Del todo a la nada y viceversa

Había visto antes este video. No recuerdo si me llevó a concluir la idea personal que ahora tengo del Universo. Por supuesto que no me comparo con Steve Hopkins, capaz de tener todo el Universo, sus efectos y causas, en esa cabeza que constituye todo su ser físico. Yo soy yo, con mis capacidades y con mis limitaciones. ¿Por qué no puedo yo tener la idea del Universo que sea suficiente en sí misma para apaciguar mi inquieto pensamiento? Sin cuestionar ninguna de las leyes físicas comprobadas, mi pensamiento se queda colgado de las teorías que tratan de explicar lo aparentemente inexplicable. ¿Debería ponerme a un lado de tan grandísimos  pensadores sobre este tema, aceptando que mi mente no puede competir con la de ellos?

Por casualidad el video que acompaño a vuelto a inquietarme. Ahora lleva catorce millones de visitas, muy lejos de los cuatro mil millones del video musical Despacito, que en términos relativos es como el todo y la nada, como el punto del que surgió el Bigbang y el Universo expandido actual. Dice esta enorme diferencia de lo relativo de nuestras apreciaciones subjetivas. No he caído en la tentación de leer ninguno de los 17.000 comentarios que siguen al video, ¿para qué?, si son otros tantos pensamientos personales sobre una teoría, quizá más fundamentada que la mía pero no menos inconclusa. El artículo dice que Hopkins ha encontrado, al fin, la explicación al origen del Universo, antes del Bigbang no había nada, dice. Leo incrédulo el artículo. Es una teoría, aunque por venir de quien viene, los legos en la materia deberíamos decir amen, y a otra cosa, mariposa. No acepto las verdades reveladas, no formo parte de un grupo de personas, más o menos numeroso, pero no universal, que acepta una verdad revelada como principio inmutable, inamovible. Si más adelante mi mente afina más lo que ahora pienso, lo aceptaré, sin más, como mi idea actualizada.

El video que acompaño es una recreación de nuestra actual existencia en el contexto del nacimiento del Universo. Las imágenes, en sucesivo flahback, llevan a poner ante nuestro ojos la teoría de la creación del Universo. El presente es la Tierra que habitamos, le sigue la creación de los Planetas y la Tierra se difumina, aparece el Sol y los Planetas desaparecen, luego se forma la Galaxia y desaparece el Sol, uno más entre millones de soles. Y así, a cada presente el video lleva al pasado, al Bigbang original cuando no existía la galaxia, el Sol, los Planetas, la Tierra ni nosotros.

El video, por si no lo habías comprendido, comienza de nuevo en sentido contrario, más acorde con el nacer de toda existencia. Y así, nos muestra un punto en medio de la nada, punto que   en explosión cósmica, Bigbang, da origen a la materia en expansión, la formación de las galaxias, la galaxia a la que pertenecemos, el Sol que nos alumbra, los Planetas que nos acompañan subsidiarios, aparentemente inútiles, del Sol, un punto que se agranda y que termina siéndonos familiar, la Tierra. en unos pocos minutos, tenemos la peli que condensa catorce mil millones de años de gestación sin que se prevea cuando hace aguas, y el parto, al fin, nos dice si es niño, niña o todo lo contrario. Y aquí lo dejo, que cada cual, dueño de su mente, elabore su personal teoría, tiene todo el derecho, incluso, faltaría más, que hay un dios que lo explica todo..

De emociones y sentimientos

Llorar de emoción o llorar de sentimiento. A mi edad los ojos se empañan fácilmente, los motivos no son siempre justificados. No están justificados que yo los tenga, y muchos de ellos son la reacción refleja ante un desencadenante que me es ajeno. Y está la congoja, que es el clímax de una emoción o de u n sentimiento. Cuando siento congoja, esa angustia que atenaza la garganta se resuelve con mis ojos empañados de lágrimas. A veces me queda un residual dolor en el pecho, y esto no debe ser bueno para un corazón ya cansado.

¿Soy un persona sensible? Veamos que me causa una emoción o sentimiento que se traduce en lágrimas y/o congoja.

