No comprendemos por qué aguantamos tanto, por qué sufrimos sin la menor esperanza de que cambie de signo. Y hacemos todo por permanecer, por continuar en esa situación. ¿Morir? Poca veces el que sufre se plantea ese deseo, y terminar. Lo habitual es aferrarnos la vida, la mala vida, como sea. El temor a morir es más grande que cualquier planteamiento desde el sufrimiento. Quizá sea porque abrigamos la esperanza de que nacerá un nuevo día para nosotros. Muchos casos, sin embargo, son irreversibles, la esperanza es sólo una sombra. Si hemos de morir, ¿por qué esa despedida en la que el sufrimiento nos acompaña hasta el final? La eutanasia, esa palabra maldita, que reclamamos para nosotros en el lecho del dolor, pero que los encargados de administrarla, médicos, familiares, no quieren ser los participes necesarios. No es fácil posicionarse a favor o en contra. Nos asusta disponer de la vida de los demás, por más que esta sea precaria. A nosotros no nos duele, y todo lo más lo lamentamos aplicando al doliente lo que tengamos a la mano para paliar el dolor, que no siempre es efectivo. Cuando muera, diremos: » lo que sufríó el pobre para morir». Y no nos damos cuenta que fuimos nosotros los que prolongamos su agonía.
Algún día esto cambiará. El ser humano está aún rodeado de mitos que le condicionan, leyes que nadie quiere cambiar para no ser señalados por los que aún están en contra. Y confío en ese día en el que ser humano se comporte como tal, se despoje de todo lo que le convierte en un ser inhumano con su semejante que sufre sin esperanza. Quizá cuando, de verdad, todo esté en nuestras manos, y no en las de un dios, supuestamente dueño de la vida y de la muerte.