá, aquí vendría estupendo hacer una jardinera, luego plantar un seto de romero». Me da instrucciones precisas: nada de ladrillos , toda la casa es un muestrario de muros de piedra vista. Y ahí empieza mi reto.

Hacer un muro de piedra no es tan fácil como hacerlo con ladrillos. Las piedras son irregulares y se han de ir colocando como si se tratara de un puzzle; a veces te falta la que necesitas y tienes que obtenerla partiendo otra grande.

La ventaja de levantarse temprano es que en esa zona hace sombra y se soporta el calor tórrido de este verano infernal.

Y comienzo la tarea. primero he de echar las cuerdas para que salga derecho. Y empiezo a colocar piedra sobre piedra, como suelo hacer cuando escribo. Aún así, mi hija aparece de vez en cuando: «Papá, ahí te has salido, ahí te has subido, ahí…». Le discuto su afán perfeccionista, pero luego rectifico en el sentido que me ha apuntado. Al final le doy la razón.

La jardinera, al fin, es aceptada por la que me «manda»: «muy bien, papá». Compramos plantas de romero en el invernadero, relleno la jardinera con tierra abonada, instalo el riego por goteo, planto el romero y le saco la foto que aparece en este post. Como soy algo transcendente, me da por pensar: bueno, alguna razón tuvo el haber nacido.

No sé si mi hija piensa lo mismo, pero ya me tiene otra tarea asignada. No sé si es bueno para mantener sana mi me mente, pero sí lo aprecia mi cuerpo.

Tus ojos

Eran tantos los años que sólo te conocía por tus palabras… Tantos los años que quise saber qué aspecto tenías en el espacio… Tanto tiempo ignorando cómo eras para mis ojos… Aunque lo intenté, nunca me fue posible saber de tu alma, porque siempre me ocultaste tus ojos y con ellos tu mirada…

Hoy, por fin, he visto tus ojos. La foto que envías es de tus ojos, nada más, los has enmarcado como si un posado completo de ti fuese un lujo que no merezco.

Quiero pensar que no sabes posar ante una cámara, porque, o no querías que penetrara en tu alma, o quisiste, malévolamente, que perdurara el misterio. Esos ojos que no miran al frente, buscando en algún lugar la resignación del momento, no son los ojos que yo necesitaba. Sigo sin conocerte, y tampoco tú quieres mostrarte. Así las cosas, querida, mejor nos resignamos juntos.

El arroyo

Observa ese arroyo que nació de la lluvia o fue parido por la tierra. Dirás que ya lo has visto y que nada te sugiere. Piensa. Ese arroyo como metáfora, es la vena que fertiliza la tierra, de ella obtienes los alimentos que te permiten vivir. Ese arroyo, en constante búsqueda de vericuetos, terminará vertiendo sus sobrantes en el mar pero, antes, bañará los pies de una hermosa joven que, con la falda remangada, tratará de cruzarlo a la otra orilla. Al otro lado, un joven la espera pisando tierra firme. Ya ha buscado un lecho donde poseer a su amada. Cuenta los pasos que la acercan. Su virilidad se acentúa en forma de impaciencia. Pero el arroyo la quiere para él, y la joven se hunde en la trampa que ha tendido. El joven mira estupefacto cómo el cuerpo de su amada desaparece.

El arroyo sigue su camino hasta el mar, mezclan sus aguas, la dulce con la salada y desaparece. Y tú, que observabas ese arroyo, que nada te sugería, recordarás los versos de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir»

Luego, tú mismo querrás cruzar ese arroyo, quizá para reunirte con la joven. O para consolar al joven que yace desolado en la otra orilla.

De la dignidad perdida

¿Cuántas cosas podemos decir de nosotros mismos y no nos atrevemos? Nadie puede conocernos mejor, nadie llegó penetrar en el alma de otro y ver lo más recóndito. A veces sorprendemos a los demás cuando descuidamos nuestra intimidad. Podrán decirnos: te conozco, sé cómo eres, no puedes engañarme. Se habrán acercado a nosotros por un descuido puntual, pero volveremos a ser impenetrables en la esencias de nuestro yo privado.

IhLa dignidad es el respeto que exigimos a los demás con nosotros mismos. ¿Podemos perder la dignidad a solas con nosotros mismos? Quizá, en este caso, no se llama dignidad, quizá sea autoestima. Y si uno cree haber perdido la dignidad, o llámese autoestima, ¿ lo debe mantener en secreto? Pongamos un ejemplo: «la noche pasada, mientras dormía, no pude controlar mis esfínteres y me cagué en la cama». Obviamente la pérdida de dignidad estaba clara y, si se quiere, también la autoestima. Esto, que es habitual en los bebés, los enfermos terminales, o postrados debido a una incapacidad para moverse por sí mismos, no supone pérdida de dignidad ni autoestima. ¿Cual es la diferencia? En el ejemplo que doy, es seguro que trataría de borrar la evidencia, pasando a ser un secreto que sólo a tu médico confesarías para que te devolviera la dignidad, después de averiguar la causa y ponerle el remedio.

Bueno, pues tendré que ir al médico.

México, tan cerca, tan distante

La magia tiene el inconveniente en que te atrapa y te abandona de repente. Yo había depositado en Mexico la esperanza en un mundo mágico donde pudiese vivir otra vida llena de sensaciones nuevas. Porque mi mundo, el vivido hasta aquí, estaba agotado, nada era nuevo.

Proyecté un viaje a ninguna parte en concreto. Fue la casualidad la que me puso a Mexico como esa meta sólo soñada. Vivir entre los indígenas que aún viven en Mexico, era una idea en sí misma fascinante. Y yo, con mi imaginación, creé una realidad virtual aumentada.

«No es aconsejable, Jose». Se refería al lugar para el que ya casi tenía el pasaje. No podía dudar de mi amiga, la que eso me decía era mexicana.

Pareciera un detalle sin importancia, ella pretendía aconsejarme.

Pero ella no contaba con un hecho cierto, que se repite en mil circunstancias. Si descubres el secreto de la magia, lo que sientes es desilusión. Cualquier otro escenario mágico que me propuso ya no podía ser mágico, seguro que tenía su trampa. ¿Cómo empezar de nuevo? De desengaños está plagada la vida. Yo pensé que aun era tiempo, porque, en esta ocasión, no era la realidad de la vida, era mi imaginación, que nunca me había fallado.

Qué difícil será que alguien me convenza hablándome de realidades, porque serán eso, realidades y no magia.

Mexico lo tenía en el corazón, ahora queda lejos.