La noticia del abandono de un bebe vivo en un contenedor de basura, el abuso de una niña por su padre, la admiración que produce el éxito ajeno, las muestras de afecto de mi perrita Lola,  la brutal agresión que sufre cualquier ser indefenso, la  alegría después de la reconciliación,  el alivio que se siente cuando superas la impotencia, el exceso de  amabilidad inesperada, la amargura que produce la muerte de un ser querido, el amor en muchos de sus avatares, la angustia como expresión límite del miedo, algunas añoranzas insuperables, después de sentir apatía ante un hecho conmovedor,  en el arrepentimiento por un acto irreversible,  el arrojo de una madre que defiende a su cria, el asco de sentirme manipulado y consentirlo, el asombro ante lo irracional,  la atracción fatal ante el peligro, la prolongada ausencia de un ser querido, la  bondad de algunas personas, la cólera inútil ante las injusticias, la compasión sin el remedio,  la culpa inconsciente, la decepción ante la expectativa que no se cumple, la dependencia vital, la depresión anímica, la derrota de mi enemigo, el desaliento ante el fracaso, el desamparo del débil, el desánimo en la firmeza, el desasosiego ante lo imprevisible, el desconcierto ante lo inesperado, la desconfianza en el amigo,  el desconsuelo ante la muerte,  la desdicha de no alcanzar la dicha, el desencanto con la amistad, el anhelo de vivir eternamente,  la desesperación por no lograr lo que deseabas

Y como si la fuente de mis lágrimas fuese inagotable, fui encontrando palabras y palabras que respondían a la causa de mi llanto.

Manipulación, inseguridad, melancolía, excitación, orgullo, vergüenza, dignidad, disgusto, dolor,  duda, pena, engaño,  rabia, entusiasmo, envidia, soledad, esperanza, estima, estremecimiento, timidez, estupor, traición, euforia, exaltación, frenesí, exasperación,  soledad, fastidio, vacilación,  firmeza, tristeza,  fracaso,  fragilidad, frustración, generosidad, hastío, vulnerabilidad, terror, vacío, valentía, venganza…

Llegado aquí, ¿ podría ser catalogado de hipersensible? No siempre fui de lágrima fácil, al contrario, tuve épocas de hombre duro al que todo le resbalaba. Y en la situación en la que me encuentro, sólo se explica porque la edad te ablanda hasta el punto de llorar cuando te ves desnudo en el espejo. Bueno, quizá es el único llanto plenamente justificado.

Me miré desnudo en el espejo

y sólo vi una silueta

No estoy mal, me dije

El cristal estaba empañado.

Por qué escribo lo que escribo

 

Las grandes obras de los grandes escritores y pensadores;  desde Homero hasta Dostoiveski, 55 tomos que decoran una parte de mi casa y …

 el lugar preferido para tener sus nidos las avispas. Y yo  pensaba que no servían para nada.

Es un proceso de adaptación personal a una realidad explícita que nace en mí como consecuencia de haber dejado atrás la virtualidad de la postura, o del postureo, en la atinada definición de la RAE:Actitud artificiosa e impostada que se adopta por conveniencia o presunción.

Romper con está tendencia cuando se escribe, sólo es posible si se da uno de estos dos casos: o porque te ha entrado esa enfermedad que llamamos humildad, o porque piensas que el posturero sólo te conduce al ridículo. Si no fuese porque presumir de humildad es la menos humilde de las actitudes, me quedaría con esta explicación. Pero toda actitud puede tener sus derivadas, alguna me debe e cuadrar. Excluyo la disposición mental o emocional. Mi mente no adopta diferentes o únicas disposiciones, según  mi animo en cada momento; mi mente es básica, la suficiente para tener conciencia de mismo. No es una forma de pensar única, ya que el carácter básico de la misma obliga a rechazar todo apriorismo, a no confundir la realidad con la experiencia; la realidad nunca es transcendente, la experiencia sí. Yo creo que no soy transcendente, porque la experiencia, de haberla tenido, no me ha mostrado caminos sin vuelta atrás y tampoco de horizontes lejanos. Todo lo más, caminos sin salida.

Por tanto, lo que escribo   no es postureo, no es transcendente, no es humilde de humildad impostada, es algo básico que tiene mucho que ver con mi realidad básica, realidad de la que no tengo que ocultarme. Aunque no renuncio a lo que escribí cuando me vestía de postureo para sentir onanistas orgasmos (poemas, novelas cortas y largas, reflexiones altisonantes que despreciaban las de  otros mejor fundamentadas, cuentos con ínfulas de antológicos), este blog es el exponente de un  síntoma: que ya no quiero parecer lo que no soy, y si escribo en lugar de cultivar flores o cualquiera otra afición, es por darle sentido a mi tiempo, sólo así me importa poco que, en cualquier momento, este blog se cierre, y lo que guarden sus páginas, se llene de telarañas.

Estos niños de ahora…

 

¿Eramos prehistoricos con nuestras pizarras y encerados? Eramos nosotros

Estos niños de ahora…

Relato verídico

Una joven inmigrante viene una vez a la semana a mi casa para ayudarme a mantenerla  ordenada y limpia. Donde yo no llego, llega ella, y cuando se va, es verdad que mi casa parece otra.

La joven, soltera, tiene un niño de cinco años que, en esta ocasión, no ha podido dejar en el colegio porque es sábado y tampoco con alguien que lo cuide. Me pidió si lo podía traer con ella y, naturalmente, le dije que podía.

Tanto la madre como el niño, ucranianos de origen, hablan perfecto castellano.

El niño se llama Denís. Su madre me anticipa que no me dará problemas, que con su tablet se quedará tranquilo en donde se siente durante las cuatro horas que su madre emplea en su tarea.

Denis se sienta, enciende la tablet y, de reojo, veo que aparecen juegos infantiles. Elige uno, lo abre y…

—Es que no tengo Internet —me dice.

—!Ah! ¿Por qué necesitas Internet, Denís?

—Es que este juego es Online, y necesito wifi.

Sorprendido, pregunto a su madre.

—Larysa, Denís


dice que necesita Internet para un juego en su tablet.

—Será un juego que no tiene descargado en la tablet. Si puede darle la wifi de la casa… El sabe cómo hacerlo.

—A ver, Denis, ¿cómo te doy la Wifi? ¿Tú sabes hacerlo?

—Sí, necesito la clave. Un momento, que me la tiene que pedir.

Trastea en su tablet y me dice:

—Ya, deme la clave

Estoy perplejo, tiene sólo 5 años. Le deletreo la clave, y pronto exclama

—Ya tengo Internet, ahora ya puedo jugar online.

Mi curiosidad me lleva a interrumpir su atención al juego. Quiero saber cuál es el límite de este niño que no creo sea un geniecito y más bien un niño de ahora.

—Denis,  sé que no tienes Internet en casa y que tu madre te lleva a donde se puede uno conectar gratis. ¿Por qué no aprovechas que estás aquí y lo descargas en la tablet y así no necesitas Internet para jugar con él cuando quieras?

Sin levantar la vista de la tablet, tecleando frenético las teclas operativas del juego, me dice:

—Es que mi tablet tiene poca memoria para descargar y ya la he usado para bajar otros juegos.

A cada palabra que se relaciona con el mundo de los ordenadores, abro los ojos sorprendido.

—Entiendo, Denis, tienes poca memoria. ¿sabes lo que es un pendrive? Si pudieses conectar un pendrive, en él podrías guardar los juegos que bajaras.

—Ya sé, pero mi tablet no tiene para conectar un pendrive, en el ordenador de mi madre sí.

—Ah, vale. Pués lo siento, no se me ocurre qué puedes hacer.

—Puedo guardarlo en la nube, pero luego necesito Intenet para verlo.

—¿En la nube? ¿Tú sabes qué es eso? —pregunto, mis ojos abiertos como platos.

—Claro, la nube es un sitio donde se guardan cosas para cuando quieras tenerlas en los ordenadores.

—Muy bien, Denis. ¿Y tú sabes otras cosas, como  escribir un correo?

—Sí sé, pero no tengo una  cuenta, mi madre sí, una de hotmail. Yo si tengo whatsApp para hablar con mis primos en Ucrania, también con algún amigo de mi colegio.

Pienso que puedo seguir preguntando indefinidamente y sorprendiéndome más y mas. Creo que tengo la prueba definitiva.

—Oye, Denis, tengo un problema. ¿Tú sabes cómo puedo limpiar mi ordenador de un virus que ha pillado y no me deja hacer algunas cosas?

—Tiene que descargar en el ordenador un programa que se llama antivirus y con él lo quita. Aunque mi madre me ha dicho que puede borrar todo lo que tenga el ordenador. Yo no lo necesito porque no tengo ningún virus.

Me entran ganas de ahogarlo o de comérmelo, yo supe de esas cosas hace veinte años, y tardé en dominarlas otros diez. Y este mocoso, con cinco años  recién cumplidos, parece saberlo todo.

Se queda absorto mirando la pantalla de su tablet. Intuyo que le estoy interrumpiendo en su juego online y dejo de preguntar. Seguro que si sigo, terminaré ahogando de verdad a este pequeño monstruo.

La muerte como argumento

Situo esta reflexión en el contexto de una serie que estoy viendo, The Walking Dead. Estoy en la temporada 8, que a 10 capítulos por temporada, hacen unos 80.

¿Qué me mantiene espectante en esta serie? Sólo la muerte como argumento. Pero ¿por qué la muerte, algo vulgar por cotidiano, es aquí tan atractiva? No lo es porque en esta serie la muerte es la consecuencia de querer vivir, o mejor de sobrevivir. Las guerras reales son eso, o tú o yo, la alternativa es el armisticio, pero después de haber muerto inutilmente muchos soldados y civiles. En esta serie todo parece avocado a la destrucción, sin esperanza de una paz forzada por el hartazgo de muertes de uno y otro lado. Mientras se sobrevive a costa de matar, los guionistas han introducido varios estereotipos muy definidos. Al lado de los lideres que intentan llevar a los suyos a la victoria, clásico en cualquier guerra, están los cobardes que se unen a la causa de los que creen que están mejor dotados para ganar. También, como no, los despiadados que prefien el enemigo muerto antes que rendido. Y como en cualquier matanza injustificada de enemigos capturados, si por injustificada se quiere decir que tiene alternativas que no sea matarlos, también en esta serie sugen los pacifistas que intentan evitarlo, a riesgo de perder la vida. La serie, también, corre el riesgo de ser diferente a lo que pretende, dando papeles secundarios a las mujeres, en los que terminan pareciéndose en sanguinarios, sólo pareciéndose , a los hombres. Por supuesto, no podía faltar el bebé como símbolo, al que se protege como un bien no del presente, sino del fururo. Y estan los caminantes muertos, como parte de una tramoya siniestra. El destino del ser humano, en este contexto, es morir, vivir o caminar muerto. Sólo morir o caminar muerto es seguro, vivir es tan incierto,  que mientras se sigue la serie, se pregunta uno si los guionistas se van a sacar un conejo de la chistera, y por arte de magia, le dan un final feliz a la serie. Lo veo difícil, creo que ellos mismos no lo tiene claro, o no tienen claro que el ser humano dé  una solución verosímil a una historia que tiene a la muerte como argumento.

Y vuelvo a la pregunta por qué me atrae esta serie. Sinceramente no lo sé. Sin mucha convicción, pienso que debe ser porque en ella la muerte no me conmueve, hace que convivas con ella, empatizas con ella. Y es que sin tantas muertes como se producen en cada capítulo, la serie carecería de argumento. Se agradece a los guionistas que no hayan vestido a la muerte con un sayal negro, cara pintada de blanco  o calavera y una guadaña entre los huesos de su esqueletica mano,  ya que lo que así se asemeja a una epopeya, puede que hubiese degenerado en sátira burlesca que provocara carcajadas.

Cuando termine de ver la serie, glosaré el final. Para entonces, dudo que  diga que ha valido la pena tanta muerte.

Icaro y tú

 

Hoy, M.A. se va a realizar tu sueño de tirarte en paracaídas.  Me lo cuentas, y confieso que me cuesta comprenderte. ¿Has pensado bien en lo que puede ser, más allá de la emoción, del miedo, del vértigo que esos tres minutos suspendido del vacío te van a hacer sentir? Es poco tiempo para que diseñes un plan que aproveche todo lo que significan tres minutos alejado del suelo. Pero si antes de tirarte ya lo hubieses soñado, los sueños son atemporales y pueden permitirte imaginar esos tres minutos llenos de contenidos. Y cuando toques de nuevo el suelo, se te harán presentes sin límite de tiempo. Serán contenidos recurrentes mientras el lugar en  la memoria no se ocupe con otros que hagan insignificantes los primeros. No sucederá, a tu edad todo se vuelve previsible y anodino. Sucede a todos, no te revuelvas molesto mientras lees.

Como estarás pensando sólo en la maniobra y ya no te queda tiempo para ser trascendente, yo lo voy a hacer por ti. Espero que antes, durante o después, mis palabras se conviertan en la película que hará que esos tres minutos tú consideres que han valido la pena.

Sabes que el sueño ancestral del hombre fue volar. ¿Por qué el rey de la creación no poseía la facultad de los pájaros? Cuando la realidad se imponía, el hombre inventaba fábulas que le permitían abandonar el corsé de la previsibilidad a la que estaba condenado. Y así, Dédalo, amante de su hijo Ícaro, quiso que éste fuese contra su destino. Creó unas alas para él, y con ellas voló. Pese a la advertencia de su padre de no acercarse al Sol, pues se derretiría la cera que pegaba las plumas a su cuerpo, Icaro,  ensoberbecido , desoyó a su padre y quiso acercarse al Sol. Icaro perdió sus alas y cayó al mar. Tú caso, en ligera semejanza con el ansia de volar de Icaro, tiene limitado el riesgo. Vas a volar, sí, pero desde el primer instante sólo volarás hacia abajo. Será como si la madre tierra te pidiera que vuelvas a su seno, que no pretendas salirte de tu papel, y que volar como los pájaros no lo previó la naturaleza para hacerlo con los hombres.

Durante esos tres minutos podrás ver muchas cosas que nunca pensaste podías ver. Verás alejados los objetos que te son familiares pie a tierra. Las ciudades indefinidas a vista de pájaro, las casas pequeñas e inimaginables como albergues de seres humanos, los viandantes insignificantes puntos en movimiento, las flores, los bosques, las tierras de labor como manchas de color  sin vida. Todo se difumina en la distancia, y cuando digo todo, también me refiero a todo lo que al hombre le da certeza, placer o desasosiego. Y es que perdemos la real perspectiva cuando estamos en la proximidad de las cosas.

Por debajo de ti, en el primer minuto, puede que veas planear un águila,  y más abajo una paloma a la que intenta atrapar con sus garras. Lo habías observado desde el suelo y no pensaste en cómo evitar el fatal destino de la paloma. Desde tu posición, esta vez superior al águila, habrás deseado competir con ella para hacer que desista de su cruel empeño, y no pensarás que la  rapiña del hombre no necesita volar para matar las aves que se come.  Tres minutos se acortan, y dejarás atrás esa escena previsible. Ya, a pocos metros del suelo, todo volverá a aparecer como lo recordabas, y la fábula de Icaro no habrá sido algo que quisiste emular para ti, tú sólo querías experimentar el vértigo de tirarte en paracaídas.

Pero si lees esto antes de tirarte, te aseguro que conseguirás algo fundamental que te acompañará el resto de tu vida cuando recuerdes tu aventura, y que yo sólo te quiero recordar ahora: que todo lo que existe, en la distancia es muy pequeño.  Tú también, visto desde abajo mientras caes. Y lo digo por si no  habías pensado que el realismo termina imponiéndose.

Empaquetando el cerebro

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Ayer, fue ayer, o fue anteayer, no, quizá fue el ayer o el anteayer, pero de hace una semana, no estoy seguro, y no es que esté comenzando a empaquetar sucesos pasados, para arrumbarlos en alguna sima insondable del cerebro. O sí, o no. Pero podía ser.

Un amigo, con cuatro años más, ya tiene todo empaquetado. Su cerebro ya no ofrece nada; no habla, significa que no tiene nada que decir, no sonríe ni llora, porque su cerebro no tiene nada que sentir, no come, no bebe, para qué, ¿para qué quiere un cuerpo que ni siente ni padece?  ¿Me está empezando a suceder algo así? Así empezó mi amigo, no hace más de dos años. Nada hacía prever que en dos años todo estuviese empaquetado en su cerebro. Lo comentábamos, era cosa de la edad, pero sólo aquellos leves síntomas, no hacíamos fatales futuribles a corto plazo, nos concedíamos un tiempo, incapaces de precisar. No dependía de nosotros, ni siquiera  de retardadores naturales o químicos de la pérdida de memoria.

El mejor neurólogo no había conseguido que mi amigo detuviera o  retrasara visiblemente el deterioro de su cerebro.

No estoy seguro, ni quiero comprobarlo, pero ya he debido antes  escribir algo sobre mi amigo. Quizá sobre síntomas como los que yo ahora padezco. Sería descorazonador encontrar un escrito así, que me pusiese ante el espejo de mi ahora ese soy yo, y apartando la mirada, se hiciese presente el yo de mi amigo en su situación actual. Los destinos son propios, no necesariamente equiparables. A eso me aferro. A veces me enfado conmigo mismo porque no recuerdo tal o cual cosa, generalmente poco importante. Es un estado de impotencia que termino asumiendo como asumo los errores intrascendentes.

De toda esta inquietud vital, algo encuentro positivo. Que no digan mis lectores, ¨José, tu pesimismo es casi patológico, nunca escribes optimista, positivo, así nos tendremos que ir marchado de tus propuestas, con las que no podemos empatizar». Lo comprendo. Así pues, para no ser un estereotipo del gafe incurable, que nada bueno aporta a los demás, termino con ese algo positivo: ¿Y qué me importa a mí olvidar todo aquello que no dejó huella en mi vida?

Ah, se me olvidaba. Y cuando mi cerebro, como el de mi amigo, esté completamente empaquetado, ya no sentiré ningún desasosiego. Amen

Cumpleaños

Homenaje al amigo  en el día de su cumpleaños, versión adaptada a un caso general


Estimado amigo

La vida son luces y sombras, lo que importa es el balance, balance que tú consideras positivo, ¿es así? Lo decía Abraham Lincoln , ”Al final, no son los años lo que cuentan en tu vida, es la vida en tus años”. Hay una prueba infalible que determina la edad que tienes, lo dijo Oscar Wilde, «El hombre viejo cree todo, el de mediana edad sospecha de todo, y el joven cree saberlo todo” Tú mismo puedes hacer el autoexamen para determinar la edad real que tienes.

Y para celebrar lo que consideras la suerte de haber nacido, has querido que nos unamos los aquí presentes para acompañarte, para cantarte el cumpleaños feliz o el por ser un chico excelente cuando la tarta haga su aparición.

A nadie aquí se le ocurriría, como coba máxima, decirte:  brilla más tu rostro que las velas de la riquísima tarta que vamos a comer. Hay gente para todo y no se contiene, aunque produzca vómitos a los demás.

Que tampoco a tu esposa  se le ocurra despertarte  susurrándote al oído algo así como: el día que tú naciste, nacieron todas las flores, por eso en tu cumpleaños, cariño, cantan los ruiseñores. Seria motivo de divorcio, ¿verdad?

¡Feliz  70 Cumpleaños!, Pero, joder!, y los demás días, ¿qué? Hay algo que sí te complacería te dijeran, aunque sonara a falso, como a mí me han dicho en ocasiones: estás genial, parece que tienes 60 años. Es así, vivimos de eslóganes forzados.

Y otra cosa. Los Norteamericanos, diferentes a nosotros en muchos aspectos por esa vena anglosajona de hacer todo al revés, en esto de homenaje al que cumple años, son más consecuentes. Y en el homenaje , no auto homenaje, al cumpleañero, son los amigos los que pagan el ágape, y a éste le sale gratis la fiesta. Aquí no. Aquí, salvo que tengáis dispuesto otra cosa, vas a ser tú el que se rasque el bolsillo. O sea, que invitados, sí, pero en pago te hacemos el favor de no sentirte solo, al menos un día al año.

Y es que sentirse solo es una putada para cualquiera. Un cumpleaños es una de las pocas ocasiones en las que el individuo tiene la oportunidad de sentirse bien acompañado, la consecuencia es que hay que pagarla con gusto y gana. Son gajes de una sociedad estructurada de forma aleatoria.

Pues, nada, yo para hacerme el diferente, no te voy a regalar nada material, que de eso poco tengo y lo cuento todos los días, y como aquellos trovadores de la antiguedad, pobres de solemnidad que recitaban poemas a los señores mientras comían, a cambio de unos mendrugos de pan, he escrito este poema para ti. Espero que lo aceptes, y no por la cena, que soy invitado privilegiado, sino como una muestra de mi sincera amistad.

No desfallezcas, amigo, por los malos recuerdos.
Si el desánimo te acongoja
No vas a morir de desaliento, tampoco euforia.

No ha de humillarse el hombre en el fracaso
Que un hombre como tú, y tu historia
Nunca ha de morir en el ocaso.
Morirá tu cuerpo, pero no tu memoria,
Que alguien la mantendrá viva por ti.
Y contra todos los falsos destinos,
Esperando un cielo o un infierno
Sigue montado en tus sueños haciendo caminos
Que te quedan muchos por recorrer,
Que sólo así serás eterno.

Estar bien o estar mal

Hola, ¿cómo estáis? No necesito que me respondáis, en realidad no me interesa saberlo. Normal, vosotros tampoco estáis interesados en saber cómo estoy yo. Es así, para qué engañarnos. Porque, vamos a ver, es que ni siquiera sé cómo estoy  yo, si me preguntárais,  estar bien o mal es algo relativo.

Probemos si estoy en lo cierto. «Hola, José, ¿cómo estás»?. Perdón, ¿quién me pregunta? ¿He escuchado mal? ¿Por qué te interesa saber cómo estoy? No respondes, no sabes por qué me preguntas. Ah!, es una fórmula cortés. No estoy, pues, obligado a contestarte. O sí, puedo responderte con un «bien» lácónico, y me ahorro ser más explícito. No tengo interés en decirte que en realidad estoy asquerosamente bien, hasta te podría molestar, a quedarte sin salida para seguir conversando sobre lo que significa estar bien. Tú no me preguntarías por qué estoy bien. En cambio, te daría una buena ocasión si te dijera que estoy mal, ya que tú me preguntarías, sin dudarlo, «¿qué te pasa?». Y como acabo de venir del médico, te traslado su diagnóstico, literal: «tienes un feo grano en el culo, que seguro te hace ver las estrellas, muy doloroso, sí, pero puedes alegrarte, porque no es grave». Y tú añadirías, «entonces no estás mal, digamos que tienes un grano en el culo que no es grave» Yo me encogeria de hombros, impotente para contradecirte. Tú, el medico y yo tenemos una percepcion diferente del significado de estar bien o estar mal, te diria. Y pasaríamos a otra cosa, salvo que quisieras darme el remedio de tu abuela para granos en el culo.

Imagina, ahora que te digo que estoy bien, y sin que me preguntes, porque no me preguntarias,  me pongo a desarrollar en qué me baso para afirmar tal cosa,  diciendo que vengo del medico, que le llevé dos prescripciones, una ecografia de abdomen y una analitica de marcadores tumorales, y que de ambas pruebas se deduce que estoy como una  fresca rosa, ni rastros de cancer. Y tu repetirias parecido que el medico, «puedes alegrarte, porque a tu edad es raro no tener alguna cosilla, ni siquiera un grano en el culo». Para mis adentros mascullaria. Cabrón, podias haber dicho «me alegro», pero, no, sólo yo debo alegrarme de estar bien por una especie de suerte, que lo normal es que a mi edad estuviera para echarme a los leones.

Y aqui lo dejo, solo queria reflexionar sobre la soledad con la que nuestro bienestar o padecimiento es un motivo de indiferencia para los demas, todo lo más una ocasion para expresar un cumplido cortés, y si no, haz la prueba. Bueno, tendría que hacer una salvedad, la de la persona que te quiere.

Nuestro futuro

El texto entrecomillado que adjunto es la transcripción literal de la declaración de uno de los personajes de la serie Halt and Catch Fire. Un informático que salió del torbellino brutal de las redes emergentes, suicidándose. Su mente clarividente no pudo soportar la responsabilidad de ser parte cualificada de  la asombrosa ténica naciente y las consecuencias para el ser humano, inerme para encauzarla, y prefirió no ser testigo de su poder destuctivo. Inútil advertencia, pues la ciencia cuando descubre un camino nuevo, lo transita hasta agotar su horizonte. No obstante, me pareció clarificador para todos los que celebramos los avances de la ciencia,  pensando que estaremos mejor y seremos mejor en el futuro. Si la advertencia de este joven no cae en saco roto, quizá podamos realizar un nuevo trabajo de Hércules y poner puertas al campo.

«Yo, (omito el nombre para no hacer spoiler). liberé el código fuente de M. U. Actué solo, nadie me ayudó y nadie me dijo que lo hiciese, lo hice porque la seguridad es un mito. Contrariamente a lo que hayáis oído, amigos, no estáis a salvo. La seguridad es un cuento chino, es algo que enseñamos a los niños para que puedan dormir por las noches, pero sabemos que no es real. Tened cuidado, desconcertados humanos. Cuidado con los falsos profetas que os venderán un futuro lleno de promesas. Falsos mundos con líderes profetas, malos profesores y empresas turbias. Cuidado con los policías y ladrones, de esos que roban vuestros sueños. Pero, sobre todo, tened cuidado con los demás, porque todo está a punto de cambiar. El mundo se abrirá de par en par. Hay algo en el horizonte, una conectividad enorme. Las barreras entre nosotros desaparecerán, y no estamos preparados para ello. Nos haremos daño de formas nuevas. Venderemos y seremos vendidos. Expondremos nuestro yo mas sensible únicamente para que nos ridiculicen y humillen. Seremos vulnerables y pagaremos las consecuencias. No podremos seguir fnigiendo que podemos protegernos a nosotros mismos. Es un peligro enorme, un riesgo gigantesco. Pero valdría la pena si, ojala, pudiésemos aprender a cuidar unos de otros. De ese modo, esa asombrosa y destructiva conductividad no nos aislaría, no haria que al final nos sintiésemos totalmente solos».

Nota.

La palabra conductividad ( no confundir con conectividad) se refiere, en su acepción más general, a la capacidad de los materiales para transmitir la electricidad o el calor. El personaje, no sé si por culpa del doblaje, usa esa expresión en su declaración. Tengo mis dudas. No sé si refiere a la posibilidad, casi sin límite, de transmitir datos vía cable telefónico, ondas hertzianas u otras por descubrir. En cualquier caso, hoy 35 años después, ya lo estamos viendo. A nadie se le escapa este prodigio que permite la comunicación, para bien o para mal, de los humanos. Del uso que hacemos de esta técnica, bien parece que el autor de la anterior reflexión no iba desencaminado. Sólo los que viven a espaldas de ella están a salvo, y no son muchos, probablemente ninguno en el futuro. Mirad cómo  esos seres humanos de hoy, casi de forma unánime, llevan pegado al cuerpo  un artilugio mecánico que los acerca a un cyborg: cascos, teléfono móvil, tableta pc,  etc., y cómo en cualquier lugar en el que se encuentren se los ve desaforados comunicándose con familia, con amigos, con desconocidos, llevando sus perfiles a cualquier lugar del mundo, sin preocuparse de que esa información pueda ser utilizada para fines bastardos. Luego se quejan, sin aceptar que en el pecado llevan la penitencia.

No sé si estoy en disposición de ser un ejemplo. No soy miembro de ninguna de estas doce redes sociales ni de otras de rango inferior, Trabajo me ha costado vencer la tentación. Aún así, en muchas ocasiones me siento desnudo e inerme, sin otro recurso que ignorar que pueda ser utilizado.